miércoles, 28 de julio de 2010

Reseña: El agente de las estrellas

El agente de las estrellas.

John Scalzi.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Barcelona, 2010. Título original: Agent to the Stars. Traducción: Rafael Marín. 319 páginas.

Bien, la vieja cuestión planteada por tantos astrónomos, científicos y escritores de ciencia ficción por fin tiene respuesta y es afirmativa. Sí, ahí fuera existe vida inteligente y ha decidido contactar con la Humanidad. Después de cruzar el espacio interestelar en un asteroide ahuecado, los Yherajk, unos extraterrestres pacíficos y amigables, buscan la mejor manera de darse a conocer a los habitantes de la Tierra. Pero hay un doble problema. Por un lado, tras años de recibir las señales de TV que emanan del planeta han llegado a la conclusión de que presentarse delante de la Casa Blanca diciendo aquello de “venimos en son de paz; llevadnos ante vuestro líder” no es la mejor manera de ganarse la confianza de los dirigentes humanos y del público en general visto los precedentes de las películas de Hollywood. Y eso es algo que entronca con el segundo problema: los alienígenas tienen el aspecto de un montón de gelatina viscosa y se comunican mediante una serie de olores que van de lo fétido a lo nauseabundo. Así que, ¿cómo darse a conocer sin causar el pánico ni el rechazo? Ya que están bien familiarizados con la «cultura popular», han decidido que el mejor camino es contratar a una agencia de representación de actores para que consigan hacerlos atractivos ante la gente. Dicho y hecho, y de esta manera la vida de Thomas Stein dará un vuelco inesperado cuando tenga que encargarse de la representación de los Yherajk, en concreto de uno de ellos llamado Joshua. Los visitantes necesitan un urgente cambio de imagen, un total lavado de cara que los haga «aceptables» para los humanos, y sobre todo necesitan que todo el asunto sea llevado en estricto secreto hasta que llegue el momento ideal para darse a conocer; algo que podría no ser sencillo en absoluto.

En la propia introducción a la novela, el autor reconoce que se tomó la gestación de El agente de las estrellas como una especie de ejercicio literario que colgaba por capítulos en su blog para ir practicando, un primer intento de escribir un texto largo y completo, pero que el experimento pronto tomó fuerza hasta el punto de que la obra resultante recibiría varias ediciones en papel, con alguna corrección por el camino para adecuarla al paso del tiempo ―referencias a películas, actores y marcas sobre todo― y que no se quedase rápidamente desfasada. Hay en ella, sin embargo, una ambivalencia realmente extraña, al mezclar una historia claramente divertida, pero intrascendente, del primer contacto con una especie extraterrestre desde un punto de vista bastante humorístico, con temas de mayor calado y seriedad, como es el del Holocausto, que dan al conjunto una sensación de difícil equilibrio, de cierta indefinición entre lo insustancial y lo trascendente.

El tono general es el de una comedia de enredo, en la que Thomas deberá lidiar a un tiempo con su nueva tarea y con algunos de sus antiguos representados, en especial de Michelle Beck, una rubia explosiva de estrella ascendente que debe su fama más a su impresionante belleza que a sus dotes interpretativas, protagonista de una película de serie B de inesperado éxito de la que se está preparando una segunda parte destinada a ser el mega blockbuster del año y por la que cobrará una millonada. El problema es que ella desea interpretar «papeles serios», y más en concreto protagonizar Malos recuerdos, un guión sobre la vida de Rachel Spiegelman, una judia superviviente del gueto de Varsovia y de los campos de concentración nazis, fugada de Treblinka y activista por los derechos de los negros en su nueva vida en los EE.UU. después de la guerra. Un papel para el que no está en absoluto preparada, totalmente fuera de su «registro», y un personaje además con el que no guarda ningún parecido físico. Sus reiteradas exigencias y sus negativas a renunciar a su deseo darán lugar a algunas de las situaciones más estrámboticas y divertidas de la novela, al tiempo que ofrecerá posteriormente el necesario toque conmovedor y algo lacrimógeno frente al humor disparatado de muchas de las situaciones.

Con la ayuda de Miranda, su fiel ayudante-secretaria dedicada sobre todo a cubrirle las espaldas y mantenerlo apartado de los problemas, deberá lidiar no solo con Michelle, sino con agentes rivales de la propia agencia que envidian su nueva cercanía al jefe de la misma, Carl Lupo ―con quien contactan los alienígenas en primer lugar― o con otros de esos «representados» que se encuentran molestos con su decisión de «cedérselos» a otros agentes al tener que dedicar casi todo su tiempo al proyecto secreto de Joshua ―como la insoportable Tea Reader, de carrera más que estancada y que, sin embargo, va por la vida como una diva―, o con un reportero de una publicación de chismorreos hollywoodienses, Jim Van Doren, que oliéndose una historia en el peculiar comportamiento del protagonista no dudará en perseguirlo e inventarse declaraciones sobre él cuando no sea capaz de obtenerlas lícitamente, llegando a sacar de quicio a todos los implicados y consiguiendo que alguno de los clientes de Thomas lo abandonen. En toda esta vorágine,es un poco triste descubrir que la única presencia afectiva y familiar en la vida del protagonista es el achacoso perro labrador del vecino, Ralph, que pasa gran parte de su tiempo en su casa y con el que Joshua establecerá una peculiar relación.

El agente de las estrellas es una lectura ágil y rápida, con un estilo sencillo y lineal, llena de continuas e incisivas referencias a la cultura popular, sobre todo del cine y la televisión, con un alto contenido satírico hacia el mundo de Hollywood que desde luego no sale del todo bien parado, y con unos cuantos dardos acerados lanzados contra el estamento político ―que no sale mejor librado que los habitantes de la meca del cine―, con partes realmente divertidas, con pasajes llenos de humor nacido de los malentendidos y de los enredos alocados que propicia la necesidad de mantener en secreto la tarea de Thomas y a sus representados, pero que conforme va avanzando se decanta cada vez más por la seriedad del tema del Holocausto; tema que ―hay que reconocerlo― parece introducido de una forma algo forzada, sin casar del todo con lo que hasta entonces estaba ofreciendo el autor y rompiendo con el tono general de la novela de la que se adueña prácticamente en su totalidad hacia el final.

Es precisamente el tratamiento de un tema de tanta seriedad dentro de la línea de comedia que se imponía al principio lo que hace que la lectura deje en el lector una sensación algo extraña, indefinida, como en tierra de nadie, dudando si ha leído una descerebrada historia del mundillo de Hollywood y un improbable «primer contacto» o si debería encontrarse reflexionando sobre la barbarie humana y su influencia a lo largo de la Historia a pesar del tiempo pasado desde que sucedieran los hechos aciagos. Sin toda la parafernalia temática del Holocausto, sería una recomendable y divertida historia para pasar una desenfadada tarde veraniega sin gastar neuronas ni implicarse emocionalmente en absoluto. Tal y como se planeta el final queda una sensación en el lector de que le han cambiado sin avisar todos los parámetros de la lectura en la que se encontraba inmerso. Muy posiblemente sea debido a esa cualidad de experimento literario, de historia escrita inicialmente para un blog en un periodo dilatado de tiempo, lo que, por muchas correcciones que haya realizado el autor, produzca esta confrontación temática tan marcada.

A pesar de todo ello, el libro, repleto de giros imprevistos, inverosímiles y divertidos que el autor parece tomar como un juego, se lee en un suspiro, produce un buen número de sonrisas a pesar del dudoso gusto de algunos «chistes» sobre los olores expelidos por los alienígenas, invita a una tibia reflexión tanto sobre los «tiburones» que pueblan las aguas en las que nadan agentes, directores, productores y actores de Hollywood como en la barbarie del pasado que lamentablemente se repite una y otra vez a diferentes escalas y en muchos rincones del mundo. Aprovecha a lo largo de la novela Scalzi el barniz del humor para tratar temas candentes como el control de la mente, la eutanasia, los juegos de poder, los prejuicios contra quien es diferente, la religión, el poder de la prensa o el control de la información. La trama de ciencia ficción, de ese primer contacto, se convierte en la mayor parte del libro en la excusa ideal para destripar los entresijos del mundillo de Hollywood, y es justamente la humanidad de los personajes ―autóctonos y alienígenas en cierto modo― con su obcecado absurdo quienes salvan la narración y la hacen interesante.

El final es, no obstante, bastante discutible tanto filosófica como objetivamente, tensando en exceso la credulidad ―¿realmente la Humanidad aceptaría esa solución?―, pero al menos consigue sorprender y pone el broche a la trama de una forma amable que invita a esbozar una última sonrisa. Así, El agente de las estrellas es una novela entretenida, de consumo rápido, divertida y emotiva por momentos, pero algo indefinida en cuanto a su propósito temático. Un ejercicio literario, después de todo, que parece que va a discurrir por una senda y luego se va por otro camino; y que seguramente no terminará de convencer del todo a los seguidores de la ciencia ficción, pero sí a lectores de comedias más ligeras dado la inexistencia de contenidos técnicos o científicos que «entorpezcan» su lectura. Ligera, simpática e intrascendente.


domingo, 18 de julio de 2010

Reseña: Nación

Nación.

Terry Pratchett.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Timun Mas. Barcelona, 2010. Título original: Nation. Traducción: Miguel Antón. 453 páginas.

