viernes, 24 de septiembre de 2021

Reseña: La tempestad del Segador

La tempestad del Segador.
Malaz: el libro de los caídos 7.

Steven Erikson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nova. Barcelona, 2019. Titulo original: Reaper's Gael. Traducción: Marta García Martínez. Revisión de la traducción: Alexander Páez. Ilustración de cubierta: Alejandro Colucci. 1168 páginas.

El séptimo tomo del libro de los caídos de Malaz, último de los que llegara a publicar la fenecida editorial La Factoría y recuperado para alegría de los lectores por Nova, pone en ruta de confluencia las tramas que Erikson había dejado planteadas tanto en Mareas de medianoche como en Los Cazahuesos, mostrando lo que está acaeciendo en el Imperio letherii, gobernado por el inmortal emperador Rhulad Sengar, mientras que los diversos implicados malazanos en el drama van cubriendo etapas hacia un destino que solo puede resultar en conflicto. El autor vuelve a volcar en el texto todos sus intereses antropológicos, políticos y económicos, marcando este último aspecto de forma decidida el devenir de los inminente eventos. Un buen número de líneas narrativas alcanzan aquí su culminación, pero muchas otras se abren para seguir dejando al lector con la miel en los labios y lleno de expectación. Y si bien las muertes estaban a la orden del día hasta el momento, en este volumen la historia se imbuye de una nueva cota de emoción y quebranto con un par de fallecimientos que dejan con un puño estrujando el corazón. Intriga, drama, tiranía, magia, violencia, economía aplicada, política, guerra, traición, humor, heroísmo, sacrificio y muertes por doquier. Un día más en Malaz.

—Y, una vez más, es recomendable haber leído los tomos anteriores de la serie antes de embarcarse en la lectura de esta reseña—.

Los
edur conquistaron el Imperio de Lether y ahora lo gobiernan. Pero ¿es en realidad así? La antigua máquina burocrática parece seguir intacta y funcionando a pleno rendimiento, y el emperador Rhulad Sengar, sin ser consciente de ello, cada vez se encuentra más aislado de su propia gente, mientras el canciller maniobra para satisfacer sus propias ambiciones y una nueva organización politico-económica, los patriotas, que solo busca su propio beneficio y cuyos subordinados parecen haberse constituido en una suerte de policía secreta al servicio de los intereses de la élite letherii, aterroriza al resto de la población. No obstante ninguno de ellos, o solo una minoría, parece anticipar el colapso económico al que está abocado el Imperio conforme la moneda física va desapareciendo de sus calles y sus tesorerías.

Mientras algunos conspiran en las mismas calles de la capital para lograr ese derrumbe —y qué grandes personajes son Tehol y Bicho—, otros fomentan su guerra particular, una campaña de auténtico genocidio, para conseguir algo más de riqueza. Intereses que pronto se verán enfrentados en rumbo de colisión. Al tiempo que crecen los rumores de revueltas a lo largo de sus fronteras, la flota que trae en sus bodegas a los campeones destinados a enfrentarse al Emperador de las Mil Muertes se acerca inexorable a las costas del Imperio, y entre todos ellos destacan dos campeones: Karsa Olong e Icarium. Además, otra flota, esta con una misión punitiva de venganza, va a llevar al teatro de operaciones a los esforzados soldados de Malaz, convertidos una vez más en lo mejor de la función. Y por encima de todo y de todos la sombra del Dios Tulllido, maquinando para conseguir sus oscuros objetivos, mientras su nueva Casa se asienta en la Baraja.

De esta manera, junto a un buen puñado de nuevos personajes, algunos tan enigmáticos como el caudillo retornado Mascararroja que deja con muchas más preguntas que respuestas en su incursión en la saga,
Erikson pone en rumbo de colisión los caminos del baqueteado decimocuarto ejército del Imperio de Malaz y los del Imperio de Lether y los Tiste Edur que ahora, aunque quizá solo sea en apariencia, lo gobiernan. Con un ritmo inesperadamente lento de inicio y, como ya es costumbre, mientras resuelve algunos temas, el autor siembra el texto de eventos, referencias y personajes dejados de la mano a su suerte, sin una resolución que cierre sus caminos para, es de suponer, ser retomados en futuros volúmenes de la serie. La complejidad sigue siendo la piedra angular del relato y el autor no va a poner nada fácil.

No obstante, por una vez se antoja que en las disquisiciones y peroratas filosóficas, puestas en boca de los más insospechados y miserables personajes o expuestas en momentos de lo más conflictivo, se ha pasado un poquito de frenada, haciendo el comienzo del libro innecesariamente pesado, incluso innecesariamente extendido. Algo subsanado de la forma más satisfactoria en los dos tercios finales.

La erradicación del pensamiento discordante, el silenciamiento de los académicos y de los disidentes, el exterminio de los pueblos que ocupan territorios a los que aspira la élite económica, las guerras libradas por mero interés comercial, la megalomanía de los poderosos, el juego de sombras de la política palaciega…, todo se une para dar trasfondo a una nueva historia épica —no tan bélica, aunque guerra no falte, como alguno de los anteriores, pero igual de intensa— con giros insospechados. Una historia emotiva y dolorosa, divertida cuando toca, dramática en muchas ocasiones y filosófica en exceso en ciertos pasajes, en la que los dioses y ascendientes siguen haciendo de las suyas.

Si bien las batallas presentes son tan vívidas y sangrientas como es habitual en el autor, y el aroma del estallido de la magia se deja sentir a cada paso del camino, pero la fortaleza de esta entrega —aunque ya es algo que viene siendo también habitual— reside en los destinos de algunos de sus personajes. Personajes icónicos, repletos de capas, hechos para amar y sufrir, para combatir más allá del deber, para entregarse a causas que no son las suyas pero a las que entregan lo mejor de sí mismos por el bien de sus compañeros.

Ilustración de Tommy Arnold
Y si en algunos pasajes se hace un nudo en la garganta y las lágrimas están a punto de derramarse, ahí está Tehol para rebajar el tono y hacer esbozar una sonrisa —o lanzar una carcajada— con alguna de sus salidas fuera de lugar. Dentro de la complejidad y completismo de la construcción de Malaz la de los personajes que lo pueblan no es, desde luego, menor.

Erikson sigue construyendo su particular cosmogonía y mitología en un mundo a una escala tan inmensa, en lo geográfico —y en todas las sendas—, en lo religioso, lo político, sociológico, racial, económico —uno de los aspectos destacados precisamente en este volumen—, mágico y humano, que no se ve frontera que pueda delimitarlo ni en el espacio ni en el tiempo.

La historia alcanza un detallismo intrincado que amenaza con saturar pero que no llega a desbordar la atención ni el interés del lector. Al autor a estas alturas domina a la perfección su criatura y cuando el texto amenaza con desviarse hacia caminos más tediosos —y en este particular caso es cierto que los hay— consigue de forma magistral encauzar las tramas hacia un giro, una sorpresa —cabe advertir que este volumen está repleto de ellas— o un personaje que devuelve a la acción todo su atractivo, creando de un momento a otro una gran cantidad de sentimientos encontrados. Es lo que tiene una historia tan coral y tan monumental.

La tempestad del Segador
Ilustración de Tommy Arnold
embarca al lector en un enrevesado periplo, emocionalmente desgarrador y dramático, cuya larga lista de Caídos deja ya firmemente asentadas muchas de las bases que han de conducir al, esperemos, espectacular final de una serie que avanza decididamente hacia su conclusión.

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