martes, 19 de marzo de 2013

Reseña: Mabel, la princesa de Íncaput

Mabel, la princesa de Íncaput.

Rafael Hidalgo Navarro.

Ilustraciones de: Elia Fernández Mazariegos.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Editorial Monte Carmelo. Col. Didaskalos literatura. Burgos, 2013. 206 páginas.

Nos encontramos ante un libro de literatura infantil - juvenil con el sabor de los cuentos de antaño, con toda su refrescante ingenuidad y su buena dosis de moraleja. Una novela de iniciación, llena de valores morales, donde el autor peca, quizá, de importarle más el mensaje que quiere contar que la forma de transmitirlo. El libro avanza a través de un proceso de superación por el que Mabel va a tener que ir avanzando a través de diversas pruebas, a cada cuál más difícil, recuperando cuatro llaves ocultas desde hace siglos, corriendo diversas aventuras mediante las que irá aprendiendo lecciones morales de cada una de sus peripecias. Las principales armas de la princesa ante las adversidades van a ser la inteligencia y la entrega desinteresada, dejando a un lado la violencia que le sale al paso y yendo siempre con la verdad por delante para enfrentar todos los engaños que puedan distraerla de su objetivo.

Situando la trama en una Europa medieval imaginaria, cuando comienza la novela han pasado tres siglos desde que, aprovechando la situación convulsa del colindante y belicoso reino de Rugesbia, Atanasio I de Íncaput sustrajera a sus vecinos cierto tesoro de vital importancia y, asustado por su terrible poder bélico, ordenara guardarlo en una impenetrable cámara blindada protegida bajo cuatro llaves irrepetibles. Llaves que fueron desperdigadas y ocultadas en inaccesibles lugares para que nadie pudiera hacerse de nuevo con el peligroso «tesoro». Ha pasado el tiempo y la situación ha cambiado de forma radical. Ahora, el rey Sajón III de los rugesbintos ha lanzado un ultimátum a su homólogo de Íncaput, Nicasio XIV: O le entrega «en doce lunas llenas» el tesoro robado o tomará su reino a sangre y fuego.

Todos los caballeros al servicio de Nicasio parten en busca de las llaves y todos fracasan, momento en que da comienzo este relato. A Íncaput solo le queda una desesperada esperanza, la joven príncesa Mabel, a sus doce años, puede ser la única capaz de evitar la aniquilación de su tierra y la muerte de sus futuros súbditos. Con la sola compañía de Félix, un humilde jardinero —los jardineros deben ser buenos «escuderos» y compañeros en gestas imposibles, según se deduce de ciertos libros—, partirá a la búsqueda de las llaves siguiendo las pocas pistas que Códex el bibliotecario puede aportarles sobre la localización de las mismas.

Estructurada en torno al recurrente viaje iniciático, Mabel y su compañero, sin más arma que su ingenio, deberán ir superando prueba tras prueba de muy diversa índole, colocando su vida en peligro siempre con el bien ajeno, el bien de los habitantes del reino, en mente. Plantea a la perfección Hidalgo la noción de servicio o servidumbre como entrega y sacrificio desinteresados en favor del prójimo, sin buscar beneficio propio: El esfuerzo de superación, de no rendirse ante las dificultades, de aceptar sobre uno mismo con generosidad las cargas de los demás y tratar de llegar a buen puerto a pesar de todos los obstáculos. Y es que, parece decir, es más importante intentarlo a pesar de la posibilidad del fracaso —que ya es un triunfo—, que la inacción por la que al final no se consigue nada.

Dosifica con acierto el recurso del humor, con el convencimiento que con las pinceladas justas sirve para relajar la tensión sin convertir el relato ni en una comedia ni en una parodia. La figura del secretario real y sus tendencias «voladoras» o, principalmente, cierta heroica carga de otro de los personajes contra el enemigo todavía me hacen sonreir mientras las recuerdo.

Dentro del elemento fantástico que supone la existencia de países inexistentes en un mundo que a la postre es el nuestro —con evidentes referencias a santos y localizaciones reales—, Íncaput se convierte en ese lugar «ideal» donde se reúnen todas las circunstancias necesarias para llevar a buen puerto el relato. La novela no pertenece, por tanto, al género histórico a pesar de desarrollarse en una suerte de Edad Media, aunque sí podría considerarse parte de una fantasía histórica entroncada con antiguas crónicas y leyendas.  

Pero, a pesar de la presencia de una malvada bruja en el relato, muy en la línea por otra parte de ciertas obras clásicas como la Eneida, la magia no hace acto de presencia en momento alguno de la narración; haciendo que todo deba explicarse de forma coherente con el mundo físico.  Y surge aquí uno de los pocos problemas de la narración: la negación del recurso mágico, muy lícita por otra parte, hace que se exija al texto una veracidad todavía mayor, un esfuerzo extra en pos de la credibilidad de las situaciones y peripecias en que los protagonistas se ven envueltos; algo en lo que la narración falla en momentos puntuales resueltos de manera un tanto simplista o poco razonada, o directamente de forma imposible ante la «realidad» que pretende reflejar —y a la explicación del inverosímil porqué de que ciertas antorchas no arden me remito—. Algo, como decía al principio, que se debe seguramente a que el autor está más centrado en su mensaje, salvando ciertas situaciones refugiándose en la ingenuidad infantil poco dada al análisis de su público objetivo, y que sólo «molestará» a quienes estén continuamente cuestionándoselo todo.

Hidalgo utiliza un tono narrativo muy coloquial, cercano a cierta tradición oral, muy adecuado para ser leído a los niños antes de irse a dormir, con recursos muy del género como las interpelaciones directas al lector que sirven para mantener la atención de los más jóvenes. Acompañado, además, de cierta inclinación didáctica y ejemplarizante donde los buenos son buenos y los malos malos, sin crear confusión en las mentes más tiernas ni dar lugar a interpretaciones capciosas. 

Con una maquetación un tanto discutible, el texto viene acompañado por los expresivos dibujos a todo color de Elia Fernández Mazariegos, por desgracia algo desaprovechados por la decisión —es de suponer que para mantener los costes editoriales sin excesos— de condenarlos al pliego central del volumen en vez de intercalarlos en los capítulos a que cada uno de ellos hace referencia, haciendo que si se quieren disfrutar haya que avanzar adelante o atrás, interrumpiendo la lectura y buscando en cada ocasión la página pertinente, algo que si bien no resulta muy costoso si que es un tanto molesto cuando estás inmerso en la historia.

Mabel, la princesa de Íncaput es una novela infantil - juvenil muy adecuada para los niños, que quizá se antoja un tanto ingenua para los lectores adultos más dados a analizar en profundidad la pausabilidad de lo que se está narrando —aunque al fin y al cabo, tampoco es que ese vaya a ser su público principal—, pero que tiene un mensaje de crecimiento y superación muy adecuado para las mentes en desarrollo. Un mensaje que, de ser aplicado, seguro que hacía del mundo un lugar mejor, más amable y agradable. Una fábula moral que hace del ejemplo su mayor virtud, sin caer en la predicación directa, que divierte y entretiene, e invita, como buen «cuento», a la reflexión.

2 comentarios:

Denna dijo...

A mi me encantó :D

Santiago dijo...

Hola Denna.

Este es un libro (y un autor) que, por desgracia, no ha tenido la difusión que se merecía, porque para la edad a la que va destinado está muy bien.

Saludos