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viernes, 30 de abril de 2010

Reseña: Furia de Titanes

Furia de Titanes

Louis Leterrier

Reseña de: Amandil

Warner Bros. Pictures / Legendary Pictures / Thunder Road Pictures / The Zanuck Company. 2010, 106 minutos.

Hay tres aspectos relacionados con esta película que querría separar desde el primer momento para que sea un poco más clara y directa la reseña. Dos de ellos son francamente negativos y el tercero es moderadamente positivo, así que, en puridad, creo que es más justo diferenciarlos y que sea así el lector el que perciba mi (escaso) criterio de un modo más nítido.

El 3D, o la estafa de nuestros infaustos días.

Furia de Titanes en su versión 3D es, en el mejor de los casos un fiasco y, en el peor, una autentica estafa. Se nota que la película no fue rodada para verse en 3D (a diferencia de Avatar) y que han querido hacer caja a base de añadir a posteriori los efectos sobre el metraje ya grabado. Como resultado de ello, apenas se nota ningún tipo de diferencia entre las películas "de toda la vida" y esta, salvo porque hay que soportar las gafas y se ven ciertas partes de un modo levemente más profundo. Lo han querido arreglar en el prólogo (con las constelaciones y eso) y en los créditos del final (ahí sí que hay efecto 3D... ¡qué consuelo tener que quedarse a ver las letras para ver algo así!). Así que, al subirse al carro tridimensional, lo único que se le aporta al espectador es un gasto adicional y una nula experiencia de inmersión en la historia. En este aspecto me siento engañado y, desde ahora, voy a informarme muy mucho sobre las películas que se anuncian a bombo y platillo como "3D" ya que, me temo, que nos van a intentar seguir metiendo goles por ese lado hasta que se generalicen realmente los cambios necesarios para volver a la calidad ofrecida por Avatar.

Más vale "corrección política" que coherencia.

No debería sorprenderme, no debería sorprenderme, no debería sorprenderme... pero por mucho que me repita eso como un mantra enloquecido, me sigue sorprendiendo la de idioteces que se ven obligados a perpetrar los guionistas en aras de contar historias que se resignen a circular por los estrechos canales de la corrección política. Y en Furia de Titanes hay corrección como para parar un tren. Y más si se la compara con la película original. Entre los "hermanos Balki" con el obligado acento del vendedor de alfombras, los émulos de "Barbol" con ese aire "árabe-aladinesco", el papelón de Io (Gemma Arterton) para aumentar la cuota femenina, el guerrero con pinta homosexual, etc. La cosa es que la película no puede ofender a nadie (ni por acción ni por omisión) salvo a Hades y, quizá, a la gente con rastas. Tampoco es que el objetivo de una película deba ser el ofender sin más, pero, en esta caso, les ha podido mucho lo de actualizar el mensaje a los tiempos que corren. En fin.

La película en sí.


Basándose en el mito griego de Perseo, y teniendo como referente inelu
dible la película del mismo nombre rodada en 1981 de Desmond Davis, Leterrier pone ante nosotros una nueva visita al mundo de los mitos desde una perspectiva actualizada y adaptada a las nuevas tecnologías de efectos digitales. Así, lo que en la anterior película era producto de la imaginación y técnica de Ray Harryhausen, ahora queda supeditado a una nueva demostración de lo que los ordenadores son capaces de hacer... nada novedoso, por otra parte. El director ha optado por hacer más grande las cosas y listo: escorpiones gigantescos, un Kraken descomunal similar al celebérrimo Rancor de El retorno del Jedi, una medusa más sensual, una ciudad de Argos que parece el Minas Tirith de Peter Jackson. Desde luego, en esta versión, el tamaño sí importa. En cualquier caso los efectos especiales son muy buenos y sirven para añadir ese factor de espectacularidad que se espera de una producción "épica" y que se agradece poder ver en pantalla grande.

En el caso de la caracterización hay de todo. Los dioses olímpicos parecen sacados de un episodio de Los caballeros del zodiaco, con esas armaduras brillantes que hacen de ellos algo así como una exhibición de enlatados de lujo, y un papelón que se limita al de estar un rato en pantalla sin abrir la boca. Los guerreros de Argos, en cambio, parecen a priori más logrados en la apariencia de sus armaduras y armas, haciendo que, al menos ellos, no parezcan demasiado alejados del tiempo en que se supone que sucede la acción. De Perseo (Sam Worthington) cabe decir que no le pega en absoluto ese look a lo marine (¿estaba rodando Avatar a la vez y por eso opta por exactamente la misma apariencia -bueno en FdT al menos anda-?), y lo cierto es que consigue que el personaje sea absolutamente anodino, plano y falto de carisma. Todo lo contrario de lo que se espera de un héroe... ¡o de un actor! Hades (Ralph Fiennes) ha sido caracterizado como el décimo nazgúl y es, probablemente, el personaje que mejor está interpretado. Y del resto de actores, actrices y decorados, en general salen bien parados y hay que reconocer que hacen creíble (dentro del contexto fantástico en que se encuadra la historia, claro) las partes de la película que tienen que soportar. En general, en el aspecto visual, la película se deja ver y no hay demasiados "peros".

El guión es una mezcla entre la película de 1981 y un programa como gladiadores americanos, con los obligados toques cómicos de la mano del dúo sacapuntas que forman los aventureros de aspecto palestino Ozal (Ashraf Barhom) y Kucuk (Mouloud Achour). En definitiva, cogen el mito de Perseo, lo agitan, y lo adaptan hasta hacerlo irreconocible, añadiendo unos toques "rebelión de los ateos" que no hay por dónde pillarlo.

La cosa es así: Un humilde pescador, Spyros (Pete Postlethwaite) encuentra un día en el mar a Perseo y lo adopta. Pasados los años, debido a que el rey de Argos se cree más poderoso que los dioses y ordena derribar una estatua de Zeus (Liam Neeson), Perseo ve horrorizado como Hades asesina a su familia y él es capturado por los argónidas. En el ínterin, Hades convence a Zeus de que los humanos son una panda de ingratos cabroncetes que han olvidado quien manda y a los que hay que castigar para que sigan siendo fieles servidores de los dioses. El castigo consiste en que si no se sacrifica en un cierto plazo de tiempo a Andrómeda (Alexa Davalos) Hades lanzará a su Kraken contra la ciudad matando a todos sus habitantes. El rey de Argos, ante tan oscura perspectiva, decide mandar a un grupo de guerreros, encabezados por Perseo (que pasa de pescado
r a superguerrero en cosa de treinta segundos de formación en un bosque) y el veterano Draco (Mads Mikkelsen), a lograr la cabeza de Medusa (Natalia Modianova) para destruir con ella al Kraken. Al grupo se le unirán dos cazadores, los ya citados hermanos Balki, la inmortal Io, quien acompaña a Perseo desde su más tierna infancia vigilándose de lejos, y un extraño ser de aspecto arbóreo y aires árabes.

Pero Hades, que además de siniestro es malvado
y maquiavélico, conspira contra el grupo azuzando contra ellos al monstruoso Calibos (Jason Flemyng), mientras Zeus, padre de Perseo, le intenta echar una mano enviándole una espada mágica (como un sable láser pero más feo) e interviniendo sutilmente para que cuando lleguen hasta Caronte tengan una moneda con qué pagarle (y el espectador vea un conato de escena en 3D con poco éxito en el empeño).

Sin embargo, lo que mueve a Perseo no es únicamente su esencia heroica y hacer el bien. Su verdadero objetivo es vengarse de Hades por la muerte de su familia y, a la postre, derribar a todos los dioses por ser los culpables de los males del mundo para su mayor gloria. De hecho, al principio de la película Spyros suelta una discurso muy elemental (pensando para audiencias de calidad intelectual baja) con el corolario: "Alguien tiene que decir basta". Perseo es ese alguien, por supuesto. Y el método es tan simple como intentar liquidar a las bravas a los dioses.

¿Logra la película enganchar? A ratos lo consigue de sobra ya que existen concatenaciones de momentos de acción que muestran la maravillosa capacidad que se ha alcanzado en los efectos especiales. Sin embargo, el extraño uso de las elipsis destruye la sensación del viaje (parece que al acceso al Hades está al lado de Argos o que las tierras con aires árabes se encuentran en el valle vecino) y del tiempo (puesto que los plazos se acortan sin apenas referencias a los días y las noches, recordando la espantosa elipsis empleada en Gladiator) destruyen en ocasiones el ritmo y denotan un cierto desbarajuste a la hora de querer contar mucho en apenas hora y media.

