jueves, 30 de septiembre de 2010

Reseña: Príncipe de Persia: las arenas del tiempo

Príncipe de Persia.
Las arenas de tiempo.

Mike Newell.

Reseña de: Amandil.

Walt Disney Pictures / Jerry Bruckheimer Films 2010, 116 minutos.

¿Puede una película basada en un famoso juego de videoconsola ser algo más que un bodrio infumable? En otros casos la respuesta ha sido, desde luego, un rotundo NO (pienso en truños como Doom o la cada vez más surrealista saga de Resident Evil), pero curiosamente en esta película (que a todas luces parecía que iba a seguir ese camino) han logrado crear un producto a la medida del cine comercial y de entretenimiento más aceptable. Por supuesto hay guiños al juego pero no se convierten, gracias a Dios, en el leitmotiv sobre el que gira la trama. Eso hubiera sido un suicidio para el productor y un engaño para el espectador. Así que, sabiamente, han optado por dejar en un plano secundario las referencias (los trepidantes saltos trapecísticos del protagonista, el uso de las cimitarras y los explosivos combos del juego) y han centrado el asunto en los tres pilares básicos de cualquier producto en el que Jerry Bruckheimer se involucra: una buena banda sonora (un trabajo excelente de Harry Gregson-Williams), un guión que combina el humor, la acción y la aventura, y un grupo de actores con las suficientes tablas como para llamar la atención del público sin ser de primer orden. Y con todo eso, una vez más, tenemos ante nosotros una película entretenida y muy bien acabada.

Príncipe de Persia cuenta las andanzas de Astan (Jake Gyllenhaal), un joven pilluelo que un buen día es adoptado por el mismísimo rey de Persia (Ronald Pickup) al mostrar sus dotes escapistas y su valor a la hora de hacer lo correcto ante la injusticia. De ese modo, el ladronzuelo se convierte en un príncipe de Persia (sí, el del título) y pasa a formar parte de la familia real. Muchos años después, durante una guerra expansiva, los persas, dirigidos por el príncipe heredero Tus (Richard Coyle) deciden atacan la ciudad sagrada que protege la princesa Tamina (Gemma Arterton) persuadidos de que está forjando armas para los enemigos de Persia.

Los persas vencen evitando una carnicería gracias a la astucia (y los saltos) de Astan pero la victoria se vuelve amarga cuando el Rey persa resulta envenenado durante los festejos de la victoria al ponerse una capa que le entrega el protagonista (sin saber, claro, que estaba rociada de una sustancia mortal). Debido a ello todos creen que Astan es un asesino y se pone en marcha una persecución que encabeza su hermano, el príncipe Garsiv (Toby Kebbell) mientras este intenta hacer saber a su tío, Nizam (Ben Kingsley), que es inocente.

Mientras todo eso pasa, Aslan se ha hecho con una extraña daga de cristal que resulta ser la contenedora de las Arenas del Tiempo. Mediante un sencillo sistema (el clásico botón rojo) se liberan parte de esas arenas y el portador es capaz de retroceder un minuto en el tiempo, recordando perfectamente lo que le deparará ese minuto y pudiendo cambiar aquello que desee. Se revela entonces que Tamina tiene como misión proteger esa daga a toda costa pues es consciente de que quien la domine y sea capaz de encontrar la fuente de las Arena (un gigantesco reloj de arena) puede hacer con un poder espantoso. Ella cree que la guerra, en realidad, ha sido un montaje de algún extraño personaje para hacerse realmente con la daga. Y es entonces cuando la huida de Aslan, acompañado por Tamina, se convierte en lo que realmente es: una misión para salvar al mundo de la aniquilación.

El planteamiento, como hemos visto, entremezcla con bastante acierto una trama de intriga con otra de simple y llana acción. Para aderezarlas se les une una perspectiva humorística (engrandecida por un Alfred Molina casi irreconocible en el papel del comerciante árabe Sheik Amar) y el inevitable romance-de-menos-a-más entre Aslan y Tamina, que hará del conjunto un argumento ágil y entretenido sin caer en la comedia simplona. Para lograr esto hay que destacar el papel en la dirección de Mike Newell, quien logra crear un ritmo sostenido que no decae ni se acelera abruptamente, llevando con maestría al espectador de la mano sin permitir que se pierda en las idas y venidas por el mundo cuasimítico que se ha creado para la ocasión. Se percibe rápidamente el saber hacer del director británico quien se sabe mover en las comedias (dirigió Cuatro bodas y un funeral) y en la acción (la serie Las aventuras del joven Indiana Jones o Harry Poter y el Cáliz de Fuego).

