lunes, 30 de agosto de 2010

Reseña: El baile de las chicas muertas

El baile de las chicas muertas.
Los vampiros de Morganville 2.

Rachel Caine.

Reseña de: Jamie M.

Versátil. Col. Juvenil. Barcelona, 2010. Título original: Dead Girl's Dance. The Morganville Vampires (Book Two). Traducción: Daniel Aldea Rossell. 297 páginas.

El libro anterior, La Mansión Glass, se había cerrado con un tenso cliffhanger que es el punto exacto donde se inicia El baile de las chicas muertas, dando entrada de paso a la trama que se ha de desarrollar a lo largo de la novela y donde el padre de Shane, el señor Colins, casi sin aparecer, va a tener una vital importancia. El problema ―y para los que no hayan leído la anterior esto es un spoiler como una casa― es que Michael acuchillado al final de la citada novela, ahora está muerto (o más muerto todavía), y le van a cortar la cabeza y ha enterrarlo en el patio trasero de la casa, así que la relación de los chicos con el grupo de moteros caza vampiros tiene pinta de que vaya ser precisamente cordial.

Confieso que al principio del libro me asusté un poco, pues por un momento parecía que la autora, tras un inicio bastante explosivo, intento de violación incluido, se iba a decantar más por la trama romántica, en la relación de atracción mutua entre Claire y Shane, en el intento de recuperar una apariencia de vida “normal” de Eve y la propia Claire o en la batalla interior de Shane cuya lealtad se debate entre el recuerdo de su familia muerta (y por tanto en el deseo de venganza que también impulsa a sus padre) y sus nuevos amigos (inocentes atrapados en una guerra que sin duda no es suya hasta que los obligan a tomar partido), llevando a un periodo más “reflexivo” que parece que va a ralentizar la acción. Pero no hay peligro, pues cuando Caine, planteada la nueva situación, coge el ritmo (aunque es cierto que le cuesta un tanto en esta ocasión) y se desencadena frenéticamente una historia que impide soltar el libro hasta la última página (además, como no es demasiado largo, la lectura dura un suspiro).

Cuando, además, Shane sea acusado de matar a Brandon (uno de los vampiros más poderosos de la ciudad y que ya apareciera en la anterior novela) y condenado a morir quemado, todo se va a precipitar. Pero, ¿podrán Claire y Eve detener al señor Collins y probar así la inocencia de su hijo a la vez que salvan sus propias vidas? Con el tiempo jugando en su contra, con la resolución de la trama concentrada en apenas un par de días, la cosa no es sencilla en absoluto. Y sus problemas personales no van a ayudar precisamente. Desde el mismo “juicio” de Shane se percibe un palpable sentimiento de urgencia que contagia de nerviosismo a los lectores. Hay que detener la caza de vampiros antes de que la misma cruce la línea de no retorno, e impedir así la ejecución del joven cualquiera sea el precio a pagar.

En El baile de las chicas muertas los lectores van a ir conociendo en mayor profundidad la sociedad vampírica de Morganville, su estructura y jerarquía, la ciudad en sí, de sus recovecos y callejones más oscuros y peligrosos, de sus principales figuras, incluso las que permanecen en la sombra, sus leyes y costumbres. Los protagonistas principales van adquiriendo mayor dimensión, un relieve del que quizá carecían en su presentación (toda la historia de la familia de Shane le da al joven una nueva imagen, una base y explicación para su forma de actuar). No sucede lo mismo, sin embargo, con los secundarios, que se muestran demasiado planos en la mayoría de las ocasiones (es el caso del padre de Shane y, sobre todo, del conjunto de los moteros, así como de alguno de los vampiros supuestamente importantes de la ciudad. Sirven de comparsas, pero en ningún momento se siente que tengan una auténtica entidad).

Especialmente trabajado está el personaje de Claire, retratando a la perfección la ambivalencia de sus personalidad, la de una muchacha llena de contradicciones como cualquier otra adolescente: por un lado es una joven super inteligente que se ha saltado varios cursos para ir directamente a la Universidad, pero por otro sigue siendo una chica de tan solo 16 años, que se siente insegura por su edad en un mundo de “mayores”, luchando siempre contra su timidez y contra la sensación de no estar en su sitio, incapaz de seguir los atinados consejos de los que la quieren (después de recomendarle por activa y por pasiva que se quede dentro de la Mansión Glass, donde está a salvo, ella decide que no, que debe “recuperar” su vida y acudir a sus clases, donde al fin y al cabo lo único que hace es soñar despierta con Shane, algo que podría haber hecho perfectamente sin ningún riesgo detrás de los muros de la casa, protegida por los suyos y por el decreto de Amelie) no para de meterse en problemas de los que otros tendrán que sacarla. Es demasiado impulsiva y aunque a veces esos impulsos terminan bien, consiguiendo alguna componenda especial para seguir con su vida, otras muchas la ponen en peligro sin necesidad, teniendo otros que cargar con las consecuencias o pagar un alto precio por su seguridad. Desde luego es bueno tener amigos como los de esta muchacha para salir al paso de según qué cosas.

Se presentan nuevos personajes, como Sam, un “tierno” vampiro que aportará su particular granito de arena a la trama y que puede llegar a dar mucho juego más adelante por su relación con Amelie; y otros antiguos ya no dudan en mostrar su auténtica cara, como Oliver en su enfrentamiento por el poder con “el fundador”. La irascible, malcriada, odiosa y despreciable Monica sigue haciendo de las suyas, buscando su venganza sin importarle nada ni nadie más que ella misma, metiéndose en líos, y causándolos, en su afán de hacer daño a sus víctimas (en este caso Claire, por supuesto).

Para ser una novela destinada principalmente a un público adolescente, de 16 años en adelante, se agradece la inclusión por dos veces y con un tratamiento perfectamente integrado en la narración, de un tema tan importante y de actualidad como el de la violación. Es remarcable sobre todo el reflejo del uso de la “droga de la violación”, tan tristemente célebre. Además de dar una tensión insospechada a la trama, sirve como aviso para las jóvenes lectoras que pueden sacar de aquí una importante lección.

Sin embargo, la resolución de la situación es algo insatisfactoria para un tema tan grave, pues los muchachos implicados se van aparentemente de rositas solo por alegar que son unos “mandados”. Deja en el lector una sensación de desasosiego, de que la autora tal vez no haya sabido lidiar bien con un tema tan importante por el bien de la trama, para no detenerla en un momento en que la acción ya está lanzada. Lo que queda claro es que no hay que ser un vampiro para ser un monstruo, y que muchas veces aquellos que parecen más inocentes pueden ser los que más oscuridad y maldad oculten en su interior; que todo el mundo es capaz de una acto ruin a pesar de actuar correctamente la mayor parte del tiempo, o que incluso los malvados son capaces de un acto que puede redimirlos. No es mala enseñanza para los adolescentes: la vida no es blanco o negro, sino una difuminada línea de gris en la que hay que posicionarse a uno u otro lado, eligiendo con cuidado.

La novela finaliza de una forma más satisfactoria que como lo hacía la anterior, sin un cliffhanger tan brusco, cerrando la línea principal, aunque dejando suficientes hilos pendientes como para mantener las dudas y el deseo de leer el siguiente libro, sobre todo por la decisión trascendental e irrevocable de uno de los protagonistas que podría cambiar perfectamente todas las bases sobre las que se asentaban hasta el momento las relaciones de los habitantes de la Mansión Glass. Y ahora, a esperar al tercero, donde las cosas ya nunca podrán volver a ser como habían sido.

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Reseña de otras obras de Rachel Caine:


La mansión Glass. Los vampiros de Morganville 1.



viernes, 27 de agosto de 2010

Reseña: El Colapsio

El colapsio.

Will McCarthy.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría. Col. Solaris ficción # 134. Madrid, 2010. Título original: The Collapsium. Traducción: David Cruz Acevedo. 345 páginas.

Se podría definir esta novela como una space opera hard. Una space opera ciertamente diferente, circunscrita al sistema solar ―el reino de Sol― y lejos de grandes escenarios galácticos, pero lleno de viajes espaciales, de diminutos planetoides que sirven de hogar a sabios excéntricos, de estructuras anulares que intentan rodear nuestra estrella, de aparatos de teletransporte, de armas de rayos de inmenso poder y de un genio malvado decidido a acabar con todo, llevando al enfrentamiento de las mentes más portentosas del reino de Sol con el fin del mundo dependiendo del resultado.