Los actores están, por lo general a la altura, siendo el que más desentona el Perseo-Marine que encarna, muy por debajo de sus posibilidades, un Sam Worthington tan nefasto como Brad Pitt en la también épica Troya. Y lo malo es que, al ser este el protagonista, arrastra consigo la historia hacia extremos que tocan lo anodino e inverosimil (cuando se descubre su naturaleza de héroe hijo de Zeus su reacción tan expresiva como la de una fregona... ¡pues menos mal que es un sorpresón que cambiará el rumbo de los acontecimientos!). Por otra parte, Furia de Titanes recuerda desde su mismo inicio una partida del juego de ordenador Age of Mythology en la que sólo falta la gestión de recursos y el ir y venir del puntero del ratón por la pantalla.

Aún así, Furia de Titanes consigue volver a traer a las pantallas el género épico mitológico (aunque sea creando una nueva mitología ad hoc) en lo que espero que sea una nueva visita a una parte del cine que, gracias a la excelente calidad de los efectos especiales (y la potencialidad de un 3D bien usado y sin pretensiones estafadoras) y a un sinfín de novedades en potencia (o, me temo, un creciente número de remakes). Lástima que, a la postre, esta película se haya visto atrapada en el lapso de tiempo en que el cine "digital" y el nuevo en 3D van a convivir hasta la extinción del primero porque, sin la amenaza del nuevo Eldorado, habría podido significar mucho más de lo que está llamada a ser.

martes, 27 de abril de 2010

Reseña: Vacaciones en el infierno

Vacaciones en el infierno.

Varias autoras.

Reseña de: Jamie M.

Alfaguara. Madrid, 2010. Título original: Vacations from Hell. Traducción: Mercedes Núñez. 304 páginas.

Tercer título de la serie de antologías junto a Noches de baile en el infierno y Amor en el infierno, que parte de las mismas premisas que las citadas: cinco autoras de éxito en el ámbito anglosajón escriben un relato largo o novela corta con protagonistas adolescentes en torno a un tema concreto (en este caso las vacaciones) dándole siempre un toque de romance paranormal. Además, parte de lo recaudado por la venta de los volúmenes originales iría a parar a fines benéficos.

Abre el volumen En el crucero, de Sarah Mlynowski, y, por suerte o desgracia, se trata de la más floja de las cinco narraciones. Por suerte, porque al ser la primera no queda tan mal sabor de boca al elevar el nivel las siguientes; por desgracia, porque puede espantar a algunos lectores que se perderían así lo que viene a continuación. En el crucero es poco más que una anécdota, un chiste ni siquiera original, ya que hace mucho tiempo que circula por Internet una de esas cartas-cadena titulada algo así como “La primera vez” que usa prácticamente la misma idea cambiando vampiros por dentistas (y si a alguien le he chafado la sorpresa, si alguien no lo venía venir desde mucho antes, mis más sinceras disculpas, pero es que es de cajón). Dos jovencitas, Liz y Kristin se embarcan en un crucero sin tutela adulta, con el objetivo confeso de que Kristin pierda la “virginidad”, mientras Liz se dedica enrrollarse con todos los tíos buenos que se le ponen a tiro. Se hacen amigas de Hailey, una joven que viaja con su madre (una mujer que en ningún momento abandona su camarote), que les cuenta una truculenta historia de desapariciones misteriosas en otros cruceros achacadas a la existencia de sanguinarios vampiros. La trama avanza mediante largos diálogos, sin apenas descripciones, y con más bien poco oficio, mientras pasan los tres días del crucero y Kristin siente que se le acaba el tiempo. A la postre, el supuestamente sorprendente giro final es tan evidente que no puede resultar más decepcionante. Es una narración cortita, muy breve en realidad gracias a tanto diálogo, con lo que tampoco llega a atragantarse exactamente.

Por suerte, a continuación viene Tu novia no me cae bien, de Claudia Gray. La joven bruja Cecily Harper se enfrenta a las vacaciones familiares con evidentes muestras de desagrado. Una vez al año, aprovechando el verano, el aquelarre de su madre se reúne en la playa para mantener y reforzar los antiguos lazos y ampliar la educación de sus hijas. Para desgracia de Cecilia, una de esas jóvenes es Kathleen Pruitt, una odiosa chica de su edad que año tras año no cesa de hacerle la vida imposible mientras se encuentran bajo el mismo techo. Pero lo de este año va a ser peor, por un lado no para de llover y no hay posibilidad de ir a la playa; por otro, Kathleen ha venido en esta ocasión acompañada de su nuevo y maravilloso novio, un chico ideal, perfecto, atento e interesante, por el que la joven bruja no puede evitar sentirse atraída. Y es que Scott, que así se llama el muchacho, es alguien demasiado bueno como para ser verdad. ¿Demasiado bueno en efecto? Con gran sentido de humor y una hábil dosificación de la tensión, Gray ofrece un relato de vindicación realmente atractivo, en el que al final no todos obtienen lo que desean. Interesante y divertida.

Con La ley de sospechosos, Maureen Johnson envía a dos jóvenes hermanas norteamericanas, Charlie y Marylou (por Charlotte y Marie-Louise) al viejo continente a conocer sus raíces francesas en lo que esperan que sean unas vacaciones espectaculares, pero la realidad es que terminan aisladas en una casa de campo en la campiña francesa, sin nada que hacer, sin la compañía prometida y con la única visita de un encargado que cada día las aprovisiona de comida. Cuando Charlie emprende un paseo sin rumbo fijo por los alrededores no sabe que sus pasos la van a acercar a un destino cruento que va a saltar a su paso. Cuando encuentre la casa de Henri, un peculiar y nervioso personaje, y este le cuente una inquietante historia sobre la Revolución Francesa y la “ley de sospechosos” su suerte quedará sellada. Y cuando el apuesto Gerard entre en sus vidas con una terrible advertencia sobre su futuro inmediato toda su existencia se convertirá en un carrusel desbocado. Mezclando con maestría los datos históricos con el suspense, el terror y unas apenas perceptibles gotas de romance, Johnson consigue atrapar la atención creando dudas en la mente del lector a través de varias vueltas en la trama que no permiten dar nada por supuesto. Curiosa, cuando menos.

En La casa de los espejos, Cassandra Clare (tal vez la más conocida de estas cinco autoras en nuestro país gracias a su trilogía Cazadores de sombras) lleva a los protagonistas a Jamaica, donde el mal les estaba aguardando. Violet ha visto como su madre se casaba con el padre de Evan, un chico de su instituto por el que se sentía (y todavía se siente) atraída y emprendían todos juntos una especie de luna de miel familiar. Cuando una misteriosa mujer llamada Anne Palmer, que vive en la mansión al lado de la que ellos han alquilado al borde de la playa, pida ayuda a Evan para reparar su coche (a pesar de que el chico no tiene ni idea de mecánica) este no dudará en dar una respuesta afirmativa aunque solo sea para escapar del cargado ambiente que rodea a su familia dado que sus “padres” no dejan de discutir (llegando él al maltrato a su nueva esposa). Damaris, una de las sirvientas, advertirá a Violet que Anne no es una mujer normal, que es malvada, y que quien va a su casa termina por no volver, pero la joven se verá impotente sin saber cómo actuar mientras su hermanastro, el chico a quien en realidad ama, va desmejorando a marchas forzadas ante sus ojos. Una historia que esconde mucho más de lo que una lectura ligera pudiera desvelar. Una denuncia de los malos tratos, de sacrificio y de ayuda desinteresada. Quizá se quede algo coja por su brevedad, pero desde luego invita a la reflexión.