Probablemente es la combinación de un buen guión y la habilidad de un director experimentado la que permite a la película discurrir de manera trepidante y sin atascos ni confusiones, haciendo que se olvide por completo que se está ante el remedo de un juego de videoconsola. Los actores, asimismo, se dejan llevar y se nota que disfrutan en sus papeles al tiempo que vuelcan una enorme dosis de credibilidad en los escasos giros que una película de estas características les permite hacer. El malo se ve a la legua aunque no por ello se hace menos interesante el giro que toman los acontecimientos desde que se revela su verdadera naturaleza.

Por último cabe destacar que se han cogido los manuales de Historia cercanos y se han lanzado a una gran pira en medio de la plaza pública. De ese modo se ha sacrificado la autenticidad de fondo (su encuadre en un momento histórico concreto o, al menos, localizable) para dar paso a un pupurrí que mezcla sin ningún tipo de verguenza ni limitación épocas, zonas geográficas, creencias, etc. Usando, de paso, esa mezcolanza para lanzar dardos envenenados a determinadas situaciones presentes en la actualidad cayendo en los más burdos anacronismos culturales. Pero lo cierto es que incluso eso ¡da igual! El conjunto se sostiene de maravilla gracias a que el enfoque primordial de la película es el del mero y simple entretenimiento sin complicaciones y sin grandes concesiones a la profundidad en la trama.

¿Convierte todo esto a Príncipe de Persia en una buena película? En su segmento, sí, es buena. Cumple más que de sobra las expectativas e incluso pasa con nota aquellos aspectos más fácilmente criticables en un producto de estas características. No es una película "infantiloide" aunque es apta para niños, no es simplona aunque no tiene mucha complicación, los efectos especiales están muy logrados y se ponen al servicio del argumento y no al revés. En definitiva, se deja ver y es probable que se convierta en el inicio de una nueva franquicia llamada a seguir la estela de otras como Piratas del Caribe.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Reseña: El carpintero y la lluvia

El carpintero y la lluvia.
Ciclo de Drímar 1.

Rodolfo Martínez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Sportula. Gijón, 2010. 247 páginas.

Con este volumen inicia el autor la recopilación ordenada de su producción situada en su «universo» de Drímar, dentro de su «aventura» editorial para la que ha creado Sportula. Drimar se encuentra en una Tierra ficticia, en una realidad paralela escindida de la nuestra en la década de los 80 del siglo pasado, que el autor desarrolló como telón de fondo de un buen número de obras de sus inicios como escritor. Como si una especie de “Historias del futuro” se tratara, pero de un futuro que no se corresponde con el nuestro, Martínez creó toda una completa y muy interesante cronología de hechos destacados en la que fue situando la acción de un buen puñado de relatos, rellenando los huecos pertinentes de diversos puntos importantes, claves para el desarrollo de la sociedad surgida de una hecatombe nuclear, y de su expansión y reconstrucción del mundo.

El carpintero y la lluvia recoge tres de esos relatos ―dos novelas cortas y un cuento― y unos cuantos apéndices que apoyan la narración y la complementan a la perfección (la cronología de Drimar, por ejemplo, es casi un relato en sí misma; al tiempo que su lectura hace desear que al autor hubiera profundizado más en algunos de los hechos reseñados). Son obras de un autor todavía «en construcción», que se encuentra experimentando con su estilo y con los límites que le impone el marco narrativo, profundamente valientes y arriesgados ―sobre todo el primero, Un agujero por el que se cuela la lluvia, que aúna la dificultad temática a la estilística en una apuesta un tanto extravagante y compleja.

