Rodolfo Martínez.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alamut. Madrid, 2008. 348 páginas.
Cuarta y (aparentemente por las palabras del propio autor) última entrega que Rodolfo Martínez dedica a glosar aventuras inéditas de Sherlock Holmes. Después de habernos ofrecido una versión casi crepuscular del detective británico, en esta ocasión el lector tendrá la ocasión de asistir a un episodio de su juventud, en un más que curioso periplo por el Oeste americano.
Se podría considerar que este libro es, en realidad, dos novelas en una, dada la separación temática, estilística y temporal de las dos líneas narrativas. Por un lado nos encontramos con las partes 1, 3 y 4, donde el lector asiste al intento de William Hudson, fallecido ya Holmes, de investirse de su manto y de desbaratar los megalomaniacos planes del misterioso villano conocido como Nadie; un intento que le llevará desde su residencia en Inglaterra, pasando por Dallas en una desesperada tentativa de evitar el asesinato de JFK, llegando hasta Tunguska y Manchuria, donde deberá enfrentarse a inesperados giros y revelaciones. Por otro lado, la parte 2, que da además título a todo el volumen, es la única en la que Holmes aparece realmente (aunque su espíritu flote con intensidad también sobre todo el resto); embarcado en una especie de viaje iniciático o de auto conocimiento, un joven Holmes forma parte de una troupe teatral que recorre los pueblos del Oeste americano ofreciendo su repertorio shakesperiano y donde hace gala de su maestría en el arte del disfraz, sin embargo, cuando la resolución de un misterio se cruce en su camino no dudará en abandonar el grupo y así, durante una investigación en la que Holmes empezará a pulir sus dotes detectivescas y adquirirá algunos de sus vicios o manías, el lector podrá asistir en primera persona a la génesis, a los terribles hechos que llevarán al surgimiento de la figura más tarde conocida como el Heredero de Nadie.
Dos novelas en una: la primera, que se lleva la parte del león del volumen, es una historia de espías, típica de la Guerra Fría, de agentes dobles, de enfrentamientos supra nacionales, de malos megalomaniacos, de imposibles asaltos a guaridas secretas y de intentos de dominación mundial muy en plan James Bond y similares; una historia casi pulp, en la que se mezclan hábilmente los servicios secretos británicos con una buena cantidad de personajes literarios de los que sin duda poblaron las lecturas de juventud del propio autor, con su especial homenaje a la Sociedad de la Justicia de América o al propio Batman. La segunda, El Heredero de Nadie propiamente dicha, es donde el lector disfruta de un relato de “vaqueros”, con esos amplios, inabarcables horizontes a través de los cuales los protagonistas cabalgan en pos de un incierto destino, cruzándose con personajes rudos y de gatillo fácil, y que retrotraen la memoria a comics como Las Aventuras del Teniente Blueberry o a los libros de Zane Grey (que no sé si Martínez tendría en la cabeza, pero que desde luego venían irremediablemente a la mía). Desde luego, un impresionante ejercicio literario (metaliterario, incluso) coronado con indudable éxito, a pesar de la evidente deriva del más canónico “corpus holmesiano”, del que el autor se desvincula en esta ocasión casi totalmente para ofrecer un relato que se alza muy por encima de la figura del detective creado por Conan Doyle.
Posee, además, esta entrega la virtud de hacer buena (o mejor) la anterior Sherlock Holmes y la boca del infierno. Una historia aquella que, de no haberse convertido entonces en un volumen quizá algo excesivo en tamaño, hubiera ganado con su publicación conjunta con el que estamos tratando, pues se dan aquí respuestas a muchas cuestiones allí planteadas. Todas las piezas van encajando y el lector descubre que no todo era gratuito y de esta forma cosas que habían quedado en el aire, como inconclusas, terminan ahora encajando cual si de piezas de un complejo puzzle se tratase. La insatisfacción que, al menos en mí, había causado La boca del infierno, se transforma así en satisfacción plena cuando el lector descubre que, al contrario de lo que sucedía en la anterior entrega, aquí nada sobra si sabes entrar en el juego de referencias propuesto por Martínez.
Las páginas de El Heredero de Nadie destilan un profundo amor por las lecturas de la infancia - adolescencia - juventud del propio autor en un texto plagado de homenajes y alusiones, no solo a los muy evidentes superhéroes de la DC, sino a escritores como Julio Verne (padre intelectual del propio Nadie original), al muy evidente Conan Doyle, a las historias de espías, de Fu manchú y de tantos otros “clásicos populares”. Una extraña amalgama que, a pesar de lo heterogéneo de sus componentes, consigue atrapar el interés del lector (supongo que sobre todo de aquel que creciera compartiendo unas referencias similares a las del autor) en las redes de esta mega conspiración mundial que llegará a mostrarse (como bien dice el título de la parte 4) como un auténtico “juego de cajas chinas”, donde las revelaciones, descubrimientos y aparentes avances de los protagonistas tan solo conducen a un misterio mayor sobre quién tira en realidad de sus hilos. La sorpresa está garantizada.
Broche de oro para la serie y para la aventura holmesiana de Rodolfo Martínez. Un placer.