jueves, 17 de octubre de 2013

Reseña: Wild Cards III. Jokers salvajes

Wild Cards III. Jokers salvajes.

Ed. George R.R. Martin.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Timun mas. Barcelona, 2013. Titulo original: Wild Cards III. Jokers Wild. Traducción: Isabel Clúa Ginés. 371 páginas.

Tras dos entregas en formato «antología», en esta tercera el lector se va a encontrar con una novela que, aunque escrita por siete autores, se lee como una «unidad», con las aportaciones de cada escritor intercaladas de forma segmentada entre las de todos los demás, conformando así una obra coral ―mosaico, la han llamado― con muchas personajes y muchas tramas que terminan enlazándose en un todo mayor que sus partes. Aventura, asesinatos, intriga, misterio, sexo y superpoderes, todo bien conjuntado y conducido. Además, para la estructura general del volumen se utiliza la fórmula de narrar los sucesos de un único, frenético y dramático día ―25 horas en realidad―, dedicando un capítulo a cada hora años antes de que la serie 24 popularizase el «formato». El punto de partida de Wild Cards III retoma la acción de la anterior, desvelando las consecuencias de los sucesos allí narrados y demostrando por el camino que Martin ―como ideólogo de la serie, al menos― ya gustaba de sacrificar sin remordimientos a algunos de sus personajes mucho antes de escribir su famosa Canción de Hielo y Fuego.

La serie Wild Card es un intento de proyectar una mirada realista y humana sobre el género de los superhéroes. Sí, es cierto que la mayoría de ellos tienen grandes poderes o grandes deformaciones, según sean ases o jokers, pero lo cierto es que las pasiones que les dominan a todos ellos siguen siendo terriblemente humanas ―y mundanas―. El potencial para el bien o el mal está ya dentro de cada uno independientemente de las cartas que luego les reparta la vida.
 
Con un halo de tragedia, Jokers salvajes viene a cerrar alguno de los hilos pendientes de las anteriores entregas ―sobre todo de Ases en lo alto―, algo que siempre es de agradecer, aunque también comporte una menor cantidad de ideas frescas y originales al seguir los planteamientos ya desarrollados con anterioridad. De hecho, se echa en falta algo de la perspectiva de ciencia ficción galáctica que se abría en la anterior, al centrarse toda la acción, de nuevo, tan solo en sucesos con origen y fin en la Tierra, sin apenas presencia alienígena.

Es 1986 y se avecina la «celebración» de un Día Wild Card ciertamente especial, pues conmemora el 40 aniversario del intento de Jetboy de evitar la expansión de las esporas del virus alienígena que daría lugar a superpoderes y malformaciones entre los afectados. Se trata de un día festivo, pero con un halo de tristeza. Es un día de celebraciones, de desmadre general, de desfiles y discursos, de banquetes y desmanes. Un carnaval del caos en la ciudad de Nueva York y, sobre todo, en Jokertown. Pero también es un día para el recuerdo, para conmemorar a los muertos, para agasajar a los desfavorecidos, para honrar la memoria de los caídos. Un día de desenfreno y de pena. Y precisamente un viejo conocido, el Astrónomo, va a aprovechar tan señalada efeméride para ejecutar su venganza, eliminando uno por uno a todos los ases que tuvieron algo que ver en su caída. Y lo va a hacer golpeando donde más duele y cuando menos se lo esperan; porque además viene acompañado de nuevos y sorprendentes aliados, junto a alguno de los viejos conocidos.

La novela se estructura en varias líneas que se van entretejiendo y separando, con un buen número de personajes entrando y saliendo de escena, cruzándose e interactuando, persiguiendo diversos objetivos a veces complementarios, a veces abiertamente enfrentados, forjando y disolviendo alianzas sobre la marcha. Los jokers y ases van pasando de una historia a la otra, superponiéndose y dando gran sensación de unidad y profundidad. 