Mau ha ido a la isla de los Muchachos a pasar su rito de iniciación a la madurez, dejando la infancia atrás y obteniendo su alma de hombre al regresar a la Nación, pero en el viaje de vuelta un maremoto arrasa con su hogar, con toda su gente, con todo lo que conocía, dejándolo solo y, tal y como él lo entiende, sin alma. Al mismo tiempo, la gigantesca ola ha embarrancado en otra parte de la isla una goleta británica, la Sweet Judy, cuyos únicos supervivientes serán Ermintrude ―quien luego será conocida como Daphne― y un loro medio loco y mal hablado. Tras la dura asunción de su situación, ambos deberán romper las barreras de la comunicación para iniciar sus vidas prácticamente desde cero. Con el paso de los días, algunos refugiados irán arribando a la isla y los dos jóvenes se enfrentarán a situaciones inéditas que les obligan a madurar a marchas forzadas y a hacer cosas que nunca hubieran soñado ni su cultura permitido ―una joven británica de buena cuna, bien educada, y heredera de la Corona Británica en grado lejano, ¿masticándole la comida a una anciana y desdentada «salvaje» o ayudando en un parto? Inimaginable―. Antes del suceso Daphne ni se hubiera planteado cuestionarse la rígida educación en la que ha crecido. Y Mau pronto descubrirá con desazón que, como único superviviente de los habitantes de la isla y a pesar de estar convencido de que ser alguien sin alma, debe asumir el manto del liderazgo y construir un futuro para su nuevo pueblo sin estar en absoluto preparado.

Cuando sucede una desgracia, un cataclismo, una pérdida irreparable siempre parece acudir a la mente ―sobre todo a la de aquellos que dicen no «creer»― la misma pregunta: ¿Cómo puede Dios permitir esto? ¿Cómo deja que una buena persona sea asesinada? ¿Cómo permite que un terremoto asole poblaciones enteras causando miles de muertos? Hablando con un amigo sacerdote sobre el reciente terremoto de Haití me dijo algo como que Dios ni permite ni provoca las catástrofes, es tan solo la naturaleza la que sigue su propio curso ajena a todo sufrimiento; Dios ni empuña la pistola ni desvía la bala; y todos los que piden explicaciones por su falta de acción, clamarían al cielo ―y nunca mejor dicho― si se dedicase a intervenir en las vidas de los humanos por su «puño opresor» director de nuestros destinos. La naturaleza, al igual que el ser humano, es libre, y no son los designios divinos sino los actos naturales los que causan las catástrofes. Algo así le sucede a Mau cuando el tsunami arrasa su isla y con ella a toda su gente; incapaz de explicarse lo sucedido, clamará a los dioses por su inmisericordia cuando ellos en ningún momento han causado la hecatombe, no tienen culpa alguna.

La acción de la novela discurre en una Tierra alternativa a la nuestra, similar en muchas cosas, pero sutilmente diferente en otras, durante el siglo XIX. En una isla, tan pequeña que ni siquiera merece aparecer en los mapas, situada en el Gran Oceáno Pelágico Meridional ―el equivalente a nuestra Polinesia―, Mau y Daphne y una serie de heterogéneos personajes que se les irán uniendo deben establecer una nueva sociedad partiendo de los restos de la catástrofe y de unas tradiciones que se les quedan pequeñas. Nada será fácil y habrá muchas piedras ―literalmente― en su camino.

Para los lectores habituales de Pratchett hay que remarcar lo obvio, esta no es una novela del Mundodisco, aunque se puedan rastrear en ella multitud de los temas a los que el autor acostumbra a dar salida en su famosa serie, planteando cuestiones de carácter filosófico o incluso metafísico con una sencillez y una eficacia pasmosas, que van permeando en la mente del lector casi sin que se de cuenta, inmerso en el relato de las aventuras de la pareja protagonista y sus acompañantes mientras disfruta de su particular humor, mucho más sutil en esta ocasión. Un humor caustico, presente sin duda, pero usado más como contrapunto a la tensión de las situaciones que en búsqueda de la carcajada por si misma. Y es que los temas tratados, como en las mejores comedias, son algo muy serio.

El enfrentamiento entre la tradición y el conocimiento ―que se demuestra que puede no ser tal―, o la duda de si es posible mantener la fe ante los nuevos descubrimientos de la ciencia. Hay quien ha visto aquí un ataque contra la religión en general ―algo habitual por otra parte en Pratchett, sobre todo contra la «religión organizada»―, sin embargo yo no lo veo en absoluto. Es cierto que Mau se cuestiona todo su sistema de creencias, que se enfrenta a los dioses que le hablan en su cabeza y le exigen que restituya sus ídolos, pero al final, la convivencia ciencia-creencias queda reflejada en esta frase tan reveladora como “(...) Imo [el dios principal de la Nación] nos había hecho lo bastante listos para darnos cuenta de que él no existía”, con la que Pratchett deja en manos de cada cual la decisión de creer o no, sin mojarse demasiado. El evidente cariño con el que trata al fanático chamán, que debe enfrentarse a las evidentes contradicciones de sus creencias y reencontrarse con sus dioses desde una nueva luz, de alguna manera hace evidente que Pratchett es mucho más tolerante de lo que le suponen algunos.

La historia de un nuevo comienzo, de crear una civilización desde sus raíces en el aislamiento de una isla es hay un clásico de la Literatura, desde Defoe o Verne hasta William Golding y su descarnada visión de la crueldad de los niños. Pratchett apuesta de alguna manera por el poder liberador de la ciencia siempre que no encadene al ser humano, que respete sus orígenes, la razón como liberadora de ideas erróneas y no como justificadora de nuevas opresiones.

Como la mejor Literatura Satírica, Nación encierra una fiera crítica y una clara invitación a la reflexión, sobre la muerte, los prejuicios y sentimiento de superioridad de los supuestos seres «civilizados» ante el «buen salvaje» que a la postre tiene mucho que enseñarles, sobre el papel de las mujeres en la sociedad, sobre la intolerancia, el respeto al diferente, la identidad propia, el sentimiento de pertenencia a un lugar, sobre la construcción de una personalidad propia, libre de influencias, sobre las creencias, la responsabilidad de quien ejerce el mando, las tradiciones, sobre lo que significa crecer y madurar, la búsqueda del conocimiento y del sufrimiento que puede acarrear, sobre la fe, sobre la preponderancia de unos hombres sobre otros, la injusticia, el amor y la amistad, sobre el colonialismo y la justificación para robar a otros sus tierras y sus culturas, sobre lo que hace que un territorio sea una nación y lo que eso significa, si es que realmente significa algo, su pertenencia a ella más allá del hecho de haber nacido en determinado lugar, sobre la imprescindible necesidad de la comunicación, de entenderse los unos a los otros poniendo cada uno de su parte, sobre la honestidad con uno mismo y con los demás, sobre el compartir...

Se plantea así la construcción de una nueva sociedad básicamente justa, sin referentes previos, o más bien haciendo una amalgama de algunos de ellos y desechando los que parecen haber quedado obsoletos. Ambos, Mau y Daphne, deberán abandonar formas de pensar anquilosadas por sus respectivas tradiciones, lo que le dicen los Ancestros de la isla a él y la rígida educación que su abuela ha impuesto en ella. Los dos jóvenes han perdido todo el marco cultural en el que habían crecido y en el que se sentían seguros, ahora todo es nuevo y deben ir inventando soluciones según surgen los problemas. Los dos deben descubrir las fuerzas que guardan en su interior, a pesar de todas sus dudas, y enfrentarse al futuro con decisión a pesar de todas las incertidumbres.

A Mau le cuesta entender qué ha causado el maremoto, y se cuestiona lo que significa en el entorno de las creencias ―de esos Ancestros que no paran de hablarle presionándole para que cumpla sus órdenes y que él siente que le han fallado― en el que siempre se ha movido. En un nuevo escenario debe plantearse si se aferra a las costumbres ancestrales de su pueblo o si ya no está atado a ellas ahora que todos han desaparecido. Daphne debe descubrirse a sí misma, liberándose del estrecho corsé que la rígida sociedad británica ―la occidental de aquella época, en todo caso― impone a las mujeres, diciéndoles cómo deben actuar y pensar, imponiendo en su mente unas férreas cadenas muy difíciles de romper. Ambos deben luchar contra todo lo que han conocido, todo lo que se les ha inculcado, para construir algo nuevo, utilizando siempre los mimbres disponibles, pero dándoles una nueva orientación. Es una historia de crecimiento y maduración, de descubrimiento personal y de las difícil decisiones que deben tomarse para hacerse cargo da la propia vida, sin dejarse influenciar por nada ni por nadie.

A pesar de que el sentido de humor de Pratchett está en todo momento presente, Nación no es un libro básicamente humorístico. Hay una gran tristeza encerrada en sus páginas, no solo en ese trágico comienzo donde Mau debe enfrentarse a la extinción de toda su tribu en una escena tremenda por su dura carga poética, sino en la certeza de que todos los refugiados tienen una historia de dolor similar al suyo.