Cierra el volumen No existe lugar seguro, de Libba Bray, donde cuatro amigos estadounidenses que están haciendo, con motivo de su graduación del instituto, un viaje “mochilero” por Europa con un bono del eurorail deciden en un momento de aburrimiento dirigirse al pueblo de Necuratul, en un país de la Europa del este, atraídos por un folleto turístico en el que se anuncia para el próximo 13 de agosto la celebración de un festival que conmemora el oscuro y demoniáco pasado de la población. Poe Yamamoto, el narrador de la historia, y sus amigos se internarán en la remota y atrasada región rodeada de cerrados y tupidos bosques que parecen ocultar misteriosos secretos, como la identidad de un niño zarapastroso que parece mirarlos desde la penumbra de los árboles. Amenazado por la construcción de una central eléctrica, el pueblo se dedica a los preparativos del que seguramente sea su último festival, motivo que ha traído de vuelta a los jóvenes del lugar (emigrados por temas de estudios o de trabajo) que enseguida congenian con los viajeros y los acojen bajo su ala en el peculiar ambiente de Necuratul. Poco a poco la atmósfera se irá volviendo más opresiva, mientras antiguos rituales amenazan con renacer para salvar al pueblo, chocando la tradición con la modernidad. Un relato potente que deja muy buen sabor de boca para cerrar el libro. Es, sin embargo, el único relato que deja abierto el final para una posible continuación, con una nueva aventura eso sí, ya que esta queda definitivamente cerrada.

Vacaciones en el infierno es una antología que tiene claro cuál es su público y ofrece algo para cada uno de ellos. Algo de humor, horror, sangre, magia, brujería, pocos vampiros (solo aparecen en la primera historia), tensión, misterio, pactos diabólicos, romance (aunque menos del que se podría esperar), anhelos imposibles, desilusiones, valor y miedo, finales no siempre felices... en unas historias ideales para leer cada una de un tirón dada su apropiada longitud y la rapidez con que se devora su prosa. El libro perfecto para pasar un rato agradable sin desgastarse demasiado las neuronas.

sábado, 24 de abril de 2010

Reseña: Los magos

Los magos.

Lev Grossman.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Grandes Novelas. Barcelona, 2009. Título original: The Magicians. Traducción: Franciscon Pérez Navarro. 492 páginas.

¿Es esta, como nos han querido vender, una Fantasía para adultos? Es más, ¿no ha existido siempre una Fantasía adulta como para que vengan ahora con este cuento? Espero, sinceramente, que el camino del género no vaya por aquí. Se ha definido, muy acertadamente, Los magos como un “Harry Potter universitario que viaja a Narnia”; y es que, en cuanto a argumento, poco más hay. Un Harry Potter ―como se ha visto antes en muchas de las parodias nacidas al amparo de la obra de Rowling―, que se deja llevar por la desilusión, el hastío, se emborracha y se droga y no pierde la ocasión de mantener relaciones sexuales con sus compañeras. Muy adulto sí, podría pensarse, pero aparte de lo supuestamente impactante del planteamiento, la novela se queda en agua de borrajas; concentrado en epatar al lector se olvida de darle profundidad a la trama, convertida en un quiero y no puedo muy insatisfactorio que despojado de sus “referencias literarias” ―que sobrepasan ampliamente el «homenaje» y el «referencialismo» para bordear peligrosamente el plagio― pierde todo sentido. Añadido a un ritmo muy desigual, con partes francamente interesantes y otras que invitan al bostezo, muy lento al principio ―una lentitud, sin embargo, que choca con lo rápido que quiere pasar sobre ciertos temas― para terminar en una carrera acelerada que se olvida de muchas cosas que la habían llevado hasta allí, la verdad es que se trata de una novela más bien fallida.

Quentin Coldwater es un joven brillante que se encuentra valorando opciones para su paso a la universidad. Persiguiendo una misteriosa nota en torno a sus amados libros de Fillory se adentra en un minúsculo parque que, sin embargo, le lleva a un bosque y a los jardines de la escuela Brakebills de Pedagogía Mágica, una institución para el estudio de la magia donde es aceptado sin que él mismo se lo cuestione demasiado y donde estudiará unos cuantos años interactuando con sus compañeros, aprendiendo hechizos y jugando al welters, un trasunto de ajedrez mágico a tamaño natural. Tras unas cuantas experiencias se licenciará y no sabrá qué hacer con su vida hasta que surja la oportunidad de viajar a Fillory, embarcándose en la aventura que ha soñado toda su vida con un variopinto grupo de compañeros ―de los cuales sobran unos cuantos visto su estelar papel que podría haber concentrado en cualquiera de los otros protagonistas saliendo ganando todos―, que no será lo que esperaba en absoluto. Y les pasan cosas, más malas que buenas, y supongo que hay por ahí una moraleja y nada volverá a ser como era y todo eso, pero la verdad es que para cuando el lector ha llegado a las últimas páginas poco interés le queda en lo que está sucediendo, dado lo triste y confusamente que está narrado.

Un problema importante viene dado por su carácter de «homenaje» a libros anteriores ―no solo Harry Potter y Narnia― que consigue que prácticamente ninguna de las situaciones planteadas causen sorpresa sino que suenan a ya leídas o vistas. Los magos es un refrito de muchas cosas, en un intento de darles una visión original ―por el simple método de buscar polémica de manera tan burda como introducir a un personaje auto marginado y rarito, que luego será uno de los mejores amigos de Quentin, y que resulta ser gay. Pues muy bien, ¿y qué?― sin terminar de conseguirlo porque hay cosas que ya no escandalizan. El colegio de magia se ha visto mil veces antes y con mayor implicación emocional en el aprendizaje como en Un mago de Terramar. El arquetipo de chico brillante pero algo obstuso socialmente está ya más que quemado. El grupo de amigos que terminan siendo más que la suma de sus partes se podría considerar un tópico clásico. Aquí, en la academia de magia incluso tienen su «fraternidad» ―que no es tal, pero para el caso como si lo fuera― donde se dedican a las actividades habituales que tantas veces se han retratado en las “comedias” universitarias yankis, esto es, al bebercio y al fornicio, y donde lo de menos es el estudiar porque aparentemente todos van a ser aprobados indistintamente de sus habilidades.

Además, el lector se encuentra con un personaje al que se está deseando durante toda la lectura darle un par de collejas y pedirle que espabile. Cada vez que Quentin consigue algo que deseaba se desencanta, descubriendo que no era tal y como lo esperaba y refocilándose en su dolor hasta que encuentra otro nuevo objetivo que no va a ser más satisfactorio que el anterior. Es un privilegiado y, sin embargo, no para de quejarse de su vida y de tirarse piedras contra su propio tejado. Es un adulto con un carácter demasiado infantil. Y por lo menos Quentin tiene un carácter, los demás personajes no dejan de ser planos en ningún momento, no adquieren personalidad en absoluto, son solo vehículos para acompañar al protagonista, para darle la réplica en sus frases y provocar ciertas situaciones necesarias para que la acción avance, pero nunca llegan a hacerse «reales», a adquirir profundidad. Personajes como Alice parecen estar ahí tan solo para provocar y soportar las frustraciones de Quentin, quien mide todo lo que le rodea con un doble rasero realmente peculiar según sea él el ejecutor o la víctima de la situación.

Quentin está desencantado con su vida y cada paso que da, creyendo que es para mejorar, la empeora. Lo único que sabe hacer es huir, nunca cuestionar lo que le viene de cara o tratar de cambiarlo, y quejarse de todo lo que le sale mal echando balones fuera y sin aceptar nunca sus propias culpas, descargándolas siempre en los demás. Es un niño, con reacciones de niño, en un cuerpo de hombre. Solo le faltaba el aguantar la respiración cuando se enfadaba para ponerse rojo, tan infantil resulta, por mucho que el autor se empeñe en meterlo en situaciones supuestamente adultas como la infidelidad, el «menage à trois», el alcoholismo o la drogadicción.

Pero peor aún es el absurdo tratamiento de la existencia de la magia en nuestro mundo y el uso que de ella hacen los magos. ¿Para qué les sirve? Estudian, las pasan moradas y luego los envían al mundo para que se busquen las castañas sin ningún objetivo en absoluto. Se supone que Brakebills los mantiene, lanzándolos a una vida disipada absolutamente vacía, sin nada en su futuro más que dejarse llevar. Una vez terminado su paso por la escuela, la pregunta obvia es ¿qué van a hacer a partir de entonces con su vida y sus poderes? Y la respuesta parece ser: nada de nada. Llevar una vida diletante en un apartamento de Manhattan, gozando de una vida disoluta y sin preocupaciones, en una espiral de fiestas y aburrimiento que les llevará a tomar decisiones poco meditadas y que pronto Quentin descubrirá no le llenan y le dejan tan insatisfecho y enfadado como siempre hasta entonces ―o más, pero la culpa, a pesar de lo que piensa, es solo suya―. Supongo que parte del relato trata sobre el madurar, el crecimiento de las personas, el bagaje que se va adquiriendo conforme se vive y la influencia de esas vivencias en la construcción de la personalidad; una especie de viaje iniciático a la búsqueda de uno mismo. El problema es que Quentin ―los otros están tan apenas esbozados que ni siquiera entran en el planteamiento― deja el libro casi exactamente igual que lo ha iniciado: infantil, gruñón, apático, egoísta, quejica, sin madurar en absoluto... Entonces, ¿para qué tanto viaje?

