lunes, 10 de septiembre de 2012

Reseña: Paisajes del Apocalipsis

Paisajes del Apocalipsis.
Antología de relatos sobre el final de los tiempos.

Edición de John Joseph Adams.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Valdemar. Col. Gótica # 89. Madrid, 2012. Título original: Wastelands. Traducción: Marta Lila Murillo. 567 páginas.

La peste. El hambre. La guerra. La muerte. El fin del mundo tal y como lo conocemos, y el posterior intento de sobrevivir en una Tierra arrasada y de adaptarse a las condiciones adversas que ha traído la catástrofe; los movimientos en pos de restaurar algo de la antigua civilización destruida por la hecatombe; el escenario devastado que deja el Apocalipsis cuando se ha desatado y ha pasado dejando tras de sí tan solo miseria y sufrimiento... John Joseph Adams, especialista recopilador de antologías de relatos fantásticos de muy diversas temáticas, factura para la ocasión un atractivo volumen lleno de cuentos en que el común denominador es que nuestro mundo ha sufrido un traumático e irreversible holocausto y la forma en que aquellos que han conseguido sobrevivir intentan mantenerse con vida e, incluso, recuperar algo del pasado. Veintiún relatos —por cuestiones de derechos se ha tenido que quedar fuera de la edición española el cuento de Stephen King que aparecía en el volumen original— de plumas tanto consagradas como incipientes que garantizan una enorme variedad de enfoques y muy diferentes visiones. Desde un planeta arrasado por la guerra nuclear a la debacle ecológica, desde enfermedades silenciosas a acciones terroristas a nivel mundial, desde el calentamiento global a los desastres biológicos desarrollados por los propios hombres...

Tras la debida introducción del propio Adams, el volumen se abre con El sonido de las palabras, de Octavia E. Buttler, donde por causa de una misteriosa enfermedad la humanidad ha perdida la capacidad del habla al tiempo que los procesos cognitivos se han visto profundamente mermados. La autora transmite a la perfección el sentimiento de pérdida, de amenaza continua, de nostalgia por tiempos pasados de una mujer que todavía conserva cierto recuerdo de cómo eran las cosas antes.

Chatarra, de Orson Scott Card, es un relato perteneciente al ciclo de La gente del margen dedicado a los mormones de un futuro en que el calentamiento global ha cambiado la fisonomía de los paisajes y trata de la reconstrucción después de la catástrofe, del intento de llevar vidas «normales» a pesar de todo y de cómo algunos individuos se aferran a ciertas certezas del pasado a pesar de que hayan quedado obsoletas. El sentimiento religioso como un tesoro secreto.


En uno de los relatos más interesantes del volumen, la pluma —entonces— emergente de Paolo Bacigalupi ofrece en Gente de arena y escoria una historia de post humanismo en un mundo tan contaminado por los residuos de los procesos industriales y los desechos de la «civilización» que la única solución es cambiar a los seres vivos ante la imposibilidad de regenerar y recuperar la naturaleza. Una dura reflexión de hacia dónde estamos llevando al planeta y el futuro deshumanizado, aunque triunfante, que nos espera si la tendencia se acentúa. La situación, llevada al extremo sin duda, sirve como una llamada de atención no exenta de lírica ironía.

En Pan y bombas, de M. Rickert se asiste a los recelos que levantan los refugiados de guerra y a las terribles secuelas psicológicas que el conflicto deja en ellos. En un vecindario que trata de recomponerse y sobrevivir, la xenofobia late bajo la aparente calma de los adultos; e incluso los juegos de los niños se ven matizados por la sombra de la desconfianza. Es muy difícil romper el muro de las diferencias y las acciones más bienintencionadas pueden contener un terrible mensaje.

De cómo logramos entrar en la ciudad y salir de ella, de Jonathan Lethem, parece un fragmento de una historia mayor, un «capítulo» al que le faltan antecedentes y resoluciones. Tal vez se deba a su cualidad de pertenecer “a la serie [de relatos] que clama contra las tecnologías de realidad virtual”, pero un poco más de contexto no le hubiera venido mal en absoluto. Aún así la historia de dos jóvenes supervivientes en un planeta futuro casi desértico, donde los enclaves de civilización se han convertido en ciudades cerradas y fortificadas, y que encuentran la manera de entrar en una de ellas para participar en un muy particular espectáculo-concurso resulta tan curiosa como furiosamente descarnada.

Invitado habitual de las antologías de Adams, y un valor seguro en toda circunstancia, George R.R. Martin aparece con un relato de 1973 —el más «antiguo» de la antología—: Oscuros, oscuros eran los túneles, que traslada a los lectores a un futuro lejano donde un explorador de las profundidades donde se refugiaron los escasos supervivientes de una hecatombe global y radiactiva se va a encontrar con la avanzadilla de una misión científica desplazada desde la Luna, compuesta de descendientes de los hombres y mujeres que quedaron aislados en el satélite tras la misma catástrofe. Irónico y doloroso, Martin ofrece un relato emotivo y triste, muy agradable de leer a pesar del regusto un tanto amargo que deja al ser uno de los más pesimistas del volumen.

