miércoles, 2 de diciembre de 2015

Reseña: Los Irregulares de Baker Street

Los irregulares de Baker Street.

VV.AA. (Ed. Carmen Moreno).

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Sportula. Gijón, 2015. Edición digital (epub). 236 páginas.

Como bien comenta Lem Ryan en el Prólogo a la obra, pocas fueron las apariciones que Sir Arthur Conan Doyle dedicó a los Irregulares de Baker Street dentro de las páginas de las aventuras de su más famosa creación, Sherlock Holmes, llegando a nombrar tan sólo a dos de ellos: Wiggings y Simpson. Sin embargo, esas contadas apariciones dejaron huella, manteniendo a este zarrapastroso grupo de mozalbetes cuasi dickensianos vivos en el imaginario de los seguidores del detective, dando nombre a sociedades literarias e iluminando nuevas «actuaciones» —escasas para lo que pudieran haber sido, aunque se puedan añadir algunas más a las que cita Ryan en su introducción, como la incursión de Rafael Marín en Elemental, querido Chaplin, o comics actuales como Los cuatro de Baker Street, de Jean-Blaise Djian y Olivier Legrand, entre otros—. La presente antología recoge una variopinta colección de relatos escritos por escritores hispanos de uno y otro lado del charco con el encargo por parte de la editorial Cazador de Ratas —responsable de la edición original en papel del volumen— de que prestaran voz, con absoluta libertad, a estos secundarios «olvidados» por el propio Doyle. Así, el lector va a encontrar desde historias que se adaptan perfectamente al canon, con el detective todavía presente, hasta otras que se alejan cada vez más del mismo y de lo victoriano, con Holmes casi, o totalmente, desaparecido, llegando a adentrarse sin rubor en terreno bélico e, incluso, en una ciencia ficción ucrónica. Homenajes todos ellos, más o menos acertados, a la inmortal obra detectivesca, con cada autor llevando las tramas a su terreno y volcando en ellas sus propios intereses literarios —y sus filias y fobias personales—.

Abre la antología El Lecho Celestial del Doctor Graham, de Ángel Olgoso, donde, inmerso en un periodo de autodestructiva apatía, sólo la búsqueda de un objeto de características memorables, una cama o una especie de sillón-relax, robado por manos misteriosas, conseguirá sacar al detective de su languidez. Se inicia así un caso que no sólo busca cuestionar todo lo que de Holmes se conoce, sino que peca precisamente de lo que el volumen se precia de intentar remediar: la presencia meramente testimonial, sin relevancia real ni participación directa de los Irregulares, con una mera mención tangencial que podría haber sido sustituido por otro elemento sin ninguna dificultad. Un relato, además, farragoso, recargado, lleno de absurdos y rebuscados retruécanos y de juegos de palabras sin sentido —más allá de un posible intento estético-poético—, y que hace gala de un supuesto humor con el que en ningún momento —culpa mía, cierto— he sabido conectar. Empezar con este relato se hace muy duro, hasta el punto de llegar a cuestionarse, si ese va a ser el nivel, la necesidad de seguir adelante con la lectura del volumen.

Menos mal que justo a continuación viene Elia Barceló con Una mujer respetable, donde a través del relato de boca del propio Wiggins, jefe de los Irregulares, el lector va a asistir al caso del asesinato, en una casa de mala reputación, de Mrs. Vivian Hughes, una muy decente mujer de la sociedad acomodada londinense perteneciente a un grupo de damas católicas que asistían y trataban de sacar de las calles a las prostitutas. Un caso que recupera lo mejor de los relatos holmesianos, trabajado y bien narrado, con una intriga que saca a la luz las contradicciones de la férrea moral victoriana y las rígidas convicciones imperantes en la época, además de jugar con el mito de Jack el Destripador.

Un mito todavía más presente en el también remarcable Los Irregulares & Jack, de Carmen Moreno. El famoso asesino comete sus atroces crímenes en las calles londinenses sin que nadie, aparentemente, sea capaz de descubrir su identidad y mucho menos capturarlo. Los Irregulares, con nombres, apellidos y personalidades definidas, se implicarán en la investigación del detective con ¿decepcionantes? resultados. La autora ofrece un buen retrato de la época y de las penurias de aquellos que tienen que sobrevivir en las calles, consiguiendo hacer presentes a los jóvenes integrantes del grupo, incluidas sus frustraciones y decepciones.

Rodolfo Santullo ofrece en El niño al otro lado de la tapia una «historia de fantasmas», de casa encantada, protagonizada por Wiggins y dos de sus Irregulares, Stigel y Atkins, magníficamente ambientada y con un giro final estupendo. Un caso, el de una mansión cercana a la calle Baker Street, abandonada dos años antes, de cuyo patio parecen provenir extraños lamentos infantiles —crimen, crimen, repite la voz de un niño—, y de cuyo interior provienen inexplicables ruidos.  Holmes no se ve «implicado» hasta el cierre de la historia dando un brochazo de ironía a lo narrado y dejando un final abierto refrescante. Un relato muy conseguido.

Alejándose poco a poco de las historias originales Kike Ferrari en Dura como un martillo, filosa como una hoz, presenta un retirado, y en bastante mal estado de forma —por no decir decrépito— Holmes, dedicado al estudio de las abejas y quien recibe un inesperado encargo por parte de sus antiguos Irregulares, trasformados ahora en entregados luchadores por la causa comunista. Una misión en que, mucho más peligrosa de lo que inicialmente pudiera antojarse, volverá a enfrentarse a uno de sus mayores y eternos enemigos. Flojito.