No tengo muy claro si el autor lo que intentaba era reflejar una juventud indolente, pasota, sin valores, conformista, incapaz de comprometerse en algo durante demasiado tiempo, autodestructiva, desencantada de su vida y de la sociedad, amante de las juergas y la diversión perpetua, carne de botellón... y si con eso ha querido dara entender que toda la juventud actual responde a ese estereotipo ―o es que solo se ha basado en las descerebradas «comedias» universitarias como modelo― para que los adultos podamos criticarla y sentirnos a gusto. Por suerte, aunque algunos sin duda sean así, sabemos perfectamente que no toda la juventud entra en esa definición, ni creo que muchos de los posibles lectores de la edad del protagonista puedan sentirse identificados en absoluto con él.

Durante toda la larga primera parte, la narración va claramente enfocada en llevar a Quentin y sus comparsas a Fillory, desde la para-médico ―personaje «comodín» por otra parte, que aparece y desaparece como el Guadiana sin más aparente motivo que empujar a Quentin por ciertos caminos― que casi al principio del libro le da un manuscrito de incierta procedencia, a las muchas menciones a los hermanos que viajaron allí en los libros infantiles originales o a los anhelos del propio Quentin por abandonar su vacía vida y gozar de las mieles del país fantástico, donde convertirse en el héroe que siempre ha soñado ser y dejar atrás sus problemas ―vamos, una nueva huida―. Y aún con muchos puntos de interés, Fillory volverá a defraudarle ―y con él, al lector. ¿De verdad hay alguien que no vea venir quién es el misterioso ser malvado que ha subyugado el reino?―. Tal vez lo narrado sea un intento de metáfora sobre la imposibilidad de conseguir los sueños infantiles, de enfrentarse a la dura realidad de la vida, de resignarse a lo que uno tiene y no aspirar a más... Tal vez la muy posible secuela aclare algo más y profundice en los temas de interés aquí esbozados. Lo que es seguro es que va a ser difícil fiarse de las frases publicitarias, vengan de quien vengan, visto quien firmaba las recomendaciones de Los magos y lo que se obtiene en realidad.

Es este un libro profundamente anti escapista, que parece recomendar que ante la duda ni siquiera lo intentes, que te conformes con lo que te ha tocado en suerte sin aspirar a nada mejor, porque cada vez que Quentin aspira a algo termina peor de lo que estaba. Los magos es un libro oscuro y triste, pero no por la narración en sí, sino por el mensaje desencantado que destila; un pesimismo vital que cuesta asimilar. Es una novela decepcionante, que lo tenía a priori todo para ser un éxito, con un buen tema, un interesante planteamiento, una escritura fluida y agradable, con oficio detrás, sólida, con acierto en las descripciones ―aunque en la acción se pierda un tanto, volviéndose algo confusa― y unas recomendaciones de renombre, pero la trama nunca llega a despegar, va dando vueltas y revueltas sin conseguir implicar al lector. Plasma un mundo donde la magia es posible, donde los sueños son posibles, y lo estampa contra una supuesta realidad mundana que demuestra una estrechez de miras realmente sorprendente. Eso sí, la campaña de marketing ha sido realmente apabullante; triste, pero cierto.


viernes, 23 de abril de 2010

23 de abril. Día del libro y de Aragón


Para celebrar el Día de Aragón nos vamos a dar una vuelta por la Feria del Libro y a dejarnos caer en la tentación de nuestro vicio: la lectura. ¡No faltéis!



¡No fumes, lee!

miércoles, 21 de abril de 2010

Reseña: La señora de los laberintos

La señora de los laberintos.

Karl Schroeder.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría. Col. Solaris ficción # 127. Madrid, 2009. Título original: Lady of Mazes. Traducción: Virginia Sanmartín López. 315 páginas.

Schroeder ofrece en La señora de los laberintos una visión de un futuro lejano que podría estar comenzando ahora mismo. Lo extraño es que presentando una sociedad altamente tecnificada, que vive inmersa en una realidad virtual tan perfecta que hace imposible distinguir lo real de lo virtual, la novela transpira una tecnofobia realmente asombrosa. Supongo que no era precisamente esa la intención del autor, o tal vez sí, pues las preguntas que subyacen en el fondo de toda la narración son: ¿Es el progreso tecnológico, a priori, algo bueno per se? ¿Debe la tecnología estar al servicio de la humanidad o viceversa? ¿Debe determinar e incluso crear el tipo de sociedad en que se desarrolla o ser la sociedad quien imponga los límites y los caminos a seguir? ¿Llega esa tecnología a estar muchas veces por encima del propio individuo? ¿Comprenden las personas el alcance de los adelantos, lo que va a significar en sus vidas, antes de su implantación o simplemente «sufren» las consecuencias a posteriori, cuando ya no hay marcha atrás? ¿Subyugará finalmente la tecnología la libertad de la humanidad? ¿Y, tal vez lo más importante, qué es la realidad? ¿Es lícito refugiarse en la «ilusión» cuando esta te provee de todo lo necesario y te mantiene a salvo y seguro? ¿Es más feliz una sociedad con unos parámetros bien delimitados y constreñidos o una en la que se instaure una libertad absoluta? ¿Quién tiene el poder de decidir por todos los demás?... Y las respuestas que se obtienen de esta lectura cabría calificarlas, cuando menos, de paradójicas.

En la Corona Teven, una suerte de pequeño Mundo Anillo de Niven o un orbital de Banks, habita una sociedad separada en diferentes «colectores», donde las poblaciones de cada uno comparten un mismo entorno físico, pero no la misma «realidad». Schroeder lleva la realidad virtual a su máxima expresión propugnando la inmersión total de los individuos en sus mundos virtuales, solapados los unos con los otros y donde es totalmente imposible distinguir entre la experiencia real y la experiencia virtual. Livia Kodaly, habitante del colector de Westerhaven, es una persona especial: es de los pocos habitantes de la corona con la capacidad mental de aceptar las otras realidades y por tanto de transitar de uno a otro colector como una especie de embajadora, interactuando con otros individuos con unos referentes culturales y unas creencias sobre lo que les rodea muy diferentes de las propias. Cada colector tiene unos niveles tecnológicos que no pueden ser superados debido a unos bloqueos instaurados por los «fundadores» y que mantienen de alguna forma inamovible el status quo de todas las sociedades de la Corona Teven. Cuando estos bloqueos empiecen a caer, Livia observará de primera mano como en su vecina Raven, una sociedad que recuerda la de los indios norteamericanos pre colonización, se están introduciendo cambios imposibles que pueden llegar a desestabilizar el entramado de toda la corona. Acompañada de Quiingi, un guerrero de Raven, descubrirán que una misteriosa presencia denominada tan solo 3340 está detrás de todos los cambios y que no va a parar hasta que los horizontes de todos los colectores colapsen y se difuminen los unos en los otros. Junto a su amigo de la infancia, Aaron, con quien compartió una traumática experiencia en su adolescencia, deberán embarcarse en una viaje fuera de su hogar, trasladándose a Archipiélago, donde descubrirán que existen otros muchos mundos y nuevas formas de sociedades «perfectas» que pondrán bajo examen la suya propia, obtendrán algunas respuestas y se cuestionarán muchas de las certezas que tenían sobre su idílica existencia.

Desde una vida disipada, absolutamente centrada en si mismos, donde todo lo tienen resuelto gracias a omnipresentes nanobots que les proveen de todo lo que necesiten, tendrán que abrir los ojos a lo que significa depender de manera absoluta de algo que no dominan. En ese sentido, para los protagonistas los descubrimientos cambian irremediablemente sus vidas, de forma que nunca podrán volver a ser lo que eran, nunca podrán retornar a la ignorancia que permite su hedonista existencia; el conocimiento conlleva la pérdida de su inocencia y tendrán que tomar partido entre la inmovilidad o el cambio que suponen los adelantos tecnológicos. Al llegar a Archipiélago ―donde la historia adquiere una dimensión mayor, más introspectiva quizá, pero más interesante también―, los tres protagonistas, héroes embarcados en la salvación de su hogar, aislados de todo lo que conocían, enfrentarán el dilema de forma muy diferente, eligiendo caminos divergentes que les vendrán marcados por los distintos referentes culturales de lo experimentado en su pasado, eligiendo soluciones aparentemente irreconciliables que cuestionan la vida que han llevado hasta entonces. La aventura queda suspendida hasta la resolución de los dilemas personales.

