domingo, 19 de febrero de 2017

Reseña: El Planeta Muerto

El Planeta Muerto.

Magnus Dagon.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones El Transbordador. Col. Soyuz # 5. Málaga, 2017. Edición digital (ePub). 42 páginas.

Si todas mis reseñas tienen siempre un elevado componente subjetivo —mis gustos son los que son—, en esta ocasión me temo que este componente va a estar más presente que nunca, con lo que recomiendo coger el texto que viene a continuación con bastante cuidado. Reconozco que, tanto en fantasía como en ciencia ficción, siempre busco un alto componente de verosimilitud en lo narrado, algo que ha motivado más de un reproche de mis amigos. Sé que son géneros que se prestan a los grandes despliegues, a lo grandioso y espectacular, pero aún así creo que, sobre todo la ciencia ficción, deberían respetar ciertas «reglas» y leyes universales para dar consistencia y credibilidad a un relato de por sí fantástico. Soy bastante quisquilloso, lo sé, y además absolutamente arbitrario. Puedo aceptar los agujeros de gusano o la hipervelocidad y sin embargo tropiezo con temas mucho más mundanos como la economía o la fisiología. El Planeta Muerto, para mi gusto, empieza ofreciendo una serie de datos de ambientación que me han sacado del relato y, aunque después reconozco que la aventura, ligera y palomitera donde las haya, se deja leer bastante bien, lo cierto es que no he podido evitar continuar leyéndolo bajo una óptica crítica que me ha impedido disfrutarlo como merecía. Estoy seguro que quien no comparta mis parámetros «críticos» encontrará en este relato unas virtudes que a mi me han eludido. Magnus Dagon, con desparpajo y una prosa adecuada y efectiva, aunque con algunos recursos narrativos demasiado «fáciles», se interna por la senda de una fantaciencia a caballo entre lo abiertamente pulp y el space opera. Quizá precisamente la idea de que la historia iba a avanzar por otros derroteros es lo que me ha descolocado, pero no me esperaba algo tan fantasioso —pero, ¡eh!, ¿no dijo alguien que cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia?—

Permitidme una digresión. Actualmente en todo el planeta se calcula que hay entre 40.000 a 45.000 aeronaves militares, tanto cazas de combate como bombarderos, helicópteros o vehículos de transporte de tropas e intendencia, de los que más de 15.000 pertenecerían a una sola potencia; una horquilla muy amplia, pero el secretismo de algunas naciones no permiten hacer cálculos exactos. Esto es, toda la riqueza de un planeta poblado por unos seis mil millones de personas, toda la pujante industria armamentística, todos los conflictos existentes..., dan para mantener una flota aérea digamos que «moderada». Entonces es cuando me encuentro con el siguiente texto y, aún teniendo en cuenta que la acción se produce muchos años en nuestro futuro y que se habla de sectores galácticos en los que es posible que se hayan colonizado numerosos planetas, la cosa me chirría y no puedo evitar salirme del relato:

—Más de diez millones de naves se perdieron allí en los primeros años, destruidas por la facción insurrecta del ejército del Sistema Solar —intercedió—. Esa información sí la conozco.
(...)
—Es en este punto donde dudo que sea capaz de creerme. De hecho nosotros mismos no lo creímos en su momento. De la flota insurrecta que se encontraba en el sector, alrededor de un millón de naves en cifras estimadas, nueve décimas partes fueron aniquiladas por una sola nave.

Estamos hablando de unos once millones de naves destruidas en tan sólo una parte de la guerra, se desconoce el total. Impresionante, ¿no? Pues cuando se empieza a hablar en millones de algo que no parece precisamente fácil de reemplazar mi desconexión de la incredulidad se tambalea y, ya sé que es tan sólo problema mío, empiezo a calcular lo que se necesitaría para construir y mantener semejantes flotas: dársenas y astilleros, los muchos materiales, los pertrechos, los obreros, las tripulaciones… Y el relato se me aleja. Sé que habría múltiples manera de justificarlo: minería de asteroides para las materias primas, robotización y automatización para la construcción, etc, pero aún así, y dado que ninguna de ellas aparece en el texto, se me hace excesivo. Si después, además, el relato se pone un tanto místico, con un robot de apariencia angélica, un extraterrestre estrafalario y un humano en plan maestro zen que muchas veces parece que actúan simplemente porque sí, un protagonista en continua transformación corporal, unas cuantas situaciones en que hay que creer a ciegas al autor en cómo hay que sentirse o cómo fue la cosa —no lo digas, muéstralo—, otras en las que tira de recursos un tanto «fáciles» y poco imaginativos —estilísticamente hablando—..., debo decir que me cuesta volver a engancharme. Repito, culpa mía.

