Jack Williamson.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Jack Williamson publicó su primera historia en 1928, atesorando desde ese momento hasta su muerte en 2006 una enorme y exitosa producción tanto en relatos como en novelas. Se le podría considerar casi como uno de los últimos “dinosaurios” de la ciencia ficción clásica, en la que parece haberse quedado anclado, con una forma de entender el género ajena al paso de los años. Y eso se nota tal vez en demasía. A pesar de estar publicado originalmente en el año 2005, El misterio de Stonehenge tiene el sabor de
Cuando el profesor Dereck Ironcraft descubre en unas fotos de radar satélite unos restos similares al círculo de Stonehenge enterrados bajo las arenas del Sahara profundo, decide junto a tres amigos docentes (de muy diversas disciplinas académicas) utilizar sus vacaciones para montar una excursión privada e investigar las antiguas estructuras. A través de la narración en primera persona de Will Stone, profesor de literatura inglesa, asistiremos a las peripecias que tal decisión desencadenará en el grupo. El protagonista se convierte en un testigo pasivo de la narración, dejando que las cosas sucedan a su alrededor sin llegar en momento alguno a implicarse en la acción, simplemente observando y dando testimonio de los hechos.
La forma de narrar, como ya he dicho, es excesivamente “clásica”, excesivamente pegada a un “sentido de la maravilla” que busca sorprender por la simple acumulación de descripciones y situaciones extrañas cuando hoy en día la sorpresa es muy difícil de conseguir. La fascinación no pasa ya tan sólo por describir sociedades, planetas o civilizaciones ajenas a la experiencia humana (que aquí las hay, y unas cuantas), sino en hacerlas verídicas a los ojos del lector, en explicarlas, justificarlas y hacerlas de alguna manera posibles, aunque sean inexplicables. No basta con exponer una sucesión de “maravillas” evocadoras que no se sostienen más que por su propia existencia o de hechos que suceden porque sí; hay que bajar a la arena y hacerlas verídicas.
El misterio de Stonenhenge es, en ese sentido, terriblemente ingenua. Los personajes no tienen unas reacciones demasiado coherentes ante las cosas que les suceden, no se cuestionan lo que les ocurre. Simplemente lo aceptan, con excesiva rapidez y naturalidad, y continúan la aventura en una especie de huida hacia delante, saltando de planeta en planeta sin explicación alguna. Que pasando por en medio de dos columnas de piedra aparecen en otro planeta, pues estupendo; que encuentran una carretera que se mueve sola y avanza desde hace siglos sin agotarse su energía o a pesar de estar cortada en algunos trozos ¡qué más da!, la cogen y a ver dónde les lleva. Las cosas funcionan porque sí, no hay un proceso por el que el lector comprenda las decisiones o las conclusiones a las que llegan los protagonistas; todo avanza porque lo necesita la trama y ninguno de los implicados lo cuestiona, sino que se aprovechan de ello y a otra cosa mariposa. Juega Williamson con la tecnología aventurada hoy por otros escritores (caso del ascensor espacial o de los robots de material dúctil, que pueden asumir diferentes formas), pero al contrario de éstos no intenta en ningún momento justificar su existencia o intentar explicar su funcionamiento. Todo está supeditado a la aventura en sí, incluso el tiempo de la narración, confuso en algunos momentos en que sin indicación o elipsis alguna pasan días sin que el lector sepa dónde se han metido.
Sin embargo es una novela tan sumamente “naif” que consigue, una vez asumido el propio absurdo implícito en ello y forzando un tanto (mucho) la suspensión de la incredulidad, que se lea hasta con simpatía, con nostalgia, como un residuo de una forma de narrar que hoy ha quedado de alguna forma obsoleta, pero que tantos buenos ratos nos hizo pasar cuando nos iniciábamos con los clásicos de
Hay poco lugar para la reflexión, y cuando la hay, la misma es tan sutil como un martillazo en la cabeza, como ese planeta donde transcurre el grueso de la narración y en el cual el enfrentamiento racial entre blancos y negros es tan marcado que casi cae en la parodia más que en el reflejo de lo vivido en nuestro mundo, o como ese supuestamente sorprendente origen de la humanidad que se desvelará sacado de la manga de uno de los protagonistas.
En definitiva, El misterio de Stonehenge (por cierto, me pregunto a qué viene el cambio en el título de ese proclive a la confusión “El misterio de…” en vez del mucho más descriptivo y acertado “La puerta de…” original) es un libro actual que debe ser leído como si hubiese sido escrito un buen porrón de años atrás y dejando a un lado toda la incredulidad posible. Sólo así se conseguirá entrar en la narración y seguir el galáctico periplo de los protagonistas con cierto interés y fascinación, que supongo que es lo que el autor buscaba.
En ocasiones es dificil comprender la narración, no solo por el estilo naïf del autor, tal como se comenta en la reseña, sino por la pésima traducción.
ResponderEliminarNo solo hay numerosos conceptos equivocados ("fosos de munición" cuando se refiere a los cráteres producidos por bombas), sino que se confunden tiempos verbales, número y genero. Una oración comienza en pasado y acaba en presente. En una misma frase se dictan sentencias contradictorias...
En conclusión, en lugar de pasar un rato leyendo una novela "al estilo antiguo", lo he pasado intentando adivinar que es lo que el autor quería decir y la traductora nos ha ocultado.