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jueves, 24 de diciembre de 2009

Qué poco originales...

Sí, lo sabemos, pero ¿qué le vamos a hacer? Somos así.


Todo el equipo de Sagacomic os queremos desear una muy

feliz Navidad

y un próspero (que falta hace) año 2010.

Muchas gracias por vuestra presencia al otro lado de la pantalla y esperamos seguir contando con vosotros por muchos años más.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Reseña: Zombieland

Zombieland.

Ruben Fleischer.


Reseña de: Amandil

Columbia Pictures / Relativity Media / Pariah, 2009. 88 minutos.

Desde que en 1968 George A. Romero estrenó la película "La noche de los muertos vivientes" el subgénero de los zombies ha avanzado al ritmo de la sociedad tanto en la literatura como en el cine, volviendo una y otra vez a las mismas premisas y a las mismas situaciones apocalípticas. Eso sí, como un meme en estado puro, se ha ido adaptando a los nuevos tiempos, camuflando sus carencias argumentales con nuevas dosis de ingenio que, en el mejor de los casos, consiguen algo de originalidad a base de combinar argumentos e ideas explotadas a su vez en otras historias.

Desde los clásicos zombies lentos y torpes hemos pasado a los actuales muertos-vivientes capaces de derrotar a Ussain Bolt en los 100 metros lisos. De los orígenes accidentales como consecuencia de los desmanes de la humanidad en el ámbito científico hemos llegado a que sean obra de la búsqueda del arma definitiva por parte de corporaciones sin escrúpulos. De ser algo irracional ha pasado a ser una enfermedad contagiosa.

Pero pese a los cambios y los giros (zombies en el siglo XIX, en el XX, en el espacio, en la literatura clásica, etc.) siguen produciéndose los mismos errores e incoherencias que, si bien dan igual en el desarrollo general de las tramas, sí que impiden que se dote de una consistente coherencia interna al mundo de los "come cerebros empedernidos" (por ejemplo, la duración de la "transformación" en zombie varía en función del protagonismo del infectado -desde "inmediato" hasta "varios días"; o ¿por qué a veces los zombies "se comen" a sus victimas y otras veces se contentan con infectarlas?).

En todo caso, el argumento en cualquier obra relacionada con este subgénero del terror suele centrarse en el papel de los "supervivientes", que son a la vez afortunados y desgraciados, valientes y cobardes, capaces de los mejor y de lo peor. En definitiva, la fuerza del relato (más allá de los sustos y las vísceras esparcidas por aquí y allá) suele estar en la capacidad del autor o director para sacar a la superficie las tensiones y vínculos que surgen entre las distintas personas que coinciden en esa desesperada huida que caracteriza a los protagonistas de estas historias.

Pero, un subgénero que acumula ya un muy elevado número de películas en su haber no podía seguir al margen de la comedia que todo lo inunda y Zombieland viene a llenar ese vacío sin llegar a caer en la parodia o el esperpento puro y duro (pese a lo que pueda parecer no estamos ante un "Aterriza como puedas" en versión muertos vivientes). Aprovechando las convenciones aceptadas, y sin añadir ni un gramo de originalidad en el planteamiento lineal de "apocalipsis-supervivientes-desenlace", Ruben Fleischer nos presenta una historia que combina a una serie de personajes estereotipos (el apocado Columbus, el amante de la violencia Tallahassee, la hermosa sin escrúpulos Wichita, la inocente Little Rock) con un mundo arrasado por la plaga zombie.