Le sigue, totalmente abandonado ya el canon, La Yumba, de Juan Guinot, donde el lector asistirá a las andanzas de un «cartonero» que recorre las calles de Villa Crespo, Buenos Aires, en medio de la sospecha de que alguien se la está jugando. Poco a poco desgrana la historia de cómo al llegar allí conoció a un tal Bernardo, propietario de una herboristería, quien le dio primero algo de trabajo y luego, tras conocer la trágica muerte de su padre y su desarrollado sentido de la deducción para «leer» las basuras y saber lo que el propietario de las mismas ha hecho con anterioridad a tirarlas, le incluirá en sus particulares investigaciones. Entre la denuncia contra la corrupción del estamento policial y sin ninguna conexión directa con el corpus holmesiano, se trata de un eficaz relato con un homenaje muy especial a la formación y funcionamiento de los Irregulares en versión porteña.

En Peleando en la cubierta del Titanic de Mercedes Rosende, un ladrón da cuenta en primera persona de su último golpe, un robo a un banco, junto a su compañero Sherlock, un antiguo detective y científico mentalmente dañado tras un inexplicado «accidente». Sherlock, antes de la huida programada al otro lado de la frontera, se empeña en acudir a un viejo y aislado edificio, amenazado de derribo, donde dice debe encontrarse con sus antiguos colaboradores, los Irregulares, y ayudarles con algo del dinero del robo. Tenso e intrigante —¿es o no este Sherlock el detective de las novelas?—, se deja leer con agrado.

Se alcanza entonces uno de los puntos más álgidos del volumen. Alejandro Castroguer llena de tristeza y nostalgia su relato ¿Alguien recuerda a Vera Lynn? Intimista, emotivo, triste, cargado de añoranza y cariño, hermoso. Does anybody here remember Vera Lynn? cantaba Roger Waters en The Wall, recordando que ella prometió que “nos encontraríamos de nuevo”. We´ll meet again, cantaba en efecto la propia Vera en plena II Guerra Mundial... No sé si Castroguer ha tomado como inspiración cualquiera de las dos canciones, pero me da la impresión de que sí. Y es que mientra se lee es fácil escuchar el grito desgarrado de William Spode, un hombre que quería ser un pájaro, ¡Vera! ¡Vera!, con la voz rota de Waters. Un precioso homenaje a Conan Doyle, a su más famosa creación y a toda una época, a través de los recuerdos de un niño que se escapaba de la escuela y acudía al parque a sentarse en un banco al lado de un anciano que todos los días daba de comer a las palomas. Un anciano que sólo guardaba dos cosas en los  bolsillos de su viejo abrigo, un papel donde llevaba escrita su dirección y una ajada foto de Vera Lynn, y que siempre volvía a su casa caminando de espaldas. El autor refleja con delicadeza y cariño la pérdida de la memoria y de las raíces que tan descolocado deja, el infructuoso intento de reconstruir y recuperar el pasado, y la evidencia de como nunca se desaparece del todo si se cuenta con el recuerdo de otros. Sobresaliente.

Y justo de recuperar las raíces y encontrar su sitio en el mundo versa Out of context, de Cristina Jurado, donde un niño inglés, Gabriel Wellis, con su familia afincada en el sur de España primero y en Gibraltar después, no encuentra acomodo entre sus «iguales» británicos eligiendo la compañía de los niños españoles, aunque siempre sintiéndose algo fuera de sitio, de contexto. Ya universitario en Madrid, un foto perteneciente a un álbum legado por su abuela le desvelará una historia que no esperaba, le abrirá la puerta al pasado y le mostrará el camino para encontrar su lugar. Una interesante reflexión sobre la integración, sobre la apropiación de méritos ajenos, sobre las falsas apariencias y sobre el reto de conocer auténticamente a tu familia y ascendientes.

Con Sherlock Holmes convertido ya en icónico recuerdo María Zaragoza muestra en Corinne a Violette Szabo rememorando, frente a su pelotón de fusilamiento, las razones que la llevaron a unirse al Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE), una rama del MI6 británico impulsada por el propio Winston Churchill con el sobrenombre de Los Irregulares de Baker Street. En plena II Guerra Mundial el recuerdo de la figura del genial detective se convierte en un reclamo para la defensa de la patria, en una inspiración para los combatientes y en causa de temor para el enemigo. Violette, una mujer que en dos ocasiones se lanzase en paracaídas sobre territorio francés para organizar a la resistencia con la identidad secreta de Corinne, capturada y torturada por los nazis, sueña con ser una chiquilla en el Londres victoriano formando parte de los Irregulares a las órdenes de Sherlock Holmes. Una suerte de dramática Historia-ficción entre el espionaje y lo bélico.

Y cierra la antología Daniel Pérez Navarro con Argón Californio, un relato totalmente alejado ya del canon que cae de lleno en una ciencia ficción ucrónica de realidades alternativas. Los Irregulares, lejos de las historias que nos han llegado de ellos, son en realidad parte de una conjura, un Club de Regicidas, contra el Imperio Español. Gracias a un gran robot, el Magallanes, España pareció haber ganado la Guerra de Cuba, mientras en Filipinas las micromáquinas del enemigo causaban sin embargo estragos. Conspiraciones, guerra bacteriológica, un mundo en tenso equilibrio entre un viejo imperio y un imperio emergente, y unos hombres y mujeres que no quieren ningún imperio en absoluto. Sorprendente, algo chocante, y ciertamente bien desarrollado.

Una antología, como el nombre del grupo y el título del volumen, un tanto irregular, aunque con una media final que rebasa holgadamente el aprobado, con historias muy variadas, desde las que respetan escrupulosamente el «canon» hasta aquellas otras que sólo pueden ser relacionadas muy tangencialmente con el mismo. Historias con las que quizá se corre el riesgo de defraudar a los más acérrimos seguidores holmesianos, pero que, con el debido aviso, pueden interesar a un público aún más amplio.

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