Donde los ángeles no se atreven.
Allen Steele.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo Ajec. Col. Albemuth # 26. Granada, 2009. Título original: Where Angels Fear to Tread / The Death of Captain Future. Traducción: Claudia de Bella. 130 páginas.
Allen Steele es autor de un par de docenas de novelas y colecciones de relatos, pero permanece prácticamente inédito en nuestro país. Tan solo se han publicado en español la novela Descomposición orbital (en Ultramar, primera entrega de su serie del Espacio Cercano) y algunos relatos en la revista Asimov Ciencia Ficción; por eso es especialmente de agradecer la inclusión de la «Presentación» de Pablo Almécija Lusón que abre el presente libro y repasa la carrera y antecedentes del autor.
Este volumen se compone de dos novelas cortas, ambas galardonadas con el Premio Hugo, el de 1998 para la que le da título, Donde los ángeles no se atreven, y el de 1996 para la que cierra la publicación, La muerte del Capitán Futuro.
Una cita de Alexander Pope, entresacada de su Ensayo sobre la crítica, sirve a Steele para colocar en situación al lector respecto a la primera narración: «Los necios se apresuran a entrar donde los ángeles no se atreven», y viene muy a cuento de lo que vamos a encontrar en esta historia de viajes temporales y realidades paralelas. A finales del siglo XX, el Dr. Zack Murphy, una persona bastante racionalista y escéptica atrapada en su trabajo para la gubernamental Oficina de Ciencias Paranormales estadounidense, se verá inmerso en una investigación a cargo del ejército que hará que tenga que replantearse una buena parte de las cosas que había creído hasta el momento. Mientras tanto, dos crononautas del siglo XXV se introducen en el último viaje del Hinderburg para documentar la catástrofe. Sin embargo, los peligros de trastear con la corriente temporal pronto se harán evidentes viéndose su misión gravemente comprometida, incluyendo el secreto de su existencia.
Los personajes están tratados de una forma muy humana, consiguiendo que sus reacciones sean muy cercanas al lector —Murphy odia la idea de lo que significa su trabajo, pero sin embargo no puede permitirse perderlo— y los cambios en la Historia se encuentran coherentemente explicados e introducidos en la narración, consiguiendo evitar las paradojas y abriendo la posibilidad de los múltiples universos paralelos, tan parecidos y, no obstante, tan diferentes en los pequeños detalles. Es precisamente la cuestión de cómo las pequeñas cosas, los cambios minúsculos, podrían ser el desencadenante de cambios radicales en el curso del devenir futuro lo que se plantea para solaz y reflexión del lector. Y cómo los humanos acorralados, fuera de su propia línea, ven como la concepción del mundo varía según se modifican los parámetros que creían inamovibles.
La segunda novela corta, La muerte del Capitán Futuro, es un claro homenaje a las novelas pulp que en la primera mitad del siglo XX publicara sobre este personaje —sobre todo— Edmon Hamilton. En aquellas novelas de un Space Opera ingenuo y lleno de aventuras, el Capitán Futuro recorría el espacio en su nave, desfaciendo entuertos y saliendo victorioso de las más peligrosas situaciones. Al enfrentarme a la lectura, tuve algo de miedo de que fuera imprescindible poseer un conocimiento previo de la serie original —que yo no tengo—, pero no es en absoluto necesario. Gracias a las citas que abren cada capítulo el lector se puede hacer una idea clara de por dónde iban los derroteros de las novelas, los escenarios e, incluso, la personalidad del protagonista original; y la actual narración enlaza con aquellas a través de un megalomaniaco personaje enamorado de los pulps originales y que en su aparente locura ha tomado sobre sí el manto del Capitán Futuro, de forma que ya no responde a otro nombre.
Cuando Rohr Furland se enrole en su nave obligado por las circunstancias adversas y en contra de lo que el buen sentido le recomienda, la aventura empezará a rodar de forma casi desapercibida e involuntaria hacia un desenlace trágico, épico y cargado de emotividad que pondrá un brillante y magnífico punto final a la carrera de tan singular personaje. ¿O tal vez no es todo lo que parece?
A pesar de lo alienado de los protagonistas y a pesar de que de los tres tripulantes de la nave tan solo el propio Furland podría considerarse un representante “normal” de la humanidad, el relato se muestra tiernamente humano. Lleno de pinceladas de humor que tan solo hacen aumentar el sentimiento implícito de nostalgia, la narración pasa de la monotonía de la vida en la nave a la emoción del descubrimiento y la misión espacial, hablando de la confrontación entre los sentimientos y la razón, de la locura romántica que inunda los corazones y cierra las mentes cuando la fealdad de lo que nos rodea es tan insoportable que obliga a evadirse, de la responsabilidad más allá del deber cuando nada se debe y de cómo incluso en las peores situaciones —o sobre todo en ellas— el ser humano es capaz de dejar atrás los prejuicios y sacar a flote lo mejor de si mismo.
Siendo quizá más “redonda” la primera novela, es sin embargo esta segunda la que me ha llegado ciertamente al corazón consiguiendo emocionarme. Muy interesante. Habría que darle un tirón de orejas al Grupo Ajec, no obstante, por una edición que deja algo que desear en cuanto a la presentación, pero que tampoco impide ni influye en exceso en el disfrute de su lectura.
Dos historias bastante redondas contadas en su longitud justa. Se leen en un suspiro, en una tarde tranquila, pero es un suspiro ciertamente agradable.
