lunes, 2 de agosto de 2021

Reseña: Afterparty

Afterparty.

Daryl Gregory.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Gigamesh. Col. Gigamesh Ficción # 74. Barcelona, 2021. Título original: Afterparty. Traducción: Carlos Abreu. Ilustración de portada: Alejandro Terán. 478 páginas.

Gregory plantea un futuro seguramente no muy lejano, donde gracias —es un decir— a la tecnología de impresión 3D, a las aquí llamadas quinjet, cualquier persona con un mínimo de conocimientos y una buena conexión a internet puede crear drogas de diseño «inteligentes», de muy diversos efectos, y comercializarlas de la manera más sencilla posible: imprimiendolas a gusto del consumidor. Mediante una narración rápida, divertida y con grandes raciones de acción Afterparty ofrece toda una inmersión en las complejidades de la psique humana y en la naturaleza cambiante de la percepción del mundo y de la divinidad. Una ciencia ficción de un futuro tan cercano que ya está aquí. Un thriller médico, de neurociencia, farmacología y capitalismo empresarial, un noir casi detectivesco que en ocasiones roza el hard boiled, una road novel de aventuras y acción, una historia de crímenes... Si te ofrecieran la posibilidad de ponerte en contacto y comunicarte, a todos los niveles, con tu divinidad personal mediante la ingesta de una simple pastilla, ¿la rechazarías?

Lyda Rose, lleva diez años ingresada en un psiquiátrico, siempre acompañada de su médica particular, la doctora Gloria, un auténtico ángel que opina que ya está preparada para salir. Ua opinión con la que pocos parecen concordar, aunque no es que nadie más pueda verla, así que qué van a saber ellos. En realidad Lyda no tiene prisa por salir, pero, de forma harto trágica, va a descubrir que alguien está distribuyendo en Toronto una droga llamada Logos, que se parece en exceso a otra que creía desterrada para siempre de su vida, el Numinoso. Una droga profundamente adictiva en cuyo diseño ella misma participó, buscando en realidad un fármaco contra la esquizofrenia, y cuya sobredosis accidental causó la presencia continua a su lado de consejera alada. Una droga que proporciona una gran sensación de bienestar, poniendo al consumidor en contacto con la divinidad, pero cuyo mono tiene efectos tan adversos como el suicidio —¿qué otra salida hay cuando el ser sobrenatural con el que te has puesto en contacto te retira la palabra?—. Lyda no está dispuesta a permitir que otros sufran lo que ella está viviendo, así que deja el psiquiátrico dispuesta a sacar la droga de las calles, o de las capillas donde se distribuye. Algo para lo que tendrá que contactar con sus antiguos compañeros de laboratorio, los únicos que conocen la fórmula farmacológica que permite imprimir el Numinoso, y ver quién ha roto el pacto de no volver a crear más dosis de la misma.

La acción mantiene en primer plano las pesquisas de Lyda, siguiendo un proceso de investigación detectivesca que la llevará a saltar de una a otra posible pista, mientras una serie de bien intercaladas analepsis pone al lector en antecedentes de los sucesos que llevaron hasta allí, sobre todo en cuanto al proceso de creación de la droga y a la vida anterior de la protagonista, como parte del laboratorio de investigación neuroquímica y como futura madre junto a su esposa. Una investigación que, lejos de conseguir un remedio para la esquizofrenia al tiempo que la convierte en millonaria, le arrebatará a su familia y le pondrá en manos de su bienintencionada ángel. La narración demuestra ser, en efecto, la de todo aquello que sucedió y sucede después de la fiesta. Una fiesta con sobredosis incluida.

Y es que el Numinoso pone en contacto sensorial directo con la divinidad con la que más cercanía o afinidad sienta cada persona, de diferente forma para cada cual, sin circunscribirse a lo judeo-cristiano. Puede ser un ángel de la guarda, una manifestación de un dios hindú o algo mucho más etéreo. Una presencia omnipresente, que matiza todo lo que se siente o lo que se hace, que se antoja totalmente real, indiscutible en sus percepciones. Pero ¿abre la droga caminos cerebrales hasta entonces cerrados que permiten disfrutar de verdad de una experiencia divina real o tan sólo muestra un síntoma de una insidiosa esquizofrenia?