La trama es la siguiente: Columbus (Jesse Eisemberg) es un joven que ha sobrevivido a la plaga zombie gracias a la aplicación constante de una serie de reglas de supervivencia (¿Homenaje a Zombi: Guia de supervivencia, de Max Brooks?). En un momento dado, se cruza en su camino otro superviviente, Tallahassee (Woody Harrelson), que ha pervivido gracias a sus especiales dotes para matar zombies con cualquier tipo de arma. Aunque son personas de caracteres completamente divergentes terminan por asociarse durante el tiempo que tarden en llegar a un pueblo en el que volverán a separarse. Sin embargo, sus planes se ven frustrados cuando se encuentran con dos hermanas (Emma Stone y Abigail Breslin) que se dedican a hacerles la vida aún más difícil y con las que, finalmente, se dirigirán a un parque de atracciones a las afueras de Los Ángeles.

Con este sencillo planteamiento se desarrolla una trama sin muchos giros pero llena de humor que no duda en "visitar" de un modo ameno muchos de los lugares comunes del género de los muertos vivientes, pero resolviendo situaciones de un modo distinto y rozando el absurdo más descabellado (la escena del centro comercial y el banjo, la "matanza" desde el puesto de palomitas, la carrera dando vueltas alrededor del coche o la clasificación de "muerte zombie de la semana", son muestras del humor con que se afronta la temática). Zombieland, en este aspecto, opta por abordar la desesperación que siempre impera en las películas "post holocausto" desde una perspectiva más relajada, en ocasiones irónica, que sirve para mostrar la fina línea que separa la visión trágica y heroica de la cómica y satírica.

En definitiva, Zombieland es una comedia que pretende entretener por medio de la parodia del género de los muertos vivientes. Utiliza estructuras ya conocidas, introduciendo personajes muy trillados e incluyendo "gags" humorísticos de mejor o peor gusto con alguna que otra sorpresa. Recomendable para pasar el rato y descargar un poco el ya un poco cargado bombardeo zombie de los últimos años.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Reseñas: Artrópodos

Artrópodos.

Luis Montero.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo Ajec. Col. Albemuth # 26. Granada, 2009. 152 páginas.

Confieso que si hay unos bichos que me den realmente asco son las cucarachas, las nuestras, esas negras, lustrosas, brillantes, con su crujir tan característico cuando las aplastas. Así que debo reconocer que la lectura de Artrópodos me ha producido picores por todo el cuerpo en un buen par de ocasiones, sobre todo con las partes más “informativas”.

El libro de Luis Montero, «el e-book más descargado de la historia de Sedice.com» según reza la publicidad, es una fantasía de tintes absurdos que roza en ocasiones el esperpento cómico en la tradición del maestro Valle-Inclán —salvando las inabarcables distancias—. Y es que una vez terminada su lectura la novela se antoja un divertimento, un experimento curioso muy bien documentado que no conduce en realidad a parte alguna, pero que hace sonreír y/o estremecerse en variadas ocasiones.

Como en una comedia de enredo, unos personajes duplicados van entrando y saliendo de la escena provocando situaciones ambiguas, equívocas, incómodas y absurdas a partes iguales. Y es precisamente del uso de ese absurdo de donde proviene el humor, un humor delirante que casi roza lo irracional llevando al lector a preguntarse en ocasiones si no se le estará tomando el pelo. El protagonista, Juan Onésimo —cuyo apellido es un simple juego de palabras matemático que el propio autor destripa en el texto como si no se fiase de la inteligencia de su público—, descubre que tiene un doble exacto físicamente que se dedica a llevar a cabo aquellos de sus sueños que él no había conseguido hacer realidad. Las confusiones que pudiera haber dado lugar la situación habrían sido sin duda más interesantes si no fuera por su incomprensible comportamiento, aceptando sin más al “extraño” y tratando de seguir con su vida con apenas unos cuantos lamentos. La aparición de un policía con doble personalidad y que ejerce alternativamente de inspector o de capitán según sea la dominante y sin que, aparentemente, nadie se lo cuestione —el protagonista solo llega a preguntarse si cobrará dos sueldos—, no hace sino alejar todavía más la realidad del relato, sumergiéndose a fondo en lo absurdo y obligando al lector a aceptar las cosas tal y como vengan, rotas todas las reglas del juego y reconstruidas según parámetros más cercanos a la vida de los propios artrópodos en que trata de sustentar el relato que a los de la lógica humana.