Livia ha vivido en un mundo perfecto, inmersa en una realidad que le permite interactuar con otros individuos en muy diversos planos, desdoblarse en varias personalidades, retraerse a su interior, comunicarse en múltiples niveles, modificar su entorno a su voluntad... Mas su mundo se encuentra solapado, utilizando la misma localización física, ya que no el entorno, con Raven, un lugar donde la tecnología avanzada no tiene cabida, donde los individuos viven en comunión con la naturaleza en una especie de trasunto de la América del Norte antes de la llegada de los colonos británicos. Y ninguna de las dos sociedades interfiere con la otra ―ni con ninguna de las muchas que las rodean―, ni dan muestras siquiera de saber de su existencia en una especie de solipsismo comunitario que recuerda mucho a una ceguera voluntaria. En la sociedad de Livia, los ciudadanos tienen la capacidad de modificar y dar forma a lo que les rodea ―sin superar los bloqueos tecnológicos―, viviendo como diletantes «elois» en un mundo sin preocupaciones que les provee de todo lo que necesiten y donde todo permanece estable, en una utopía aparentemente feliz que nadie ―o casi nadie― se cuestiona. Si la ignorancia les proporciona la felicidad, si todas sus necesidades están cubiertas... ¿para qué cambiar? ¿Por qué introducir modificaciones en una sociedad «perfecta»?

Se presenta en definitiva una lucha entre el inmovilismo, entre los bloqueos que permiten que las sociedades se mantengan siempre iguales sin interferencias, pero congeladas en su evolución, y aquellos que intentan que las tecnologías se mezclen, que se rompa el equilibrio aunque el resultado inicial sea el puro caos y la muerte de muchos seres humanos que no están preparados para asimilar la nueva realidad de sus vidas. En el nuevo entorno, las personas deben cambiar de forma radical su forma de pensar, de aceptar aquello que los rodea, deben de crecer de alguna manera, redescubriendo tal vez las reacciones normales de un ser humano que han olvidado al vivir demasiado tiempo inmersos en la realidad virtual ―es sintomático la escena en que se muestra como solo unos pocos entienden que en el mundo real una caída desde gran altura significa la muerte y no un «reseteo» que te devuelva al punto de partida o que los nanobots te rescaten indemne―.

Schroeder ha escrito una novela repleta de ideas, que prácticamente no da descanso entre revelaciones, que a veces fuerza la credulidad del lector ―como en el vehículo utilizado por Livia, Aaron y Quiingi para dejar la corona Teven, perfectamente justificado, pero un tanto traído por los pelos―, pero que en todo momento le sumerge en un mundo de posibilidades futuras entre las que tendrá que elegir. A la altura de un Stross, un Banks o un Hamilton, la novela está repleta de buenos postulados: las IAs, las fábricas de nanobots, los orbitales o mini mundo-anillos, el uso de la realidad virtual, la aplicación de un interesante sistema político plasmado en los «votos», las diferentes sociedades dentro de Archipiélago, los implantes tecnológicos, la inmersión en la discusión ética entre el uso y abuso de la cultura y los adelantos técnicos, o la justificación del tutelaje de la humanidad buscando el bien común aún a costa de perder buena parte de la libertad... De esta forma, en la novela se encuentran presentes unos posthumanos que han trascendido su naturaleza original, aparentemente benévolos, pero con agenda propia, y unos misteriosos seres denominados «aneclípticos» que parecen estar interesados en mantener y proteger las diferentes sociedades creadas por la humanidad, tutelándolas sin consultárselo, y tomando las decisiones pertinentes para mantener el status quo. Tarea que aparentemente llevan ya un tiempo realizando.

Por desgracia, el autor no consigue plasmar de forma perfecta todas sus ideas dentro de la trama y esta se le escapa de las manos en algunos momentos, perdiendo cohesión sobre todo cuando abandona el punto de vista de Livia para seguir a otros personajes que apenas son esbozados sin conseguir la profundidad necesaria . La propia protagonista está esquematizada en ocasiones, sin implicar emocionalmente al lector en sus preocupaciones ―y el caso de su «corazón roto» es sintomático―. Cuanto más se aleja el autor de los tres protagonistas principales más se pierde la definición, y aunque quizá esos secundarios sean necesarios para mostrar el tapiz completo, lo cierto es que el dibujo resultante se muestra algo difuso en ciertos pasajes a los que, quizá, se debería haber dedicado un poco más de atención. Con todo, la hábil introducción de todas las ideas dentro de la acción, y no mediante largos discursos, se agradece dada la importante fluidez que imprime al texto. Tal vez esta inmersión directa en la tecnología del futuro pueda resultar confusa para algún lector despistado ―sobre todo en el inicio que se sumerge directamente en la sociedad virtual de Westerhaven, teniendo que ir el lector deduciendo de qué está hablando el autor cuando muestra a Livia interactuando con su «sociedad»: recopilando a un doble para reproducir parte de una conversación a la que no ha acudido o dando instrucciones a sus agentes o hablando con sus fantasmas―, pero consigue una mayor implicación al obligar a mantener en todo momento la atención sobre el texto. Todos los detalles se van configurando según los protagonistas los van utilizando ―al igual que a un lector moderno no debería ser necesario explicarle qué es o qué hace un microondas, Schroeder se permite que el lector capte qué es cada cosa según vayan interactuando los personajes con las diferentes tecnologías o sociedades―. Es cuando Livia se enfrenta a las novedades desconocidas de fuera de Teven cuando el autor sí concede que un tercero le explique a ella, y al lector de paso, qué es lo que tiene delante o lo que está utilizando. De esta forma, las explicaciones se encuentran muy bien integradas en la trama, de manera que en ningún momento distraen la atención de lo que se está narrando―. El autor da muy pocas cosas bien mascadas, debiendo poner el lector mucho interés por su parte. Quizá la trama en sí pierda fuerza o no esté a la altura de las ideas planteadas, dejando algo que desear en ocasiones ―las disquisiciones morales de Quiingi, su búsqueda de un plano más espiritual, menos tecnológico, son a veces algo tediosas― y es cierto que al final el ritmo se acelera en exceso hacia el «gran enfrentamiento final» donde las diferentes tendencias intentarán imponerse de forma violenta, dejando algunas cosas colgadas o demasiado comprimidas, explicadas en dos pinceladas que dejan algo insatisfecho al lector dada la expectación creada y la confusión de ciertas descripciones.

La señora de los laberintos es una novela de aventuras, con matices de space opera, con un alto contenido de ciencia ficción hard y un significativo poso de reflexión sobre el futuro que vislumbramos a la vuelta de la esquina. En la mejor tradición especulativa, Schroeder intenta anticipar la aplicación extrema de muchos adelantos tecnológicos que ya estamos intuyendo a nuestro alrededor y ver cómo influirán en las vidas de los seres humanos, para bien o para mal. Proponiendo cuestiones cuasi filosóficas el autor pone sobre el tapete temas de auténtica enjundia con un ropaje de intriga, de acción y unas pocas batallitas. Tal vez semejante caudal de ideas en estas poco más de trescientas páginas ahogue un tanto la exposición de las mismas al tener que cuidar tanto el contenido ―la reflexión sobre la tecnología, sobre la ética, sobre el futuro de la humanidad― como el continente ―la aventura en sí, motor de la historia, vehículo que ha de hacer interesante la reflexión planteada―. Un libro para leer con calma y tranquilidad, que hace pensar se esté de acuerdo o no en las tesis y conclusiones que el autor presenta, y que, aunque no termina de enamorar en la parte aventurera, resulta no obstante lo bastante satisfactorio en lo especulativo como para darle una oportunidad. Un mensaje final contradictorio, ambiguo, permite seguir elucubrando aun después de haber cerrado el libro. No es poca cosa.


domingo, 18 de abril de 2010

Reseña: The big bang theory

The Big Bang Theory

Chuck Lorre & Bill Prady

Reseña de: Amandil

¿Qué puede salir de una comedia que mezcla jóvenes, genios asociales, fans de todo tipo de juegos (rol, tablero, ordenador, videoconsola, paintball) y una vecina guapa y un tanto ingenua? O un trasto inservible, humillante y lleno de tópicos insultantes o una maravilla como The Big Bang Theory.