Ningún lector habitual de Pratchett puede sorprenderse de la cantidad de mensajes que encierra y de la reflexión a la que invita su lectura. Esta novela ofrece una muestra del autor en su vena más incisiva y humana, un autor ―aquejado de una rara variante de Alzheimer― poseedor todavía de una afilada mente que utiliza para azotar conciencias y hacer pensar de la mejor manera posible, a través de un entrañable y emocionante relato, donde el dolor y la alegría se suceden como en la vida misma, comunicando el mensaje de una manera tan agradable, suave e inadvertida que el lector tan solo al pasar la última página se da cuenta de la auténtica profundidad de la narración. Dos jóvenes enfrentados a la catástrofe, que en vez de dejarse vencer por las circunstancias, se enfrentarán al destino para descubrir el auténtico significado del valor, de la entrega desinteresada, del compañerismo, de la naturaleza del liderazgo y de la lealtad inquebrantable, del valor de las creencias y del no renunciar nunca a la esperanza por muy negro que se presente el futuro, de la amistad y de los sueños, de la capacidad redentora de la ciencia cuando es búsqueda de conocimiento y no una excusa para sojuzgar a los demás... Un libro muy entretenido de leer, divertido y estremecedor por momentos, y que invita a seguir reflexionando una vez terminado. Recomendable para todo tipo de lectores, desde la adolescencia a la plena madurez, que ha sido convertido en un musical ―que traiciona algo su espíritu, según las críticas― y que marca un importante punto de inflexión en la producción literaria de Pratchett, quien ―sin abandonar del todo su típico humor― ofrece una obra mucho más «seria» de lo habitual en su Mundodisco, donde, no obstante, muchas de estas ideas ya habían sido ensayadas, pero que con este ropaje quizá ganen en profundidad. Decir que me ha gustado mucho es quedarse corto. Magnífica novela.

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Otras reseñas de obras de Terry Pratchett:


Pies de barro. Una novela de Mundodisco.

Papá Puerco. Una novela de Mundodisco.

¡Voto a bríos! Una novela de Mundodisco.

Carpe jugulum. Una novela de Mundodisco.

El último héroe. Una fábula del Mundodisco.

Sólo tú puedes salvar a la Humanidad. Una aventura de Johnny Maxwell..

Johnny y los muertos. Una aventura de Johnny Maxwell.

Johnny y la bomba. Una aventura de Johnny Maxwell.



jueves, 15 de julio de 2010

Reseña: Cry Wolf

Cry Wolf.
Alfa y Omega 1.

Patricia Briggs.

Reseña de: Jamie M.

Versátil. Barcelona, 2009. Título original: Cry Wolf. Traducción: Daniel Aldea Rossell. (Incluye: Alpha & Omega; traducción: Christopher Henly y Helena Muzas Calpe). 381 páginas.

Se inicia con Cry Wolf la publicación de la serie paralela a la de Mercedes Thompson, de la misma autora, y que comparte con ella el mundo y alguno de los personajes secundarios, así como el rico trasfondo creado para La llamada de la luna (publicado en España, curiosamente, por otra editorial). Versátil ha incluido, muy acertadamente, la novela corta que da título y origen a la serie, Alfa & Omega, que sirve para poner en antecedentes al lector, aunque precisamente por ese detalle mi recomendación sería que se leyese no al terminar, como se encuentra situada en el libro, sino antes de la novela “principal”, saltando de inicio a la página 315 y solo tras su lectura empezar con Cry Wolf propiamente dicho. Hacerlo siguiendo el orden en que se encuentra publicado es como empezar por el capítulo cuatro y solo al llegar al final leer los capítulos 1 a 3 (que son de los que se compone Alfa & Omega), pues en realidad la historia allí narrada engancha con la “principal” prácticamente sin transición ni fisuras. La lástima es que el cambio de traductores de una y otra historia propicia que esta fórmula pueda llevar a una mala impresión, pues la traducción de Alfa & Omega es bastante inferior a la de Cry Wolf, con frases traducidas directamente, palabra por palabra, del inglés al español, como “cerró la luz”, y con algunos otros fallos de redacción que sin terminar de ser del todo molestos sí que entorpecen de cierta forma la lectura, pudiendo dar una idea equivocada del total, ya que en la novela principal no tienen lugar.

La acción de Alfa & Omega, empieza poco después de los sucesos de La llamada de la luna, siendo parte de lo allí narrado desencadenante de alguna manera de este relato. Después de lo narrado allí, cuando Bran, el lider de todos los lobos de Norteamérica, recibe una llamada de socorro de Anna, una loba aparentemente sumisa, aumentan sus sospechas de que hay algo turbio en la manada de Chicago; así el Marrok debe descubrir qué está sucediendo y para poner orden envía a su hijo Charles, quien, en busca de los motivos para que el alfa local actuara como lo hizo, descubrirá que la joven licántropa ha sufrido mucho a manos del resto de la manada sin causa aparente, haciéndosele evidente sin embargo que es una loba muy especial.

Adentrándose ya en Cry Wolf propiamente dicho, y después de haber hecho “limpieza”, Charles, herido, decidirá llevar a la joven a Aspen Creek con la manada del Marrok, quien por su parte debe enfrentarse a una serie de asesinatos y ataques aislados en los inhóspitos bosques del Parque Nacional Cabinet en Montana que parecen obra de un hombre lobo solitario, al tiempo que debe decidir si saca a la luz pública la existencia de los licántropos y, en caso afirmativo, la mejor forma de hacerlo. Y es en la primera tarea donde Anna y Charles tendrán una especial participación.

Un detalle que llama la poderosamente la atención es que la novela carece del humor característico que la autora hiciera gala en los diálogos de la serie de Mercedes Thompson, pero lo cierto es que después de la ordalía sufrida por Anna es de esperar que no le queden muchas ganas de bromas. La joven ha sido trasformada contra su voluntad, ha sido golpeada y violada por el resto de la manada de Chicago con el beneplácito de su Alfa, con lo que parece muy normal su desconfianza hacia cualquier lobo que se acerque a ella, sean cuales sean sus intenciones. Es un personaje que une una enorme vulnerabilidad, en que cualquier cosa aparentemente inofensiva puede hacerle gran daño, con una fortaleza interior que le lleva a enfrentar de cara todas las adversidades sin rendirse ni dejarse vencer.

A Anna se le ha hecho creer que es una loba sumisa, lo más bajo en el escalafón de la manada, y deberá cambiar su forma de pensar para aceptar su nueva situación como Omega, un lobo fuera de la estructura jerárquica de los licántropos, que no se siente amenaza por los lobos dominantes ni, por tanto, obligada a luchar por demostrar continuamente su estatus; y que, además, provoca un efecto calmante en los demás lobos con su simple presencia, convirtiéndose en una valioso activo para cualquier manada

El protagonismo de la acción recae, aparte de la mencionada Anna, en Charles, hijo de Bran y hermano de Samuel (quien, tras tener una importante participación en La llamada de la luna, llega aquí a hacer alguna aparición, aunque no así Mercy, a pesar de que sí se haga varias veces referencia a ella). Charles, que une a la importancia de ser hijo del Marrok el poseer la magia chamánica heredada de su madre, es el ejecutor de la manada, un lobo aparentemente insensible que ha tenido que levantar una fuerte coraza en torno a sus sentimientos y que deberá enfrentarse a la difícil tarea de ganarse la confianza y la aceptación (y el amor humano) de Anna que se supone acompañan al vínculo que parece unir a sus dos lobos.

Es de agradecer que Briggs no haya intentado repetir sin más la fórmula de su serie paralela, y así Anna y Mercy son muy diferentes (salvo porque las dos son mujeres jóvenes que se han tenido que buscar la vida para sobrevivir trabajando por su cuenta sin que nadie les diera nada hecho). A diferencia de la serie de Mercedes Thompson, que está narrada en primera persona, la de Alfa & Omega lo está en tercera, marcando una diferencia muy importante a la hora de acercarse a los personajes, a sus sentimientos y sensaciones, siguiendo a diversos “actores” en vez de centrarse en una sola protagonista y repartiendo mucho más la acción y permitiendo conocer más cosas del Marrok o de lobos tan peculiares como Asil, también conocido como El Moro.

Anna, además, al ser ella misma una licántropa, participa de lleno en la manada, (Mercy no deja de ser tan solo una observadora “externa”, por muy cercana que se encuentre a alguno de los lobos más importantes de Norteamérica), y al estar la propia novela mucho más centrada en los licántropos y sus costumbres, sin apenas participación de otras criaturas paranormales (no aparecen ni vampiros, ni feéricos, ni hadas, apenas una bruja...), le permite a la autora desarrollar con mayor profundidad la psicología de sus hombres-lobo, dando relieve a esa curiosa dicotomía de que en cada uno de ellos convivan conscientemente las dos personalidades, humana y lobuna, en un inestable conflicto interno. La mente humana permanece presente y activa incluso después de la transformación y recuerda y participa de lo que el lobo hace, mientras en su forma humana, los individuos saben lo que su lobo está pensando o deseando. Es como tener dos personas en un solo cuerpo, cambiante eso sí.

En cuanto a su temática, Cry Wolf de alguna manera choca con la clasificación de unos géneros artificialmente creados, como la denominación (que tan poco me gusta) de Fantasía Urbana al que debería adscribirse la novela. Pero, ¿cómo puede ser “urbana” una narración que se desarrolla básicamente en los bosques nevados de Montana? ¿Deberíamos llamarla Fantasía rural o forestal? Creo que no.

Tras esta pequeña digresión, cabe decir que la novela tiene un mayor componente de “romance” que la serie paralela, con la relación que se establece desde el principio entre Charles y Anna, una relación que juega quizá demasiado con el destino y que sin duda está llamada a desarrollarse mucho más en los próximos libros.

