martes, 13 de mayo de 2008

Reseña: Agente de Bizancio

Agente de Bizancio.

Harry Turtledove.

Reseña de: Santiago Gª Soláns

Libros del Atril. Col. Omicrón. Barcelona, 2008. Título original: Agent of Byzantium. Traducción: Ana Alonso Esteve. 364 páginas.

El Imperio Bizantino ha resistido los embates externos, e internos, que amenazaban con destruirlo y, años después de su caída en nuestra propia Historia, sigue manteniéndose en su máximo esplendor, dominando gran parte del mundo. Pero para lograrlo, para evitar las grandes amenazas a las que se enfrenta, la maquinaria imperial necesita apoyarse en un cuerpo de hombres especiales, unos agentes segretos: los “magistrianoi”, al que pertenece Basilios Argyros, quien se encontrará, por su trabajo, en medio o alrededor de algunos de los descubrimientos más importantes del saber humano, en esta ocasión a mayor gloria de Bizancio.

No es Agente de Bizancio una novela al uso, sino una sucesión de relatos o aventuras encadenadas en las que se verá envuelto el protagonista, sobre todo en torno a esos citados descubrimientos, vitales en la historia y el progreso de la humanidad. Es curioso observar que el autor postula que casi todos ellos provengan de fuera del Imperio, pero que sea éste el que sepa aprovecharse de ellos y refinarlos hasta sus máximas posibilidades, mejorándolos y sirviéndose de ellos para mantener su superioridad sobre los auténticos “descubridores”.

Nos presenta Turtledove un mundo en el que el Islam no existe y por tanto nunca se convirtió en la fuerza que llegó a amenazar el Occidente europeo con su expansión; un mundo en que Mahoma es un santo cristiano de gran predicamento; en el que los persas son la otra gran potencia mundial, siempre en difícil equilibrio con Bizancio; y en el que, sin embargo, el lector asistirá al reflejo de algunos de los más importantes momentos de nuestra propia historia, con diferentes actores y protagonistas, pero con resultados semejantes (¿o tal vez no?). En esta particular distorsión de nuestro mundo, la amenaza para el Imperio no vendrá tanto de fuera (sin un Islam que se plante a sus puertas), sino de las propias corrientes del cristianismo, con herejías como los monofisitas, los nestorianos o los iconoclastas, que se convierten en continua fuente de tensiones para la Ciudad de la que todas las demás son reflejo.

A través de un marcado tono aventurero, con acción a raudales, Turtledove va postulando la tesis de que los principales avances tecnológicos, y su dominio, son en realidad los que permiten la posesión y el mantenimiento del Poder contra otras culturas, igual de pujantes tal vez, pero más atrasadas y por tanto más fácilmente subyugables.

Argyros cumpliendo sus diferentes misiones, viajará por todos los territorios del Imperio, desde la propia Constantinopla, a la lejana Hispania, a Alejandría o a las fronteras desérticas con el Imperio Persa. De todas sus aventuras sacará algo provechoso para Bizancio, incluso en las más amargas para él mismo encontrará un legado que mantenga a su gente por delante de los demás pueblos, como pueda ser el descubrimiento de las vacunas. En otras aventuras más felices, aunque siempre complicadas, el protagonista se enfrentará al nacimiento de fenómenos como la huelga, la pólvora o una rudimentaria imprenta, entre otros muchos; depositándolos siempre ante el altar del progreso del Imperio Bizantino.

Es esta estructura de relatos cronológicamente encadenados, que por una parte permite el avance de la narración al saltar de una aventura a otra sin prácticamente enlace o la debida elipsis, la que, sin embargo, impide que el protagonista adquiera una personalidad plena, un crecimiento que le permita desarrollarse ante el lector en su plenitud, ya que Argyros se antoja como un personaje que no evoluciona demasiado a pesar de las muchas cosas que le suceden. Parece que Turtledove ha preferido centrarse en los descubrimientos que cambian el mundo donde sitúa la acción, antes que en desarrollar psicológicamente a su protagonista. Es cierto que esto lo convierte en un tanto “plano” (y no digamos ya del resto de secundarios, recurrentes o no, que van apareciendo), pero tampoco afecta negativamente a la narración, salvo en el hecho de que se pierde mucha posible empatía que implicase al lector dentro de lo narrado.

Es Agente de Bizancio un libro curioso e interesante, una ucronía perfectamente planteada, coherente con las reglas internas del mundo descrito y que se sirve de los cambios para reflexionar en cierto modo (sin olvidar en ningún momento que lo que domina es la aventura, la acción, en sí misma) sobre nuestro propio pasado y nuestra historia, confrontando a dónde nos han llevado los avances tecnológicos o los enfrentamientos religiosos con el lugar dónde podrían habernos llevado si las cosas hubiesen sido, tan sólo, un poco diferentes.

Y como reflexión propia, uno se pregunta si es lícito, por mucho más famoso que sea, el incluir en la portada (tanto en la edición original como en la española) a tamaño mucho más grande el nombre de Isaac Asimov como "presentador" (apenas tres páginas hablando en general sobre las ucronías, más que del propio libro) que el del propio autor. En fin, marketing lo llaman, y si sirve para que alguien pique con un libro que merece la pena ser leído por si mismo, pues bienvenido sea.


1 comentario:

Fujur dijo...

Tomo nota de su genial recomendación! viniendo del maestro Asimov no puede ser más que buena ;-)

encantado de conocer este blog!"

un abrazo!