Las arenas de tiempo.
Mike Newell.
Reseña de: Amandil.
Walt Disney Pictures / Jerry Bruckheimer Films 2010, 116 minutos.
Príncipe de Persia cuenta las andanzas de Astan (Jake Gyllenhaal), un joven pilluelo que un buen día es adoptado por el mismísimo rey de Persia (Ronald Pickup) al mostrar sus dotes escapistas y su valor a la hora de hacer lo correcto ante la injusticia. De ese modo, el ladronzuelo se convierte en un príncipe de Persia (sí, el del título) y pasa a formar parte de la familia real. Muchos años después, durante una guerra expansiva, los persas, dirigidos por el príncipe heredero Tus (Richard Coyle) deciden atacan la ciudad sagrada que protege la princesa Tamina (Gemma Arterton) persuadidos de que está forjando armas para los enemigos de Persia.
Los persas vencen evitando una carnicería gracias a la astucia (y los saltos) de Astan pero la victoria se vuelve amarga cuando el Rey persa resulta envenenado durante los festejos de la victoria al ponerse una capa que le entrega el protagonista (sin saber, claro, que estaba rociada de una sustancia mortal). Debido a ello todos creen que Astan es un asesino y se pone en marcha una persecución que encabeza su hermano, el príncipe Garsiv (Toby Kebbell) mientras este intenta hacer saber a su tío, Nizam (Ben Kingsley), que es inocente.
Mientras todo eso pasa, Aslan se ha hecho con una extraña daga de cristal que resulta ser la contenedora de las Arenas del Tiempo. Mediante un sencillo sistema (el clásico botón rojo) se liberan parte de esas arenas y el portador es capaz de retroceder un minuto en el tiempo, recordando perfectamente lo que le deparará ese minuto y pudiendo cambiar aquello que desee. Se revela entonces que Tamina tiene como misión proteger esa daga a toda costa pues es consciente de que quien la domine y sea capaz de encontrar la fuente de las Arena (un gigantesco reloj de arena) puede hacer con un poder espantoso. Ella cree que la guerra, en realidad, ha sido un montaje de algún extraño personaje para hacerse realmente con la daga. Y es entonces cuando la huida de Aslan, acompañado por Tamina, se convierte en lo que realmente es: una misión para salvar al mundo de la aniquilación.
El planteamiento, como hemos visto, entremezcla con bastante acierto una trama de intriga con otra de simple y llana acción. Para aderezarlas se les une una perspectiva humorística (engrandecida por un Alfred Molina casi irreconocible en el papel del comerciante árabe Sheik Amar) y el inevitable romance-de-menos-a-más entre Aslan y Tamina, que hará del conjunto un argumento ágil y entretenido sin caer en la comedia simplona. Para lograr esto hay que destacar el papel en la dirección de Mike Newell, quien logra crear un ritmo sostenido que no decae ni se acelera abruptamente, llevando con maestría al espectador de la mano sin permitir que se pierda en las idas y venidas por el mundo cuasimítico que se ha creado para la ocasión. Se percibe rápidamente el saber hacer del director británico quien se sabe mover en las comedias (dirigió Cuatro bodas y un funeral) y en la acción (la serie Las aventuras del joven Indiana Jones o Harry Poter y el Cáliz de Fuego).
Probablemente es la combinación de un buen guión y la habilidad de un director experimentado la que permite a la película discurrir de manera trepidante y sin atascos ni confusiones, haciendo que se olvide por completo que se está ante el remedo de un juego de videoconsola. Los actores, asimismo, se dejan llevar y se nota que disfrutan en sus papeles al tiempo que vuelcan una enorme dosis de credibilidad en los escasos giros que una película de estas características les permite hacer. El malo se ve a la legua aunque no por ello se hace menos interesante el giro que toman los acontecimientos desde que se revela su verdadera naturaleza.
Por último cabe destacar que se han cogido los manuales de Historia cercanos y se han lanzado a una gran pira en medio de la plaza pública. De ese modo se ha sacrificado la autenticidad de fondo (su encuadre en un momento histórico concreto o, al menos, localizable) para dar paso a un pupurrí que mezcla sin ningún tipo de verguenza ni limitación épocas, zonas geográficas, creencias, etc. Usando, de paso, esa mezcolanza para lanzar dardos envenenados a determinadas situaciones presentes en la actualidad cayendo en los más burdos anacronismos culturales. Pero lo cierto es que incluso eso ¡da igual! El conjunto se sostiene de maravilla gracias a que el enfoque primordial de la película es el del mero y simple entretenimiento sin complicaciones y sin grandes concesiones a la profundidad en la trama.
¿Convierte todo esto a Príncipe de Persia en una buena película? En su segmento, sí, es buena. Cumple más que de sobra las expectativas e incluso pasa con nota aquellos aspectos más fácilmente criticables en un producto de estas características. No es una película "infantiloide" aunque es apta para niños, no es simplona aunque no tiene mucha complicación, los efectos especiales están muy logrados y se ponen al servicio del argumento y no al revés. En definitiva, se deja ver y es probable que se convierta en el inicio de una nueva franquicia llamada a seguir la estela de otras como Piratas del Caribe.