Es, sin embargo, un “romance”, como poco, peculiar, donde sus lobos interiores se reconocen desde un primer momento como “pareja” (algo así como el amor a primera vista) y son sus personalidades humanas las que deben asimilar el hecho y hacerle sitio en sus vidas, casi como si estuvieran predestinados o no tuvieran ninguna otra opción que estar juntos. No existe un proceso de enamoramiento, cortejo y conquista, sino que se pasa directamente a la fase de estar juntos, del apareamiento, y desde ahí deben aprender a convivir y conocerse, lo que, con los antecedentes de Anna, tampoco va a ser algo fácil. Briggs consigue el equilibrio al unir los elementos “románticos” con la acción, ofreciendo al lector una historia atractiva y emocionante a un tiempo, algo lenta en ocasiones, pero llena de interés para los seguidores de este tipo de fantasía.

El estilo utilizado en esta ocasión se antoja algo plano, monótono, incluso brusco, como contagiado del ánimo taciturno de Charles y de la parquedad sentimental de Anna, pero consigue que la acción avance con rapidez con un ritmo muy adecuado para la historia que se está contando, sin artificios, yendo directamente al grano, profundizando en la sociedad de los hombres-lobo, narrando la trama desde diferentes ópticas aunque de una forma prácticamente lineal, sin rodeos ni rellenos que distraigan la atención de lo verdaderamente importante. Seguro que Anna y Charles nos depararan nuevas sorpresas y seguirán desarrollando su peculiar relación en La ciudad esmeralda. Todavía quedan muchas historias que contar de los hombres-lobo de Norteamérica.

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Reseñas de otras obras de Patricia Briggs:


La llamada de la luna. Mercedes Thompson 1.

Vínculos sangrientos. Mercedes Thompson 2.


lunes, 12 de julio de 2010

Reseña: Piel de fantasma

Piel de fantasma.

Rafael Marín.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo AJEC. Col. Albemuth Internacional # 30. Granada, 2010. 235 páginas.

Publicados de forma muy dispersa y hoy prácticamente inencontrables, es toda una oportunidad poder acceder a estos relatos de forma conjunta. Los que el lector va a encontrar en este volumen son cuentos de madurez, de equilibrio, profundamente sinceros, muy literarios, poéticos por momentos, repletos de imágenes y metáforas, de retruécanos, con una intencionada carga política en ocasiones, y donde el autor ha dejado sin duda mucho de si mismo y de sus vivencias ―como en ese Cádiz o ese instituto tantas veces retratados―. Son relatos con un trasfondo mayoritariamente algo triste, cargados de palpable nostalgia incluso cuando tienen un final feliz, impregnados de melancolía, anhelantes de tiempos pasados, de calles recorridas que ya no son las mismas que fueron, de reflejos en el espejo que ya no son hoy lo que se viera ayer...

Empieza la antología con Bibliópolis, toda una declaración de principios. Con un toque muy «borgiano», con una idea recurrentemente explorada con distinto acierto ―antes y después, desde el propio Borges, pasando por Gaiman y su Sandman hasta el más reciente, y posterior, Pozo de las tramas perdidas de Thursday Next―, el protagonista, un escritor que ha perdido su inspiración, viaja en sueños a una biblioteca donde se encuentran aquellas obras jamás plasmadas ―no solo literarias― por sus autores, y allí decidirá «robarse» a sí mismo y copiar los libros que su imaginación podría haber escrito si no le hubieran fallado las musas. Bibliópolis es así una ciudad de mármol depositaria del arte aún no realizado y esta es la historia de una obsesión que persigue la creación literaria como fin sin más objetivo, y enmascara la locura destructora de quien vive tan solo para encontrarse a sí mismo en sus escritos y liberar sus demonios. Es muy emotivo el «cameo» de Robert Capa y su reflexión sobre sus fotografías no realizadas. Un hermoso cuento.

El segundo relato, Ragnarok en las playas de Itaca, también habla, en cierta manera, de la locura y la obsesión. Hace mucho tiempo, los dioses olímpicos fueron perseguidos hasta casi el exterminio por un enemigo implacable en busca de venganza; los pocos supervivientes, con el aliento de su perseguidor en el cuello, eligieron el olvido antes que la extinción y bebiendo nepente olvidaron lo que habían sido. Pero la cacería ha permanecido a lo largo de los años y en nuestros días podría estar llegándose a uno de sus últimos capítulos. Marín juega con maestría con los mitos y las religiones para ofrecer una versión de las epopeyas griegas y de la desaparición de los Olímpicos tal vez algo diferente a la que nos ha llegado a través del tiempo y de la visión de los poetas clásicos. Con gran erudición ―que luego también mostrará en otros campos en una especie de marca de la casa―, el autor aplica sus conocimientos sin pedantería para ofrecer una mirada nostálgica sobre las consecuencias que el inmisericorde paso del tiempo tiene sobre la memoria. Sobra, tal vez, la explicación de los nombres de los protagonistas, evidentes a pocas referencias que se tengan ―sobre todo cuando en el mismo cuento aparecen esas referencias―, es impresionante no obstante cómo hace encajar sus propias piezas en los huecos vacíos del mito para que la toda la trama funcione a la perfección. Destila mucha ironía, cierto cansancio y, tal vez, una aceptación de la rendición ante fuerzas mayores.

Con el tercer relato, Una canica en la palmera, el autor interna a sus lectores en las calles y la historia de su querida Cádiz. Es difícil hablar de este cuento sin destripar una parte demasiado importante del argumento, una parte que a pesar de ser intuida desde bastante pronto de la narración del inicio de la amistad entre dos niños de ocho y siete años respectivamente, Lucía, de vuelta en la ciudad al haber conseguido su padre profesor, por fin, plaza fija allí, y Pablo, que conoce un montón de juegos antiguos y calza unas extraños «zapatos» de esparto, que serán un «espanto», pero al menos son cómodos; una amistad que es mejor que el lector descubra por sí mismo para poder paladear del todo la maestría con la que Marín va desvelando los detalles. Un relato de amor por el pasado, por la infancia que no ha de volver, de nostalgia por unos tiempos quizá más sencillos, con menos prisas, con unos juegos y unos hábitos que no costaban un duro y entretenían en comunidad mucho más de lo que pueda hacer ahora cualquier «comunidad virtual». Se ha quedado, tal vez, un poco desfasado en cuanto a las referencias temporales de la protagonista, las películas y programas citados pertenecen, obviamente, al momento en que se escribió el cuento y a ello hay que retrotraerse. Y en la figura del novio de la tía de Lucía es fácil reconocer a cierto boxeador retirado, al que no nombra aquí, pero que luego protagonizará algún otro relato.

Le sigue, sin abandonar Cádiz, La piel que te hice en el aire, que amalgama en sí, todo el proceso creador, la movida madrileña, el imposible camino de retorno para recuperar el pasado, la difícil tarea arqueológica en busca de aquello que haga recuperar la memoria de lo perdido al crecer, un romance homosexual que debe florecer a escondidas que difícilmente escandaliza hoy en día, pero que en la época y el padre retratados se siente auténtico, las mentiras que se cuenta uno a sí mismo, el dolor de perder arte y amor a un tiempo... El retorno de Enrique Costas como profesor al colegio donde fuera alumno y donde todo, o casi todo, sigue igual y ya nada es como parecía, y en cuyos pasillos casi se intuye la presencia del propio autor en su faceta como docente, en el cariño con que retrata a ese anciano cura que se resiste a dejar la vida y su puesto, y en todas esas generaciones de mozalbetes que se desdibujan en las orlas de cada curso, confundiéndose nombres y caras, aventuras, travesuras y horas de estudio. La fría mirada hacia atrás para tratar de entender cómo se pudieron torcer tanto las cosas, como el destino juega con uno para trastocar los planes y las ilusiones, y como el amor puede matar pero también redimir y entregar un perdón no solicitado.

Con La sed de las panteras Marín traslada la acción tanto espacial como temporalmente, y lleva al lector al Madrid de la Guerra Civil, bajo los bombardeos fascistas, utilizando para su historia a un personaje que protagonizara luego ―o, más bien, antes― un cameo en una obra teatral de Alberti. Es este un relato sobre la barbarie, sobre el genio de Goya, sobre las obsesiones que llegan a convertirse en el único propósito en la vida, sobre la defensa de Madrid y el intento de proteger las obras de El Prado de las bombas indiscriminadas, sobre una pintura que tal vez no exista y que arrastra una extraña maldición para aquellos que dicen que la vieron en alguna ocasión, sobre la poesía y sobre los pintores y su bohemia y su compromiso político a pesar de todo. Sobre el inevitable destino. Incluye una interesante referencia al primer cuento, y al fotógrafo Capa, quien también apareciera allí. Para disfrutar y reflexionar a un tiempo.

Y la acción vuelve a Cádiz en El último suspiro. Una curiosa historia de fantasmas protagonizada por Torre, el boxeador retirado que hizo sus pinitos de detective y vive al borde de un cementerio. Se ve envuelto aquí en la resolución de un antiguo misterio cuando en un solar dela ciudad aparece un cadáver antiguo ―de hace unos treinta años, lo que lo diferencia de los muchos muertos hace la tira de tiempo, fenicios o romanos, o el inevitable sarcófago que aparecen en cuanto se inicia una nueva obra en el suelo de Cádiz―, al que le faltan las caderas. Es obvio que Marín ama profundamente a su ciudad, pero el exceso de modismos, de giros propios de la jerga del lugar de localismo... hace algo indigesto, literariamente, para el que no los comparte, el relato. Si la trama es realmente interesante, el misterio y su resolución fascinantes, la forma de narrarlos se hacen sumamente pesadas, con una prosa innecesariamente enrevesada con un «gracejo» que en pequeñas dosis puede resultar simpático, pero que para todo el cuento resulta algo cargante.