La historia global es bien sencilla: una chica que pretende triunfar como actriz en California, Penny (Kaley Cuoco), se muda al apartamento que está enfrente del que habitan dos "geeks", el físico teórico Sheldon Cooper (Jim Parsons) y el físico experimental Leonard Hofstadter (Johnny Galecki). Desde el primer instante Leonard, movido por la cercanía de una mujer guapa, establece una amistad interesada (en el sexo, principalmente, pero también en el deseo de conseguir tender puentes con gente que no sea como el resto de sus amigos) a la que arrastrará al especialmente asocial Sheldon y a sus dos amigos científicos, el astrofísico indio Raj Koothrappali (Kunal Nayyar) y el ingeniero aeroespacial judío Howard Wolowitz (Simon Helberg).

A lo largo de la serie se nos van mostrando las especiales aptitudes y limitaciones de todos los personajes convirtiéndose, en muchas ocasiones, en los motores de gran parte de los gags e incluso de algunos episodios. La simpleza de Penny, arrastrada a no entender la mayor parte de las cosas que le dicen Leonard y sus amigos pero por los que siente una creciente ternura al comprobar que son un grupo de auténticos trozos de pan, bondadosos y, con sus rarezas, unidos entre sí por la pertenencia a una especie de élite intelectual que les hace divertirse de un modo distinto (el juego de cenar pizza esquivando lasers) o llegando a extremos divertidísimos en cosas como los juegos online (la adicción de Penny es tan verídica como esperpéntica), el piedra-papel-o-tijera (lagarto y Spock) o los experimentos químicos que recuerdan a las sesiones del Quimicefa.

Junto a Penny, que hace las veces del "ciudadano americano medio", destacan las rarezas que se convierten en las señas de identidad de los demás personajes. Raj y su incapacidad para hablar delante de mujeres salvo si toma una droga experimental o si bebe alcohol, junto con todos los tópicos del inmigrante en EE.UU. y su punto exótico que consigue darle algunos éxitos insospechados. Howard y su enfermiza salidez que le convierten en algo así como el eterno adolescente pajillero e infantil que, además, explota a conciencia el humor basado en su estatus de judío renegado de sus costumbres y que vive con su madre (aunque él afirme que es su madre la que vive con él). Leonard, adopta el papel de personaje consciente de que su grupo de amistades, y él mismo, son considerados "raros" y trata de tender puentes con el resto de la humanidad tanto por el mero hecho de ser aceptados como por intentar mantener relaciones sexuales con alguien que no sea Leslie Winkle (Sara Gilbert). Y por último, Sheldon, el personaje que, según pasan los capítulos, se está convirtiendo en el eje de la mayor parte de los grandes puntazos humorísticos debido a padecer algo parecido al síndrome de Asperger (algo negado por los guionistas) y atesorar una gran cantidad de manías derivadas de su concepción de que el resto de la humanidad está muy por detrás y muy por debajo de su nivel (salvo en el caso de la madre de Leonard, Beverly, interpretado por la veterana actriz Christine Baranski).

En definitiva, una parte considerable del humor de la serie se basa en las especiales características de los personajes mezcladas con un apabullante número de guiños al mundo de la ciencia ficción, la fantasía, los juegos de ordenador y consola, los cómics y la ciencia. De hecho, para entender la mayoría de los chistes es necesario conocer, al menos superficialmente, algunos de los grandes mitos modernos de los géneros citados (Star Trek, Star Wars, El Señor de los Anillos, los universos Marvel y DC y algo de Física). Sin embargo, los guionistas son plenamente conscientes de que si no amplían las referencias humorísticas más allá de ese ámbito la serie no podrá triunfar ante una audiencia que no sólo está formada por conocedores de esas parcelas del entretenimiento y los conocimientos. Así que, la acidez e ironía alcanzan puntos comunes a cualquier televidente estadounidense, aunque siempre desde la perspectiva de los protagonistas de Big Bang, llegando de ese modo a enredarse en temas tan prosaicos como la religiosidad creacionista, la sexualidad desenfrenada, la competitividad como motor de la investigación o las relaciones madres-hijos.

Cabe mencionar que una parte creciente del humor de la serie se basa en las rarezas innatas al personaje de Sheldon Cooper, magistralmente interpretado por Jim Parsons, quien ha logrado que asistamos al nacimiento de uno de los futuros iconos del mundo de la comedia de situación y que, a la postre, es probable que se convierta en el motor Big Bang Theory desplazando a los otros personajes principales (Leonard y Penny) a un papel levemente por encima de los de Raj y Howard. De hecho, la poco creíble relación sentimental entre Leonard y Penny amenaza con terminar de manera abrupta (y esperemos que mejor cerrada que las anteriormente finiquitadas con la doctora gordita, la camarera católica y la pobre Leslie Winkle) o bien sacando oro del filón que puede ser un proceso de desamor entre vecinos con Sheldon interviniendo como celestino o como crítico atroz. Lo veremos.

En cualquier caso, es destacable el frescor se está logrando imprimir en la serie gracias la combinación de unos guiones magníficos con un elenco que se está asentando de un modo magnífico en unos personajes tan atractivos como enloquecidos y a los que se les está explotando sus rarezas sin llegar (por el momento) a la exageración casi enfermiza que se dio en otras series similares como Friends, dónde en las últimas temporadas personajes como Joey o Mónica se habían convertido en parodias de sí mismos (él parecía un tonto funcional y ella una maníaca obsesiva compulsiva). De hecho, Penny ha evolucionado desde una simpleza bastante paleta (sonrisa bobalicona y no enterarse de nada) hasta una especie de estado de dominio de los frikis amigos de su novio.

En todo caso, la línea que está siguiendo The Bing Bang Theory en éxito de audiencia en EE.UU. (pero aún de un modo mínimo en España, dónde sólo la podemos disfrutar en canales sujetos a plataformas de pago) augura un futuro brillante en el que la diversión estará asegurada gracias al reflejo de la actualidad que nos encontramos en los guiones (en los últimos episodios hay comentarios sobre la película Avatar, por ejemplo) y al buen resultado que está cosechando entre los televidentes que sin ser necesariamente "geeks" o fans de la ciencia ficción, los ordenadores, los juegos de rol o la literatura fantástica (o la astrofísica, la física o las matemáticas ya puestos) ven reflejados en los cinco protagonistas un reflejo del mundo del entretenimiento que nos rodea y, en ocasiones, nos absorbe.

En definitiva, Big Bang es una serie que merece ser tenida en cuenta a la hora de dedicar tiempo al mundillo de las comedias desenfadadas y con tirón. No te defraudará lo más mínimo.

viernes, 16 de abril de 2010

Redifusión: El sindicato de policía yiddish

Aprovechando su reedición en bolsillo, recuperamos para nuestra portada la reseña de esta novela ganadora del premio Hugo que publicamos originalmente el 30 de mayo de 2008:

El sindicato de policía yiddish.

Michael Chabon.

Reseña: Santiago Gª Soláns.

Mondadori. Col. Literatura Mondadori # 359. Barcelona, 2008. Título original: The Yiddish Policemen’s Union. Traducción: Javier Calvo Perales. 428 páginas.

El sindicato de policía yiddish podría haber sido una típica novela negra, con la investigación del peculiar asesinato de un yonki, jugador de ajedrez, en su habitación del mismo hotel en que reside el policía protagonista del libro, si no fuera por su autor, Michael Chabon (galardonado con el premio Pulitzer por Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay), y por el trasfondo en que ha decidido que transcurra la acción.

En el particular mundo creado por Chabon, tras la II Guerra Mundial los judíos europeos (y de otras partes del mundo) no vieron como se les abrían con grandes esfuerzos las puertas del estado de Israel, sino que fueron instalados, provisionalmente según se aseguraba, en el distrito federal de Sitka, Alaska, dependiente de los EE.UU. Pero en la actualidad su estatus se encuentra a punto de ser revocado, apenas en dos meses, y los judíos volverán a quedarse sin una tierra en la que habitar.

Durante 70 años, el sueño del retorno a una mítica Jerusalén, el establecimiento de un Hogar para los judíos en Palestina, ha permanecido siempre vivo, aunque siempre lejano. Y en estas agitadas circunstancias muchos son los que se preguntan qué vendrá a continuación, qué les deparará el incierto futuro. Como no se cansan de repetir algunos personajes: “corren tiempos extraños para ser judío”.