El relato en sí versa sobre el intento de descubrir en que se encuentran ocupados tres antiguos «héroes» de guerra, la tripulación de la nave Altar Dram, desaparecidos en combate tras la acción que supondría su triunfo y en la que fueron dados por muertos, aunque reaparecerían diez años después sin explicación alguna para ese periodo de silencio. Tras su regreso reclamaron que, como recompensa por sus méritos bélicos, se les entregase el gobierno de un mundo inhóspito e inhabitable, un mundo de pesadilla denominado Planeta Muerto —claro que con ese nombre uno no se esperaría que fuese un vergel—. Pasado un tiempo sin volver a tener comunicación con los tres excombatientes, y ante unas serie de extraños fenómenos y sucesos en su sector espacial, se envía a un embajador para que intente retomar el contacto; algo que supondrá para el sujeto elegido, Alpha Trión, su particular descenso a los infiernos.

Pertrechado para la misión con un aparato que le permite comprobar la veracidad de las afirmaciones emitidas por los seres mecánicos para que le sirva de ayuda en su investigación, conforme Alpha Trión estudia los antecedentes de su propia misión se va dando cuenta de que hay demasiados misterios en torno a los sucesos en que se vieron envueltos los tres soldados años atrás y que llevaron a la conclusión de la contienda. Pero, embarcado ya hacia su destino, no tiene más remedio que seguir adelante. Su primer contacto con los miembros de la tripulación de la Altar Dram es con Azazel-1, un androide de combate que en su momento desarrolló un sentido propio de la identidad y la moral, con capacidad para sentir emociones y comunicarse como un ente autónomo. En su nuevo mundo ha construido su propio Olimpo, una jaula metálica y esférica que rodea casi al completo la atmósfera del planeta. La locura y el engaño acompaña cada uno de sus pasos. El recelo y la indiferencia por saberse descubierto en diversos renuncios no oculta su cruzada por la elevación de las máquinas.
El segundo miembro de la tripulación con quien Alpha Trión va a encontrarse es Erxen, un alienígena dentro de una sociedad que no admite la existencia de vida inteligente extraterrestre, así que su descubrimiento se mantuvo en secreto para la mayoría de la humanidad. Supuestamente proveniente de una cultura alienígena ya extinta, fue hallado en uno de los planetas transneptunianos más apartados del Sistema Solar y utilizado como conejillo de indias para diversos estudios antes de que su prodigioso intelecto le otorgase un puesto en cierto departamento de investigación militar, desde el que más tarde fuera destinado a la Altar Dram para lo que todos pensaban iba a ser una misión suicida. Como último individuo de su raza y víctima de la experimentación humana, la locura le sigue muy de cerca en cada una de sus actuaciones, así como un bastante inevitable resentimiento y cierto grado de perversidad.

Pero si de locura ha de hablarse, y la locura parece ser el hilo conductor entre los tres personajes, la palma se la lleva quien iba al mando de la nave, el Capitán Ben Corin, único humano de los tres tripulantes, experto piloto y estratega militar, quien llegará a establecer una muy extraña relación de pupilaje con un Alpha Trión en proceso de cambio externo e interno en que a las mutaciones fisiológicas —naturales o artificiales— debe enfrentar la reconversión de sus paradigmas mentales. Cada encuentro con uno de estos personajes, narrados cada uno en su capítulo correspondiente, es una historia en sí misma, una cuento encadenado con el anterior, con su propio desarrollo y mensaje, hasta que alcanzan un final que los unifica.

El Planeta Muerto es una historia de mentiras y de engaños, del pago de viejas deudas y de castigo por los pecados antiguos, de experimentación genética, mecánica y robótica, de rencor, de vindicación, de enemistad entre viejos conocidos, de traición, de desesperación, de denuncia de las discriminaciones y de la imposición del más fuerte…, una aventura rápida y ligera que se me ha resistido con uñas y dientes. Como ya he dicho, it’s not my cup of tea.

2 comentarios:

Mangrii dijo...

Una pena, pero lo mejor es que cada uno conozcamos nuestros gustos personales y a veces esta claro, no nos puede gustar a todos lo mismo, si no vaya aburrimiento de vida. A mi me gusta cierta fundamentación, cierto toque de ciencia realista, pero tampoco es algo que me saque de la lectura como te a sucedido. Tampoco me llama especialmente la atención la trama, pero si quiero algo palomitero ya se donde acudir :)

Santiago dijo...

Así es, Mangrii, opino lo mismo en el tema de los gustos. En mi caso, como digo en la reseña, no exijo una ciencia siempre realista (si no me pondría a leer revistas científicas y tira pa'lante), pero sí que haya una coherencia en lo narrado que lo haga verosímil. Y sé que es enormemente subjetivo, pues lo que puede sacar a alguien de la lectura es muy diferente de lo que puede molestar a otro, pero eso ya depende de la idiosincrasia de cada cuál.

A mi personalmente me ha parecido que esta historia hace aguas por diversos sitios, pero reconozco que no se lee mal.

Saludos