El siguiente Son de piedra, también en Cádiz, plantea cuántas cosas contarían las piedras si pudiesen hablar, cuántas historias guardan las paredes de una casa, cuántos secretos, cuántos dramas y alegrías, cuántos amores y rupturas... Chloe, quien aparece con otro nombre en un relato anterior ―y es que las brujas deben guardar su verdadera identidad― tiene el don, o la maldición, de oír y entender lo que dicen las piedras, los metales o las maderas, y utiliza su capacidad para rescatar la historia de una bruja anterior que habitó en la casa que ella decidió comprar al comprobar que permanecía muda ante su presencia, que no «le hablaba» salvo con la sensación de rechazo que su presencia le provocaba. Una historia de amor trágico, de cómo el destino no debe ser burlado, de culpa y tristeza, y del modo de intentar reparar algo por mucho que sea imposible hacerlo.

Y así se llega a Llena eres de gracia, un thriller que se diferencia notablemente del resto de historias de la antología al alejarse de elementos más «cotidianos» y cercanos al lector español para adentrarse en los entresijos del brazo armado ―y super secreto― del Vaticano y que tantas páginas ha llenado ―de múltiples formas y con mayor o menor acierto― en libros, comics y películas, mezclando de elementos sobrenaturales con otros mucho más mundanos. Ángela de Ory, una monja que en tiempo atrás fuera una afamada modelo de vida más que disoluta, entrará a formar parte de Ora pro nobis, el trio ejecutor de la Iglesia contra el Maligno en cualquiera de sus encarnaciones. Los tres protagonistas deben enfrentar aquí la misión de erradicar el mal allá donde se presenta, lo que les llevará a París y al corrupto mundo de la moda. Es una pena que, en su afán de ofrecer distintos puntos de vista de lo que va sucediendo, Marín deja de alguna manera colgado al personaje del periodista, que parece va a tener muchas más importancia de la que luego realmente tiene en lo que pudiera ser el único fallo importante achacable a este emocionante relato de acción. Los personajes, sobre todo Ángela, con sus dudas y sufrimientos, están estupendamente construidos, debatiéndose entre la incertidumbre de la monja ante su misión y la certeza de sus compañeros. Si la idea de base es algo tópica, no lo es en absoluto su desarrollo. Interesante y entretenido.

Con Volver a Sitges empieza a cerrarse la antología con una serie de relatos mucho más breves que los anteriores. Año tras año una pareja se reencuentra en el festival de cine de Sitges para renovar una amistad que va más allá, incluso, del simple amor. Dos personas que se liberan de su vida cotidiana en esos diez días de películas fantásticas que marcan, o marcaban, otra forma de entender el cine, y que en esta ocasión sabe a despedida, a melancolía por otros tiempos difícilmente recuperables, con ese último toque fantástico que irrumpe como un sueño.

A veces corren es una particular historia de zombis antes de que estos muertos vivientes se convirtieran en el fenómeno literario de moda y eran más «carne» cinematográfica. Una contestación a tanto «contagiado» en contraposición al zombi clásico, muerto y resucitado, que sin embargo sigue atado a sus hábitos; tal vez un homenaje a las películas de George A. Romero, donde los cadáveres sin cerebro perseguían casi arrastrándose, a paso de tortuga, a sus condenadas víctimas con una especie de paciencia inquebrantable que les impedía sacar ventaja en la persecución. Un chiste, en definitiva, una pequeña boutade a costa de la propia mitología del monstruo y de en lo que habría de convertirse posteriormente.

En Sombras de candilejas Marín despliega todo su amor y conocimiento de la figura de Charles Chaplin, por el cine clásico, todavía mudo y en blanco y negro, y por los tebeos, uniéndolo todo en una reflexión sobre el paso inmisericorde del tiempo que impide a los propios protagonistas intuir que los adelantos técnicos van a engullir su forma de vida; que primero el sonido ―tal vez de unos disparos― y luego el color ―puede que de unas perlas ensangrentadas― iban a dar paso a una nueva forma de su arte, donde muchos, incapaces de adaptarse, ya no tendrían sitio. Una fiesta en el antiguo Hollywood es el escenario elegido por Marín para plasmar su particular homenaje a unos actores que hicieron historia al iniciar con paciencia artesanal lo que después sería una «industria», al tiempo que el guiño final merece un auténtico aplauso.

Y para cerrar definitavamente la recopilación That's all right, mama le da al lector, en tan solo una página, un What if? de esos que tanto proliferan en los comics que tanto ama el autor. Un ¿qué hubiera sucedido si...? simpático con la longitud justa para despedir el volumen con una última muestra de erudición curiosa.

Desde luego, estos cuentos, ninguno inédito, pero todos difíciles de encontrar, se merecían una recopilación para encontrarse a disposición de su público. Confieso que solo había leído unos pocos de ellos, así que ha sido todo un placer poder acceder a todos en esta ocasión. Seguramente si Marín se dedicase a otro tipo de Literatura su nombre sería mucho más reconocido, pero yo le agradezco que sea fiel a si mismo y nos ofrezca estos relatos con su elemento fantástico capaces de emocionar y de producir escalofríos a un tiempo. Magnífico escritor y magníficas obras, a las que de alguna forma siento que no he conseguido hacer justicia en mi análisis. Todo un acierto por parte de AJEC el haber publicado este Piel de fantasma.

Rafael Marín posee un estilo preciosista, recargado en ocasiones, casi barroco, pero muy agradable, donde cada palabra y cada signo de puntuación están en su sitio y tienen su razón de ser, plagado de metáforas, de imágenes que se quedan en las retinas del cerebro como si realmente hubieran estado ante los ojos del lector. Cercano al «realismo mágico», la mayoría de estos relatos aprovechan el retrato de lo cotidiano, del día a día más cercano, para introducir un elemento perturbador con un toque fantástico que rompe los esquemas establecidos, situando la lectura en un nuevo parámetro. El autor deja sueltos todas sus filias y sus fobias ―desde Aute a Elvis, del cine al cómic, de su amado Cádiz a un más bien denostado Vaticano, de la Movida madrileña a las luces de Hollywood...― para construir historias perfectamente documentadas. Poseedor de un bagaje cultural asombroso y de una capacidad admirable de transformarlo en tramas, en misterios, en escenarios fascinantes, dueño del pasado y del presente, sin adentrarse en esta ocasión en ese futuro en el que también nos ha deparado grandes aventuras, Marín es capaz de despertar intensas sensaciones al tiempo que muestra las miserias humanas con una mirada tierna y cariñosa, sin duda, pero afilada cual bisturí diseccionador que deja todos los entresijos del alma de los protagonistas al aire para que cualquier lector los contemple y se vea reflejado en ellos. Y muchas veces no es nada agradable mirar bajo la piel y descubrir lo que allí se oculta, no solo fantasmas, sino los secretos que nadie quiere que vean la luz.

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Reseñas de otras obras del autor:


Juglar.


viernes, 9 de julio de 2010

Reseña: Lo mejor de Connie Willis II

Lo mejor de Connie Willis II.

Connie Willis.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2010. Título original: the Winds of Marble Arch. Traducción: Pedro Jorge romero. 413 páginas.

Para abrir el volumen , y supongo que para refrescar la memoria después del tiempo pasado entre uno y otro ―que nunca viene mal―, se vuelve a ofrecer la introducción de Willis ya publicada en el anterior. No voy a incidir mucho más en ello, sino para remarcar nuevamente lo revelador de muchas de las afirmaciones ahí vertidas por la autora que ha hecho que sea un placer volver a leerlo.

Pasando a los relatos, abre este segundo volumen La maldición de los reyes. Una excavación arqueológica en un planeta lejano esconde la historia de un genocidio que solo muy poco a poco es revelado. Pero tras el afán de los protagonistas de salir del planeta con los «tesoros» hallados ¿se encuentra solo el deseo de preservarlos y escapar de la enfermedad-maldición que los acompaña o hay algo más. ¿Se trata de salvar una «antigüedad» de valor incalculable o de un simple expolio interesado aprovechándose del atraso de la sociedad dominante del planeta? Sin duda el relato transmite un mensaje excesivamente ambiguo, demasiado difuso, escondiendo comportamientos algo cuestionables bajo la premura de recibir un tratamiento para la extraña enfermedad que parece afectar a los descubridores de una particular tumba milenaria y la amenaza de los poderosos del planeta. ¿Es lícito aprovecharse de los legítimos dueños por muy bárbaros que sean y por mucho que sus antepasados hubieran robado los bienes antes? El relato no es un mal relato, está correctamente escrito, con personajes bien desarrollados, es emotivo y se percibe perfectamente el sentimiento de premura, de irreparable pérdida si no se sacan las obras del planeta ―unas obras, eso sí, que habrían estado perfectamente a salvo si los arqueólogos no las hubieran desenterrado y sacado a la luz―. Es difícil tomar partido en esta historia, entre los expoliadores de uno y otro lado, salvo para lamentar que los verdaderos oprimidos, los descendientes del pueblo masacrado y subyugado mucho tiempo antes, sigan siendo los perdedores después de todo.

