sábado, 24 de julio de 2021

Reseña: La deriva

La deriva.

Namwali Serpell.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Seix Barral. Col. Biblioteca Formentor. Barcelona, 2021. Título original: The Old Drift. Traducción: Benito Gómez Ibáñez y Pilar de la Peña Minguell. Imagen de la cubierta: Lumezia. 745 páginas.

Es este un relato generacional, con un sabor de realismo mágico que inevitablemente recuerda a García Márquez, con un carácter social, costumbrista, intimista y familiar en cuanto a los personajes, expansivo y crítico en cuanto al escenario. Serpell introduce elementos sorprendentes, casi fantásticos, en medio de una historia real, y dura, como la vida misma, con una mezcla de géneros en que predomina el histórico, y en la que solo en el último centenar de páginas se abten paso ciertas especulaciones y avances tecnológicos, nada descabellados según lo ya disponible hoy en día, que la hacen coquetear con la ciencia ficción, sin abandonar en absoluto el realismo social, pero justificando satisfactoriamente el que la novela recibiera el premio Arthur C. Clarke. El pasado colonial, el presente con las lacras heredadas de aquel, y un futuro —muy cercano— que no puede huir del legado de corrupción pero lucha por alcanzar algo mejor, de Zambia. Una nación forjada en torno a la atracción que los europeos sintieron por las cataratas Victoria, y donde tres parejas de muy diferente extracción social, geográfica y racial coincidirán en el momento en que se sentaban las bases de su  «nacimiento». Colonialismo, racismo, imperialismo, capitalismo, comunismo, política, religión, economía, costumbrismo, prostitución, ética, investigación médica, ingenieria aereoespacial, romance, feminismo, prejuicios sexuales, corrupción, especulación de futuro cercano… Serpell no deja palo sin tocar.

1903. Percy Clark, siguiendo los pasos de Livingstone, viaja desde su Inglaterra natal hasta un mísero asentamiento colonial conocido como Old Drift, situado en el entorno de las cataratas Victoria, en lo que entonces era Rhodesia del Norte. Explorador fracasado y aspirante de fotógrafo, verá cómo a causa de un ridículo accidente motivado por la fiebre que sufre, el arrancarle un mechón de pelo, su destino se entrelaza con el del gerente del hotel del lugar, un expatriado italiano, y de su pequeña hija. Un pequeño incidente cuyas consecuencias reverberarán a lo largo de muchos años. Así, algo después, como si a una misteriosa convocatoria respondieran, tres parejas, una de origen italiano, otra interrracial britanico zambiana y una tercera africana, se asentarán en el lugar y verán cómo sus vidas, y las de sus hijas y nietos se entrelazan, cruzándose en diversos momentos de la convulsa historia del país. Una historia cuyos acontecimientos más relevantes van a ir surgiendo en el trasfondo de las vivencias de los protagonistas. Durante todo el siglo XX y el comienzo del XXI, hasta 2024, tres generaciones de abuelas, madres e hijos van a ir cruzando sus caminos en ese territorio a orillas del río Zambezi, a la sombra de la presa de Kariba, mientras a su alrededor la colonia da paso a la ciudad conocida como Lusaka y a la nación independiente de Zambia. Una nación lastrada por todos los errores de su nacimiento, por una ilusionante revolución, por las buenas intenciones de sus fundadores que no terminaron de cuajar, por los expoliadores intereses económicos y políticos extranjeros, las tensiones raciales, la injusticia social, la miseria causada en los pobladores originales, y por tantos pecados como se cometieron a lo largo de su historia.
Las cataratas Victoria.
La narración se encuentra dividida en tres bloques de tres capítulos a su vez. Tres generaciones en las que las mujeres tienen mucho que decir y son las que van a marcar decididamente el devenir de los acontecimientos. Mujeres que buscan abrirse su propio camino sin necesidad de apoyarse en  «sus» hombres. Feroces, decididas, conscientes de sí mismas, contradictorias como la vida misma y revolucionarias en muchos sentidos. La primera parte,
las abuelas, encierra las mayores críticas a los colonizadores y sus actitudes paternalistas, autoritarias y abiertamente racistas. La segunda, las madres, tiene un mayor contenido de crítica geopolítica y de desarrollo histórico. Y la tercera, los hijos, apuesta decididamente por lo social, la exploración de la situación médica y la especulación de futuro.

Sibilla, nieta del dueño del hotel que perdiera un mechón de pelo a manos de Percy, nació con la  «maldición» de tener una tupida mata de pelo que cubre todo su cuerpo y nunca deja de crecer, algo que limita muy mucho su vida social y sus aspiraciones. Su marido, de procedencia italiana, será uno de los encargados de dirigir la construcción de la presa de Kariba.

Agnes, nieta adinerada de Percy, ve cortada de raíz su incipiente y prometedora carrera como tenista por una cruel y repentina ceguera, algo que no le impide enamorarse de un inteligente estudiante becado, Ronald, a quien acompañará, para consternación de ambas familias, a su hogar en una Zambia a punto de convertirse en una nación independiente, y donde podrá explorar su propia inclinación izquierdista hasta que los celos se inmiscuyan en su camino.