Y en estos tiempos de incertidumbre, con la espada de la revocación pendiendo sobre sus cabezas, Meyer Landsman, detective de la policía de Sitka, se encontrará con el asesinato de su vecino de hotel y decidirá que es él quien debe resolver el caso, incluso contra las órdenes de sus superiores. Landsman es el prototipo de detective de policía de la mejor tradición de novela negra poseyendo todos los tópicos habituales: dado a la bebida, viviendo en un hotelucho, separado de su mujer, amargado, con las adecuadas dosis de indisciplina y rebeldía, arrastrando un secreto de su pasado que lastra su alma y con un compañero de trabajo que es su perfecta antítesis y réplica. Sin embargo, el uso que hace de él su autor consigue dotarle de una personalidad propia que le aparta rápidamente del tópico. Landsman, como un antihéroe, luchará contra viento y marea, contra todas las adversidades que surjan en su camino, e incluso contra las órdenes recibidas, para resolver un caso que le ha tocado especialmente la fibra sensible. Cuando descubra que tras el crimen hay mucho más oculto que un simple asesinato, ya será tarde para poder echarse atrás, y se verá envuelto en los turbios secretos y conspiraciones de la comunidad judía oculta más ultraortodoxa; tendrá que enfrentarse a los garantes de la tradición y a los grandes señores mafiosos judíos, que irónicamente son los mismos, y demostrándose más allá de toda duda que quien hace la Ley, tiene mucho más fácil hacer la trampa.

Al igual que la víctima, y unos cuantos más de los personajes hacen durante la novela, Chabon juega al ajedrez con el lector, moviendo sus piezas con la precisión de un maestro, buscando un jaque mate que no termina de llegar. Presenta un retrato singular de los judíos y del judaísmo, lejos de la idea un tanto lacrimógena y victimista que se suele presentar de ellos. El autor los muestra como un grupo enormemente heterogéneo, lleno de diferentes corrientes y sectas y de gente que no pertenece a ninguna de ellas, tan egoístas o desinteresados como cualquier hijo de vecino, llenos de contradicciones, descreídos o fanáticos, con los mismos defectos y pasiones, vicios y virtudes que cualquier otro “pueblo” o grupo de personas. Bajo todo ello late, no obstante, el sentimiento de que el “ser” judío es mucho más que tan sólo el hecho religioso, es un “club” al que te apuntan al nacer, quieras o no, y del que no te puedes dar de baja. Hay en todo judío el anhelo melancólico de una patria no conocida, de la Tierra Prometida a la que nunca renunciaron, que les separa del común de la humanidad.

Michael Chabon despliega sus amplias dotes literarias, plagando el texto de poderosas imágenes, llenas de evocación y de una extraña, desgarradora, poesía. Las metáforas se suceden a ritmo vertiginoso, creando auténticas secuencias visuales en la mente del espectador, mientras la madeja se va desovillando. Es, sin embargo, esta sucesión de hermosas descripciones la que de algún modo puede provocar que el lector se atasque un tanto en el devenir de la acción, perdido en la contemplación degustativa de la imagen y demorando por tanto el avance de lo narrado.

Es El sindicato de policía yiddish la historia de una redención, de conceder a otros, y a uno mismo, el perdón, de autosuperación. Pero es ante todo una interesante trama policíaca que, como era de esperar, resulta muy diferente en su resolución final de lo que al principio parecía apuntar. Se guarda Chabon, a plena vista, sin trampas, muchas sorpresas y giros insospechados, hasta la resolución del crimen; una resolución que no puede dejar indiferente y que cambiará las ideas preconcebidas con las que se iniciaba el libro, tanto en los personajes como en el propio lector. Literatura con mayúsculas, sin duda.

martes, 13 de abril de 2010

Reseña: Voces desde la tumba

Voces desde la tumba.
Los misterios de Harper Connelly 1.

Charlaine Harris.

Reseña de: Jamie M.

JP Libros. Col. Criminal. Barcelona, 2009. Título original: Grave Sight. Traducción: Almudena Romay. 281 páginas.

Charlaine Harris es la afamada autora de True Blood (afamada sobre todo después de la adaptación de esa serie a la TV), pero que nadie espere aquí una novela de ese estilo, repleta de seres sobrenaturales, vampiros o de otro tipo, ni un romance paranormal ni una fantasía urbana. La autora factura casi una novela negra, de misterio, muy apegada a la realidad y con un solo elemento que se sale de lo normal: la peculiar y especial habilidad de la protagonista de encontrar el residuo que han dejado en el lugar de su muerte las personas fallecidas y saber así cómo murieron. Desde que Harper Connelly sobreviviera al golpe de un rayo, recibió como «secuela» la extraña capacidad mencionada. Y ya que la misma la convierte en un auténtico bicho raro decidió hace tiempo sacar al menos provecho de ello. Viajando junto a su hermanastro Tolliver Lang, quien ejerce a un tiempo de mánager, guardaespaldas y confidente, recorre buena parte de los EE.UU. acudiendo a la llamada de aquellos que desean saber cómo fueron los últimos momentos de sus seres queridos fallecidos, obtener respuestas a su pérdida, darles un último adiós o desentrañar las circunstancias de sus muertes. En esta ocasión, su peculiar «oficio» los llevará a la ciudad de Sarne, en las Ozark de Arkansas, con el encargo de encontrar, si fuera el caso, el cuerpo de una joven desaparecida para así dar descanso a su familia y a la de su novio, de quien se sospecha que asesinó a la muchacha y se dio a la fuga. El tapiz que empieza a descubrirse tras las peculiares investigaciones de la protagonista, en lo que parecía un trabajo muy sencillo, pronto revelará un dibujo bastante diferente del que esperaban o deseaban las personas que la habían contratado, y las consecuencias traerán dramáticas acciones, llegando incluso a poner en peligro la vida de los implicados.

Una de las cosas curiosas de Voces desde la tumba es que Harper no es la protagonista típica de las historias “sobrenaturales” que tanto proliferan en la actualidad (incluidas la citada serie de esta misma autora), no es una heroína dispuesta en todo momento a meterse en peleas y resolver los casos mediante la violencia o la «acción», ni es una dotada detective que se dedique a seguir activamente las pistas que van surgiendo en su camino; Harper muestra al mundo una apariencia de fortaleza exterior, pero interiormente las dudas la corroen, y no tiene una personalidad arrolladora. Es una chica impedida, de alguna forma, tanto física como psíquicamente. El rayo que la golpeó le dejó secuelas físicas como una pierna débil y una propensión a las jaquecas. Psicológicamente es insegura, inestable, vulnerable, muy dependiente de su hermanastro Tolliver, necesitada de apoyo, buscando siempre una sombra bajo la que cobijarse, evitando en lo posible los enfrentamientos, llevando siempre en su interior a una niña asustada con mucho miedo a quedarse sola y con auténticas dificultades para relacionarse y abrir su corazón. Es honesta hasta el límite, con un componente ético muy marcado y desarrollado, y no tolera que la gente no lo sea con ella. Pero está cansada de que la gente intente aprovecharse de su «don» o que no acepten su extraña forma de vida. Con una firme determinación, no está dispuesta a dejarse pisar por nadie, por lo que tendrá que dar lo mejor de sí misma cuando las circunstancias del caso se vuelvan de lo m,ás adversas.

Al llegar a Sarne, se encontrará con un pueblo aparentemente idílico, que vive del turismo en su temporada alta y dormita el resto del año, pero que oculta bajo su pacífica superficie secretos inconfesables que sus conocedores intentarán por todos los medios evitar que salgan a la luz. Una madeja que se va liando, mientras los protagonistas se van sumergiendo en la parte más oscura de la población, esa que las fuerzas vivas prefieren que se mantenga debajo de la alfombra.

Harper y su hermanastro provienen de una familia absolutamente desestructurada, con trágicos antecedentes familiares y una hermana más pequeñas a la que no les dejan visitar. Su padre era un criminal que abandonó su hogar, y su madre una alcohólica que se casó con un compañero de juergas y borracheras de juventud Unos antecedentes que, de alguna forma, los obligan, sobre todo a ella (Tolliver es más pragmático, viviendo la vida día a día, aceptando con estoicismo lo que cada nuevo amanecer les depare) a resolver el misterio de los asesinatos para dar la paz, no tanto a los muertos que ya no lo necesitan, sino a los vivos que han quedado atrás. Sin embargo, cuanto más se acerque a la resolución, cuanto más tiempo pase en Sarne más se incrementará el peligro que ambos corren.

