jueves, 22 de enero de 2015

Reseña: Sueños y sombras

Sueños y sombras.

C. Robert Cargill.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alianza editorial. Col. Runas Ciencia ficción y fantasía. Madrid, 2014. Título original: Dreams and Shadows. Traducción: Dimitri Fernández Bobrovski. 421 páginas.

Cargill, guionista y crítico de cine, ofrece en esta su primera novela una historia de fantasía feérica bastante oscura; una fantasía que bebe de toda clase de folklore antiguo, de las viejas leyendas de bebés cambiados y de círculos de brujas, de la Caza Salvaje, de magia antigua, de genios embotellados, del baile de las hadas, de duendes «traviesos» y de cosas terribles que acechan al borde de las sombras, siempre ocultas y siempre a punto de desvelarse. De inicio se hace difícil calificar a esta novela de fantasía urbana cuando la mitad de la novela se desarrolla en medio de bosques y naturaleza, pero sin duda participa de esta corriente en buena parte del texto, sobre todo en su segunda mitad cuando la acción se traslada a la ciudad de Austin, Texas. Sin duda es una obra de puro entretenimiento, pero con un poso que habla del monstruo interior, de lo duro que resulta en ocasiones el crecer, del aprendizaje y la madurez, de la amistad y el sacrificio. Una historia en momentos dura, sin concesiones, llena de repudiable fascinación y no exenta de cierto perverso romanticismo.

Dividida en dos partes, la primera comienza con la historia de Jared y Tiffany Thatcher, un matrimonio de cuento de hadas, profundamente enamorado, que ve como su felicidad es total al saber que esperan un hijo. El recién nacido es todo lo que unos jóvenes padres pudieran desear, sano y alegre. Sin embargo todo cambia el día en que el bebé, Ewan, es cambiado por un una versión retorcida y odiosa de sí mismo. Un cambiante que se alimenta de la desgracia ajena, que la necesita para subsistir, provocándola en Tiffany, llevándola al límite de la locura, para su propia satisfacción. Ewan, mientras tanto, poseedor de un misterioso destino que todos menos él parecen conocer, crecerá durante los siguientes años a cargo de su raptor en el Reino de Piedra Caliza, en los bosques de Hill Country, un reducto mágico a las afueras de Austin, rodeado de fascinantes, crueles y pesadillescas criaturas que son para él lo más natural del mundo. En la ciudad, Colby Stevens, un niño de ocho años de un hogar desatendido, conoce a un djinn, Yashar, un genio con el que se embarcará en un viaje para conocer todo el mundo sobrenatural que le hará entrar en contacto con Ewan forjando una extraña amistad. La segunda parte de la novela —esta sí pura fantasía urbana— tiene lugar en el escenario de la ciudad de Austin catorce años después del encuentro entre Ewan y Colby, y reúne a las más variopintas criaturas, desde sidhe y náyades a ángeles caídos para un épico final que no deja títere con cabeza cuando dos mundos que habían permanecido separados entran en línea de inevitable colisión.

Cargill plantea un plano mágico que se encuentra a un pliegue de nuestro realidad, escondido a plena luz, pero imposible de alcanzar por los no iniciados, poblado por las más fantásticas y terribles criaturas. Un mundo mágico realmente duro, cruel, sangriento, mutable y de alguna manera inesperado. El autor no se auto limita, no da tregua, y de la manera más natural plantea situaciones que llegan a  bordear incluso el gore, con atroces muertes, sádicas torturas, macabras bromas y crueles «juegos» que no suelen terminar demasiado bien para los involuntarios, y muchas veces inconscientes, participantes.

