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viernes, 30 de mayo de 2008

Reseña: El sindicato de policía yiddish

El sindicato de policía yiddish.

Michael Chabon.

Reseña: Santiago Gª Soláns.

Mondadori. Col. Literatura Mondadori # 359. Barcelona, 2008. Título original: The Yiddish Policemen’s Union. Traducción: Javier Calvo Perales. 428 páginas.

El sindicato de policía yiddish podría haber sido una típica novela negra, con la investigación del peculiar asesinato de un yonki, jugador de ajedrez, en su habitación del mismo hotel en que reside el policía protagonista del libro, si no fuera por su autor, Michael Chabon (galardonado con el premio Pulitzer por Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay), y por el trasfondo en que ha decidido que transcurra la acción.

En el particular mundo creado por Chabon, tras la II Guerra Mundial los judíos europeos (y de otras partes del mundo) no vieron como se les abrían con grandes esfuerzos las puertas del estado de Israel, sino que fueron instalados, provisionalmente según se aseguraba, en el distrito federal de Sitka, Alaska, dependiente de los EE.UU. Pero en la actualidad su estatus se encuentra a punto de ser revocado, apenas en dos meses, y los judíos volverán a quedarse sin una tierra en la que habitar.

Durante 70 años, el sueño del retorno a una mítica Jerusalén, el establecimiento de un Hogar para los judíos en Palestina, ha permanecido siempre vivo, aunque siempre lejano. Y en estas agitadas circunstancias muchos son los que se preguntan qué vendrá a continuación, qué les deparará el incierto futuro. Como no se cansan de repetir algunos personajes: “corren tiempos extraños para ser judío”.

Y en estos tiempos de incertidumbre, con la espada de la revocación pendiendo sobre sus cabezas, Meyer Landsman, detective de la policía de Sitka, se encontrará con el asesinato de su vecino de hotel y decidirá que es él quien debe resolver el caso, incluso contra las órdenes de sus superiores. Landsman es el prototipo de detective de policía de la mejor tradición de novela negra poseyendo todos los tópicos habituales: dado a la bebida, viviendo en un hotelucho, separado de su mujer, amargado, con las adecuadas dosis de indisciplina y rebeldía, arrastrando un secreto de su pasado que lastra su alma y con un compañero de trabajo que es su perfecta antítesis y réplica. Sin embargo, el uso que hace de él su autor consigue dotarle de una personalidad propia que le aparta rápidamente del tópico. Landsman, como un antihéroe, luchará contra viento y marea, contra todas las adversidades que surjan en su camino, e incluso contra las órdenes recibidas, para resolver un caso que le ha tocado especialmente la fibra sensible. Cuando descubra que tras el crimen hay mucho más oculto que un simple asesinato, ya será tarde para poder echarse atrás, y se verá envuelto en los turbios secretos y conspiraciones de la comunidad judía oculta más ultraortodoxa; tendrá que enfrentarse a los garantes de la tradición y a los grandes señores mafiosos judíos, que irónicamente son los mismos, y demostrándose más allá de toda duda que quien hace la Ley, tiene mucho más fácil hacer la trampa.

Al igual que la víctima, y unos cuantos más de los personajes hacen durante la novela, Chabon juega al ajedrez con el lector, moviendo sus piezas con la precisión de un maestro, buscando un jaque mate que no termina de llegar. Presenta un retrato singular de los judíos y del judaísmo, lejos de la idea un tanto lacrimógena y victimista que se suele presentar de ellos. El autor los muestra como un grupo enormemente heterogéneo, lleno de diferentes corrientes y sectas y de gente que no pertenece a ninguna de ellas, tan egoístas o desinteresados como cualquier hijo de vecino, llenos de contradicciones, descreídos o fanáticos, con los mismos defectos y pasiones, vicios y virtudes que cualquier otro “pueblo” o grupo de personas. Bajo todo ello late, no obstante, el sentimiento de que el “ser” judío es mucho más que tan sólo el hecho religioso, es un “club” al que te apuntan al nacer, quieras o no, y del que no te puedes dar de baja. Hay en todo judío el anhelo melancólico de una patria no conocida, de la Tierra Prometida a la que nunca renunciaron, que les separa del común de la humanidad.

Michael Chabon despliega sus amplias dotes literarias, plagando el texto de poderosas imágenes, llenas de evocación y de una extraña, desgarradora, poesía. Las metáforas se suceden a ritmo vertiginoso, creando auténticas secuencias visuales en la mente del espectador, mientras la madeja se va desovillando. Es, sin embargo, esta sucesión de hermosas descripciones la que de algún modo puede provocar que el lector se atasque un tanto en el devenir de la acción, perdido en la contemplación degustativa de la imagen y demorando por tanto el avance de lo narrado.

Es El sindicato de policía yiddish la historia de una redención, de conceder a otros, y a uno mismo, el perdón, de autosuperación. Pero es ante todo una interesante trama policíaca que, como era de esperar, resulta muy diferente en su resolución final de lo que al principio parecía apuntar. Se guarda Chabon, a plena vista, sin trampas, muchas sorpresas y giros insospechados, hasta la resolución del crimen; una resolución que no puede dejar indiferente y que cambiará las ideas preconcebidas con las que se iniciaba el libro, tanto en los personajes como en el propio lector. Literatura con mayúsculas, sin duda.


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