viernes, 2 de noviembre de 2012

Reseña: Zendegi

Zendegi.

Greg Egan.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Bibliópolis. Col. Bibliópolis fantástica # 70. Madrid, 2012. Título original: Zendegi. Traducción: Carlos Pavón. 303 páginas.

Dentro de la bibliografía completa del autor, Zendegi —«vida» en persa— podría considerarse como una novela mucho más «simple» —más «asequible» han dicho algunos— de lo habitual. Con una —engañosa— apariencia, en lo científico, de sencillez, sin grandes «saltos» especulativos, lo cierto es que Egan postula de forma muy realista los primeros pasos, algo tambaleantes, hacia las posibilidades de un mapeado cerebral y sus aplicaciones —otra cosa es si tal cosa será posible o no— y las oportunidades comerciales de un sistema de Inmersión en Realidad Virtual. Y es cierto que esa «sencillez» puede defraudar a algunos de los seguidores más acérrimos de Egan, ávidos de complicados desafíos intelectuales que aquí no tienen tanta cabida, o de aquellos otros que busquen acción per se en la trama, ya que la narración da un mayor protagonismo a las relaciones y experiencias vitales de los personajes, a los cambios sociales y políticos de un país con una historia convulsa, que a la ciencia propiamente. De hecho la novela se encontraría, sin adentrarse en ella, al borde de la etiqueta de ciencia ficción hard, lo que no quita que la especulación esté llena de interesantes posibilidades y de grandes temas y cuestiones éticas sobre los que reflexionar profundamente.

Dividida en dos partes, en un futuro tan cercano que ya se ha convertido en presente —casi pasado—, la novela comienza en 2012 con una especie de «primavera árabe» en Irán, donde la  corrupción de la cúpula dirigente con el beneplácito tácito del Consejo de Guardianes de la fe, va a motivar un movimiento pacífico por el cambio político que, sin renunciar al carácter islámico, permita mayores libertades en el país. Martin Seymour, periodista australiano, se desplaza allí para cubrir las elecciones parlamentarias viéndose inopinadamente en medio de todos los acontecimientos. Mientras tanto, la joven informática Nasim Golestani, una exiliada iraní en Estados Unidos, trabaja en una avanzada investigación, el Proyecto Conectoma Humano, para obtener un mapa detallado de las conexiones neuronales del cerebro.

En la segunda parte, quince años después, las cosas han cambiado sustancialmente, Nasim ha vuelto a Irán y trabaja como una de las principales programadoras de Zendegi-ye Behtar —«una vida mejor»—, un sistema de inmersión en la realidad virtual con fines recreativos que se encuentra gravemente amenazado por sus competidores indios. Y a Seymour, viviendo un momento especialmente grato, la vida le tiene reservadas buenas dosis de tragedia, lo que le impulsará a tomar algunas decisiones arriesgadas teniendo siempre en vista el bienestar de su descendencia.

El lector asiste a los primeros pasos de un tema recurrente en la ciencia ficción: el intento de cartografiar el cerebro humano para su posterior reconstrucción digital, ya sea para la creación de nuevas entidades inteligentes o para la recreación de la personalidad, la «virtualización» de un ser humano, en busca de una virtual inmortalidad. Sin embargo, la premisa de Egan para la implantación de esta tecnología es mucho más mundana: el entretenimiento por puras razones comerciales. De hecho, el primero de los personajes emulados con la nueva tecnología va a ser, muy sintomáticamente, el jugador de fútbol más afamado del país. Algo que el autor contrapone al deseo de un padre de mantenerse de alguna manera al lado de su hijo cuando haya muerto o al de un multimillonario enfermo que se resiste a abandonar el mundo e invierte su fortuna en la posibilidad de perpetuarse. ¿Hay, sin embargo, alguna elección «moral» correcta para todo ello?

Se trata, sin duda, de un primer paso hacia el post o trans humanismo ya visto en alguna de sus novelas anteriores, pero con un menor contenido hard y menos de la metafísica siempre implícita en sus escritos. Se centra más en los diversos enfrentamientos morales, con el difícil equilibrio de aquellos que quieren seguir adelante con las posibilidades de la ciencia hasta su últimas consecuencias y aquellos que se oponen a ciertas prácticas deshumanizadoras. Pone sobre la balanza la naturaleza y los derechos de los seres virtuales cercanos a la Inteligencia Artificial, de su libertad o esclavitud, al basar las emulaciones en lecturas de cerebros de personas muertas, y crear programas de software con la capacidad de reaccionar al entorno e interactuar de forma independiente con los jugadores de las distintas opciones de Zendegi. Hay, además, una lectura irónica de la búsqueda de la suprema inteligencia artificial como un ser divino que resolverá todos nuestros problemas y llevará a la Humanidad a una era dorada de paz y armonía, siempre que la misma renuncie a la toma cualquier decisión y acate todas las órdenes del nuevo ente, claro.

Egan «retrata» un Irán de alguna manera posible, que se asoma a la democracia pero no renuncia a su componente religioso. Para un lector occidental es refrescante poder sumergirse en una cultura radicalmente distinta a la que está acostumbrado —tamizada, eso sí, por la visión cercana del periodista australiano o la exiliada que ha residido muchos años en EE.UU. asimilando su forma de vida—. El relato se ve salpicado por un buen número de interpretaciones virtuales de relatos clásicos árabes, extraídos del Shahnameh —un poema épico persa—, recreadas gracias a las posibilidades de la realidad virtual dentro de Zendegi, y que sirven para marcar el crecimiento del joven hijo de Seymour, Javeed, y para reforzar los lazos entre progenitor y vástago al compartir unas aventuras repletas de mitología y fantasía.

El ritmo de la novela es bastante pausado y tranquilo, a pesar de breves momentos de acción en la primera parte, centrándose en la segunda sobre todo en la descripción del día a día de unos personajes enfrentados más a problemas intelectuales y cotidianos —la pervivencia de la familia, el mantenimiento del trabajo frente a fuerzas hostiles, la asunción de la enfermedad y la mortalidad...— que a peligros violentos —aunque alguno haya—. El relato ofrece así una amplia reflexión sobre la política y la religión, los cambios sociales, la moral, la economía de mercado, la influencia de la tecnología sobre los individuos y su desarrollo, las posibilidades de la realidad virtual, el cishumanismo, el amor a los hijos y del deseo de permanecer a su lado para transmitirles conocimientos y valores...

Se cierra con un final, a pesar de estar en todo momento asumido, bastante anti climático, brusco y triste —casi deprimente—. A pesar de una puerta abierta a cierto positivismo final, el libro contiene el mensaje de Egan, siempre tan tecnológicamente optimista, más oscuro que recuerdo, quizá por el intento de hacer un relato más cercano y realista según nuestro propio presente y futuro inmediato. Zendegi es, sin duda, un buen libro de especulación sobre el futuro cercano, pero que se aleja de las complejidades científicas y de las disquisiciones cuánticas a las que nos había acostumbrado Egan —a tal punto que no parece escrito por el mismo autor de Diáspora, El instante Aleph o Luminoso—. Un libro de cómo los nuevos desarrollos tecnológicos pueden llegar a afectar a las personas, de la dificultades a las que se enfrentan los investigadores, de los inevitables reveses hasta conseguir resultados satisfactorios, de los límites que tal vez no debieran ser rebasados, y de lo que es capaz de hacer un padre por amor a un hijo, y no sobre las tecnologías en sí mismas.

Y, como ya viene siendo habitual, una excelente edición por parte de Bibliópolis, con una remarcable, positivamente, traducción de Carlos Pavón.

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