martes, 4 de marzo de 2008

Reseña: Los Pilares de la Tierra

Los Pilares de la Tierra.

Ken Follett.

Reseña de: Amandil.

Random House Mondadori, Col. Plaza y Janes, Barcelona, 2000. Título original: The Pillars of the Earth. Traducción: Rosalía Vázquez. 1039 páginas.

En la convulsa Inglaterra del rey Stephen y la reina Maud, cuya guerra civil amenaza con destruir por completo la gran obra normanda que supuso la conquista llevada a cabo en 1066 por el Duque Guillermo, un maestro constructor vive con una obsesión en su cabeza: construir una catedral para mayor gloria de Dios y de su propio ego. Este masón, de nombre Tom "Builder" (constructor), acompañado de su mujer embarazada y de sus dos hijos se ve obligado a buscar un lugar dónde asentarse y obtener dinero con que sobrevivir al crudo invierno tras ser despedido de su puesto por culpa del hijo de un noble local: William Hamleig.

Tras una mala racha, Tom enviuda, debe abandonar a su suerte al recién nacido y huye con sus hijos en busca de un futuro mejor. Pero el destino es bondadoso y el bebé termina en un pequeño monasterio, cuidado por un grupo de monjes atentos dirigidos por Philip de Gales. Mientras tanto Tom y sus hijos forman una nueva "familia" con una extraña mujer y su hijo, Jack, alcanzando, por fin, el lugar que será el centro de toda la novela: el priorato de Kingsbridge...

Y sigue, sigue y sigue...

Los Pilares de la Tierra es un verdadero folletín en el que a lo largo de sus más de mil páginas encontraremos de todo y para todos los gustos, desde lo romántico hasta lo bélico, sin que se nos haga pesado en ningún momento. De hecho el grosor del libro se ve aligerado por lo rápido de la acción y lo ligero de la narración. Además los giros en la trama consiguen mantenerte enganchado a la lectura aunque sólos ea por descubrir cuanto antes la nueva desgracia que les espera a los protagonistas.

De hecho Los Pilares es una concatenación de victorias y derrotas que en algunos momentos puede llegar a ser excesivamente repetitiva, provocando la sensación de que cuanto peor estén las cosas seguro que después se pondrán mucho mejor. Y así sucede en todos los casos, lo que le resta impacto al relato aunque lo convierta en una novela de desahogo victorioso y final feliz.

Los personajes nadan en lo arquetípico (con malos muy malos y buenos muy buenos) que apenas dejan espacio a un reducido grupo de personajes ambiguos y cambiantes (y por eso mismo algo sorprendentes) sobre los que gira, hasta cierto punto, una parte del suspense, ya que de sus acciones y decisiones dependerá en algunos momentos clave lo bien (o mal) que les vaya a los protagonistas. En este sentido la empatía hacia los protagonistas (Tom, Jack, Aliena, Philip) y la apatía hacía los malvados (William y el obispo Waleran, principalmente) es un recurso fácil de conseguir en tanto que entre ellos no hay claroscuros de ningún tipo. Sin embargo esta simplicidad "moral" debilita el conjunto de la novela ya que desde el primer momento se conoce "por dónde" irá cada uno de los personajes. No hay sorpresas por este lado.

Y luego está el otro protagonista, o mejor dicho la excusa para la novela: la catedral. Diría que su presencia es opresiva, apabullante, omnipresente... pero mentiría si no añadiera que en realidad más allá de varias docenas de páginas llenas de arbotantes, arcos de medio punto, naves, contrafuertes, columnas, pilares, muretes y todo el conjunto de términos que se dan en clase de Arte (si es que aún se estudian estas cosas) la catedral es poco más que un escenario de fondo. Pese a que es una obsesión (de Tom), un sueño (de Philip), una pesadilla (de Waleran), un medio (de Aliena) y un reto (de Jack) Ken Follet no consigue transmitir ni de lejos la complejidad casi mística que rodeaba a este tipo de construcciones en el medievo. Se podría decir que la catedral es algo que "sucede porque no tiene más remedio" mientras transcurren los acontecimientos realmente importantes. Además la velocidad de construcción es mareante pese a los inconvenientes que van surgiendo con el paso de las páginas (derrumbe, ataques, crisis), hasta el punto de que en diez años (1135-1145) se levanta el templo. Poca cosa comparado con los casi cuarenta de la de Burgos (que se terminó por completo cerca de cien años después de comenzar las obras y eso que contaba con financiación del rey de Castilla), pero es de suponer que la realidad apenas importa cuando de una novela se trata.

Y eso nos lleva a la última parte: la veracidad histórica. En algunos aspectos Ken Follet se ciñe a lo manuales que haya consultado pero en otros, quizá en aras de que el lector de nuestra época se entere, opta por introducir términos y conceptos modernos inexistentes en la Edad Media. El más sangrante de ellos, al menos para mí, es el medir en centímetros y kilómetros, pero no es el único. El papel de las mujeres (en especial de la "emprendedora y empresaria liberal" Aliena) se ve muy condicionado por la actualidad y, probablemente, por un intento de dotar a la novela de ese ingrediente fingidamente igualitario que es "obligatorio" en cualquier obra actual. También el feudalismo que se ve en Los Pilares tiene poco que ver, a ratos, con el rígido sistema medieval de la época. Por no hablar del poco creíble (históricamente hablando al menos) asalto a Kingsbrigde (un feudo eclesiástico) por parte de las huestes de los Hamleigh, aunque sea en un momento de guerra civil. O la facilidad (¡y seguridad!) con que una mujer y un niño recién nacido pueden viajar desde Inglaterra hasta Toledo solos, a gran velocidad y sin tener ningún incidente... Y así bastantes más.

Sea como fuere Los Pilares de la Tierra es fácil de leer, entretenido y dotado de todos los componentes propios del best seller que es (incluyendo el componente sexual sine qua non). Y ahora, además, tiene continuación, como no podía ser de otro modo, claro.

1 comentario:

Alejandro Terenzani dijo...

Muy buen comentario. Estoy 100% de acuerdo.