Pero si algo diferencia El colapsio de otras space opera más canónicas, más allá de su escala galáctica, es precisamente el alto contenido de especulación científica ―sobre todo física― que destilan sus páginas, empezando como no podía ser de otra manera por el propio invento del título y que se encuentra detrás de los graves problemas que se han de plantear a lo largo del libro. El autor postula ―explicado a grandes rasgos, que él lo hace mucho mejor, haciendo que por lo menos para un lego como yo suene convincente― los principios físicos implicados en utilizar micro agujeros negros sustituyendo a los átomos, neutrones u otras partículas para crear una nueva estructura material; una materia que permite la flexión y torsión del espacio-tiempo a voluntad y que al producir en su interior zonas más extremas que el propio vacío del espacio interestelar se supone que permite superar allí la velocidad de la luz, produciendo a todos los efectos una comunicación prácticamente instantánea a través de la Red Colapsitadora del Sistema Interno o Recsin, sin desmerecer otros curiosos y maravillosos efectos. Utilizando la estructura del colapsio se pueden construir diferentes máquinas, artefactos o dispositivos que ayudan en gran medida al desarrollo, bienestar y expansión de la Humanidad

Ese futuro de maravillas tecnológicas se completa con el uso de otros descubrimientos como la «roca pozo», una sustancia derivada del silicio que se puede «programar», reconfigurando sus moléculas para adoptar prácticamente la forma y propiedades de cualquier material en el que se piense ―ya exista por sí mismo en la naturaleza o sea totalmente imaginario― y con el que se puede construir todo aquello que uno desee; y del «fax», una máquina que permite el teletransporte de personas y objetos, la reconstrucción celular de los cuerpos que pasan por el hasta el punto de crear la virtual inmortalidad del ser humano al reparar todo daño a nivel celular, la copia de los propios individuos, pudiéndose simultanear varias copias de una misma persona para encarar diferentes proyectos o dividir las tareas ―pudiéndose luego reintegrarse para compartir experiencias―, o el almacenamiento de los recuerdos y características físicas para «resucitarle» en caso de muerte irreparable. Estas copias son idénticas en todo a los originales, pero comienzan a divergir de ellos desde el mismo momento en que son creados, pudiendo dar lugar a individuos totalmente diferentes como es el caso de Cieno, divertido y emotivo personaje que aparece en la tercera parte y que se apropia de la acción en muchos momentos hasta su actuación estelar.

Descrito a través de un narrador omnisciente que no duda en interpelar directamente al lector, con un toque muy barroco, ostentoso y recargado en cuanto a las relaciones inter personales, con una sociedad de modales isabelinos, y una prosa sutilmente humorística, casi satírica, El Colapsio es una lectura ligera y complicada a un tiempo. El protagonista principal es Bruno de Towangi, el brillante científico inventor del colapsio, un hecho que le ha convertido en tan apestosamente rico que al principio de la narración vive cual excéntrico ermitaño en un planetoide artificial, creado por él mismo en el Cinturón de Kuiper, donde se dedica a sus estudios y más en concreto al intento de crear un arc de fin, un portal por el que poder ver el fin de los tiempos; una reclusión que, además, le sirve para sortear su absoluta falta de habilidades sociales para interactuar con sus congéneres. Antiguo filandro, amante de Tamra-Tamatra Lutui, la Reina Virgen de Todas las Cosas, regente absoluta del reino de Sol ―o sea, de la Tierra y todos los planetas del sistema solar colonizados por la Humanidad―, será en su condición de consejero de la misma ―además de la mente más destacada del momento― llamado a resolver un terrible problema cuando el proyecto de otro de los científicos más destacados de la época, Marlon Sykes, de construir un anillo de colapsio en torno al Sol para permitir la comunicación instantánea en cualquier parte del reino haya empezado a caer hacia la estrella amenazando con colapsarla con el consecuente desastre.

Contrasta el tono sutilmente humorístico y ligero de ese narrador dirigiéndose directamente al lector para reclamar su atención sobre los detalles que cree más remarcables en oposición a la gravedad de la amenaza encerrada en la caída del anillo que podría terminar con la vida en todo el reino de Sol. Se siente de alguna manera que la intención del autor es más divertir al lector que el profundizar mucho en las importantes cuestiones que la propia narración plantea: la clonación de cuerpo y mente, la dependencia del ser humano de la tecnología y la amenaza que podría significar su implantación sin los debidos controles, la inmortalidad, el significado de una vida en que virtualmente se puede conseguir ―en cuestiones materiales― todo lo que uno sueñe o imagine, la terraformación y habitabilidad de otros planetas, la construcción de hábitats espaciales... De alguna manera McCarthy se queda en la visión más pulp de sus especulaciones sin atreverse a dar el paso más allá de profundizar en el auténtico significado que tendrían sobre esa Humanidad futura.

Dividida en tres partes, con un problema asociado al anillo de colapsio particular en cada una, se nota un tanto que la primera parte fue publicada independientemente como novela corta y que posteriormente se añadieron las otras dos, al producirse en ellas una serie de «recordatorios» o repasos sobre lo leído y sobre las teorías físicas implicadas que leído todo de corrido resultan altamente innecesarios. Las tres partes comparten una misma estructura, con De Towangi viviendo su soledad y siendo reclamado para solucionar un problema que provoca la paulatina caída de los micro agujeros negros del anillo de colapsio. Tan solo en la tercera, que ocupa prácticamente tanto como las otras dos juntas, aparecerá la auténtica dimensión de la amenaza, con la sospecha de que la misma podría estar motivada no por causas naturales o meros accidentes, como se suponía hasta entonces, sino por un criminal sabotaje. Pero, ¿quién podría desear acabar con el Sistema Solar y, por ende, con toda la Humanidad? Algo que tendrá que averiguar el protagonista al tiempo que lucha por salvar al reino. En cada parte, el autor va dejando caer nuevas «teorías» físicas, realmente interesantes, aunque muchas se antojen de difícil aplicación práctica ―e incluso teórica sobre el papel― que se permite desarrollar en unos interesantes y complementarios apéndices en los que apoya la trama.

En la parte menos hard ―pero no menos especulativa, al menos en cuanto a lo social―, es curiosa, como poco, la visión que se presenta de la monarquía ―y por ende de la mente humana― como una institución a la que el ser humano tiende por encontrarse codificado en los propios genes; en ese futuro de la novela, cuando se ha conseguido la «libertad» de todos los pueblos a costa de exterminar a ―casi― todas las familias reales del planeta hasta el último de sus miembros, la sociedad resultante se da cuenta de que los individuos en realidad no quieren ser responsables de sí mismos, sino tener a alguien por encima al que poder culpar de todos los males, depositar en su cabeza todos los problemas para que otro se los resuelva y adorar en los buenos tiempos... es decir, querían un Rey. Así se descubrió que tan solo quedaba una familia real en la pequeña isla de Tonga, a cuyos miembros se les ofreció el puesto: reyes del reino de Sol, o lo que es lo mismo, de todos los planetas colonizados por la Humanidad en el sistema solar. Un título, eso sí, con toda la pompa y el boato, pero sin un poder real, más una figura decorativa que tranquilice las conciencias que alguien con auténticas competencias. No obstante, debido a la inmortalidad alcanzada por la humanidad, la sociedad para aceptarla le impone a la reina, Tamra Lutui, la obligación de permanecer virgen por toda la eternidad, algo que la joven no parece del todo dispuesta a aceptar... Así, el relato, lleno de detalles sobre la curiosa monarquía, la estructura social y las relaciones humanas tiene un cierto sabor a sátira ligera y humorística, lejos de una reflexión a fondo sobre todo lo expuesto.

De esta manera, el principal problema para la credulidad del lector seguramente sea la absoluta rapidez con la que el científico construye sus artefactos desde el momento en que encuentra la solución al dilema. Para semejante movimiento de ingeniería, aún en un mundo de maravillosos adelantos como el planteado, se antoja excesivamente acelerado, como si la resolución práctica no fuese lo importante para McCarthy una vez establecidos el problema y su posible solución teórica. Para el lego ―como, repito, yo mismo― tal vez sea algo de agradecer, al encontrar un termino medio entre la especulación y la aventura, sin saturar con explicaciones científicas o de tecnojerga, ni demorar la acción con excesivas operaciones de ingeniería ―que algunas hay―. Agradable, divertida, plena de sentido de la maravilla... El colapsio es una novela para leer con la mente abierta y con una predisposición especial hacia un tipo de humor satírico que a muchos podría atragantársele si no es lo que esperaban. Quizá los expertos puedan descubrir fallos e inconsistencias mayúsculas en las teorías científicas implicadas, pero lo cierto es que yo me he entretenido bastante leyéndola. No sé si es un hard diferente o una space opera distinta, pero al fin y al cabo tampoco importa tanto, ¿no es cierto?


martes, 24 de agosto de 2010

Reseña: El Héroe de las Eras

El Héroe de las Eras.
Nacidos de la Bruma 3.

Brandon Sanderson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2010. Título original: Mistborn 3. The Hero of Ages. Traducción: Rafael Marín Trechera. 762 páginas.