Con Incluso la reina vuelve el humor y la ácida crítica tan característica de los relatos de Willis. En una sociedad futura donde las mujeres se han librado de diversas tiranías femeninas, entre ellas la menstruación, acercándose a la igualdad real con los hombres, una joven decidirá apuntarse a las «Ciclistas», un grupo de mujeres que desean volver a la situación anterior. Una convulsa y algo improvisada reunión familiar en torno a la mesa de una cafetería servirá, con el irónico estilo de la autora, para poner de relevancia la dura lucha del auténtico feminismo para adquirir aquellos derechos tradicionalmente negados a las mujeres y, al mismo tiempo, denunciar de alguna manera el «hembrismo» ―el machismo femenino― y ciertas tendencias actuales de muchas supuestas feministas que terminan resultando algo risibles contempladas en el espejo de la hábil prosa de la autora. El típico cuento donde «no pasa nada», pero que al finalizar, tras la inevitable sonrisa, queda una profunda capa de reflexión. Quizá es que haya que llevar las cosas hasta el extremo, haciendo una broma de ellas, para que nos las tomemos en serio.

En Posada el lector se va a encontrar con una nueva, peculiar y diferente historia de Navidad que le llevará a plantearse qué significan en realidad esos días tan señalados, cuál es, o debería ser, su verdadero espíritu. Mientras el coro de la iglesia ensaya su función navideña y fuera cae una copiosa nevada, la caridad cristiana se muestra en entredicho y parece muy lejana mientras la esposa del pastor, la reverenda Farrison, hace quedarse a los sin hogar fuera de la iglesia mientras esperan la furgoneta que los lleve al refugio por la desconfianza y el recelo ante lo que pudieran hacer o robar dentro de la parroquia. Tan solo una de las componentes del coro, metiéndose en un monumental enredo, tratará de ayudar y poner de nuevo en su camino a dos peculiares viajeros que han perdido el rumbo; demostrando además que cuando la necesidad apremia y la voluntad es buena incluso la barrera del idioma se puede superar. Una denuncia al ritmo de vida actual, a la falta de empatía con los necesitados, a la desconfianza hacia el prójimo desconocido y una lección de humildad para todo el que tenga un poco de corazón; destinado a remover conciencias y a cuestionarse nuestros propios comportamientos ante los demás.

Le sigue Samaritano, que es tal vez, el cuento más prescindible de toda la antología ―y me refiero a los dos volúmenes―. Dando cuenta de la particular visión religiosa que tiene la autora y seguro que con muy buena voluntad, Willis plantea aquí la posibilidad de que un orangután, habiendo aprendido a comunicarse mediante el lenguaje de signos y a realizar pequeñas tareas de mantenimiento en una parroquia de la Iglesia ecuménica unida, tenga también un alma en el sentido cristiano de la palabra. En un relato que aparentemente quiere plantear unas cuestiones filosóficas de hondo calado, se antoja que se queda como mucho a medio camino; dejando la elección en manos de cada lector, sin mojarse realmente, y lo cierto es que la referencia al Samaritano del título y su aplicación a alguno de los protagonistas es, como poco, excesivamente ambigua. Es un relato muy insatisfactorio, que podría haber dado para mucho más, y que a pesar de todo se lee con agrado e interés por los personajes y sus vivencias, y que por eso deja una sensación ambivalente, más cercana a la decepción que a la satisfacción. Como siempre Willis construye una ambientación y una situación realmente intrigante, pero no acierta con la exposición y el desarrollo.

Y desde el futuro más o menos cercano, la autora lleva al lector a uno más lejano con Cultivo comercial situando la acción en un planeta colonizado por la humanidad, donde los descendientes de los primeros colonos luchan contra la dura naturaleza por sobrevivir a las malas cosechas, las enfermedades mortales y las circunstancias adversas, mientras buscan desesperadamente encontrar un producto que puedan exportar a la Tierra para conseguir un equilibrio que les permita cierta independencia. La lucha contra lo inevitable, la rebelión contra la eterna injusticia, el deseo de sacudirse el yugo invisible de los que mantienen el sistema productivo y que no desean cambios en el status quo se abren paso en la mente del lector. Con personajes que se debaten entre el amor, el deber, la obligación, la desesperación y el rechazo, se impone el hacer lo que debe hacerse por encima de cualquier otra consideración. Una dura lección que muchos debieran aprender. Una historia triste que apenas deja entrever un rayito de esperanza y que, sin duda, invita a la reflexión. Una nueva muestra de cómo Willis puede darle la vuelta a las ideas preconcebidas que va planteando la narración hasta llevar al lector dónde ella desea y que casi nunca suele ser lo que parecía en un principio.

Con Jack la autora vuelve al Blitz, el bombardeo sobre Londres en la II Guerra Mundial, una nueva visión de la brigada de incendios dándole en esta ocasión un toque de misterio que pudiera ser, o no, sobrenatural. En esta ocasión, con este escenario tan querido por ella, ofrece un relato más complejo de lo que pudiera parecer a través de un grupo heterogéneo de hombres y mujeres que lucha contra los fuegos causados por las bombas y buscan supervivientes entre los escombros; una historia de redención, de remediar algo del mal causado; y de amistad, de compartir lo poco que se tiene en tiempos de penuria, de la vida bajo presión y de las flores que crecen incluso entre el erial de la barbarie humana, de amor más allá de la razón. Muy posiblemente, no está a la altura de Brigada de incendios, pero le sigue de cerca. Se nota que Willis ama la Historia por el tacto exquisito que demuestra al retratarla en sus gentes y lugares. Y ama a las personas, haciendo a sus personajes «reales» ante los ojos del lector, dotándolos de una humanidad, de una sensibilidad y una credibilidad difícilmente igualados por otros autores.

El siguiente La última autocaravana es otro de los relatos multi-premiados de la autora. Uno se pregunta del porqué del cambio de título ―cuando incluso en contraportada aparece como El último de los Winnebagos, y que hace referencia no solo a esa última autocaravana, sino también a una tribu de «nativos americanos»―. El lector se encuentra con un mundo crepuscular donde una forma de entender la vida donde prima la rapidez está terminando con otra más tranquila y bucólica, con todo lo que ello conlleva de pérdida; un mundo que resultará especialmente triste para todos aquellos que amamos a los perros y que sabemos todo lo que significaría su desgraciada extinción. El fin de una era en un brillante tour de force donde la tecnología cerca al hombre ―a pesar de que los caminos imaginados por Willis han quedado un tanto desfasados―, limitando su mundo muchas veces en vez de agrandarlo, donde hay que renunciar a mucho tan solo para ganar en velocidad ciega en la frenética vida actual y donde el lector se implica emocionalmente con la suerte y el dolor de todos los protagonistas ―el fotógrafo que vive con el triste recuerdo de su perro, la joven que causó esa pérdida y que vive desde entonces con la angustia de la culpa no asimilada, la pareja de ancianos que ven como su mundo termina y tratan de poner buena cara al mal tiempo...―. Desde luego, si un acierto tiene la autora en todos sus relatos es la extrema facilidad que tiene para poner al lector en la piel de sus personajes, haciéndole partícipe de sus alegrías y tristezas, de sus problemas y sus nervios, de sus ansias y locuras. Demuestra historia a historia conocer a la perfección el alma humana y consigue retratarla con una aparente facilidad que esconde una muy profunda complejidad en la estructura de todas sus obras. Impresionante. Es fácil entender el porqué de tantos premios.

Con Rito para el entierro de los muertos la autora se adentra en los terrenos de las historias fantasmagóricas, con un reconocido homenaje a Mark Twain y su Tom Sawyer con un personaje que vuelve a casa, después de haber desaparecido y haber sido dado por muerto, a tiempo para asistir a su propio funeral. Una historia de amor trágica, de remordimientos y arrepentimiento a pesar de lo que el corazón indica. Y de egoísmo y de perdón y de vergüenza y de amistad inesperada... Un cuento tierno que se podría inscribir sin demasiado problema dentro del Romanticismo clásico, y que a pesar de no destacar especialmente mantiene alto el nivel del volumen.

En El alma escoge su propia compañía el lector se enfrenta de nuevo al humor más absurdo de Willis desatado de forma absoluta, o la historia de cómo dos poemas póstumos de Emily Dickinson dan las claves de cómo la escritora rechazó desde la tumba la invasión marciana luego relatada por H.G. Wells y que en verdad tuvo lugar en Amherst. Es un cuento de apariencia intrascendente pero que esconde muchos conocimientos y amor entre sus líneas. Sin duda, hay claves que se escapan para el no experto en Dickinson y su ausencia de rimas coherentes. Da también una ácida visión de la revisión y particular interpretación de los expertos estudiosos de ciertos autores a los que es posible hacer decir cualquier cosa que se les antoje en sus poemas, por muy absurdo que pueda sonar en principio. Hilarante es decir poco, aunque se hace un tanto exasperante con tanta nota a pie de página, y quizá solo guste a los amantes de la Literatura.

