Vernor Vinge
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova # 210. Barcelona, 2008. Título original: Rainbow’s End. Traducción: Pedro Jorge Romero. 412 páginas.
Acostumbrado (quizá mal acostumbrado) a las obras anteriores de Vinge, Al final del Arco Iris me ha parecido un tanto floja en la comparación, sobre todo para haber recibido el Premio Hugo 2007. O tal vez pueda ser que el público anglosajón sea mucho más crédulo que yo, porque lo cierto es que ha habido unos cuantos pasajes y situaciones de la novela que, por absurdos más que nada, han dinamitado mi suspensión de la incredulidad impidiéndome disfrutar al 100 % de la narración, aunque debo reconocer que no me ha dejado del todo un mal sabor de boca, encontrando planteamientos muy buenos sobre todo en la especulación del futuro cercano.
Vinge abandona en esta ocasión el espacio lejano de dentro de muchos años para centrarse en una Tierra cercana que muy posiblemente tenemos a la vuelta de la esquina. Así el lector se encuentra con un mundo en el que la investigación científica ha permitido poner cerco a ciertas enfermedades hoy incurables, como es el caso del Alzheimer de uno de los personajes principales, el afamado poeta Robert Gu. Además, la terapia a la que se somete, solo efectiva en algunos casos, produce el rejuvenecimiento del paciente, y de pronto Gu despertará en un mundo bastante diferente del que había conocido antes de su enfermedad, debido sobre todo a la “tecnología vestible” (algo en lo que ya se trabaja hoy en día), gracias a la cual todas las personas llevan su ordenador personal encima, lo que les permite desplazarse por realidades virtuales que se superponen a la real gracias al uso de lentillas especiales. Internet ha sido sustituida por una nueva interfaz llamada «Epifanía», que viene acompañada de nuevas formas de relacionarse y provoca que quienes no son capaces de manejarse con ella se conviertan en auténticos parias sociales, inadaptados condenados a quedarse atrás en un mundo que avanza a pasos agigantados en temas tecnológicos (vamos, una extrapolación un tanto extrema de la que ya está sucediendo ahora mismo). Así, Gu tendrá que asistir de nuevo al instituto, a clases especiales junto a otra serie de “torpes” para poder adaptarse al ritmo de la sociedad, y allí conocerá a un joven, Juan Orozco, con el que establecerá una extraña relación de apoyo mutuo, sobre todo cuando el poeta se de cuenta de que ha perdido su “genio” creador.
«Epifanía» trae consigo además nuevas formas de comunicación y colaboración, e involuntariamente la formación de una especie de mega inteligencia compartida conforme más y más humanos van sumando sus conocimientos, recursos y cerebros al conjunto.
Vinge plantea en este atractivo escenario una trama conspiratoria donde diferentes personas, grupos o entidades buscarán el dominio mundial a través del control subconsciente de las masas. Los diferentes intereses terminarán enfrentándose, atrapando en medio y por diferentes caminos a Robert Gu y a toda su familia (su esposa, su hijo, su nuera y su nieta), quienes tendrán que reaccionar para no convertirse en meras comparsas o peones indefensos de los conspiradores. Y aquí, desgraciadamente, empiezan una serie de casualidades un tanto traídas por los pelos que hacen difícil introducirse a fondo en la narración.
A lo largo de las páginas van surgiendo sin pausa temas tan sugerentes como el de la posible aparición de la Inteligencia Artificial (¿es una IA uno de los personajes?), el control y uso de la información y las comunicaciones, la relación de los humanos con la tecnología, el desarrollo de la robótica y de la realidad virtual, el libre acceso a los nuevos avances y el riesgo que ello conlleva… y muchos otros que son los que realmente hacen atrayente la novela. Tema aparte, íntimamente ligado al mundo en que ya vivimos, se encuentra la interesante reflexión sobre el recorte de las libertades personales en busca de una hipotética mayor seguridad. Una seguridad que se demuestra imposible de garantizar, con lo cual en realidad la sociedad pierde en todos los ámbitos.
Pero es en la parte de la aplicación narrativa de todos estos temas tan atractivos donde el lector se encuentra con unos personajes ineficazmente plasmados y, sobre todo, poco creíbles en ocasiones. Y unido a ello, temas como el del brutal escaneo de los libros de la biblioteca universitaria (cuando ahora mismo se están desarrollando y aplicando sistemas mucho menos, por no decir en absoluto, destructivos) o el de los jóvenes (y no tan jóvenes) metidos a héroes de acción en situaciones un tanto farragosas, hacen saltar las alarmas y obligan a desconectar un buen número de neuronas para poder seguir disfrutando de la lectura.
Quizá sea que el mundo académico universitario estadounidense es muy diferente del nuestro, pero las batallitas que se montan entre las diferentes corrientes se antojan, por muy entretenidas y bien narradas que estén, llevadas excesivamente al extremo, hasta límites que tensan demasiado la credulidad del espectador.
Es Al final del Arco Iris, pues, una novela para disfrutar por la enorme variedad e interés de sus especulaciones y extrapolaciones para el futuro cercano (tal cantidad, en manos de otro escritor menos ambicioso seguro que daba para un tocho mucho más grueso o incluso para varios libros), pero en la que, en cuanto al desarrollo de la trama de la historia que Vinge relata, hay que poner mucho por parte del lector para poder disfrutarla a fondo. Una vez conseguido, aceptando sin cuestionar demasiado lo que va sucediendo a los protagonistas, lo cierto es que el libro se lee de un tirón por el buen hacer literario al que ya nos tenía acostumbrado su autor y a la acción sin descanso en la que sumerge a los protagonistas. Ahora solo falta que Vinge no tarde tanto tiempo en ofrecernos una nueva novela.
P.S. Al final del Arco Iris comparte escenario y algunos personajes con Acelerados en el instituto Fairmont, novela corta incluida en el volumen El monstruo de las galletas publicado en España por la editorial AJEC.
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