Y Matha, nieta de un lugareño trágicamente envuelto en las consecuencias del accidente de Percy, es una brillante niña que debe estudiar a escondidas dada la prohibición de que las mujeres se instruyan y que se encontrará reclutada por Edward Nkoloso para el programa espacial zambiano para enviar a la Luna a un afronauta antes de que lo haga un astronauta estadounidense o un cosmonauta soviético —tanto Nkoloso, como la figura de Percy Clark, como el programa espacial son algunos de los muchos detalles y personajes históricos reales que Serpell incluye en el relato—. Matha, privada de sus sueños, entrará en una espiral de llanto de la que no podrá escapar.

Las historias de Sibilla y de Matha, y la de Agnes de alguna manera, beben directamente de una rica tradición entre el cuento de hadas y el realismo mágico. La una envuelta en un capullo de pelo que crece incesantemente cada día convirtiéndola en todo un espectáculo con el que no se siente nada a gusto; la otra encerrada en sí misma por un llanto que no puedo detener, que la incapacita y despierta extraños sentimientos entre quienes la rodean; la tercera ciega pero capaz de imbuir en otros la sensación de que puede verlos a través de su piel con pecas a modo de ojos. No obstante, Serpell se guarda de mucho de ofrecer plausibles explicaciones a estos fenómenos evitando la irrupción de la magia o lo sobrenatural en el relato o, más bien, dejándolo a elección del lector.

Las hijas y nietos de estas mujeres van a ver sus pasos inextricablemente unidos, a veces de forma tierna, a veces antagónica, trágica en muchas ocasiones, ilusionante en otras. Sus destinos se encuentran entrelazados entre sí y con el futuro del país. Quizá no estén llamados a que sus nombres perduren en los libros de Historia, tal vez sí, pero la vida de cada cual importa y da buena cuenta del devenir y desarrollo a trompicones del país que se conoce como Zambia. Un mosaico entre lo histórico y lo ficticio, repleto de sexualidad y carnalidad, de enfermedad y miseria, prostitución y criminalidad, corrupción y revolución, amor y rupturas, cuyo trasfondo muestra el cambiante, muchas veces de forma explosiva, panorama político de la región. Un relato que pone en primer plano las consecuencias nefastas de la influencia colonial, con toda su herencia de injusticias y racismos, la ilusión de los primeros años de democracia socialista, los efectos de las tensiones de la Guerra Fría incluso tan lejos de las naciones antagónicas en ella sumergidas, la expansión del capitalismo y el neoliberalismo, la explotación de recursos ya en este nuestro siglo por parte tanto de los EE.UU. como de China, quien va extendiendo su área de influencia tanto política como económica, en un claro ejemplo de neo colonialismo 2.0. Un rico tapiz multigeneracional y multiracial que dará lugar, si se le permite, a un posible futuro tecnológico revolucionario de implantación plenamente zambiana.

La autora ofrece un retrato nada complaciente del país y del atual estado de las cosas, de la impenitente corrupción y las pésimas condiciones en que viven muchos de sus ciudadanos. Pero también del ingenio y las ganas de vivir de muchos de ellos, de su lucha por mejorar y salir de la miseria, de la prostitución o del tener que hurgar en los vertederos de la basura tecnológica de países más desarrollados. Unos personajes de alguna manera trágicos, incapaces de dejar atrás el olor del fracaso incluso en el momento de su supuesto triunfo, pero siempre en el camino de intentar mejorar las cosas. Vitalistas, orgullosos de sus raíces y de lo que han construido como país a pesar de todas las injerencias extranjeras, resistentes, persistentes...

Inmersa en la descripción, casi por alusiones, de la construcción geopolítica, social y económica de la actual Zambia, La deriva es una novela histórica sin discusión, con la colonización de lo que los británicos llamarían Rhodesia y la creación de una sociedad multirracial compuesta por diversas etnias, indígenas, blancos europeos y expatriados de otras muchas procedencias, del tenso mestizaje resultante, de la descolonización, de las tensiones generadas por la independencia y las diversas interpretaciones políticas de cómo debía llevarse a cabo, y de un futuro en que la revolución sigue siendo necesaria. El elemento de ciencia ficción es bastante tenue, casi se podría decir que inexistente más allá de la revelación que se esconde tras la voz narradora y de unos inventos y avances técnicos y médicos que bien podrían estar a punto de convertirse en realidad con los conocimientos científicos actuales. Pero la novela no se resiente de ello, sino que hace del realismo mágico y la pequeña especulación tecnológica un canto hacia el futuro. Porque esta es una novela social, sobre el nacimiento, consolidación y provenir de un país que se despoja con dificultad pero mucha esperanza de las secuelas de su herencia colonial, de todas esas rémoras que amenazan ahogarle antes de alcanzar su potencial, aunque tenga que avanzar a costa de muchos errores y tropiezos. Y sus protagonistas son la perfecta ejemplificación de todo ello. Personajes imperfectos, llenos de vida, carnales, idealistas, tercamente realistas, cargados de ilusiones, de contradicciones, de anhelos y fracasos, soñadores, trágicos, celosos, ambiguos…, vivos. Quizá la moraleja de la novela sea aquello de que errar —o tropezar— es humano, pero lo importante es siempre levantarse después.

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