Es muy posible que ―a pesar de que intentaré no hacerlo― esta reseña desvele detalles fundamentales de los dos libros precedentes, así que quien no los haya leído y no quiera que se le chafe ninguna «sorpresa» advertido queda. Que cada cual lea la reseña bajo su propio riesgo y responsabilidad. Para los que sí los hayan leído, pero quieran refrescar la memoria, decir que al final del volumen se incluye un somero resumen de las dos entregas anteriores. Un lugar curioso para ponerlo ―en vez de al principio―, pero ahí están, para quien quiera consultarlos.

El Héroe de las Eras cierra de la trilogía Nacidos de la bruma, situando la acción un año después de los acontecimientos de El pozo de la ascensión con una visión donde el mundo del Imperio Final parece estar avanzando a marchas forzadas hacia su fin: las brumas son más persistentes, no desaparecen con la luz del día y han empezado a matar a algunas de las personas que se internan en ellas; las cenizas han aumentado su intensidad empezando a cubrir la tierra e impidiendo cualquier tipo de cosecha; terremotos y otros desastres «naturales» sacuden las ciudades y pueblos; bandas de koloss atacan indiscriminadamente las poblaciones skaa causando gran destrucción... La fuerza liberada del pozo, Ruina, maniobra en las sombras para acelerar el proceso utilizando a los inquisidores del Lord Legislador como mano ejecutora, mientras Vin y Elend centran todas sus esperanzas en recuperar el contenido de los depósitos que el antiguo «tirano» dejara escondidos bajo diversas localizaciones secretas, con la esperanza de que en alguno de ellos encuentren la clave para derrotar a la terrible entidad que busca acabar con todo lo que conocen.

Sin duda, esta ―y las anteriores― es una novela donde los personajes marcan la auténtica diferencia, donde su desarrollo y acciones es lo que sustenta realmente el interés de la narración, encontrándose perfectamente integrados en las diversas tramas. Personajes en esta ocasión que cargan con el peso de todo lo sucedido hasta el momento, que arrastran un poso considerable de experiencias, que han evolucionado libro a libro, cambiado, crecido en definitiva aunque haya sido a golpes. Personajes atormentados, rotos, contradictorios, llenos de pasiones, desesperanzados, que luchan contra el destino inexorable, que sacan fuerzas de flaqueza a pesar de todo lo que se les enfrenta y del tiempo que llevan luchando sin descanso. Personajes que han ido madurando a lo largo desde que el lector los conociera, preparándose de alguna manera para el acto final, para el último sacrificio, para el postrer intento de salvar su mundo y a sus gentes.

Elend es, sin duda,el que ha tenido un giro más radical, desde su ingenuidad política, desde su inocente visión de cómo debiera ser la sociedad, ha crecido y se ha asentado en su papel de emperador inflexible en sus decisiones, aunque todavía con ciertas dudas y reservas, y lucha para unir bajo su mandato los diversos pequeños reinos y ciudades que han declarado su independencia de la Dominación Central y se oponen de alguna forma a su liderazgo, quieran ellos unirse o no. la justificación de un bien mayor le ayuda a conciliar sus principios morales con lo que “debe” hacer, pero sigue teniendo un interior tierno que hace que le duelan las duras decisiones que debe tomar. Con la ayuda de Vin, el joven erudito ha asumido su liderazgo con los pies más en el suelo, alejándose un tanto del idealismo que mostraba en la novela anterior, enfrentado a los problemas reales del mundo que le ha tocado en suerte. El papel del lider es algo que Sanderson presenta desde muy variadas visiones a través del joven emperador. Elend no quiere ser una nuevo Lord Legislador y sin embargo cada vez tiene que asumir más que tal vez no le quede otro remedio que actuar con medidas de lo más impopulares y aparentemente despiadadas por un bien superior. En un mundo cubierto de cenizas, tal vez no haya blanco o negro, sino una enorme variedad de grises.

Vin ha madurado a golpes y debe asumir realmente su papel; siempre se ha sentido incómoda al tener que abandonar las sombras, pero ahora, con más dudas que nunca tras los sucesos que cerraban el libro anterior, debe confiar en que está haciendo lo correcto, que su lugar es ese, al lado de Elend y que puede que todo lo que había dado por supuesto estuviera equivocado, que ha sido manipulada por un poder superior para cumplir una tarea indeseada que puede significar el fin del mundo y que su intento de enmendar sus errores tal vez no sea nada sencillo ni quizá posible, pero que pondrá en ello todo su empeño.

Sazed se erige con un mayor protagonismo todavía, ha perdido la fe en su tarea, cuestionándose todas las religiones que ha llevado a cuestas en el recuerdo de sus brazaletes, deprimido y sin esperanza, no puede asimilar la muerte de Tindwyl y busca retirarse a un papel secundario que las circunstancias parecen no desear para él. La certeza de haber sido engañado en muchas de las cosas que creía saber, de haber sido inducido en sus investigaciones para desatar acontecimientos desastrosos y, lo peor de todo, el haber perdido al amor de su vida, le hacen replantearse todas las certidumbres de su vida, sin encontrar alicientes para seguir adelante hasta un momento en que quizá sea demasiado tarde. Su crisis de fe y su investigación religiosa, no obstante, lejos de aportar algo importante a la trama se siente algo postizo, que entorpece y ralentiza la acción más que la lanza hacia delante. Su búsqueda de respuestas será imprescindible, no hay duda, para la resolución de unos cuantos dilemas y misterios planteados tanto anteriormente como en el propio libro, pero la insistencia en el tema no aporta nada verdaderamente interesante, pudiéndose haber pasado sobre ello con mucha más rapidez y menos páginas.

El joven Fantasma, siempre a la sombra del resto de miembros de la banda de Kelsier, de la que no se siente un componente de pleno derecho al haber entrado en ella tan solo por encontrarse bajo la tutela de su tío, y apesadumbrado por la muerte del mismo en la defensa de Luthadel mientras él había dejado la ciudad, siente que debe dar un paso adelante y tomar sobre sus hombros un mayor protagonismo. Así, destacado como espía e informador en la ciudad de Urteau, en un intento de demostrar su valía, la situación le forzará ―aunque con buena disposición por su parte― a dar un paso al frente y asumir el manto del Superviviente, luchando contra la injusticia del nuevo estado skaa que no es tan trigo limpio como quiere aparentar. El desarrollo de su personalidad, llegando a convertirse casi en un icono de la nueva religión, es de los más destacables del libro, adquiriendo una profundidad muy de agradecer en una trama aparentemente «secundaria» ―que no lo es en absoluto―.

Entre los «secundarios», Marsh se resiste inútilmente con todas sus fuerzas a Ruina, que utiliza a los antiguos inquisidores como los ejecutores de sus planes, sin ningún resultado. Impotente y atormentado por su papel en el drama que se está desarrollando y por su abandono de la rebelión de Kelsier justo en su momento de triunfo que le hace sentir como un traidor, intentará por todos los medios oponerse a los designios del poderoso ente, viéndose sin embargo obligado, una vez más, a enfrentarse a sus antiguos amigos. Ocupando muchas menos páginas que muchos de los otros, su protagonismo será no obstante vital para conseguir los objetivos de Ruina, obteniendo así una importancia enorme en el orden de las cosas.

Un papel vital también será el de TenSoon, el kandra que vuelve ante los suyos para ser juzgado por su traición a sus leyes y que, sin embargo, puede dar un vuelco radical a la situación si consigue transmitir sus conocimientos a las personas que podrían interpretarlos; una difícil misión, puesto que será condenado por los suyos y encerrado a la espera de su sentencia.

Y junto a todos ellos, un plantel enorme de secundarios ―nuevos y viejos―, cada uno con su pequeña o gran aportación imprescindible para la trama. Los tejemanejes políticos, las maniobras militares, las intrigas, las traiciones y misterios, las luchas desesperadas, los descubrimientos inesperados, el tiempo que se acaba... todo está presente en la narración como ya sucediera en los volúmenes anteriores, pero habiendo involucrado Sanderson a dos entes demasiado poderosos en la liza le hace mucho más difícil al lector sumergirse en un relato que hasta ahora era de super héroes y aquí pasa a ser de dioses enfrentados ―claro que también podría argumentarse que lo mismo no se aparta demasiado del esquema superheróico del cómic estadounidense con muchos y variados ejemplos de deidades varias tratando de imponer su razón o dominio sobre el mundo―. El cambio de registro y de escala es importante, aunque de alguna manera se puede alegar que sus cimientos ya estaban colocados en las dos novelas anteriores.

Demuestra que Sanderson tenía todo pensado y planeado desde un buen principio o una especial maestría para dar explicación satisfactoria a todos los pequeños interrogantes que había ido dejando caer y venía arrastrando desde un buen principio atándolos a la perfección. Es un cierre perfecto, sin apenas preguntas sin respuesta, pero que deja un resquicio suficiente como para que el autor ofreciese un «epílogo» a la historia que podría resultar verdaderamente interesante.