Y la autora se adentra de nuevo en la nostalgia con Azar. Qué sucedería si en vez de caminar por la acera bajo la lluvia se hubiera bajado a la calzada, o si en vez de coger el impreso equivocado se hubiese cogido el correcto, o si se hubiera quedado en la residencia en vez de salir... Decisión tras decisión que marcan irreparablemente una vida sin que se pueda hacer luego nada para volver atrás, para elegir otro camino que quizá no hubiera llevado al callejón en que actualmente se encuentra la protagonista del relato, de vuelta a la ciudad y a la universidad donde cursó sus estudios, rememorando acciones del pasado, lo que fue y lo que pudo haber sido. Una mirada sin duda melancólica sobre todas esas pequeñas cosas, esos detalles en los que apenas se reparan y que lanzan los «destinos» en una dirección determinada sin que realmente sin que posteriormente se pueda modificar el resultado. Una gran muestra de la excelencia de Willis para construir grandes historias con las cosas más cotidianas, un ejemplo de su gusto por la reiteración de un elemento dentro de la narración sobre el que gira casi toda la trama ―en este caso los repetidos intentos de la protagonista por conseguir un impreso para solicitar un puesto de trabajo―. Es una historia donde algunas pinceladas divertidas se mezclan con un intenso sentimiento de tristeza y pérdida, y que dan muestra de lo magnífica comunicadora que es Willis.

En el Rialto. Amor, humor, Hollywood y física cuántica. ¿Es posible mezclar estos elementos y que salga un cuento no solo coherente sino profundamente satisfactorio? Pues no hay duda de que sí y este es seguramente el mejor ejemplo de ello. Un congreso científico en el que una recepcionista aspirante a modelo guión actriz bastante «despistada» desatará el caos, mientras la protagonista trata de resistirse a los intereses románticos de otro de sus colegas y el ponente principal parece desaparecido, al tiempo que las conferencias previstas nunca parecen estar en la sala anunciada de antemano. Una comedia de enredo donde las habitaciones de hotel obtienen diferentes inquilinos a un mismo tiempo creando incómodas situaciones ―¿o tal vez no tanto?― y donde la inevitabilidad de los acontecimientos lucha contra la teoría de los mundos paralelos. Un relato delicioso que podría llegar a dar un nuevo sentido al principio de incertidumbre de Heidelberg.

Y cierra la antología Epifanía. Una estrella brillante guió a los tres reyes magos de oriente ante la presencia del niño Jesús el día de la Epifanía. Pero... ¿es posible una revelación semejante en el mundo de hoy en día? ¿Es posible sentir una llamada, dejarlo todo y, sin saber exactamente qué se está buscando, lanzarse a la carretera sin comunicarle a nadie tus intenciones y encomendándote tan solo a tu intuición? Pues algo así le sucede al padre Mel mientras está dando su sermón dominical, así que tras el oficio, sin pensar en las consecuencias y sin saber a ciencia cierta lo qué estaba persiguiendo, se quita la sotana y se encamina con su coche en dirección norte mientras las intensas nevadas cierran las carreteras a su espalda. Intensa, emotiva, solidaria, hermosa... Epifanía es la historia perfecta para cerrar la antología. No hace falta saber de religión para entender el mensaje, ni siquiera hace falta «creer», pues como Willis deja muy claro las señales se encuentran por doquier a nuestro alrededor, tan solo hace falta saber verlas e interpretarlas, la que tampoco es siempre algo sencillo. No es tanto el hecho religioso, sino el amar a tus semejantes, intentar comprenderlos y apoyarlos, incluso cuando no te entra en la cabeza su comportamiento, asistir al necesitado y esperar que la satisfacción del bien realizado sea su propia recompensa, sin esperar nada más a cambio.

De esta forma tan emotiva se terminan los dos volúmenes con lo mejor de la producción «corta» de Connie Willis, una colección de relatos que tienen en la variedad su principal virtud y que ganan con la relectura; que harán que el lector amante de la obra de la autora reflexione, que se ría y se sienta triste hasta llegar incluso al borde las lágrimas, que se emocione y que pase la última página con un suspiro de satisfacción. Como decía al principio de la reseña del primer volumen, sin duda Willis no es bocado para todos los paladares ―por ser excesivamente literaria, por sus referencias, por su enfoque, por sus temáticas... ¿quién lo sabe salvo sus detractores?―, pero para aquellos que lo disfrutan la degustación de estas historias será toda una delicia, una delicatessen, un plato ―una comilona, más bien― muy recomendable con el que merece la pena darse el atracón, pues no empacha en absoluto.

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Otras reseñas de obras de la autora:


Lo mejor de Connie Willis I.


martes, 6 de julio de 2010

Reseña: Lo mejor de Connie Willis I

Lo mejor de Connie Willis I.

Connie Willis.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Nova # 221.. Barcelona, 2008. Título original: The Winds of Marble Arch and Other Stories. Traducción: Pedro Jorge Romero. 363 páginas.

Desde la editorial se decidió en su momento publicar lo que era una sola recopilación de relatos de Connie Willis en dos volúmenes renombrados como Lo mejor de... Y si bien es cierto que el libro habría sido voluminoso y por tanto la división no es demasiado objetable per se, más se podría argumentar contra el tiempo pasado entre la edición del primero y el segundo ―prácticamente año y medio de diferencia― que, para aquellos como yo que prefieren leer los libros en su conjunto, ha hecho muy larga la espera. Por lo demás, antes de empezar con la reseña en sí, cabe reconocer que Willis es una autora que despierta tanto las más fervientes adhesiones como los más frontales rechazos, sin que aparentemente haya un punto medio, o se disfruta o se la odia; así que advierto de antemano que yo ―si se me permite obviar el fiasco de Tránsito― pertenezco al primer grupo, al de los que disfrutan enormemente de la producción de esta autora y que, por tanto, venía ya muy predispuesto a deleitarme también de esta recopilación ―además de que ya había leído varios de los relatos incluidos, editados en El espíritu de la Navidad y otras historias navideñas (La Factoría) o en El último de los winnebagos (Robel) [aunque este pertenece al Volumen II de esta edición] y lo cierto es que, con sus más y sus menos, ninguno me había dejado mal sabor― y no me equivocaba. En líneas generales, este primer volumen me ha transmitido, una sensación muy grata, con altibajos como suele suceder en cualquier antología, pero con un mayor número de aciertos que fallos.

Si algo caracteriza esta recopilación es la enorme variedad temática y de registro de la que hace alarde Willis, cambiando sin problema del humor al drama, del misterio a la sátira y del presente al futuro o al pasado sin que en momento alguno su escritura se resienta. Muchos de sus temas más queridos se encuentran aquí ampliamente representados en muy diversas formas, desde su amor por la Navidad, su peculiar forma de entender la religión, los viajes en el tiempo, el interés por el Blitz sobre Londres, las comedias románticas clásicas, un curioso ecologismo y defensa de los animales...

Precisamente, antes de entrar con los relatos, Willis ofrece “Una introducción para este libro o «Aquí están algunas de mis cosas favoritas»”, detallando un buen número de influencias que han marcado su forma de escribir tanto en cuanto a temática como a estilo: Shakespeare, las películas de comedia alocadas ―ya lo puede jurar, sí, pues es algo que ha convertido en una especie de firma o seña de identidad―, la ciencia ficción, su experiencia en los coros de iglesia y las bibliotecas públicas, entre otras muchas, que resulta muy revelador y de agradecer para conocer algo más a la autora.

En cuanto a los relatos en sí, el volumen se abre con Los vientos de Marble Arch, precisamente el cuento que da título a la recopilación original. En el metro de Londres unos extraños vientos salidos de ninguna parte y que aparentemente pocas personas pueden sentir, arrastran aromas que evocan otros tiempos. Mientras intenta encontrar entradas para un musical y su esposa Kathy solo piensa en ir de compras en taxi, Tom desea desentrañar el misterio que encierra el extraño fenómeno, preferentemente antes de que su matrimonio se vaya por el retrete. Es este una historia típica de Willis, con una trama de ritmo frenético, con el protagonista presionado por un tiempo límite, enfrentado a tareas varias de apariencia sencilla pero que tomadas en conjunto parecen imposibles de cumplir, metiéndose en callejones sin salida con pistas que no terminan de llevar a ningún sitio, intentando resolver un misterio de naturaleza desconcertante que elude su comprensión hasta que finalmente la solución es desvelada con un a sencillez pasmosa, no antes de haber pasado por un buen número de enredos. Una lectura terriblemente evocadora, llena de sentimiento, con un toque de humor endiablado y mucha nostalgia. El relato perfecto para empezar si lo que se deseaba era hacerlo fuerte y desde lo más alto, dejando un listón difícil de superar por las narraciones siguientes. Impresionante.

Sigue Luna azul con una trama donde se conjugan proyectos científicos, envidias profesionales, «zancadillas», un investigador que no podría ser más canalla, dos profesores fascinados por el lenguaje y cómo se genera, problemas de amor mezclado con el trabajo y sus impredecibles consecuencias ―y la que aquí ofrece Willis es realmente una historia de amor algo «diferente» y divertida―, carreras arriba y abajo y búsquedas desesperadas, mientras los castillos de naipes se desmoronan alrededor de los protagonistas... Una dulce ironía con un fondo levemente ecologista ―el tema de la recuperación de la capa de ozono subyace en todo el relato, pero como fondo para dar rienda suelta a otras de las pasiones de la autora―. Deliciosamente divertido, con la capacidad de poner nervioso ante lo bien construidos que se encuentran los personajes.