Es así Un agujero por donde se cuela la lluvia un ejercicio literario de alto riesgo, donde el autor mezcla los narradores y sus puntos de vista, utilizando indistintamente la primera y tercera persona, fundiéndolos todos en párrafos que hasta que uno se acostumbra van de lo farragoso a lo confuso. Es difícil hacerse con la narración, introducirse a fondo en el relato; hace falta mucha concentración y tranquilidad. Se mezclan en la misma frase diferentes sujetos sin discontinuidad, narrando diferentes hechos, enredando pensamientos y acciones. El lector se encuentra con que una frase de un personaje se ve interrumpida por la de otro y tiene que ir a buscar su continuación una línea o dos más adelante. En muchas ocasiones se debe volver atrás, repasando lo leído para encajar todo en su sitio, para ver en cada momento cuál es el narrador, siempre cambiante, y dónde se encuentra el marco de referencia.

En una estación orbital situada en el punto L3 orbitando en torno a la Tierra se lleva a cabo, entre otras labores, un estudio sobre la psicología humana. Al lugar arriba un joven autista con graves deficiencias físicas que sin planteárselo desatará terribles y luctuosos hechos. En lo que aparenta ser una olla a presión sin válvula de escape y a punto de explotar, cualquier pequeño detalle puede ser el detonante de una tragedia. La narración navega procelosamente entre un marasmo de relaciones inestables, de egos frágiles, de personalidades desequilibradas, de envidias encubiertas, de odios declarados, de dolorosa indiferencia, de sentimientos heridos...

Un agujero por donde se cuela la lluvia es, sin duda, una lectura exigente, dura en muchas ocasiones, críptica en grado sumo en otras, y que defraudará muy posiblemente a quienes busquen una narración más convencional. La verdad es que cuesta entrar en el juego estilístico del autor y un final «abierto» ―por decirlo de alguna manera― y en cierta forma frustrante tras lo arduo de haber llegado hasta alllí no ayuda precisamente a su disfrute. Sin embargo, si el lector consigue hacerse con la estructura y esencia interna, con el mensaje básico, profundiza en los personajes y conecta con sus ansias y pensamientos, se libra de prejuicios, salta sin red hasta otro planeta y vuelve a L3, va a conseguir algunos de las claves para interpretar y entender hechos que le serán narrados en otros relatos de este particular futuro.

La carretera es, aparentemente, el más sencillo y lineal de los tres relatos, además del más breve. Una exploración de una carretera interminable que recorre sin fin un planeta inhóspito e inhabitable llamado Bluyeiuey que cambia de «ambiente» de forma aleatoria ―puede pasar de un instante al siguiente, sin aviso previo, de una atmósfera perfectamente respirable a otra de metano, matando a los exploradores sin la preparación adecuada que se atrevan a enfrentar su misterio― y cuyas particulares circunstancias bloquean la comunicación órbita–superficie, impidiendo el seguimiento de aquellos que bajan al planeta. Debido a ello, y a la poca rentabilidad real de la exploración, las corporaciones que todavía buscan un beneficio del planeta, envían allí a la escoria de la Humanidad, criminales convictos que buscan redimir sus culpas arriesgando sus vidas en el intento. Uno de ellos, superviviente más allá del periodo promedio, avanza por la carretera hacia su futuro a la vez que elucubra sobre las causas que le han llevado hasta allí, mientras desentraña algunas de las claves para haber sobrevivido durante tanto tiempo en un ambiente claramente hostil, y no solo por el planeta en sí, sino también por el tipo de individuos que comparten sus exploraciones.

El lector asiste aquí a un retrato de la soledad en un ambiente adverso, mostrando lo que la ausencia prolongada de compañía ―humana o de cualquier tipo― puede hacerle a la mente, a los procesos cognitivos y a la estabilidad psíquica, sobre todo cuando el sujeto narrador ya partía de un cierto desequilibrio. El reflejo de esa búsqueda de lo ignoto simplemente por descubrir sus secretos que tantas veces mueve a los seres humanos o cómo las corporaciones no dudan en sacrificar las vidas de sus equipos exploradores tan solo con la escasa esperanza de la mínima posibilidad de descubrir qué se encuentra tras las puertas que en ocasiones aparecen en los extraños desvíos de la carretera.