El ritmo, sin embargo, se ralentiza demasiado para presentar la nueva situación a la que se enfrentan los protagonistas; Sanderson se toma excesivo tiempo para colocar las «piezas» en su sitio de cara al enfrentamiento final, se demora quizá en exceso reiterando los problemas a los que se enfrentan, hasta que con unas cuantas revelaciones inesperadas la acción se lanza hacia delante y ya no hay forma de parar. No posee del todo la tensión y emoción de los anteriores; las escenas de acción, a pesar de estar tan bien descritas como en ocasiones anteriores, no son ya tan apasionantes al no contar con el «factor novedad», les falta un punto de frescura, algo de sorpresa y les sobra, quizá, una pizca de repetición ―ya hemos visto a Vin volar empujando metales, ya les hemos visto combatir, conocemos sus habilidades y una nueva demostración de las mismas se antoja algo irrelevante por mucha «tensión» que añada a la acción y a los personajes―. Aprovecha para dar a conocer un tercer tipo de magia, junto a la alomancia y la feruquimia, la hemalurgia, que tendrá una gran importancia y que no está en absoluto sacado de la nada, sino de la que había ido sentando las bases, sin que el lector se percatase, en multitud de detalles de los dos libros anteriores.

Muchas de las ideas que el lector se había ido creando hasta el momento dan aquí un vuelco total, dando un giro importante a todo lo que se creía saber sobre los acontecimientos que habían llevado a la situación del Imperio Final. Sanderson ha ido intercalando todas las pistas, guardándose unos cuantos ases en la mano ―como la misma hemalurgia― para sorprender al lector con la perfección de un reloj suizo con la que funciona la trilogía al completo, engarzadas finalmente todas las piezas sin el más mínimo resquicio para que el relato funcione con precisión milimétrica, ofreciendo un retrato tal que solo al leer la última página se puede completar al completo. Los protagonistas, y con ellos el lector, empiezan a cuestionarse todo lo que creían saber empezando por la figura del propio Lord Legislador, cuyos actos empiezan a mostrarse bajo una nueva luz. Los fragmentos introductorios de cada capítulo, escritos de forma obvia con posterioridad a los sucesos del propio libro por un narrador anónimo, sirven para encontrar un nuevo significado a mucho de lo que se ha contado hasta el momento, clarificando muchos puntos o dando las claves para entender ciertos actos, motivaciones y comportamientos, conduciendo certeramente al lector hacia la revelación final y dando respuesta a unas cuantos cuestiones pendientes.

Sin embargo, después de alardear de originalidad respecto a la fantasía que le antecede, como lector tal vez no estaba preparado para una explicación tan teocentrista de la historia, que vuelve a dejar la resolución del «misterio» en manos del enfrentamiento de dos fuerzas mega poderosas, entre un principio constructor y uno destructor que, roto el equilibrio, buscan eliminarse mutuamente. Desde luego, hay que reconocerle a Sanderson la capacidad de sorprender libro tras libro con los giros de la trama, pues cuando el lector intuye, piensa o se espera que la historia continúe de una manera esbozada anteriormente, toma otro camino totalmente diferente y, sin embargo, muy coherente ―a posteriori― con lo que el autor iba dejando caer. Como un buen prestidigitador, se ha guardado cartas en la manga, es cierto, pero cuando finalmente las enseña, el lector descubre satisfecho que ha asistido a un ejercicio de auto sugestión, que todas las piezas se habían ido colocando en su sitio desde un buen principio y que solo hacia falta la iluminación adecuada para todo encajara en su lugar a plena vista.

Dotado de una prosa rápida y ágil, con mucho diálogo y párrafos mayoritariamente cortos, directa, muy «visual», El Héroe de las Eras consigue una experiencia placentera de su lectura, erigiéndose en un auténtico pasapáginas que se termine en un momento a pesar de su longitud. Es, sin duda, a pesar de la «sobre explotación» de la alomancia, una buena novela parte de una de las mejores trilogías de fantasía que se han podido disfrutar en los últimos años que merece un sitio en la estantería al lado de gente como Martin y su Canción de Hielo y Fuego, Sapkowski y su Geralt de Rivia o Steven Erikson y su Malaz, por citar solo a alguno de los autores que están destacando actualmente en el género. Entretenida y a ratos sorprendente, no va más.

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Reseñas de otras obras de Brandon Sanderson:


Elantris.

El Imperio Final. Nacidos de la Bruma 1.

El Pozo de la Ascensión. Nacidos de la Bruma 2.


sábado, 21 de agosto de 2010

Reseña: La ciudad esmeralda

La ciudad esmeralda.
Alfa y Omega 2.

Patricia Briggs.

Reseña de: Jamie M.

Versátil. Barcelona, 2010. Título original: Hunting Ground. Traducción: Daniel Aldea Rossell. 287 páginas.

Situada pocas semanas después de lo narrado en Cry Wolf, pero antes de Vínculos sangrientos (de la serie paralela de Mercedes Thompson), la acción comienza debido a la decisión del marrok de hacer pública la existencia de los licántropos de Norteamérica. Una decisión que ya está tomada, pero que es necesario explicar a los líderes de las manadas de otros continentes, sobre todo a los europeos, reticentes a dar el paso de salir a la luz y darse a conocer ante los humanos “normales”. Para ello, Bran convocará una reunión en Seattle, la Ciudad Esmeralda del título en español, para intentar convencer al resto de la “bondad” de la medida, dado el cerco que la sociedad de la información ya está estableciendo ante los hombres lobo y otras criaturas paranormales, y explicar la mejor forma de llevarlo a cabo para satisfacción de todos. Por una corazonada de su hijo Charles, Bran enviará a este y a su reciente esposa Anna como representantes suyos, dado que la tensión prevista al reunir en un mismo lugar a tantos alfas puede resultar en desastre y se supone que Charles podrá lidiar mejor con la situación. No obstante, muchos dominantes se opondrán a la idea de salir a la luz (que los norteamericanos se den a conocer significa que su existencia será conocida en todo el mundo), algunos con más vehemencia que otros, y el intento de rapto que un grupo de vampiros lanzará sobre Anna no contribuirá precisamente a rebajar la tensión del ambiente.

En esta novela cobra mucha importancia la parte sentimental de la extraña relación establecida entre Charles y Anna. Sus lobos se aceptan como pareja natural, pero como humanos siguen siendo dos extraños que todavía deben adaptarse el uno al otro (sobre todo ella a él) y ver dónde llegan sus sentimientos. El interés romántico y la atracción animal debe convertirse en un enamoramiento que de paso al amor verdadero y a la confianza mutua. Ya se han dado los primeros pasos, pero hace falta más tiempo de convivencia y mucha tranquilidad; una tranquilidad, precisamente, que es algo que no vayan a tener en demasía en sus futuro cercano.

En la reunión se supone que Anna, como Omega que es, debería rebajar el nivel de testosterona y tensión de los lobos reunidos, pero no puede evitar sentirse algo aterrada entre tantos lobos alfa, ya que los recuerdos todavía muy frescos de los abusos sufridos en su pasado le impiden sentirse cómoda en su nuevo papel. Así que deberá encontrar pronto un equilibrio con lo que es ahora, descubrir lo que significa realmente ser un Omega y lo que encierran sus capacidades, aprovechando todo lo que le ha sucedido para poder ofrecer una ayuda útil a su marido. El que de buenas a primeras intenten raptarla o asesinarla, no va ayudar en principio mucho a cimentar su autoconfianza. Es más un problema psicológico que otra cosa, por lo que Anna deberá primero curar sus heridas internas antes de poder enfrentarse a mayores desafíos. Las circunstancias pronto demostrarán, sin embargo, que no es en absoluto una mujer de cristal, dispuesta a romperse al primer contratiempo, sino que es mucho más fuerte de lo que aparenta, capaz de hacer frente a todo lo que le echen, siempre que cuente con la ayuda de unos cuantos buenos amigos.

De forma algo llamativa, existe una aparente falta de tema central en la primera mitad de la novela, con una disparidad de líneas muy dispersas, lejanamente relacionadas, presentando varias tramas y personajes que no terminan de tomar el protagonismo de la acción, como jugando al despiste y tirando balones fuera para sorprender mucho más en la resolución de la segunda mitad, cuando la acción se dispara y el misterio empieza a revelarse, mientras poco a poco las diferentes tramas comienzan a reunirse. La autora va introduciendo un buen número de misterios que solo en su resolución final se verá si estaban o no interconectados los unos con los otros.

Hay que entender que el auténtico interés de la autora parece ser el desarrollo de la relación entre Anna y Charles, de la que todas las pruebas y retos por los que tienen que pasar, las situaciones adversas, los enfrentamientos... son tan solo nuevas piedras en esa unión en construcción que ha de llevarles a convertirse en una pareja realmente estable, forjando a la vez la personalidad compartida de ambos. Es un acierto de Briggs el no acelerar precisamente la relación, dejando que libro a libro vaya tomando forma, con sus tiras y aflojas. Todo ello no quiere decir, en absoluto, que la autora deje de lado la tensión, la emoción y el misterio de la acción propiamente dicha, con grandes enigmas a resolver, magia desatada, amenazas latentes, asesinatos varios, luchas encarnizadas y sangre derramada. El enfrentamiento entre lobos y vampiros y la carrera contrarreloj para descubrir la figura que se oculta tras el intento de desestabilizar la reunión ocupan buena parte de la novela, acelerando el ritmo en la segunda parte de la misma hasta un frenético final.

