jueves, 5 de marzo de 2015

Reseña: Las legiones malditas

Las legiones malditas.
La Trilogía de Roma, libro II.

Santiago Posteguillo.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. B de Bolsillo. Barcelona, 2014. 860 páginas.

Publio Cornelio Escipión tiene veintiséis años y está consiguiendo, al mando de tan solo dos legiones, grandes victorias en Hispania frente a tres de los principales generales cartagineses Asdrúbal y Magón Barca, hermanos de Aníbal, y Asdrúbal Giscón, pero conforme crece su éxito también crece el odio, la envidia y la aversión de sus enemigos en Roma, liderados por el sibilino Quinto Fabio Máximo, quien una y otra vez se las apaña para evitar que el Senado le conceda más tropas, intentando propiciar así su fracaso. Convencido de que la mejor manera de sacar a Aníbal de Italia es llevando la guerra a África, Escipión incluso aceptará, sabiendo que es todo lo que va a recibir de un temeroso Senado dominado por la retórica de Fabio Máximo, el mando de las llamadas legiones malditas, la V y VI, desterradas después de su humillante derrota y huida de la batalla de Cannae —como se viera en el anterior volumen— y compuestas por soldados indisciplinados y desesperados después de años de abandono en Sicilia en las peores condiciones; Escipión deberá esforzarse por ganarse su lealtad y confianza, convirtiéndolos de nuevo en fieros luchadores entregados a Roma. Las legiones malditas narran los hechos en torno a la Segunda Guerra Púnica acaecidos entre los años 209 y 202 a.C. en un fascinante período histórico llamado a definir el equilibrio de fuerzas del Mediterráneo occidental

La presencia en la Península Itálica de los ejércitos cartagineses bajo el mando de Aníbal es una continua preocupación para los senadores y dirigentes romanos. El quebranto a las arcas del estado es inasumible, y el alistamiento para las legiones se hace cada vez más difícil a la par que necesario, incorporando incluso a esclavos como legionarios. Sin embargo, las enemistades y envidias políticas van a intentar frustrar una y otra vez los planes de Escipión, quien tendrá que lidiar con unas condiciones draconianas para que le permitan emprender su campaña africana, que algunos ven como una locura con el enemigo campando a sus anchas por tierras romanas, venciendo insidiosas intrigas, dolorosas traiciones y abiertos enfrentamientos contra su mando, incluida la incorporación de Marco Porcio Catón como quaestor de las legiones V y VI, el cual, como fiel agente de Fabio Máximo, está siempre dispuesto a hacer descarrilar los mejores esfuerzos del joven procónsul. Así, Escipión debe dar cuenta una y otra vez de su inteligencia, de su don de mando y de su conocimiento de la estrategia para vencer desafíos aparentemente imposibles. Y si en alguna de sus batallas sale victorioso de forma casi milagrosa, también hay que recordar que la suerte es para quien la busca y sabe encontrarla.

Si bien es cierto que al autor le cuesta un tanto entrar en «materia», con un comienzo que recapitula demasiado sobre lo anterior, haciéndose las nuevas campañas en Hispania un tanto lentas, se entiende que es algo necesario para sentar las bases y las alianzas de todo lo que vendrá después, tanto entre los amigos como entre los enemigos, colocando las bases de las intrigas «políticas» que van a entrar en juego y definiendo las relaciones de lealtad de sus generales con Escipión. Después, una vez los protagonistas se embarcan hacia Sicilia, el relato comienza a coger gran velocidad, y hasta el final del libro, plagado de grandiosas batallas, resulta ya difícil soltar la trama. No cabe obviar que existen ciertos escollos, casi todos referidos a los personajes femeninos que «interfieren» en las vidas y destinos de los protagonistas, que se antojan un tanto artificiales y sobreactuados, aunque alguno de ellos sea imprescindible para entender según qué actuaciones y decisiones. La esclava egipcia Netikerty, cargando con una trágica historia a sus espaldas y nunca dueña de su futuro, o la voluptuosa y tentadora hija del general cartaginés Asdrúbal Giscón, Sofonisba, cautivadora de hombres y dueña del destino de reyes, no terminan de cuajar el más realista de los papeles.

No obstante, el fuerte de Posteguillo es, sin duda, la vívida recreación de las batallas en que los ejércitos romano y cartaginés, junto a sus diversos aliados, se ven enfrentados. A la detallada, documentada y minuciosa descripción de los sucesos históricos, las fuerzas implicadas, el retrato de los dirigentes y su comportamiento ante la muerte de miles de sus soldados, la difícil negociación de las alianzas y los pactos no siempre mantenidos..., se une un firme uso de la épica a la hora de narrarlos, haciéndolos didácticos y emocionantes a un tiempo. El movimiento de las tropas, el sentimiento de los soldados, las tácticas empleadas, el desarrollo de las batallas… se encuentran narrados con un pulso tan firme como ameno, perdonándose incluso alguna libertad que otra para hacer encajar los hechos en el buen discurrir de la narrativa.