La mezcla de panteones, de diferentes corrientes folklóricas, desde los mitos celtas, las leyendas de los nativos americanos o los cuentos orientales, remiten inevitablemente al American Gods de Gaiman, aunque el enfoque de Cargill prima la pura lucha, el enfrentamiento, sobre el elemento mitológico y poético, orientándose hacia una fantasía feérica muy al estilo de Harry Dresden —incluida la existencia de un bar, el Malditos y Condenados, donde los seres sobrenaturales de toda inclinación moral pueden encontrarse de forma más o menos neutral—, donde las hadas son malas pécoras y no dulces «Campanillas». Un mundo duro, brutal, donde es fácil perderse y sufrir. Donde la muerte más cruel e indiferente se cruza en cualquier momento del camino. Donde las criaturas sobrenaturales ejercen sus sangrientos caprichos sin ningún tipo de cortapisa o remordimiento, pues no tienen la sensación de estar haciendo nada malo o amoral. Donde las «bromas» no suelen tener ninguna gracia para sus víctimas. Donde el glamour puede hacer atractivo lo más horrible y los seres más aberrantes se muestran bajo la más bella apariencia. Donde la compasión no existe, las buenas intenciones no tienen recompensa y los deseos se suelen cumplir de la forma más retorcida y horrible. Donde el amor es otra forma de hacer daño. Donde el mal puede hacerse con la mejor de las intenciones. Y donde el horror no siempre proviene de lo ajeno.

Ya desde un principio el djinn Yashar se lo deja claro a su pupilo Colby: “Los monstruos son reales. Muy reales. Pero no sólo entre las criaturas sobrenaturales. Los monstruos están en todas partes. Son personas, pesadillas, visires envidiosos. Son las cosas que albergamos en nuestro interior. Si hay algo de lo que debes acordarte siempre, incluso si te olvidas de mí, recuerda que no se puede imaginar un monstruo que no haya caminado alguna vez en el alma de un hombre.”

Como en la mayoría de los cuentos de hadas más tradicionales Cargill habla del enfrentamiento entre la «civilización» y la naturaleza, el raciocinio y la fantasía; y, en efecto, habla de monstruos, de criaturas de pesadilla, pero dejando claro que el peor monstruo de todos es el que cada humano lleva dentro, la bestia interior que debe ser controlada y que, sin cortapisas, puede llevar a cabo las peores atrocidades. Habla de los deseos más inconfesables y de los más ingenuos y de las trágicas consecuencias de ambos, de la curiosidad que mató al gato, de la búsqueda de unos conocimientos que permanecen justificadamente tras un velo, de un anhelo por lo que está oculto que muy habitualmente no lleva a ningún buen puerto, y de las duras pruebas que llevan a la madurez. Y lo hace con un ropaje de intensa aventura, de lucha y enfrentamiento que, sin moraleja moralizante, oculta sin embargo, un siniestro mensaje.

Proveniente del mundillo cinematográfico el autor hace gala de una prosa suelta y cinética, llena de imágenes espectaculares, escenas impactantes y enfrentamientos desatados. Sin embargo, inexplicablemente si no es por la falta de pericia del autor novel, la acción se ve demorada —decir lastrada sería demasiado excesivo— por una serie de extractos de artículos «académicos», cuentos y otros escritos dando cuenta de las diferentes criaturas, leyendas, comportamientos, encantamientos y toda clase de tradiciones del mundo mágico que de alguna manera van a ir luego apareciendo en la trama y que se antoja que «cortan» un tanto la acción para introducir la información «necesaria» —y muy interesante de todas maneras— de forma «condensada». También es de notar algún pequeño fallo de coherencia interna en las palabras del narrador omnisciente, como decir que un personaje nunca volvió a ver a otro y más adelante producirse un encuentro entre ambos; aunque, es de suponer que en este caso, como en realidad sucede, el autor quisiera decir que no llegan a reconocerse —pero verse se ven—. Detalles menores en todo caso que en nada menguan el entretenimiento que produce su lectura.

Sueños y sombras da cuenta de un prometedor debut en el que, a pesar de un final satisfactoriamente cerrado y autoconclusivo, la existencia de algunos supervivientes permite que exista ya una continuación, Queen of the Dark Things, que esperemos ver pronto publicada en español.

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