Aunque mayoritariamente narrado en tercera persona, siguiendo las andanzas de Juan Onésimo desde el punto de vista de un narrador omnisciente, conocedor de todo lo que sucede, Luis Montero se permite su propia irrupción en el texto interpretándose a sí mismo jugando con la primera persona en algunos momentos en las que se introduce en la historia como personaje clave en la resolución del misterio —aunque en verdad tal resolución ni siquiera exista—. Mientras por un lado se desarrolla el monólogo que Mr Yee, dueño de ProFinal, empresa de exterminio de insectos en la que trabaja Juan, le encasqueta a éste mientras se encuentran sentados en una noria sobre su personal filosofía de vida, en la narración “principal” se asiste a la peculiar investigación sobre el Ptychopariina Hallucigenia robado en la Gran Sala Trilobites del Museo Nacional de Historia Natural y a los esfuerzos de Juan por poner en marcha la Sala Museo de entomología de ProFinal, aparte de cumplir sus tareas en la empresa y lidiar con su especial situación, romances incluidos.

Intercalados en esa narración principal, perfectamente integrados, se encuentran una serie de textos informativos sobre la evolución, la taxonomía, la vida y el crecimiento, y un buen montón de datos curiosos —y a veces repelentes— de las diferentes especies de artrópodos que comparten nuestro mundo —aunque después de leerlos el lector no puede evitar preguntarse si no serán los humanos los que comparten SU mundo—. Unos textos, en cursiva, que deben ser leídos con la debida atención, pues ocultan algunas de las claves de lo que Juan Onésimo y su doble, o dobles, pudieran ser. Además de suponer un caudal de información realmente llamativa, aunque algunas partes sin duda hubiera preferido seguir sin conocerlas.

En esta especie de divertido thriller policíaco, mezcla de fantasía y comedia con algo de acción y un toque filosófico, uno de los principales problemas a los que se enfrenta el lector es estilístico y es que, en una historia en que la diferenciación de los protagonistas debería ser vital dada su peculiar naturaleza duplicada, todos los personajes peroratan de la misma manera: Juan 0 y Juan 1 —lo que hasta sería lógico—, pero también Mr Yee, Luis Montero y hasta un taxista que cubre una carrera hasta ProFinal sueltan el mismo tipo de discurso algo recargado, consiguiendo un desarrollo algo plano y pobre, sin caracterización ni profundidad; aunque supongo que no es lo que el autor buscaba.

Y es que Artrópodos, como ya se comenta más arriba, parece más bien un curioso experimento literario; una apreciación que se agudiza al observar que se incluyen en el mismo hojas de cómic, gráficos, esquemas y estadísticas, o recursos como la repetición de frases y párrafos ante situaciones vividas de forma casi repetida entre los duplicados y los muchos homenajes ocultos. Unido al hecho de que no hay que buscar explicaciones, ni finales —salvo la sugerencia de un socorrido accidente cósmico prácticamente imposible de acaecer— lo mejor es dejarse llevar por el relato, adaptarse lo mejor posible y sobrevivir a la travesía con una sonrisa, buscar las pistas y llevar a cabo unas matemáticas no siempre exactas. En el juego de los absurdos no se puede pedir racionalidad, sino realizar un salto mortal sin red en el que no todos llegarán al segundo trapecio. Los que lo consigan no podrán evitar, seguramente, una sensación de insatisfacción, de cierre en falso, de que queda algo por contar y muchas preguntas sin respuesta, aunque con la debida atención tal vez no sean tantas como aparentan. No obstante, he leído por ahí que el autor ya está trabajando en una continuación. Después de su lectura en mi quedan un redoblado asco hacia las cucarachas y una sana admiración por otro tipo de artrópodos, aunque no muchos. Una lectura divertida, breve, exigente, curiosa e intrascendente.