Aún siguiendo a multitud de personajes, el foco se va centrando en esta ocasión mucho más sobre el propio Publio Cornelio Escipión, siguiéndole en su estancia en Hispania, su vuelta a Roma, su mando en Sicilia y la campaña africana, desplazando del centro del escenario a otros actores de importancia —de hecho y por ejemplo, Aníbal prácticamente desaparece del primer plano casi hasta final del libro—, y haciendo que ciertas batallas de suma importancia en las que él no se vio envuelto se pasen con una simple mención. Así el autor se preocupa más en reflejar la conflictiva personalidad del general romano, capaz de conseguir las más férreas lealtades, pero a la vez inflexible hasta puntos crueles en su trato con los subordinados. Posteguillo «humaniza» un tanto a su personaje, un tanto plano en la anterior entrega, dotándolo no solo de grandes virtudes, como su inteligencia, generosidad o valor, sino también de algunos defectos, como la desconfianza o cierto toque de mezquindad en el trato.

Junto al patente y espectacular sentido de la épica y grandiosidad que imbuye todo el relato, Posteguillo a su vez sigue mostrando algunos detalles curiosos e interesantes de la vida cotidiana en la ciudad de Roma y de sus ciudadanos, del comercio, la religión, el estamento de la esclavitud o los usos políticos. Como en la anterior entrega, el tema de las obras teatrales, que sigue presente merced a la presencia del autor Tito Macio Plauto y su amigo Nevio, crítico con los estamentos del gobierno de la ciudad, se encuentra mejor insertado en la narración, de forma más natural, resaltando hechos curiosos de la época como las críticas al Senado y a ciertos prohombres a través de pintadas en los muros del foro de Roma, o la búsqueda de patrocinio de los artistas, en este caso por parte de Escipión, produciendo todo ello menos ruptura con el resto del relato y permitiendo incluso ciertos respiros lúdicos que permiten al autor presentar otros aspectos de la sociedad romana o de los «gustos» de los legionarios. Detalles que llenan el texto de vida y verosimilitud.

Por eso mismo, junto a sus evidentes aciertos, en el apartado de «contras» es de destacar lo chocante que resulta la inclusión de una «escena» que tiene lugar en el inframundo, con Caronte como «protagonista», y que quiebra el pacto tácito con el lector, en una obra que busca mayormente el realismo y la veracidad de lo narrado, al introducir un elemento tan obviamente fantástico, rompiendo radicalmente con el espíritu de todo lo anterior. Una escena que resulta muy emotiva, no cabe duda, pero que de una forma un tanto incongruente también se sale de la mera ficción histórica para adentrarse en derroteros más fantásticos. Un «defecto» que se une a una prosa excesivamente «declamatoria» en ocasiones, buscada intencionadamente sin duda para acercar la narración al tono de los «clásicos», y a una excesiva reiteración de situaciones, de coletillas recurrentes y de repetición de los nombres de todos aquellos tribunos, centuriones y demás mandos que acompañan a Escipión —Cayo Lelio, Lucio Marcio Septimio, Mario Juvencio Tala, Sexto Digicio, Cayo Valerio, Quinto Terebelio,  Silano, Masinisa…, algunos ellos además salvo Lelio quizá, intercambiables en su caracterización—, que termina por resultar cansino, que hace posible la afirmación de que se podrían fácilmente haber expurgado algo de su volumen para hacer más ágil si cabe el relato. Un relato, cabe añadir para no llevar a confusión, muy interesante y entretenido, un auténtico pasapáginas.

El autor limita bastante respecto a la anterior entrega la utilización del recurso de incluir escenas tiempo presente para dar, esta vez sí, una mayor cercanía y dramatismo a ciertos momentos álgidos, consiguiendo así un mayor impacto y relevancia. Mantiene de forma algo desconcertante, no obstante, dentro de su narrador omnisciente cierto cambio de perspectiva que le lleva en ocasiones desde una óptica distante, que se limita a reflejar los sucesos, a otra mucho más subjetiva, que lanza juicios sobre el comportamiento de los protagonistas de forma un tanto inopinada como queriendo remarcar bien dónde tiene que estar el interés y la empatía del lector.

Las legiones malditas retrata de forma vívida y entretenida, con ciertas licencias literarias como obra de ficción histórica que es, unos hechos y unos personajes fascinantes, en un periodo de la Historia decisivo para el devenir del dominio del Mediterráneo. Grandes protagonistas, grandes batallas, gran relato. El cierre, a modo de epílogo sin serlo, deja ya planteados los caminos por los que habría de discurrir la vida de Publio Cornelio Escipión. Africanus, y deja con ganas de leer la tercera y última entrega de la serie, La traición de Roma.

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