Allen Steele.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo Ajec. Col. Albemuth # 26. Granada, 2009. Título original: Where Angels Fear to Tread / The Death of Captain Future. Traducción: Claudia de Bella. 130 páginas.
Allen Steele es autor de un par de docenas de novelas y colecciones de relatos, pero permanece prácticamente inédito en nuestro país. Tan solo se han publicado en español la novela Descomposición orbital (en Ultramar, primera entrega de su serie del Espacio Cercano) y algunos relatos en la revista Asimov Ciencia Ficción; por eso es especialmente de agradecer la inclusión de la «Presentación» de Pablo Almécija Lusón que abre el presente libro y repasa la carrera y antecedentes del autor.
Este volumen se compone de dos novelas cortas, ambas galardonadas con el Premio Hugo, el de 1998 para la que le da título, Donde los ángeles no se atreven, y el de 1996 para la que cierra la publicación, La muerte del Capitán Futuro.
Una cita de Alexander Pope, entresacada de su Ensayo sobre la crítica, sirve a Steele para colocar en situación al lector respecto a la primera narración: «Los necios se apresuran a entrar donde los ángeles no se atreven», y viene muy a cuento de lo que vamos a encontrar en esta historia de viajes temporales y realidades paralelas. A finales del siglo XX, el Dr. Zack Murphy, una persona bastante racionalista y escéptica atrapada en su trabajo para la gubernamental Oficina de Ciencias Paranormales estadounidense, se verá inmerso en una investigación a cargo del ejército que hará que tenga que replantearse una buena parte de las cosas que había creído hasta el momento. Mientras tanto, dos crononautas del siglo XXV se introducen en el último viaje del Hinderburg para documentar la catástrofe. Sin embargo, los peligros de trastear con la corriente temporal pronto se harán evidentes viéndose su misión gravemente comprometida, incluyendo el secreto de su existencia.
Los personajes están tratados de una forma muy humana, consiguiendo que sus reacciones sean muy cercanas al lector —Murphy odia la idea de lo que significa su trabajo, pero sin embargo no puede permitirse perderlo— y los cambios en la Historia se encuentran coherentemente explicados e introducidos en la narración, consiguiendo evitar las paradojas y abriendo la posibilidad de los múltiples universos paralelos, tan parecidos y, no obstante, tan diferentes en los pequeños detalles. Es precisamente la cuestión de cómo las pequeñas cosas, los cambios minúsculos, podrían ser el desencadenante de cambios radicales en el curso del devenir futuro lo que se plantea para solaz y reflexión del lector. Y cómo los humanos acorralados, fuera de su propia línea, ven como la concepción del mundo varía según se modifican los parámetros que creían inamovibles.
La segunda novela corta, La muerte del Capitán Futuro, es un claro homenaje a las novelas pulp que en la primera mitad del siglo XX publicara sobre este personaje —sobre todo— Edmon Hamilton. En aquellas novelas de un Space Opera ingenuo y lleno de aventuras, el Capitán Futuro recorría el espacio en su nave, desfaciendo entuertos y saliendo victorioso de las más peligrosas situaciones. Al enfrentarme a la lectura, tuve algo de miedo de que fuera imprescindible poseer un conocimiento previo de la serie original —que yo no tengo—, pero no es en absoluto necesario. Gracias a las citas que abren cada capítulo el lector se puede hacer una idea clara de por dónde iban los derroteros de las novelas, los escenarios e, incluso, la personalidad del protagonista original; y la actual narración enlaza con aquellas a través de un megalomaniaco personaje enamorado de los pulps originales y que en su aparente locura ha tomado sobre sí el manto del Capitán Futuro, de forma que ya no responde a otro nombre.
Cuando Rohr Furland se enrole en su nave obligado por las circunstancias adversas y en contra de lo que el buen sentido le recomienda, la aventura empezará a rodar de forma casi desapercibida e involuntaria hacia un desenlace trágico, épico y cargado de emotividad que pondrá un brillante y magnífico punto final a la carrera de tan singular personaje. ¿O tal vez no es todo lo que parece?
A pesar de lo alienado de los protagonistas y a pesar de que de los tres tripulantes de la nave tan solo el propio Furland podría considerarse un representante “normal” de la humanidad, el relato se muestra tiernamente humano. Lleno de pinceladas de humor que tan solo hacen aumentar el sentimiento implícito de nostalgia, la narración pasa de la monotonía de la vida en la nave a la emoción del descubrimiento y la misión espacial, hablando de la confrontación entre los sentimientos y la razón, de la locura romántica que inunda los corazones y cierra las mentes cuando la fealdad de lo que nos rodea es tan insoportable que obliga a evadirse, de la responsabilidad más allá del deber cuando nada se debe y de cómo incluso en las peores situaciones —o sobre todo en ellas— el ser humano es capaz de dejar atrás los prejuicios y sacar a flote lo mejor de si mismo.
Siendo quizá más “redonda” la primera novela, es sin embargo esta segunda la que me ha llegado ciertamente al corazón consiguiendo emocionarme. Muy interesante. Habría que darle un tirón de orejas al Grupo Ajec, no obstante, por una edición que deja algo que desear en cuanto a la presentación, pero que tampoco impide ni influye en exceso en el disfrute de su lectura.
Dos historias bastante redondas contadas en su longitud justa. Se leen en un suspiro, en una tarde tranquila, pero es un suspiro ciertamente agradable.
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