Las principales, sin duda, son la de la celebración del propio Día Wild Card, con todo el desenfreno en las calles, y la de la venganza del Astrónomo, pero con ellas se entrecruza un auténtico McGuffin en forma del robo de tres pequeños cuadernos, dos álbumes de sellos extraordinariamente valiosos y un librito más pequeño pero de un valor incalculable al resultar ser el diario del genio del mal Kien que desencadenara una despiada persecución en su intento de recuperarlos; y, además, la búsqueda un tanto desesperada por parte de su tío de cierta jovencita recién llegada a la ciudad, Cordelia, huyendo de su casa en la pantanosa Louisiana, en tan señalado momento o el destino de cierta familia mafiosa con ramificaciones que van más allá de lo esperado. Los caminos de todos ellos parecen encaminarse de alguna violenta manera al Aces High, donde Hiram Worchester va a celebrar su gran cena anual y quiere que todo salga perfecto… Aunque parece muy probable que no vaya a conseguir sus deseos.

Aunque se lee como una novela como tal, y no como una antología o una serie de cuentos encadenados, cada trama ha sido escrita por el creador del «héroe» principal de la misma, siendo no obstante el resultado mucho más homogéneo y compacto que el de la entrega precedente en la que, aún existiendo un intento de continuidad de un relato a otro, se notaban mucho los «saltos». Aquí no. Aquí la acción fluye de un capítulo ―dividido a su vez en secciones o subparcelas según las distintas historias― a otro, de una hora a la siguiente, enlazando y fusionando a la perfección los distintos eventos y hechos, hasta el punto de no poder distinguir las distintas autorías. ¿Todas la líneas son igual de interesantes? Es obligado decir que no, pero también que todas «mantienen el tipo» más que dignamente hasta el punto que resulta difícil separar las unas de las otras.

En la publicación original se adjudica la autoría de los diversos personajes principales que aparecen en el volumen, como una forma de indicar quienes habían escrito su correspondiente línea. Así, correspondería a los siguientes escritores: Leanne C. Harper ―Bagabond―, Lewis Shiner ―Fortunato―, John J. Miller ―Jennifer Maloy aka Espectro, antes Ghost Girl―, Edward Bryant ―Jack Robicheaux, Aligator―, Melinda M. Snodgrass ―Roulette―, Walton Simmons ―James Spector, Deceso― y George R.R. Martin ―Hiram Worchester―. Obviamente, además de los personajes citados, muchos otros «viejos» conocidos hacen también acto de presencia, teniendo su importancia dentro de alguna de las diferentes tramas, como puedan ser el Aullador, la Tortuga, el Durmiente, Chrysalis o el propio Tachyon.

Dentro de una emocionante y satisfactoria experiencia lectora, del género que nos ocupa, con tramas que se van encadenando y no dan descanso, al volumen se le podrían achacar tan sólo, quizá, un par de «defectos» ―por otra parte, totalmente subjetivos, confieso―. Por un lado, conforme avanza la acción se antoja que unos y otros abusan un tanto de la vertiente sexual que permite la temática, desde la reiteración de los poderes de Fortunato, el proxeneta tántrico, a la necesidad casi patológica de Tachyon o la aplicación práctica del poder de Roulette, pasando por multitud de referencias en torno a alguno de los personajes «secundarios», haciendo que parezca que todas las féminas que van apareciendo sólo están allí para «lucir palmito» o ser objeto del deseo masculino, resultando al final un tanto cansino. Por otro, tras la minuciosa construcción y reunión de todas las historias, en un crescendo realmente remarcable. el final es quizá algo rápido y anticlimático, aunque no deje de ser terriblemente coherente con todo lo narrado.

En todo caso, si se disfrutó de las anteriores entregas o si el lector se ve atraido por el género de seres superpoderosos con un toque noir, Jokers salvajes no defraudará al completar, de alguna manera, una primera trilogía dentro de la serie Wild Cards, atando cabos, cerrando tramas y respondiendo a ciertas cuestiones que habían quedado en el aire, y lo hace manteniendo muy alto el listón de la narrativa de acción superheroica, detectivesca y fantástica. No amplía en exceso el «mundo» ucrónico en que se mueven los personajes, como sí hacía la anterior, pero tampoco era necesario para narrar las intrigantes historias que lo componen.

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