Libro a libro, Briggs va profundizando en su mundo, construyendo una realidad paralela totalmente coherente, como el rígido código de justicia de los licántropos que les lleva a actuar muchas veces de formas chocantes, incluso en ocasiones yendo contra sus propios intereses, pero plenamente razonadas e inevitables dentro del contexto de la narración y la sociedad que ha creado. El añadido perfectamente integrado de ciertos elementos mitológicos o las referencias y expliciones a temas “históricos” como el de la Bestia de Gévadaum, no hacen sino acrecentar la solidez de este mundo.

Una solidez a la que contribuye mucho el amplio y variado elenco de personajes, más allá de los dos protagonistas, alejándose de estereotipos y figuras planas para darles a todos ellos una personalidad en “tres dimensiones”: Angus, el Alfa de la manada de Seattle, con un difícilo papel de anfitrión entre manos; Jean Chastel, (también conocido como la Bestia de Gévadaun), el dominante francés que a duras penas parece controlar su salvajismo y se opone frontalmente a la decisión de dar a conocer la existencia de los licántropos para no estroear su diversión; Arthur Madden, el Señor de las Islas, equivalente británico del Marrok, que dice ser la reencarnación del Rey Arturo y que será duramente golpeado en lo que más ama en el transcurso de la aventura; la bruja ciega Moira y su compañero hombre lobo Tom Franklin que ya aparecieran en otro relato anterior de la autora en la antología Strange Brew (no traducida a nuestro idioma) y que aquí servirán de acompañantes-guardaespaldas de Anna en su visita a la ciudad; la antigua y muy poderosa feérica Dana, la Belle Dame sans Merci, que actuará como mediadora en la conferencia, ocupándose de que las cosas no se salgan de su deseable buen cauce y que parece tener una antigua y compleja relación romántica con Charles McCormick; el joven omega austriaco disputado por los lobos alemanes e italianos; el conjunto de los lobos españoles que hacen una “aparición especial” y no salen del todo malparados (aunque ya teníamos el antecedente del torturado Asil en la anterior novela)... Briggs consigue dotar de profundidad a todos los secundarios haciendo que se sigan con mucho mayor interés sus vicisitudes y que el lector se implique mucho más en la narración.

La ciudad esmeralda es una satisfactoria fantasía urbana, con alto contenido romántico, suspense, intriga y una historia que se sigue con interés a través de sus muchos giros y vueltas, de pistas falsas y revelaciones impactantes. La trama y su resolución permiten que la novela pueda ser leída independientemente, aunque sin duda es mucho mejor haber leído antes la anterior entrega (y si se aprovecha para completar la visión general del mundo con la lectura de los libros de Mercedes Thompson, mejor que mejor). Anunciada para el 2011, esperemos que la tercera entrega (y su correspondiente traducción al español) no se demore en exceso.


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Reseña de otras obras de Patricia Briggs:


La llamada de la luna. Mercedes Thompson 1.

Cry Wolf. Alfa & Omega 1.

Vínculos sangrientos. Mercedes Thompson 2.


miércoles, 18 de agosto de 2010

Reseña: El sueño de Galileo

El sueño de Galileo.

Kim Stanley Robinson.

Reseña de: Santiago Gª Sólans.

Minotauro. Barcelona, 2010. Título original: Galileo's Dream. Traducción: Manuel Mata. 539 páginas.

Dos historias muy entrelazadas y con Galileo como protagonista. Dos terceras partes del libro versan sobre la biografía novelada de Galileo Galilei, a partir de 1609 desde sus años docentes en Venecia cuando vivía en Padua, pasando por su traslado a Florencia bajo el mecenazgo de los Medici, recreando todo el proceso al que le sometió el Santo Oficio y terminando con su muerte. El otro tercio, el relato de ciencia ficción propiamente dicha dentro de la narración, es donde el lector debe poner más de su parte, pues tras ser contactado por un misterioso visitante que le pone tras la pista del descubrimiento de su telescopio, la acción trascurre en el año 3020 en las lunas de Júpiter colonizadas por la humanidad y a las que Galileo es transportado por medios «prolépticos» y «analépticos» ―aquí es donde hay que aceptarlo todo, suspender la incredulidad o dejar la novela― en calidad de «primer científico de la Historia» para tomar parte como supuesto experto en una discusión que se está desarrollando en torno a ciertas facciones de las distintas lunas: los europeanos quieren explorar las profundidades de los océanos cubiertos de hielo de Europa, mientras un grupo de ganimedieanos se opone aludiendo a ciertas amenazas indeterminadas que podrían causar una gran catástrofe. Está claro que algo se oculta en aquellas profundidades, y Galileo, arrastrado por las circunstancias, por los conocimientos que van proporcionándole una y otra facción ―muy adelantados, obviamente, respecto a su propio tiempo― y por los comportamientos de los diversos implicados deberá elegir bando, tomando partido por una de las posturas, aunque casi siempre sin poder real de decisión, mero peón de los intereses de los implicados.

Robinson va enlazando una historia con la otra de forma impecable, haciendo que los hechos de una trama vaya modificando la otra, aunque al dar a entender que la influencia del viajero del futuro inspira y dirige la línea de investigación de Galileo, sugiriendo que sin esa intervención los caminos del científico hubieran ido por otros derroteros, parece rebajar su mérito. De alguna manera le roba a Galileo parte de su genio, sugiriendo que sin esos atisbos del futuro sus estudios podrían haber sido bien distintos e incluso no haberse centrado en el telescopio y las lunas de Júpiter y por tanto no haber apoyado la versión del sistema coperniquiano del mundo.

La parte histórica es sin duda muy interesante, lidiando con la idea de evitar la muerte de Galileo en la hoguera tal como le han vaticinado sus «amigos» del futuro, quienes le han comunicado que está destinado a convertirse en el «mártir de la ciencia», es muy interesante observar como todos los esfuerzos del sabio para defender sus hallazgos al tiempo que trata de evitar un destino funesto parecen sin embargo acercarle cada vez más al mismo. Como las profecías autocumplidas, que en el intento de evitarlas llevan implícito su propio desarrollo, cada viaje de Galileo a Roma, cada carta de exculpación, cada defensa del sistema coperniquiano del universo, cada intento de publicar sus libros parecen acercarle más y más a su juicio por herejía y a su predestinado aciago final. Para todo aquel que conozca mínimamente la biografía del Galileo de nuestro mundo ―y es que esta es una historia de realidades cuánticas― encuentra el interés en ver cómo la realidad de la novela va confluyendo hacia la nuestra ―coincidente en todo, salvo en esos destellos futuros― y si al final terminan por superponerse o no.

La caracterización que Robinson hace de Galileo, apoyándose en muchas de las cartas escritas y recibidas por él, es ciertamente brillante y muy realista. Expone su conflictiva y explosiva personalidad en un momento de plenitud de su vida que empieza ya a avanzar hacia su final. Lleno de achaques, pero poseedor todavía de una privilegiada mente, Galileo es mostrado como un hombre lleno de contradicciones, mujeriego, bebedor, atado a sus pasiones, enfermizo, iracundo, con propensión a fuertes estallidos de violencia sobre todo cuando la frustración le agobia, cabezota y odioso en ocasiones, generoso reticente al mantener a un buen número de parientes improductivos bajo su ala ―contradictorio al extremo de hacer ingresar a sus dos hijas en un convento de clarisas pobres donde pasarán enormes penurias que él intentará mitigar ayudando a todo el convento al tiempo que mantiene a la familia de su hermano músico ausente siempre de su hogar―, lleno de curiosidad, impulsivo, terriblemente falto de tacto, vanidoso... Imperfecto, en definitiva, con muchos defectos como cada hijo de vecino, pero con una mente preclara que le hacía destacar sobre el resto de sus contemporáneos ―con un par de excepciones, tal vez―.

