viernes, 20 de agosto de 2021

Reseña: Vida y milagros de Stony Mayhall

Vida y milagros de Stony Mayhall.

Daryl Gregory.

Reseña de. Santiago Gª Soláns.

Gigamesh. Col. Gigamesh Ficción # 71. Barcelona, 2021. Título original: Raising Stony Mayhall. Traducción: Cristina Macía. Ilustración de portada: Enrique Corominas. 480 páginas.

¿Es Vida y milagros de Stony Mayhall una novela de zombis? Desde el momento en que a los afectados se les llama exactamente así en varios momentos de la obra, yo diría que la respuesta no puede ser sino afirmativa. Pero ¿es una novela de zombis realmente diferente al acervo habitual? La contestación es también, indudablemente, sí. Gregory ofrece una ucronía de muertos vivientes, cuyo punto Jonbar se sitúa en la década de los ‘60 del siglo pasado, que sigue las vivencias de un personaje ciertamente singular con el que explorar el sentido de la vida y de la muerte. Es esta una novela que encierra un buen número de facetas, un relato sobre el crecimiento juvenil y el paso a la edad adulta, sobre la familia y aquellos lazos que unen más que la sangre, una historia de sociedades secretas y de persecuciones, otra carcelaria, un thriller con cierto empaque conspiranoico y un crescendo catastrofista, una crítica a la marginación y al odio a los diferentes, una denuncia del racismo, un debate político y filosófico… ¿Ciencia ficción, fantasía, horror…? Un poco de cada. Las novelas de zombis, por regla general, suelen tratar sobre los vivos sobreviviendo como pueden. El autor le da la vuelta a la premisa y ofrece una novela sobre los muertos vivientes sobreviviendo, en efecto, como pueden.

2011
, en un enclave cercado por dos vallas concéntricas que el año anterior dejaron fuera a las hordas de zombis y desde entonces sirven para dejar también fuera las atenciones del Gobierno federal, una joven descubre por una conversación casual un sitio de especial relevancia, un sitio que según ella debería estar marcado por algún tipo de monumento. Allí donde los encontró su madre.

1968, Easterly, Iowa. Wanda Mayhall y sus tres hijas regresan en coche a casa en medio de una intensa ventisca de nieve cuando ven un bulto al borde de la carretera. Se trata de una adolescente muerta que aferra un bulto envuelto en una manta. Un bebé a quien intentó mantener caliente hasta que ella misma falleció. Pero, a pesar de su primera impresión, van a descubrir que el pequeño no está muerto. Bueno, tal vez sí, pero…, no respira, su corazón no late, y aún así abre los ojos y las mira. Obviamente está vivo, o mejor sería decir no muerto. Incapaz de deshacerse del bebé de tierna mirada, Wanda decide acogerlo en su familia, pasando de burocracias y ocultando su existencia a un mundo que todavía se estremece por el estallido del brote zombi que, aunque consiguió ser controlado a tiempo, podría haberse llevado por delante a toda la humanidad. Se supone que los zombis se quedan anclados físicamente en el momento de su transformación, desgastándose de forma paulatina dependiendo del maltrato al que sometan a su cuerpo, pero —y ese sería su primer milagro—, el bebé crece. «Bautizado» como John, aunque pronto cuaja el sobrenombre de Stony debido a su piel grisácea, el pequeño va adaptando su edad aparente con la de su único compañero de juegos, el hijo de los vecinos de una granja cercana: Kwang Cho. Las décadas empiezan a pasar y la vida no va a resultar nada sencilla.

Stony es, no cabe duda, un muchacho especial, que se hace querer, y con el que es sencillo empatizar. Inquieto e inteligente, lector empedernido, con intereses científicos y mucho tiempo, dado que no duerme y no puede dejar los límites de la granja, para pensar en su condición —la investigación científica sobre la naturaleza de los zombis ocupará buena parte de sus desvelos, de joven y de adulto—. Un muchacho que no puede evitar desear ser un adolescente como los demás, hacer cosas normales como los chicos de su edad, algo que finalmente le meterá en un gran lío. Un paso que le llevará a convertirse en un hombre cabal, en evolución constante, preocupado por sus congéneres y por un futuro que se le pinta más bien catastrófico.