Con Igual que aquellas que solíamos tener el lector se encuentra con el primero de los relatos de tema navideño, tan querido por la autora. El deseo de unas Navidades blancas llevado al extremo para desesperación de muchos de los implicados y deleite de todos los demás. El colapso se cierne sobre el mundo occidental cuando se acerca la Nochebuena y no cesa de nevar, amenazando con destruir muchos de los planes preparados para esas fechas y todos los sueños que los mismos conllevan. Pero como no puede ser de otra manera, de entre el caos surgirá una luz. No es de sus mejores cuentos navideños, pero consigue transmitir un sentimiento de dulzura, de cariño y de una fuerte añoranza de tiempos perdidos en la infancia. Como nota curiosa, cabe comentar que incluso fue convertido en telefilme con el título de Snow Wonder para la televisión norteamericana.

Le sigue Daisy, al sol. El dolor del crecimiento unido al dolor de crecer en un lugar cerrado, lejos de un anhelado sol, que se ha convertido en una amenaza devastadora. Los recuerdos de los tiempos en que se era feliz, aunque también había sufrimiento. El enfrentarse a los propios miedos mientras todo alrededor parece derrumbarse y descubrir que lo que se teme a veces puede ser muy parecido a lo que se ama. Un desesperado grito silencioso que finalmente muere acallado por la resignación. Se trata de un relato un tanto críptico, con un toque poético muy acertado invitando a la reflexión mediante las sensaciones. Bonito, de una belleza cruel, quizá excesivamente pesimista, con un alto grado de inútil desesperación.

En Una carta de los Cleary Willis se adentra en un mundo postapocalíptico, donde la amenaza todavía se respira a cada paso que uno se aleja de la seguridad del refugio, una joven de catorce años que se negará, contra toda opinión, a dejar morir la esperanza en un relato con un toque muy crepuscular y triste sobre la lucha por sobrevivir después de las bombas. La autora despliega todo su buen hacer para provocar la empatía en torno a esa muchacha que se niega a rendirse mientras los que la rodean se dejan llevar por el desánimo y el pesimismo, y encuentra, tiempo después, la respuesta a un enigma que tal vez solo ella quería resolver.

En Carta de Navidad una familia se enfrenta a la «tradición» de hacer balance cuando el año termina. Pero cuando todo es demasiado bonito para ser real, y cuando la familia se convierte en un incordio compitiendo para ver quién ha conseguido mayores logros y cuyos vástagos han sido más «perfectos», Willis ofrece una sátira sobre los boletines familiares ―al parecer típicos en los EE.UU.― en los que parece obligado que el año que termina tenga que haber estado lleno de cosas interesantes, aunque haya que inventárselas. Una mirada entre ácida, irónica y tierna a las Navidades y a las relaciones familiares, y a lo que intentamos hacer para dejar contento a todo el mundo, aunque sepamos perfectamente que se trata de una misión imposible. Y si todo el mundo empieza a comportarse mejor, ¿podría haber una razón «externa» para ello? Quizá el relato sea algo largo para el mensaje, pero en cuanto la protagonista se ve inmersa en todos los enredos el lector ya no puede soltarlo hasta su desenlace. Invita a reflexionar sobre algunos de nuestros propios comportamientos, aunque quizá algunas de las cosas aquí retratadas nos queden algo lejos por mentalidad y acervo cultural. A pesar de la diversión, lo cierto es que no está a la altura de otros de sus cuentos navideños.

Y así se llega a Brigada de incendios. Uno de los más famosos y premiados relatos de la autora, situado durante el Blitz sobre Londres, al que un estudiante del futuro es enviado, con la preparación equivocada, a documentarse y colaborar en la defensa de la catedral de San Pablo durante los bombardeos alemanes. Terriblemente emotiva, da cuenta de todo aquello que se perdió en la II Guerra Mundial y que jamás podrá ser recuperado, reflejando todo el horror y la solidaridad, la valentía y el sacrificio ante la barbarie. Un relato que destila amor por la Historia en cada una de sus palabras, un homenaje a los hombres y mujeres que lucharon casi contra esperanza contra la sinrazón destructora. La triste y apenas resignada aceptación de que por mucho esfuerzo que pongamos hay ciertas cosas que no se pueden salvar. Sin duda se merece todos los premios conseguidos. Una joya.

En Directos a Portales el lector se encuentra con el particular homenaje de la autora al escritor Jack Williamson y a toda una forma de escribir y entender la ciencia ficción, quizá con el relato que más lejano pilla al lector español, a medias por lo poco publicado y conocido en España de Williamson, y por el desapego de un tema que pilla como muy lejano visto desde nuestra óptica. Resulta entretenido gracias al humor que destila y emociona por el cariño que destila hacia el autor; al tiempo que es interesante por el misterio que envuelve a esos felices turistas que viajan a Portales, una pequeña ciudad de Nuevo México sin aparentes lugares de interés, y la divertida confusión que arrastra un viajante al que un viaje de negocios ha dejado varado en el lugar un día antes de su cita y sin nada que hacer. Se antoja, sin embargo, como uno de los más flojos relatos de la antología.

Para desengrasar un tanto, pero disparando con bala, Ruido sería ―y lo sigue siendo― una hilarante historia si no fuera por lo de real que tiene aplicada a la sociedad «correctamente política del buen rollismo» que estamos creando y en la que ya estamos de alguna manera viviendo. El intento de representar una obra de Shakespeare en un instituto estadounidense se convierte en un auténtico quebradero de cabeza cuando los padres, la dirección del instituto y un buen número de estamentos y organizaciones deciden eliminar líneas que consideran que resultan o podrían resultar ofensivas de las obras del bardo. Una auténtica declaración de principios sobre el uso interesado de la cultura, sobre el empobrecimiento de los planes de estudios ―en este caso de EE.UU., pero perfectamente aplicable a nuestro país―, sobre el absurdo de intentar interpretar el pasado según los parámetros de nuestro presente, y un canto a favor de la tolerancia y contra los prejuicios. Es a través de esta visión entre entristecida e irónica, sin duda muy divertida, como el mensaje llega mucho mejor a sus destinatarios. Lástima que muchos jefes de estudio no vayan a leer nunca algo parecido en sus vidas, al menos podrían reflexionar sobre ello. Interesante, entretenida e enriquecedora. Una maravilla.

Todas mis queridas hijas. El golpe demoledor del volumen. Con un estilo algo distinto al habitual, haciendo que los personajes hablen con una mezcla de argot y jerga inventado, y con una temática que no suele tratar la autora, esta es una historia diferente del resto de las que ocupan la antología, que empieza de una manera aparentemente inocente, creando unas ideas preconcebidas hasta que suelta el mazazo y deja al lector con un sentimiento de desolación realmente apabullante. La historia de lo que son capaces algunos jóvenes de un internado del futuro para conseguir sexo ―o para evitarlo― y de una estudiante de apariencia díscola, una oveja negra de comportamiento provocativo, amante de las fiestas y la juerga, inconformista y rebelde, que conforme avanza la narración va desvelando una terrible y emotiva historia hasta que el final del relato deja absolutamente descolocado al lector. Imprescindible, sin duda, a la par que da un toque diferente a la producción de la autora.

En A finales del Cretácico Willis ofrece una nueva historia en la línea de Ruido, aunque con un resultado algo inferior. Las mezquinas luchas de poder en los claustros de una universidad, en concreto dentro del departamento de paleontología, establecen un curioso paralelismo con la supervivencia de los dinosaurios que se dedican a estudiar y la situación de los profesores y sus movimientos para conseguir atención. Las envidias y luchas internas de los ámbitos académicos resultan en uno de los relatos más anodinos del volumen; simpático y enrevesado como es marca de la autora, pero poco trascendental. Es una lástima, por mor de la división de la editorial, haber empezado muy fuerte y acabar aquí con un anticlímax.

Este primer volumen es, no obstante, en su conjunto una buena demostración del firme pulso narrativo de Connie Willis, dando muestra de su enorme variedad de recursos y temáticas, con una escritura que bebe y rezuma «Literatura», con cuentos como maquinarias perfectamente engrasadas y con cada engranaje en su sitio, cada pieza encajando con su pareja, cada detalle sutil planeado de antemano, haciendo sencillo lo complicado sin perderse en ningún momento ni dar gato por libre, dando rienda suelta a un popurri de conocimientos diversos aplicados con estricta pulcritud a cada historia concreta, sin estridencias ni excesos pedagógicos, sino con un fino humor ―un humor muy deudor de películas como La fiera de mi niña o Historias de Filadelfia, nacido de las situaciones planteadas y no del chiste o el «gag»―, una enorme compasión y un gran cariño por sus personajes y la humanidad en general, un profundo interés por la Historia y por las personas que la vivieron, una implícita fascinación por el lenguaje, sus usos y evoluciones, una facilidad pasmosa para la comedia de enredo, un gusto certero por la ironía, un toque evocador de nostalgia, un sabor especial a Navidades pasadas y mucho amor en cada palabra. Uno termina preguntándose cómo es posible que cuentos tan opuestos como Brigada de incendios, Ruido o Todas mis queridas hijas provengan de la misma mente. Willis, vistos los rechazos que provoca su obra, muy posiblemente no sea una autora para todos los lectores, pero a mí me ha hecho disfrutar en cada relato. Menos mal que aún me queda Lo mejor de Connie Willis II. A ello me pongo.

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Otras reseñas de obras de la autora:


Lo mejor de Connie Willis II.