En Esperando al Zephyr, Tobias S. Buckell ofrece el contrapunto al anterior, con un relato más optimista a pesar del desolado mundo en que se desarrolla. Un relato que habla de sueños y esperanzas en un mundo donde los combustibles fósiles se han agotado, muchas tecnologías se han perdido, muchos animales se han extinguido, el estéril desierto se extiende por doquier y los principales medios de transporte son carros dotados de vela. El Zephyr, un auténtico barco terrestre dedicado al comercio, es esperado con impaciencia por una joven que anhela la libertad que no encuentra en su pequeña comunidad. Un canto a la esperanza en las peores condiciones, la promesa de un rayo de luz entre la oscuridad.

Nunca desfallezcáis, de Jack McDevitt, narra el encuentro de Chaka Milana, una exploradora de una aparentemente fracasada expedición en busca de un casi mitológico «refugio», un lugar donde las condiciones de vida son menos extremas que en su tierra de procedencia, y quien, a punto de tirar la toalla y volver derrotada con sus gentes, se encuentra con un reconocible —para el lector— «fantasma del pasado» que la llevará a reconsiderar sus decisiones y a replantearse todo lo que cree saber sobre su mundo. Esperanzadora a pesar de la desolación que transmite.

Para algún lector, más cercano a los procesos informáticos, Cuando los Admindesis gobernaron la Tierra, de Cory Doctorov, será posiblemente un interesante relato. Para los demás no deja de ser una mera curiosidad intrascendente sobre cómo los agobiados administradores de sistemas consiguen sobrevivir al fin del mundo que está teniendo lugar a su alrededor e, incluso, sostienen un atisbo de civilización cuando todo lo demás se desmorona. A pesar del renombre de su autor, es este uno de los relatos más prescindibles del volumen. Como curiosidad, cabe decir que es de los pocos cuya acción se desarrolla durante la catástrofe, en vez de, como la mayoría, lidiar tan solo con las consecuencias posteriores.

Si hay una característica casi común a todos los relatos de la antología, esa es la del tono crepuscular y nostálgico que envuelve a las narraciones. Al fin y al cabo poca alegría queda después del apocalipsis. Ese tono es especialmente nostálgico en Las últimas formas-o, de James Van Pelt, donde el fin del mundo se produce de forma gradual —de hecho, todavía sigue produciéndose en el presente del relato— y los seres orgánicos originales están desapareciendo sustituidos por extraños híbridos que han pasado de ser fenómenos de feria a una palpable mayoría, incluso entre los humanos donde ya no nacen bebés «normales». Un relato amargo, que advierte sobre los riesgos de jugar con la naturaleza y la genética, y que habla de los profundos anhelos del alma humana y de la forma que siempre encuentra alguien de hacer dinero con ellos.

El muy breve Naturaleza muerta con Apocalipsis, de Richard Kadrey, es, como se puede intuir por el título, un cuadro, una breve escena, de lo que queda después de que la civilización se ha ido por la cloaca y de aquellos que se dedican a la limpieza del desastre. De cómo los seres humanos intentan seguir adelante con sus vidas a pesar de que no haya nada más allá. Desesperanzado, aunque lírico.

A pesar del desafortunado título, Los Ángeles de Artie —nada que ver con los de Charlie—, de Catherine Wells, es una emotiva historia sobre cómo una persona puede cambiar el aciago destino de aquellos que le rodean, de cómo el sueño de un muchacho que aglutinó a su alrededor a otra serie de jóvenes dispuestos a mejorar su futuro cambió un poco sus miserables circunstancias, y de cómo la fatalidad siempre ocurre en el peor momento. De cómo no dejar morir la esperanza, a pesar de que uno mismo se encuentre desgarrado por dentro. Una bonita historia.

El juicio pasó, de Jerry Oltion, es otro de los relatos innecesarios del volumen. Versando sobre una misión espacial que vuelve a la Tierra para encontrarla vacía tras la aparente segunda venida de Jesucristo, intenta recrear las posibles reacciones de los miembros de la expedición que sienten como han sido dejados atrás. Reacciones en general bastante contradictorias con lo que el propio autor ha establecido previamente, el relato no termina de funcionar a pesar de una buena escritura, y la conclusión, desafortunada, es demasiado maniquea.

Otro de los pesos pesados de la antología es Gene Wolfe, quien en Modo silencio ofrece una de sus inclasificables narraciones con un característico tono onírico sobre dos jóvenes que son llevados a casa de su padre mientras el mundo languidece y que, sin embargo, no terminan de encontrar lo que esperaban. Un televisor, siempre con el «mute» conectado, es símbolo de un silencio mucho mayor. Intrigante y enigmático es un relato que ofrece más preguntas que respuestas y, sin embargo, deja un muy buen sabor de boca.