Como bien dice el título en español, la novela va a seguir, a través de cuatro partes y varios grandes saltos temporales, los hechos más relevantes de su vida, desde su niñez y adolescencia, con sus juegos y retos juveniles, hasta una madurez que le deparará un destino —palabra que él odia— dramático largamente fraguado. Cada etapa tiene su propio ritmo y estilo, casi su propio género, siendo lo que los une el que en ninguna de las etapas de su viaje, interior y exterior, el protagonista vaya a encontrar descanso. Su mundo se verá invariablemente dinamitado sin darle tiempo a asentarse en sitio alguno, golpeando allí donde más duele. Conforme avanza la trama la gran pregunta es por qué él es diferente del resto de muertos vivientes, por qué crece cuando ninguno de los otros zombis lo hacen.

Contra lo que parece prometer ese primer capítulo introductorio, no hay, al menos de principio, un relato postapocalíptico aquí. El mundo no se ha acabado, ni los posibles supervivientes se arrastran entre las ruinas buscando reductos seguros, proveyéndose de comida enlatada y tratando de rehacer la civilización. Sí, ha habido un estallido zombi, pero ha sido controlado y la humanidad ha recuperado el ritmo de su vida. Sí, el temor sigue ahí, larvado, pero al desconocer la presencia entre ellos de individuos contagiados es como si un difuso velo hubiera caído sobre el tema. Pero los zombis, los muertos vivientes, permanecen entre ellos, escondidos y tratando de sobrevivir lo mejor posible dadas sus circunstancias. Y es que los zombis de Gregory, superadas las primeras 24 a 48 horas tras el contagio, recobran la inteligencia, dejando de ser trozos muertos de carne que solo desean devorar cerebros para, pasada la fiebre, «despertar» sin ansias homicidas. Aunque, eso sí, sigan siendo portadores de la plaga más aterradora que pudiera imaginarse. Son auténticas armas andantes de destrucción masiva. No les queda otra que convertirse en parias perseguidos por las agencias gubernamentales, ocultos al resto del mundo, formando una fracturada y dispersa sociedad secreta con tantos intereses enfrentados como personas la componen. Los hay que abogan por mantenerse permanentemente bajo el radar, sin llamar la atención; los hay que apuestan por darse a conocer al mundo, cohabitar con los vivos; y los hay totalmente extremistas, que solo quieren ver el mundo arder, que desean contagiar a todos los que no son como ellos extendiendo la enfermedad el día del Gran Mordisco.

En esta realidad alternativa Gregory explora una versión desfigurada de la nuestra, exponiendo algunos de los hechos sucedidos y de los avances obtenidos que se ven matizados a la luz del estallido zombi. La contracultura y el movimiento hippie para empezar, y ahí están los Fleetwood Mac, y otros grupos que suenan mucho al lector, para poner la banda sonora, tienen su relevancia, pero algo menor en un mundo sin Guerra de Vietnam para encauzar el descontento y la rebelión. Las referencias a figuras políticas, mediáticas o famosas, y a hechos de relevancia inteligentemente distorsionados pueblan el relato, cual si de un deforme espejo de nuestra realidad se tratara.

Hay en la novela tanto de homenaje al género, desde la misma elección de la fecha de comienzo de la amenaza zombi, 1968, año en que George Romero ofreciera al mundo la película por la que habría de ser más recordado, como de reivindicación de nuevos caminos para el mismo, dando la vuelta y desmontando muchos de sus clichés más habituales. La trama avanza mediante la presencia de personajes memorables, desde la familia Mayhall y sus vecinos a otros de los MV con los que Stony va conviviendo, algunos de lo más peculiar, otros muy inquietantes. Y, vaya donde vaya, el sentimiento que predomina es el de familia. Una familia tanto de sangre como de amistad, con sus problemas, obvio, con sus desavenencias y sus tensiones, pero a la que Stony intentará contra viento y marea de mantener unida y a salvo. Una misión aparentemente imposible.

Con las dosis de acción imprescindibles para no llegar a adueñarse del relato, aventura, reflexión, y un humor de lo más especial y gratificante, la prosa engañosamente sencilla —y una acertada traducción— está repleta de diálogos inteligentes y divertidos, y de momentos de introspección. La novela ofrece una entrañable historia que va creciendo conforme lo hace el protagonista, desde la ingenuidad y ansías juveniles hasta cierto desencanto optimista como adulto, con un ritmo medido que logra combinar a la perfección los distintos elementos y giros del relato. Un auténtico estudio de la naturaleza humana, del amor de la familia, de la lealtad, el síndrome del Mesías, la construcción de la identidad, el deseo de pertenencia, la compasión, el sacrificio y el sentido de la vida. Una novela que destila humanidad por los cuatro costados. Y si al final se cierra el libro con el corazón encogido y un puño apretado en la garganta es que el viaje ha cumplido su objetivo a la perfección.

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