Es, sin duda, en el retrato de esa época, perfectamente documentada, en un momento en que la ciencia como tal estaba naciendo, donde se encuentra el fuerte de la novela. A pesar de que algunos pasajes se sienten algo acartonados, fallando la novelización ante el didactismo, con una clara falta de ritmo ―al seguir mes a mes la vida de Galileo hay acontecimientos que sin aportar nada a la trama consiguen ralentizarla en exceso―, lo cierto es que se sigue con mucho interés, descubriendo una persona que destaca por su humanidad, con sus enormes fallos que de alguna manera intenta compensar a lo largo de toda su vida, mientras su ego y vanidad ―muchas veces bien justificadas― le alejan de los cercanos. A lo largo de las páginas de la novela se respira la vida de la época renacentista, llena de grandes luces pero también de muchas sombras, de intrigas políticas y religiosas ―con los grandes reinos en conflicto luchando cada cual por imponer su predominio terrenal sobre la Iglesia, con los protestantes asentándose en el Norte de Europa y la amenaza de un mayor cisma flotando en el ambiente, con las diferentes órdenes religiosas tratando de hacerse con el poder vaticano...― Robinson muestra el cómo fueron seguramente los poderes terrenales y no los divinos los que «condenaron» a Galileo, quien en todo momento intentó explicar que la doctrina católica en modo alguno entraba en contradicción con sus nuevos descubrimientos ―«Dios es un matemático», decía al ir descubriendo las maravillas de la Creación― salvo en la mente e interpretación interesada de ciertos personajes poderosos que tan solo buscaban prolongar sus propias prerrogativas, tomando como excusa la lucha entre ptolomeicos y coperniquianos para resolver cuestiones que nada tenían en realidad que ver con el debate científico y filosófico que Galileo planteaba.

En la parte del futuro, que se antoja mucho más descompensada que la histórica, no termina de funcionar la excusa de Galileo como árbitro o asesor de la disputa científica visto que desde un buen principio ninguno de los implicados le escucha realmente y que sus conocimientos científicos de ese futuro y la comprensión de la situación geopolítica del lugar son, obviamente, muy limitados. La auténtica razón, pues ―más allá del deseo del autor de contar con Galileo como testigo e hilo conductor hacia el lector al que explicar esa sociedad futura, planteando ante él el debate sobre lo que debiera hacerse ante la posibilidad de contactar con una inteligencia superior a la humana―, queda en las sombras. El rápido paso a segundo plano de Ganímedes ―el desconocido que aborda a Galileo para «darle» la idea del telescopio y le «traslada» en sus primeros viajes a las lunas de Júpiter― para entregar el protagonismo de esta parte del relato a Hera, una especie de «policía» que intenta evitar los desmanes de los ganimedeanos en un papel que no llega nunca a estar demasiado claro, o a Aurora, una mujer con la inteligencia aumentada artificialmente que le guiará a través de los conocimientos científicos e históricos que han tenido lugar desde el lejano siglo XVII, no hace sino añadir confusión a las motivaciones para llevar a Galileo a tan lejana época.

Finalmente, y como no podía ser de otra manera al haber elegido a este personaje como protagonista, El sueño de Galileo se centra fundamentalmente ―sobre todo en su parte más biográfica― en la relación entre ciencia y religión. ¿Son en verdad tan incompatibles? ¿Necesita la ciencia tener sus mártires para conseguir respetabilidad? ¿Lleva camino la ciencia de convertirse en la nueva religión? Como segundo tema importante aparece el debate sobre cómo debería reaccionar la Humanidad ante un posible contacto con otras inteligencias; debate que motiva buena parte de la acción de la novela. Y tras estos, multitud de otros pequeños temas: la colonización humana del Sistema Solar, el precio a pagar ―en la vida personal― por dedicarse a la investigación, las relaciones familiares y cómo el hijo repite los pecados del padre, la intolerancia en cualquier parcela de la vida, cómo el paso del tiempo cambia la manera de ver de las cosas, la teoría cuántica de múltiples realidades, las múltiples formas como funciona la memoria, el propio viaje espacio temporal...

Como sucede con alguno de los últimos libros del autor, la novela se hace algo larga y pesada por momentos, poco ágil en las descripciones y sin excesiva tensión en los momentos de más acción, prolijo en las explicaciones científicas ―sobre todo cuando entra en la parte que más parece interesarle de las teorías del espacio-tiempo de diez dimensiones donde desata su vena más hard― y terriblemente atractivo en el retrato de la vida de Galileo y la época tan convulsa que le tocó vivir. Muy superior, sin duda, en la parte histórica sobre la de ciencia ficción, peca de los excesos habituales de Robinson, pero consigue atrapar la atención a pesar de todo. Interesante y reflexivo, quizá excesivamente ambicioso, El sueño de Galileo es un libro que propone multitud de temas y teorías de interés diverso que tal vez hubieran debido ser podadas debidamente para no dispersar demasiado la atención del lector. Muy posiblemente si solo hubiera novelado la vida de Galileo, Robinson hubiera conseguido una novela tan o más interesante que la que nos ocupa; una novela, sin embargo que se deja leer con agrado, con más aciertos que fallos y que ayuda a conocer como persona más que como personaje a uno de los padres de la ciencia. Desde luego, darle una oportunidad y leerlo, aunque en determinados momentos se haga demasiado «largo», no es ninguna pérdida de tiempo.

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Reseñas de otras obras del autor:


Tiempos de arroz y sal.



jueves, 12 de agosto de 2010

Reseña: Borges y la ciencia ficción

Borges y la ciencia ficción.

Carlos Abraham.

Reseña de: Matt Davies.

Grupo AJEC. Col. Tycho Ensayo. Granada, 2010. 190 páginas.

Para el que escribe esto, y supongo que para la mayoría de los que lo leen, el ensayo no es el género mas frecuentado. Normalmente, el lector que se enfrenta a un ensayo lo hace desde el interés que siente por el tema tratado, lo cual no lo convierte en un género accesible a todo tipo de lectores. Borges y la Ciencia Ficción va dirigido a aquellos a los que les interesa Borges y su obra, claro está, pero cualquier aficionado a la fantasía y a la ciencia ficción puede hallar en él material interesante, información sobre el proceso de creación literaria o numerosas sinopsis de cuentos de Bioy Casares prácticamente desconocidos.

Borges y la Ciencia Ficción es, ante todo, un buen ensayo. Carlos Abraham demuestra que no solo sabe de lo que escribe ─condición esta imprescindible para cualquier ensayista sólido─ sino que le entusiasma Borges y todo lo relacionado con los escritos del maestro argentino. Así, a pesar de ser un texto académico, es de agradable lectura para cualquiera que quiera saber un poco más sobre las influencias de Borges. Si algo se le puede reprochar es que su estructura, demasiado rígida y dividida en subapartados, no lo hace todo lo accesible que debería al lector poco habituado a ponerse delante de un ensayo. A pesar de mantener el interés y aportar datos nuevos e interesantes ─el mismo punto de partida del ensayo es sorprendentemente novedoso─ se echa en falta algo mas de fluidez en el texto, compartimentado en exceso.

La tesis principal del estudio de Abraham se basa en la falta de estudios sobre la evidente relación entre Borges y los géneros considerados por la mayoría de críticos como menores. Siendo esta conexión fácilmente rastreable en la mayoría de cuentos y ensayos del autor, Carlos Abraham realiza en primer lugar una defensa a ultranza de Borges como “lector hedonista”. Según numerosos críticos y estudiosos de su obra, Borges tenía “los gustos literarios propios de un adolescente”, y su insistencia a la hora de considerar a Stevenson, Kipling o Poe (autores todos de numeroso material de género fantástico) como sus maestros debe ser considerado como un rasgo indolente, una excentricidad. Estas afirmaciones, que a ojos de cualquier lector sensato familiarizado con la obra de Borges parecerán un disparate, son propias de lo que Abraham considera acertadamente “crítica deformante”: los prejuicios de la crítica literaria moderna contra la literatura marginal o de segundo grado, que era justo la que mayor placer lector le proporcionaba a Borges, según sus propias palabras.

Una vez realizada la necesaria defensa de las fuentes literarias borgianas, y después de la aclaración del autor sobre lo que implica el término ciencia ficción en su ensayo, se pasan a rastrear todas las posibles referencias a otros autores, desde H.G. Wells a Lovecraft, pasando por C. S. Lewis. Las obras de Borges están sembradas de referencias, paralelismos y homenajes a todos ellos, y Carlos Abraham realiza un estudio pormenorizado de la mayoría de cuentos, deteniéndose en aquellos que considera de especial interés para cimentar su tesis. Se agradece que la mayoría de análisis incluyan un breve resumen de los cuentos originales y de los de Borges, muy útil para refrescar la memoria y entender como influyeron unos en otros.

La segunda parte trata sobre cómo veía Borges la ciencia ficción, prestando una atención especial al desarrollo y la consideración del género en la Argentina de los años veinte y treinta. Es interesante comprobar cómo Borges sentía su propia obra, y el hecho de que el escritor se viera obligado a renegar de algunos de sus modelos literarios por cuestiones socio-culturales. El ensayo se cierra con un completo apéndice sobre los cuentos fantásticos de Bioy Casares.

En resumen, un ensayo bien escrito, mejor documentado y que plantea algunas teorías acerca de las obras de Borges que no por parecer engañosamente obvias tienen menos valor. Si los estudios académicos de Borges se orientaran según postula Carlos Abraham, muy probablemente darían resultados más agradables y menos ambiguos.


lunes, 9 de agosto de 2010

Reseña: Vínculos sangrientos

Vínculos sangrientos.
Mercedes Thompson 2.

