miércoles, 5 de marzo de 2014

Redifusión [reseña y adenda]: La boca del infierno

La boca del infierno.
Los archivos perdidos de Sherlock Holmes vol. III.

Rodolfo Martínez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns. 

Sportula. Gijón, 2014. Edición digital (epub). 247 páginas.

Con motivo de la re-edición de la novela por parte de la editorial Sportula, recuperamos esta reseña publicada en Sagacomic el 4 de diciembre de 2007 y que hace referencia a su edición en Bibliópolis Fantástica. 

Tercera incursión de Rodolfo Martínez en su particular recreación del mundo de Sherlock Holmes, tras La sabiduría de los muertos y Las huellas del poeta, y quizás la más inesperada al adelantarse a la anunciada Sherlock Holmes y el heredero de Nadie. El propio autor relata al principio del libro la anécdota de cómo llegó a conocer la Boca do Inferno, en Portugal, y de cómo le impresionó, tanto en lo geológico como en lo “legendario” (el fingido intento de suicidio de Aleister Crowley), el lugar. Y la verdad es que debió quedar muy impresionado, pues a partir de tan interesante, pero algo parco, escenario ha construido una nueva novela sobre el detective en esa faceta cada vez más anciana que ya nos había ofrecido en las dos anteriores entregas; novela que se sustenta poco más que en el nuevo intento de Crowley de romper las barreras entre los mundos y en la decisión de Holmes de impedírselo. Una decisión que habrá de reportarle una dolorosa pérdida antes de poder alzarse con el triunfo, si es que lo hace.

Lo cierto es que a mí me ha parecido que había poca “chicha” en el asador; que la idea, que muy bien podría haber dado para un excelente relato de cierta envergadura, está aquí estirada hasta un extremo innecesario. Así, nos encontramos capítulos enteros (Primera parte, capítulo V: “La señorita Violet Hunter”, por citar alguno) que son totalmente irrelevantes al no aportar absolutamente nada a la trama (sacando a la narración de ella, de hecho) y que parecen incluidos con la sola intención de alcanzar el número de páginas necesario para poder llamar a la obra novela y facturarla como tal. Peca aquí, creo, el autor de un cierto síndrome de “aprovechamiento del éxito” (quienes nos leímos las anteriores nos íbamos a comprar ésta casi con seguridad) y ha alargado de forma innecesaria una historia, por otra parte, no carente de interés en absoluto.

Dejando atrás este, sin duda, importante escollo, es de agradecer que Rodolfo Martínez no deja a un lado su buen hacer prosístico al que nos tiene habituados y lleva a cabo un buen ejercicio literario con el material del que dispone. Así, la historia se compone de tres partes con tres narradores diferentes (que se nos presentan como manuscritos o testimonios recibidos por el autor desde distintas fuentes) con estilos divergentes entre sí, de manera que parezca que, en efecto, están relatados por los diferentes protagonistas de los sucesos narrados. Asistimos a distintas voces, desde la del propio doctor Watson, con esa conseguida imitación del estilo de Conan Doyle (como ya hiciera en las dos anteriores) hasta la del antiguo irregular de Baker Street, Wiggins, que por momentos nos trae reminiscencias de Corso, el inquietante protagonista de su novela El abismo te devuelve la mirada (¿es casualidad que precisamente esa frase salga casi literalmente citada por Holmes en el interior de este libro? ¿Autorreferencialidad?) y que se convierte de alguna manera en un brillante homenaje a Rafa Marín y su también holmesiana novela Elemental, querido Chaplin (muy recomendable, por otra parte) de la que toma prestados algunos elementos encajándolos de forma perfecta en la trama. 

Del mismo modo, el autor recupera personajes y hechos de las anteriores novelas para darles aquí un nuevo y mayor protagonismo. Caso especial es el de su particular “Superman”, que salido de las páginas de Las huellas del poeta, toma sobre sus fornidos hombros una mayor importancia y se convierte en parte esencial de la narración; si bien es cierto que a Martínez le viene de maravilla para poder justificar algunos de los saltos sin red que se producen en la historia y de los que difícilmente podría haber salido de otra manera. En este especie de homenaje a uno de sus personajes de cómic preferidos, Martínez dota de muchas (quizá demasiadas) similitudes a su “creación” con la del personaje creado por Shuster y Siegel; cosa que sin duda gustará a los seguidores del autor asturiano, conscientes sin duda de sus filias, pero que me consta que defrauda en cierto modo a los aficionados más “canónicos” del detective británico. Si ya en las novelas anteriores la presencia de los dioses primigenios salidos de la obra de Lovecraft rompían con el corpus holmesiano más “tradicional”, su unión aquí a la abierta intervención del superhombre aparta a La Boca del Infierno casi por completo del mismo. Lo cual, por otra parte, no es mala elección en visos de una cierta originalidad, aunque ya la sorpresa esté descartada por lo narrado con anterioridad. 

En definitiva, se trata de un libro cargado de autorreferencias (incluso algunas al todavía no publicado El heredero de nadie), continuista con lo conocido en las anteriores entregas, que habría ganado bastante de no haberse estirado y haberse quedado en un formato más contenido, pero que no defraudará a los seguidores de la serie (aunque no sea aconsejable para quienes no hayan leído los anteriores dada la peculiar idiosincrasia particular de la misma, plagada de detalles y referencias provenientes de anteriores novelas).

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Adenda.

En la reseña de la siguiente novela holmesiana del autor, Sherlock Holmes y el heredero de Nadie, subida a Sagacomic el 31 de octubre de 2008, se incluía la siguiente acotación que matizaba parte de lo escrito más arriba:

(...)Posee, además, esta entrega [El heredero de Nadie] la virtud de hacer buena (o mejor) la anterior Sherlock Holmes y la boca del infierno. Una historia aquella que, de no haberse convertido entonces en un volumen quizá algo excesivo en tamaño, hubiera ganado con su publicación conjunta con el que estamos tratando, pues se dan aquí respuestas a muchas cuestiones allí planteadas. Todas las piezas van encajando y el lector descubre que no todo era gratuito y de esta forma cosas que habían quedado en el aire, como inconclusas, terminan ahora encajando cual si de piezas de un complejo puzzle se tratase. La insatisfacción que, al menos en mí, había causado La boca del infierno, se transforma así en satisfacción plena cuando el lector descubre que, al contrario de lo que sucedía en la anterior entrega, aquí nada sobra si sabes entrar en el juego de referencias propuesto por Martínez.(...)

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