Mientras avanza la trama, de alguna forma es fácil adivinar el quién hizo qué y por qué, pero la forma de llegar a ello es bastante interesante y se encuentra narrado de una forma muy realista (obviando la forma de obtener la información inicial), con unos personajes secundarios muy metidos es su papel, bien caracterizados y que llegan a empatizar con el lector, tanto aquellos con los que compartimos su tragedia como aquellos que se hacen absolutamente odiosos por su cinismo y egoísmo, tengan o no tengan que ver con el crimen.

Como era inevitable en este género, hay un hueco en la trama para el romance. A Harper, como consecuencia de su inestable personalidad, le cuesta mucho acercarse a terceras personas, y no digamos ya entregar su corazón, con lo que las relaciones que establece con los hombres, además de escasas, tienen un componente más «carnal» que sentimental, con un alto grado de dolorosa implicación emocional. Le da muchas vueltas a todo en su mente y la posibilidad de una traición, no digamos ya la certeza, es capaz de bloquearla totalmente. Por estos y otros motivos el romance adquiere una relevancia secundaria en todo momento, una forma de darle unas pinceladas distintas a la narración, pero sin obtener una importancia vital en la trama.

En Voces desde la tumba el lector se encuentra con una historia de intriga criminal con la extensión justa para no hacerse larga, que avanza con ritmo firme hasta la resolución, agradable de leer aunque dure un suspiro, algo previsible, sin demasiadas sorpresas, realista, con una escritura sencilla y fluida, que se aparta bastante del género paranormal dada la absoluta inexistencia de seres sobrenaturales o de personajes con poderes mágicos extraordinarios, con varias continuaciones (la siguiente ya anunciada para nuestro mercado), absolutamente cerrada en su trama, pero que deja con ganas de conocer más del personaje central. Interesante, sin llegar a destacar demasiado. Amena y entretenida. Habrá que darle una oportunidad a la siguiente entrega.


viernes, 9 de abril de 2010

Reseña: Taibhse (Aparición)

Taibhse (Aparición).

Carolina Lozano.

Reseña de: Lyrenna.

Edebé. Barcelona, 2010. 308 páginas.

De entrada, el primer capítulo se me hizo un tanto cuesta arriba, lo cierto es que me costó entrar en la lectura entre unas construcciones sintácticas cuando menos curiosas por parte de la autora y una protagonista que se hace algo antipática por la descripción que ella hace de sí misma. Es esta una típica historia de fantasmas o, más bien, de «apariciones» (la diferencia es sutil, pero tiene cierta importancia en la narración). Liadan Montblanc es una joven estudiante de Barcelona, que ha perdido recientemente y de forma trágica a sus padres, y que por ascendentes familiares se ha trasladado a seguir sus estudios en Edimburgo. Tal y como ella misma se nos presenta, es una chica muy tímida, guapa, superdotada intelectualmente pero bastante negada en el plano social, adora los libros por lo que se ha ofrecido voluntaria para encargarse de la biblioteca del colegio Royal Dunedin por las tardes al terminar las clases. Y ese será el principio de sus infortunios, al encontrar en un cajón de su mesa de bibliotecaria un misterioso diario al que han arrancado todas las páginas salvo las iniciales y en el que una joven confiesa saberse especial o estarse volviendo loca. Y pronto Liadan podrá comprobar en propias carnes cómo se sentía aquella joven de antaño al interesarse por un estudiante que todas las tardes acude a la biblioteca: Álar; y verse envuelta en el misterio que parece rodearle, a él y a sus extraños amigos.

Sin desprenderse en ningún momento de una peculiar forma de escritura, forzando de alguna manera el orden de las palabras en ciertas oraciones y que hace algo áspera la lectura, Lozano ha conseguido un gran ambientación para su historia. A una obvia documentación en cuanto a historia y monumentos se refiere, la autora plasma en las páginas un notable amor por la ciudad donde se desarrolla la trama que se palpa a la hora de experimentar la forma en que escribe sobre ella, con un enorme cariño en todas las descripciones, con un gusto exquisito. Hace presente Edimburgo en la mente del lector, recrea sus rincones más típicos en pocas pinceladas, su ambiente se trasluce en magníficas descripciones, con anécdotas y referencias a hechos históricos sucedidos en sus calles, pero con los toques justos para situar la acción dentro de ella sin agobiar y sin convertir la novela en una guía de viajes.

La narración en tiempo presente y con varias voces en primera persona, con Liadan y Álastair, como protagonistas principales, pero también alguno de los secundarios cuando la trama lo requiere se convierte en todo un acierto. No obstante, es una pena que, tratándose de capítulos con las mencionadas diferentes primeras personas, la autora no haya conseguido dotar a cada una de ellas de una voz diferente, individualizándolas, sino que todos ellos se encuentran narrados con el mismo tono y cadencia literaria, de forma que hay momentos puntuales que pueden llamar a confusión, sobre todo si no te fijas bien en el nombre que protagoniza cada uno de ellos (o si has dejado un capítulo a medias y no recuerdas quién lo estaba narrando). Habría sido de agradecer un intento de diferentes tipos de narración según la voz del narrador para dotar de una mayor verosimilitud a la historia y crear una mayor conexión e identificación del lector con los protagonistas.

Hay, paradójicamente, un auténtico sentido de empatía hacia los aparecidos, una sensación de tristeza en torno a ellos que llega a emocionar. La eternidad estéril, inamovible, sin cambios, deseando cosas inalcanzables, persiguiendo sueños imposibles o tratando de olvidar lo que era estar vivo, suplicando algo de cariño, de calor humano. Para realzar ese sentimiento casi trágico, resulta muy acertado el hecho de que los aparecidos estén vinculados a un lugar determinado, con un área concreta de actuación de la que no pueden alejarse bajo la amenaza de disgregarse y desaparecer, salvo en la noche de difuntos, cuando tienen libertad para recorrer los lugares que deseen. Así la «sociedad» de cada difunto es un mundo cerrado casi en si mismo, debido a que los contactos con otros aparecidos son muy escasos al no estar vinculados al mismo área y a que los humanos, por norma general, no pueden relacionarse con ellos (son muy pocos los que pueden sentirlos y muchos menos, por no decir excepcionales, los que pueden verlos y oírlos).

La novela empieza de forma algo lenta, presentando a los personajes (los dos protagonistas y a Aithne, la mejor amiga de Liadan, y a Keir, el primo de esta, quien toca en un grupo de rock algo gótico y del que la protagonista muestra una inicial atracción no correspondida) y el escenario en ese atractivo retrato de la ciudad de Edimburgo y alrededores convertida de alguna manera en un personaje más, casi de forma morosa, con tranquilidad, y de pronto se acelera y se desboca hacia un final que peca de precipitado aunque gane así en intensidad y emoción. Es cierto que hay algunas escenas en que la historia narrada en Taibhse amenaza en exceso con convertirse en un episodio de Entre fantasmas, para lo bueno y para lo malo, sobre todo en los momentos en que alguien debe convencer a otros de que realmente está viendo una aparición, cosa muy difícil de demostrar, o cuando se intenta justificar los actos de alguno de ellos. Pero bueno, por eso es una historia de aparecidos, ¿no?

Taibhse es un libro unitario, completo y cerrado en sí mismo, con un final satisfactorio aunque algo edulcorado, pero que podría dar perfectamente comienzo a una serie con esta premisa y protagonista. Dado el alto contenido romántico, algo sensibilero, y las muchas comidas de coco de la protagonista hay que advertir que se trata de una novela orientada a un público adolescente y mayoritariamente femenino. Es, sin duda, una lectura agradable (salvado el escollo de la redacción), interesante en su visita por Edimburgo, por sus edificios y leyendas; con unos personajes modernos y atractivos, aunque quizá al adolescente común le cueste un tanto identificarse con ellos, o tal vez no, pues quién no se ha sentido alguna vez un bicho raro. Liadan desde luego que sí y su lucha por superarlo y encontrar su lugar en el mundo, muy posiblemente sea lo que la lleve a una situación en la que su propia vida correrá peligro. De su corazón bondadoso, y de la ayuda de unos amigos voluntariosos y bien dispuestos, dependerá tomar las decisiones correctas y ganarse así un futuro entre los vivos... o entre los muertos.