Patricia Briggs.

Reseña de: Jamie M.

Nabla ediciones. Barcelona, 2009. Título original: Blood Bound. Traducción: Zulema Erika Couso Ben-Mizzian. 317 páginas.

Mercedes Thompson, Mercy para sus amigos, como ya viéramos en la anterior entrega de la serie, La llamada de la luna, es una mecánico de coches Volkswagen que, además, es una cambiante, lo que le permite convertirse a voluntad en coyote, ver e interactuar con fantasmas, relacionarse con licántropos y resistirse de forma bastante efectiva a la magia y engaños de los vampiros con los que, desgracciadamente, le ha tocado convivir de cerca. Precisamente será la devolución de un “favor” que le debe a su “amigo” Stefan (un vampiro un tanto peculiar que conduce una camioneta decorada al estilo de la Mistery Machine en la que viajaban los compañeros de Scooby Doo y de la que Mercy se ocupa del mantenimiento) lo que la conducirá en esta ocasión unos ominosos sucesos que muy bien pudieran costarle la vida.

Al acudir en su forma de coyote, en calidad de simple testigo, a una reunión para identificar a un vampiro de paso por la ciudad que no se ha presentado ante el nido local, Mercy se enfrentará al horror que representa una criatura tal poseída, aparentemente de forma voluntaria, por un cruel y sanguinario demonio que personifica la idealización del Mal Absoluto. Una criatura a la que no se puede dejar campar a sus anchas, así que de una forma un tanto reticente hombres lobo y vampiros firmarán una frágil alianza para destruir a la bestia, una criatura que disfruta haciendo daño, asesinando sin objeto ni más motivo que su placer, a la que hay que poner freno cueste lo que cueste antes de que más inocentes mueran y ponga en peligro el secreto de la existencia de los seres paranormales. Pero, ¿es realmente el simple entretenimiento malsano lo que se esconde tras las brutales acciones del demonio? ¿o hay algo más, un objetivo oculto que romperá el inestable equilibrio entre los seres sobrenaturales?

Vínculos sangrientos continúa con las aventuras de Mercy transcurrido poco tiempo tras los sucesos de La llamada de la luna. Los licántropos, o al menos los más “presentables” de ellos, se han dado ya a conocer ante la opinión pública, por lo que deben cuidar mucho las formas, teniendo mucho cuidado de no verse involucrados en hechos tan truculentos como los que están sucediendo para no manchar su imagen, protegiendo con celo los detalles más escabrosos de su existencia. Y los vampiros siguen deseando vivir en la sombra, manteniendo su existencia en secreto, para no desatar una persecución que haría su existencia mucho más difícil. Así, a ambos grupos les interesa acabar con este desagradable y sangriento asunto con la máxima discreción y celeridad posibles; y por ello acudirán a las particulares habilidades de Mercy para tratar de detener a la criatura y solucionar el problema con la mínima publicidad posible.

La novela, llena de acción espectacular, no se olvida de otros aspectos como la fantasía (la magia firmemente entrelazada con la realidad), el horror, el misterio o un incipiente romance. En esta última parcela, Mercy se debate entre la atracción que siente por dos licántropos de los más poderosos de su entorno, Adam (alfa de la manada local) y Samuel (hijo del marrok, el dominante de todos los lobos de Norteamérica). Por suerte, Briggs tan solo utiliza las dudas sentimentales de la protagonista para dar una nota de color a la narración, como un telón de fondo que da un punto de tensión a las relaciones que se establecen entre los diferentes personajes, decantando en parte sus reacciones y motivaciones, pero que aparte de las debidas gotitas de erotismo y celos dada la rivalidad de los dos lobos nunca se apodera de la escena principal.

A pesar de que puede ser leído perfectamente como un libro independiente, pues cuando es necesario saber algo de lo sucedido con anterioridad la autora se ocupa de ofrecer un sucinto resumen, mi recomendación es leerse antes la novela anterior, aunque solo sea por su calidad propia dentro de la fantasía paranormal. La estructura de la serie, al menos hasta el momento, ofrece aventuras completas que dejan la trama perfectamente cerrada al final del libro, aunque sirva para ir desarrollando más el universo en el que se mueven los protagonistas e ir planteando ciertas cuestiones (como las relaciones sentimentales de Mercy) que deberán ser resueltas más adelante.

La novela le permite además presentar más a fondo la sociedad vampírica de este emocionante mundo. La política del nido, presentando a varios de sus miembros en Tri Cities y la forma de dominio que Marsilia ejerce sobre ellos, y Stefan cobrando un especial protagonismo que le convierte definitivamente en un actor principal de la historia, o mostrando las “despensas” de los vampiros en casas particulares fuera del propio nido, donde humanos más o menos voluntarios ofrecen su sangre a cambio de seguridad o de ciertos “privilegios” asociados a su entrega, como se verá cuando Mercy visité el “hogar” de Stefan.

Además Briggs aprovecha para profundizar con mayor plenitud en el personaje de la protagonista, mostrando diversos efectos de sus habilidades, algunas desconocidas incluso para ella hasta este momento dado el exterminio que los vampiros hicieron de los cambiantes precisamente intentando ocultar la amenaza que para ellos suponen. De esta manera, Mercy nunca ha tenido a nadie que le explicara o le enseñara de lo que es capaz y cuales son los dones asociados a su naturaleza. Al mismo tiempo que va mostrando mayores detalles de su pasado, dotándola cada vez de un mayor realismo y atractivo, apuntalando su imagen de mujer independiente, fuerte y valiente, pero lo suficientemente sensata para dejarse ayudad (para pedir incluso esa ayuda) cuando se ve superada por las situaciones en las que se ve envuelta sin en realidad desearlo.

El rico mundo de Mercedes Thompson incluye además de licántropos y vampiros, hadas y demás seres feéricos, brujas, hechiceros, demonios y toda clase de seres paranormales que llenan de variedad y atractivo la narración. Todos ellos introducidos sin estridencias en el mundo de los humanos “normales” conviviendo a cara descubierta (no sin fricciones en ocasiones) o en secreto entre ellos con una explicación clara y convincente de tan peculiar universo. Esta riqueza, unido a una trama trepidante de acción y misterio, convierten la serie de Mercedes Thompson en una obra destacable dentro del fantástico paranormal; una obra para leer de un tirón, entretenida, intrigante y llena de tensión y emoción, con algún pequeño bajón narrativo cuando se empeña en ofrecer ciertas explicaciones algo innecesarias y con algunas situaciones ciertamente irónicas y sorprendentes por su falta de verosimilitud dentro de la propia coherencia de la narración (y es que el que en dos libros el líder de la manada se haya “dejado” capturar ya dos veces es cuando menos contradictorio con su papel dominante), que no llegan a entorpecer el resto de la narración ni a sofocar sus virtudes. Vínculos sangrientos es una novela recomendable, sin duda, dentro de su género.

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Reseñas de otras obras de Patricia Briggs:


La llamada de la luna. Mercedes Thompson 1.

Cry Wolf. Alfa & Omega 1.



viernes, 6 de agosto de 2010

Reseña: El viaje de Hawkwood

El viaje de Hawkwood.
Las monarquías de Dios 1.

Paul Kearney.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alamut. Serie fantástica. Madrid, 2010. Título original: Hawkwood's Voyage. Traducción: Núria Gres. 349 páginas.

Un barco navega a la deriva, aparentemente sin nadie a bordo. Viene de muy lejos y guarda en sus bodegas un terrible y mortal secreto para quien se adentre en sus entrañas. Un navío, o su carta de navegación más bien, que tendrá una crucial importancia en unos hechos que tendrán lugar muchos años después, cuando se inicie de verdad esta historia.

Una historia con multitud de focos y personajes, coral en grado sumo, con muchas y variadas tramas abiertas a las que seguir con diferente interés dependiendo de su importancia relativa dentro del total de la narración. Basándose o inspirándose libremente en la Historia de la Europa medieval de finales del siglo XV o principios del XVI, con un desarrollo tecnológico que incluye los mosquetes y los cañones entre las armas de los ejércitos, el autor aprovecha para ofrecer su particular visión de las guerras religiosas y políticas que asolaron el continente en tan convulsa época. Cuando se abre la novela, un hecho inconcebible ha tenido lugar: la gran ciudad de Aekir ―trasunto de Constantinopla―, culmen de la civilización occidental, la que fuera la urbe más sagrada y más pujante de los reinos seguidores de San Ramusio ―equivalentes a los reinos cristianos― que conforman las Monarquías de Dios, tras largos años de amenazas, combates y sitios, ha caído ante el impulso bélico imparable del sultán de Ostrabar y los ejércitos merduk, seguidores de Ahrimuz ―musulmanes―, lo que les deja el camino abierto para continuar su avance hacia la ciudad de Torunn ―Viena― si consiguen salvar el escollo del Dique de Ormann, amenazando a todo Occidente en un momento en que los Cinco Reinos se encuentran inmersos en ciertas pugnas religiosas que más tienen que ver con el ejercicio terrenal del poder que con la propia religión.

