Louis Leterrier
Reseña de: Amandil
Warner Bros. Pictures / Legendary Pictures / Thunder Road Pictures / The Zanuck Company. 2010, 106 minutos.
Hay tres aspectos relacionados con esta película que querría separar desde el primer momento para que sea un poco más clara y directa la reseña. Dos de ellos son francamente negativos y el tercero es moderadamente positivo, así que, en puridad, creo que es más justo diferenciarlos y que sea así el lector el que perciba mi (escaso) criterio de un modo más nítido.
El 3D, o la estafa de nuestros infaustos días.
Furia de Titanes en su versión 3D es, en el mejor de los casos un fiasco y, en el peor, una autentica estafa. Se nota que la película no fue rodada para verse en 3D (a diferencia de Avatar) y que han querido hacer caja a base de añadir a posteriori los efectos sobre el metraje ya grabado. Como resultado de ello, apenas se nota ningún tipo de diferencia entre las películas "de toda la vida" y esta, salvo porque hay que soportar las gafas y se ven ciertas partes de un modo levemente más profundo. Lo han querido arreglar en el prólogo (con las constelaciones y eso) y en los créditos del final (ahí sí que hay efecto 3D... ¡qué consuelo tener que quedarse a ver las letras para ver algo así!). Así que, al subirse al carro tridimensional, lo único que se le aporta al espectador es un gasto adicional y una nula experiencia de inmersión en la historia. En este aspecto me siento engañado y, desde ahora, voy a informarme muy mucho sobre las películas que se anuncian a bombo y platillo como "3D" ya que, me temo, que nos van a intentar seguir metiendo goles por ese lado hasta que se generalicen realmente los cambios necesarios para volver a la calidad ofrecida por Avatar.
Más vale "corrección política" que coherencia.
No debería sorprenderme, no debería sorprenderme, no debería sorprenderme... pero por mucho que me repita eso como un mantra enloquecido, me sigue sorprendiendo la de idioteces que se ven obligados a perpetrar los guionistas en aras de contar historias que se resignen a circular por los estrechos canales de la corrección política. Y en Furia de Titanes hay corrección como para parar un tren. Y más si se la compara con la película original. Entre los "hermanos Balki" con el obligado acento del vendedor de alfombras, los émulos de "Barbol" con ese aire "árabe-aladinesco", el papelón de Io (Gemma Arterton) para aumentar la cuota femenina, el guerrero con pinta homosexual, etc. La cosa es que la película no puede ofender a nadie (ni por acción ni por omisión) salvo a Hades y, quizá, a la gente con rastas. Tampoco es que el objetivo de una película deba ser el ofender sin más, pero, en esta caso, les ha podido mucho lo de actualizar el mensaje a los tiempos que corren. En fin.
La película en sí.
Basándose en el mito griego de Perseo, y teniendo como referente ineludible la película del mismo nombre rodada en 1981 de Desmond Davis, Leterrier pone ante nosotros una nueva visita al mundo de los mitos desde una perspectiva actualizada y adaptada a las nuevas tecnologías de efectos digitales. Así, lo que en la anterior película era producto de la imaginación y técnica de Ray Harryhausen, ahora queda supeditado a una nueva demostración de lo que los ordenadores son capaces de hacer... nada novedoso, por otra parte. El director ha optado por hacer más grande las cosas y listo: escorpiones gigantescos, un Kraken descomunal similar al celebérrimo Rancor de El retorno del Jedi, una medusa más sensual, una ciudad de Argos que parece el Minas Tirith de Peter Jackson. Desde luego, en esta versión, el tamaño sí importa. En cualquier caso los efectos especiales son muy buenos y sirven para añadir ese factor de espectacularidad que se espera de una producción "épica" y que se agradece poder ver en pantalla grande.
En el caso de la caracterización hay de todo. Los dioses olímpicos parecen sacados de un episodio de Los caballeros del zodiaco, con esas armaduras brillantes que hacen de ellos algo así como una exhibición de enlatados de lujo, y un papelón que se limita al de estar un rato en pantalla sin abrir la boca. Los guerreros de Argos, en cambio, parecen a priori más logrados en la apariencia de sus armaduras y armas, haciendo que, al menos ellos, no parezcan demasiado alejados del tiempo en que se supone que sucede la acción. De Perseo (Sam Worthington) cabe decir que no le pega en absoluto ese look a lo marine (¿estaba rodando Avatar a la vez y por eso opta por exactamente la misma apariencia -bueno en FdT al menos anda-?), y lo cierto es que consigue que el personaje sea absolutamente anodino, plano y falto de carisma. Todo lo contrario de lo que se espera de un héroe... ¡o de un actor! Hades (Ralph Fiennes) ha sido caracterizado como el décimo nazgúl y es, probablemente, el personaje que mejor está interpretado. Y del resto de actores, actrices y decorados, en general salen bien parados y hay que reconocer que hacen creíble (dentro del contexto fantástico en que se encuadra la historia, claro) las partes de la película que tienen que soportar. En general, en el aspecto visual, la película se deja ver y no hay demasiados "peros".