Encerrados como apestados en una suerte de «campos de concentración», los afectados de una incurable enfermedad con dimensiones de plaga sobreviven en sus barracones gracias a la caridad del exterior en Inercia de Nancy Kress. Con el temor al riesgo de contagio, nadie entra y nadie sale, y las nuevas generaciones, nacidas ya en el encierro, ni siquiera conocen otro mundo que ese, salvo lo que ven por la TV o las películas. Una de esas jóvenes verá la oportunidad de cambiar las cosas, pero ¿tendrá el empuje para intentarlo?

En Y el profundo mar azul, Elizabeth Bear ofrece una nueva reescritura de la historia de Fausto en un mundo lleno de zonas desérticas y radioactivas. En un relato que de alguna forma recuerda a El cartero de David Brin, tras la destrucción el correo debe seguir siendo entregado y una particular mensajera va a descubrir ciertos impedimentos para realizar una entrega de vital importancia. Divertido.

Tras la debacle y la guerra continuada el mundo ha involucionado hasta niveles de siglos pasados, aunque con ciertas reminiscencias de conocimientos más adelantados, en Asesinos, de Carol Emshwiller, donde ciertos combatientes siguen luchando ajenos al fin de las hostilidades. La autora muestra como el enemigo siempre es el «diferente», el ajeno, pero que cuando se llega a conocerlo quizá se descubra que no es tan distinto ni sus anhelos son tan divergentes. Y lo peor de todo es que, quizá, el «enemigo» lo lleve uno mismo dentro.

El circo ambulante de Ginny Caderasdulces, de Neal Barrett, Jr, es un divertido y un tanto violento relato sobre la forma de sobrevivir de una mujer emprendedora, donde se mezcla la realidad virtual, la inteligencia robótica artificial y un escenario a lo Mad Max para ofrecer una historia curiosa y entretenida.

El Fin del Mundo tal como lo conocemos, de Dale Bailey, viene a ejemplificar que el mundo se acaba continuamente para muchas personas, que una catástrofe no tiene porqué afectar a toda la humanidad para que enormes parcelas de ella sientan un cambio irreversible. Las desgracias están golpeando a cada momento en uno y otro rincón del planeta y para los afectados se trata sin duda del fin de «su» mundo. Irónica e irreverente con el propio género, la reflexión de un superviviente le sirve al autor para mostrar otras facetas de esos pequeños apocalipsis. Una lástima el tono planfletario de su final.

En Una canción antes del Ocaso, David Grigg intenta contestar a la cuestión de si es posible la civilización sin la cultura, la esperanza sin la belleza de una obra de arte o una interpretación musical. La barbarie siempre afecta primero a las manifestaciones artísticas, pero ¿es posible la reconstrucción cuando no hay tiempo para nada más? Previsible.

El último relato de la antología, Episodio siete: la última defensa contra la Jauría en el Reino de las Flores Púrpura, de John Langan, en realidad son dos relatos en uno —aunque eso es algo que debe descubrir cada lector— sobre una pareja que en el fin del mundo huye de una jauría de fieras mutadas. Con una sorprendente estructura y una interesante, a la par que emotiva, historia, es un buen broche con el que terminar la lectura.

Cierra el volumen una completa lista de Lecturas recomendadas con un buen número de títulos de novelas pertenecientes o cercanas al género post catastrofista.

Como siempre en estos casos, una heterogénea muestra de cuentos, con un buen nivel —aunque con gratas excepciones, sea más agradable que memorable—, que en general plantean las ganas de supervivencia de la especie, los esfuerzos por pervivir de la Humanidad, cuando todo se le ha puesto en contra. Y es que cuando un mundo termina, otro empieza, más duro y complicado, sin duda, pero abierto a muchas posibilidades. Aquí se pueden encontrar 21 de ellas. No son relatos que hablen, en general, de la catástrofe en sí, sino de cuando la misma ya ha tenido lugar, retratando el posterior intento de mantener la civilización y la sociedad en marcha, con importantes reflexiones sobre lo que significará la pérdida y la advertencia sobre lo que se avecina si seguimos con la degradación del planeta y el abuso de los recursos. Son relatos de supervivientes y de nuevos comienzos, tristes sin duda, pero retorcidamente optimistas —la mayoría— a pesar de todo, no es poco.


2 comentarios:

Jeral dijo...

Hola! No tengo muy fresco el último relato, ¿a qué te refieres con lo de dos relatos en uno?

Excelente crítica, como siempre.

Santiago dijo...

¡Uf! Se me había pasado este comentario, siento la tardanza en contestar.

Y bueno, lo cierto es que cada cual debería descubrirlo por sí mismo, pero tiene que ver con las frases en negrita dentro del relato ;-)