En estas circunstancias, la posible existencia de un nuevo continente al Oeste del mar conocido impulsará el patrocinio del rey de Hebrion de una expedición marítima con el objetivo de fundar una colonia que además de riquezas les proporcione una nueva tierra donde poder refugiarse si lo peor sucediese y la amenaza oriental arrasase con los divididos reinos occidentales. Este será, ocupando tan solo una parte de la novela, El viaje de Hawkwood del título; una travesía marítima llena de peligros y de tensas calmas, en el mundo cerrado de un barco que lleva consigo sus propios males y secretos que provocarán la creación de una atmósfera opresiva y claustrofóbica entre los tripulantes, tropas y pasajeros. Pues cuando todo lo que te rodea es agua, si la amenaza toma forma... ¿a dónde se puede huir? Recreando en el pequeño microcosmos de la nave todos los males, las envidias, los enfrentamientos, las miserias y retribuciones que ya están teniendo lugar en el continente, Kearney refleja con gran realismo la vida marítima y sus penurias, y la tortura psicológica que supone un viaje a lo desconocido que llena de incertidumbre las almas de los implicados, sobre todo cuando el secretismo se imponga sobre todas las demás consideraciones.

La narración combina de esta manera de forma hábil y entretenida una historia bélica, llena de grandes movimientos de tropas, batallas épicas y multitud de tácticas militares, con una trama cargada de un importante contenido de intriga de alta política que implica los movimientos estratégicos de los Reyes rasmusianos y de los príncipes de la Iglesia Inceptina buscando todos la dominación terrenal de los hombres, con luchas religiosas intestinas incluidas; a lo que se une la aventura y el misterio de la expedición a lo ignoto con un peculiar y sugerente componente mágico, que incluye a los practicantes de las siete disciplinas del dweomer ―un tanto difusamente descritas― y a los cambiaformas ―como los hombres, o mujeres, lobo― que adquirirán más importancia en esta parte de la travesía que en la de las guerras religiosas ―al fin y al cabo, los inceptinos abominan de la magia, llegando a emprender una especie de cruzada contra sus practicantes condenándolos a morir en las piras «purificadoras» y la expedición ofrece una forma de huir de ello―. Aunque no sean los únicos destinados a las llamas de la intolerancia religiosa, que ve un enemigo en todo aquel que es diferente a uno mismo.

Kearny ha «creado» un mundo fantástico que es de alguna manera un reflejo distorsionado del nuestro, sin ser en absoluto una mera «copia», lo que le permite una enorme libertad a la hora de desarrollar su historia al tiempo que la dota de una enorme verosimilitud. Es inevitable que a la mente del lector acudan muchas imágenes de nuestra propia Historia tanto cuando se retrata los preparativos para la expedición marítima como su desarrollo o cuando se va viendo el peligro de cisma en la Iglesia Inceptina, con la amenaza de una duplicidad en su cabeza que parece abocarla a la ruptura y que puede dar mucho juego más adelante, con sus «excomuniones», sus juegos políticos y su quema de «herejes». Es precisamente esta característica, junto a la humanidad de los personajes, lo que hace tan cercana la narración al lector. No estamos, sin duda, ante una novela de buenos y malos, ni presenta una vez más ―al menos, en este primer volumen― la eterna lucha del Bien y el Mal, sino que refleja la complejidad del alma humana, donde los protagonistas intentando ser rectos ocultan oscuros secretos, manipulando e influyendo en los demás según sus intereses, haciendo daño sin pretenderlo y redimiéndose con pequeños actos de honor o de decencia, que reponen su dignidad pero no perdonan sus «pecados». En este sentido, es significativo que la perfidia y ambición de los simples «humanos» se muestre mucho más peligrosa y terrible que el daño que pueden llegar a causar «demonios», «cambiaformas» y otros seres mágicos. Es en este sentido donde cobra cierto peso la comparación que se ha hecho de esta obra con Canción de Hielo y Fuego, aunque el parecido tal vez no vaya más allá de la coincidencia de que ambas tengan una buena cantidad de líneas argumentales entre las que se divide la historia y una multitud de personajes a los que seguir, llenos de claroscuros, muy lejos de la «perfección» o de la maldad absoluta, con impulsos muchas veces contradictorios; ya que tanto en la ambientación, la estructura o el desarrollo ―mucho más directo aquí― ambas obras difieren muchísimo.

Estilísticamente, Kearney parece no haber encontrado todavía una «voz» definitiva ―aunque al publicar ésta ya llevase algunas novelas más a la espalda―, variando su escritura quizá en exceso de unos pasajes a otros. Su estilo se muestra bastante sobrio, sobre todo en el tema de las descripciones de la topografía y de los escenarios donde se desarrolla la acción; unas descripciones, sobre todo al principio de cada capítulo, que realizadas por un narrador ajeno a los propios hechos propicia el desapego del lector, un alejamiento que produce una extraña sensación ―como si se tratase de extractos sacados de una enciclopedia e incrustados en el texto― sobre todo cuando se une a un difuso uso de la elipsis, marcado por el recurso que tan bien funciona en los comics, pero que resulta tan poco literario en los libros de situar la acción o el tiempo con frases independientes tipo “Al día siguiente” o “Poco tiempo después” ―advierto que no son ejemplos literales― en vez de hacerlo mediante la propia narración. Consigue que el foco se aleje y que el lector contemple los hechos con cierto distanciamiento que luego sin embargo, paradójicamente, se invierte cuando Kearney introduce la acción de las batallas o la navegación, desatando su imaginación y dejando correr, casi volar, su prosa, con una profusión de detalles que demuestran una gran documentación y dotando de gran interés, emoción y atractivo a lo relatado.

En ocasiones, no obstante, ese intento de imprimir un mayor realismo a la historia le lleva, quizá, a abusar un tanto de la violencia y el sexo, tan innatos a los seres humanos, pero que en ocasiones parecen ―sobre todo en el caso de las relaciones y referencias sexuales― un tanto forzados o fuera de lugar. Algunas son «necesarias», sin duda, como las menciones a la sodomía en el universo masculino y cerrado de un barco, y consiguen dotar de una frágil humanidad a los personajes, sobre todo al protagonista Richard Hawkwood, lleno de contradicciones y esclavo en ocasiones de sus pasiones que pueden llegar a causarle la ruina. Otras, sin embargo, como las explícitas descripciones de las relaciones con la cortesana Jemilla, parecen gratuitas y fuera de lugar, por más que luego aparenta que vayan a tener vital importancia en el desarrollo de hechos futuros. Tampoco es un detalle que tenga mayor importancia, es cierto.

Mientras avanza la lectura, la cantidad de hilos abiertos ―algunos de escasa relevancia, aunque no carentes de interés― en una novela de apenas 350 páginas, pronto hace sospechar al lector de que no hay manera de que Kearney los cierre todos de forma satisfactoria. Y es que junto a la búsqueda del «nuevo mundo», ese desconocido continente al Oeste, y a la desesperada defensa del Dique de Ormann, donde los reinos occidentales se juegan su propia existencia, el autor introduce historias «menores» de diferente importancia ―aunque se intuye que tomarán mayor peso en las próximas entregas― como los intentos del rey de Hebrion de conservar su trono contra el poder de los inceptinos, los enfrentamientos internos de la propia iglesia, los movimientos políticos en busca de alianzas de los distintos reinos, el cautiverio en Oriente de Heria, esposa de uno de los últimos supervivientes de Aekir y ahora defensor del Dique de Ormann ante el embate imparable de los ejércitos orientales, la posible supervivencia del antiguo patriarca Macrobius que pondría en una posición muy difícil a la Iglesia Inceptina y a sus seguidores o el retrato de la codicia e impaciencia de Aurungzeb, sultán de los merduk, ante la posibilidad de la conquista y sometimiento de los reinos infieles.

Hay que leer, pues, El viaje de Hawkwood como parte de una serie, de una novela mucho más grande, una primera parte en la que cerca del final todavía están introduciéndose nuevos personajes o giros en las tramas. Y, en efecto, una vez terminado se confirma que no ha cerrado ni una de ellas, salvo en pequeños detalles, y que todo queda bastante en el aire en los clásicos «cliffhangers» ―el del propio viaje es de «manual»― dejándolo todo preparado para la siguiente entrega, Los reyes heréticos, que Alamut ya ha anunciado de inmediata publicación. Por poco tiempo que pase, la espera promete hacerse demasiado larga. Y aún quedarán otros tres después de ese, así que habrá que armarse de paciencia y desear que lo que viene mantenga el nivel de esta primera novela.

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Reseña de otras obras del autor:


Los reyes heréticos. Las monarquías de Dios 2.