El guión es una mezcla entre la película de 1981 y un programa como gladiadores americanos, con los obligados toques cómicos de la mano del dúo sacapuntas que forman los aventureros de aspecto palestino Ozal (Ashraf Barhom) y Kucuk (Mouloud Achour). En definitiva, cogen el mito de Perseo, lo agitan, y lo adaptan hasta hacerlo irreconocible, añadiendo unos toques "rebelión de los ateos" que no hay por dónde pillarlo.
La cosa es así: Un humilde pescador, Spyros (Pete Postlethwaite) encuentra un día en el mar a Perseo y lo adopta. Pasados los años, debido a que el rey de Argos se cree más poderoso que los dioses y ordena derribar una estatua de Zeus (Liam Neeson), Perseo ve horrorizado como Hades asesina a su familia y él es capturado por los argónidas. En el ínterin, Hades convence a Zeus de que los humanos son una panda de ingratos cabroncetes que han olvidado quien manda y a los que hay que castigar para que sigan siendo fieles servidores de los dioses. El castigo consiste en que si no se sacrifica en un cierto plazo de tiempo a Andrómeda (Alexa Davalos) Hades lanzará a su Kraken contra la ciudad matando a todos sus habitantes. El rey de Argos, ante tan oscura perspectiva, decide mandar a un grupo de guerreros, encabezados por Perseo (que pasa de pescador a superguerrero en cosa de treinta segundos de formación en un bosque) y el veterano Draco (Mads Mikkelsen), a lograr la cabeza de Medusa (Natalia Modianova) para destruir con ella al Kraken. Al grupo se le unirán dos cazadores, los ya citados hermanos Balki, la inmortal Io, quien acompaña a Perseo desde su más tierna infancia vigilándose de lejos, y un extraño ser de aspecto arbóreo y aires árabes.
Pero Hades, que además de siniestro es malvado y maquiavélico, conspira contra el grupo azuzando contra ellos al monstruoso Calibos (Jason Flemyng), mientras Zeus, padre de Perseo, le intenta echar una mano enviándole una espada mágica (como un sable láser pero más feo) e interviniendo sutilmente para que cuando lleguen hasta Caronte tengan una moneda con qué pagarle (y el espectador vea un conato de escena en 3D con poco éxito en el empeño).
Sin embargo, lo que mueve a Perseo no es únicamente su esencia heroica y hacer el bien. Su verdadero objetivo es vengarse de Hades por la muerte de su familia y, a la postre, derribar a todos los dioses por ser los culpables de los males del mundo para su mayor gloria. De hecho, al principio de la película Spyros suelta una discurso muy elemental (pensando para audiencias de calidad intelectual baja) con el corolario: "Alguien tiene que decir basta". Perseo es ese alguien, por supuesto. Y el método es tan simple como intentar liquidar a las bravas a los dioses.
¿Logra la película enganchar? A ratos lo consigue de sobra ya que existen concatenaciones de momentos de acción que muestran la maravillosa capacidad que se ha alcanzado en los efectos especiales. Sin embargo, el extraño uso de las elipsis destruye la sensación del viaje (parece que al acceso al Hades está al lado de Argos o que las tierras con aires árabes se encuentran en el valle vecino) y del tiempo (puesto que los plazos se acortan sin apenas referencias a los días y las noches, recordando la espantosa elipsis empleada en Gladiator) destruyen en ocasiones el ritmo y denotan un cierto desbarajuste a la hora de querer contar mucho en apenas hora y media.
Los actores están, por lo general a la altura, siendo el que más desentona el Perseo-Marine que encarna, muy por debajo de sus posibilidades, un Sam Worthington tan nefasto como Brad Pitt en la también épica Troya. Y lo malo es que, al ser este el protagonista, arrastra consigo la historia hacia extremos que tocan lo anodino e inverosimil (cuando se descubre su naturaleza de héroe hijo de Zeus su reacción tan expresiva como la de una fregona... ¡pues menos mal que es un sorpresón que cambiará el rumbo de los acontecimientos!). Por otra parte, Furia de Titanes recuerda desde su mismo inicio una partida del juego de ordenador Age of Mythology en la que sólo falta la gestión de recursos y el ir y venir del puntero del ratón por la pantalla.
Aún así, Furia de Titanes consigue volver a traer a las pantallas el género épico mitológico (aunque sea creando una nueva mitología ad hoc) en lo que espero que sea una nueva visita a una parte del cine que, gracias a la excelente calidad de los efectos especiales (y la potencialidad de un 3D bien usado y sin pretensiones estafadoras) y a un sinfín de novedades en potencia (o, me temo, un creciente número de remakes). Lástima que, a la postre, esta película se haya visto atrapada en el lapso de tiempo en que el cine "digital" y el nuevo en 3D van a convivir hasta la extinción del primero porque, sin la amenaza del nuevo Eldorado, habría podido significar mucho más de lo que está llamada a ser.