Para la tarea Lyda, un tanto solipsista, egoísta, testaruda y manipuladora —todo hace pensar que la doctora Gloria es la mejor parte de su personalidad—, pero que en el fondo se hace querer porque es tan dura consigo misma como con los demás, se va a rodear de otras personas tan dañadas como ella misma. En su caza del fabricante y distribuidor de la droga tendrá que contar con la ayuda de personajes muy tocados psíquicamente, personas que de hecho conoció en el psiquiátrico, como Ollie, una dotada analista de inteligencia letalmente paranoica encerrada en su propio infierno psicótico, o de Bobby, un joven enamorado que está convencido que su conciencia no reside en su cerebro ni en ninguna parte de su cuerpo sino en un pequeño cofrecillo que cuida con mimo. Deberá lanzarse a la carretera, cruzar la frontera —algo que tiene prohibido por ley—, servirse de la colaboración de los más curiosos y peligrosos elementos de los bajos fondos, como puedan ser una banda canadiense de traficantes de drogas liderada por un singular grupo de abuelas afganas u otra de nativoamericanos contrabandistas de cigarrillos ilegales —¿o tan solo alegales?—. Tendrá que escapar a la atención de los que la persiguen, como la de un sicario con doble personalidad que cría búfalos en miniatura en los diversos cuartos de su domicilio. Se verá envuelta en oscuras maquinaciones, en persecuciones y tiroteos, en macabros juegos mentales, entrará en contacto con los efectos de otras drogas singulares que alteran la química cerebral al extremo de causar profundos cambios de personalidad, y tendrá que ir allá donde nunca hubiese querido volver.

Con una narrativa muy rápida e inmersiva, repleta de descripciones vívidas, escenas impactantes y metáforas descarnadas, y con un elenco de personajes muy rico y diverso, tanto en extracción social como racial o de edad,
Gregory pone en pie una enrevesada y atractiva búsqueda de respuestas, con la que consigue también reflejar la realidad de diversas neurosis, mostrando a sujetos que aún con todas sus incapacidades se han convertido en personas funcionales, con vidas relativamente normales, que sobrellevan sus enfermedades y consiguen encontrar su lugar en el mundo pese a todas las dificultades. A su vez, mediante un habilidoso uso del tema de las adicciones y dependencias no solo de las drogas sino también de otras sustancias como el alcohol, pone en la balanza el consuelo de la fe y el fin del libre albedrío. Lyda debe recordarse a cada minuto que su ángel no es real, pero tampoco es capaz de explicarse algunas de sus interacciones y aparentes milagros. ¿No sería más fácil dejarse llevar? Simplemente creer y vivir en consecuencia. ¿Tan malo sería? Pero ¿puede imponerse, obligarse, la felicidad o la adoración? ¿Es moral o éticamente aceptable siquiera? Lyda deberá abrirse paso a sangre y fuego en su búsqueda de respuestas, reuniendo por el camino un muy variopinto, y limitado, grupo de aliados. Y quizá lo que descubra, sobre la droga, sobre su pasado, sobre la persona que se encuentra detrás de todo el embrollo, no sea del todo de su agrado.

El autor propone un futuro que no es sino la proyección de nuestro presente, en el que las drogas de diseño están a la orden del día, las impresoras 3D muestran cada día su pujanza y sus inmensas posibilidades, el diseño genético está encontrando su nicho en el mercado alimentario, de ocio y de mascotas, la investigación médica y la industria farmacéutica se deben al balance empresarial de beneficios, las star-ups buscan el rápido enriquecimiento gracias al próximo producto «imprescindible», y la diversidad y la inclusividad se abren paso en el ambiente. Un futuro no demasiado dibujado en cuanto al trasfondo y el escenario, con una patina oscura y amarga, en el que Gregory tan solo lleva todo ello un paso más allá de un modo tan coherente como creíble. Y lo hace mediante una aventura de acción trepidante en ocasiones, reflexiva en otras, con un tono divertido y humorístico que no llega a ocultar en absoluto una buena ración de cinismo y pesimismo. Una novela que, jugando a mantener cierta ambigüedad —las apariencias engañan, conviene no olvidarlo—, sin tomar del todo partido, invita a pensar sobre la consistencia de la percepción, sobre las motivaciones humanas y la autoconciencia, o sobre la naturaleza de la realidad y la divinidad, mientras entretiene de la manera más divertida. Un combo ganador se mire como se mire.

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