La tercera historia, El alfabeto del carpintero, enlaza casi directamente con el anterior relato, ya que la acción recoge la experiencia de dos supervivientes de un pelotón militar que en una acción evasiva en el espacio, cayeron y quedaron varados en la superficie de Bluyeiuey, sobreviviendo contra toda esperanza a las terribles condiciones a las que fueron sometidos tan solo para descubrir tiempo después que sus vidas no han vuelto a funcionar como deberían y que llevan unas secuelas que quizá no se puedan ver a simple vista, pero que lastran su existencia con una carga difícilmente soportable de acarrear.

Es esta una historia de amor un tanto extraña, de una búsqueda de significados cuando es muy posible que los mismos ni siquiera existan, de cómo reaccionan los seres humanos ante lo incomprensible, ante aquello que los supera y no pueden explicar, del dolor de la pérdida y de la culpabilidad inherente al haber sobrevivido cuando todas las opciones estaban en contra y tantos otros no lo consiguieron. De la irrupción de lo inexplicable, por imposible, en la vida de los supervivientes y las reacciones ante ello de los implicados.

El tema que acecha en el fondo de los tres relatos es el de la locura en sus muchas y diversas variantes, un intento de diseccionar en cierta forma lo oculto de la psique humana, de sus recovecos más íntimos y secretos donde las sombras toman forma y traicionan los verdaderos sentimientos. Magníficamente trabajados, con perfectos retratos de sus protagonistas, los relatos ya muestran los derroteros por donde habría de discurrir la carrera literaria de Rodolfo Martínez en esos sus primeros años de publicación ―incluida su tan característica «cruzada» ateista―. La unión del fondo musical, casi una banda sonora propia, de los tres relatos es una costante realmente interesante; desde los estudios de Laoché Hernández al nombre del fascinante planeta o al de cierta droga utilizada para evadir la realidad, Martínez da rienda suelta a sus propios gustos musicales en un curioso juego de empatía con el lector cercano a su generación.

Completan el volumen una serie de apéndices de interés variable, en el que destaca, como ya he señalado, la propia cronología del mundo de Drímar, y que sirven de apoyo a la narrado anteriormente y a lo que todavía queda por venir. Es esta una interesante oportunidad de recuperar unas obras que actualmente eran inencontrables y que forman parte de la particular historia de la ciencia ficción patria con un autor que ya es parte de su historia. Recomendable, pero con matices, dado que la complicación, sobre todo estilística, del primer relato puede echar para atrás a ciertos lectores más acomodaticios o que no estén buscando quebraderos de cabeza sino una lectura más ligera. No decepciona, pero no cabe duda de que el lector debe poner mucho de su parte para culminar la tarea.

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Reseña de otras obras de Rodolfo Martínez:


Sherlock Holmes y la Boca del Infierno.

Sherlock Holmes y el heredero de nadie.

El adepto de la reina.


viernes, 24 de septiembre de 2010

Reseña: Hellblazer, de Andy Diggle

Hellblazer, de Andy Diggle.

Guión: Andy Diggle.

Dibujo: Leonardo Manco.

Reseña de: Matt Davies.

Planeta DeAgostini. Barcelona, 2009. Recopilación en tres tomos de la serie original John Constantine: Hellblazer, números 230 a 244 y 247 a 249 (USA) .

Que John Constantine es uno de los personajes del cómic –fuera del mainstream y del género superheroico– mas populares y mejor tratados es algo que casi cualquier lector sabe. Con guionistas como Jamie Delano, Mike Carey o el mismo Alan Moore y dibujantes como Mark Buckingham o Steve Dillon, parece que las desventuras del mago inglés exijan siempre un alto nivel creativo. Los últimos tres tomos, publicados en España por Planeta DeAgostini, recopilan el arco argumental desarrollado por Andy Diggle y Leonardo Manco, y no son, afortunadamente una excepción a esta regla no escrita.

Diggle, guionista norteamericano con unos cuantos cómics de éxito en su currículum, como Los Perdedores o la actual etapa de Daredevil, retoma a Constantine donde lo dejó la escritora escocesa Denise Mina. Después de la confusa etapa de Mina, con un protagonista que en ocasiones parecía difícilmente reconocible como el John Constantine al que estábamos habituados, Diggle tiene que lidiar con un Constantine más desesperado y cercano al abismo de la locura que nunca.

El problema con el que se encuentra Diggle es la constante necesidad de evolución de su personaje principal. Rompiendo sistemáticamente con la regla de oro del género superheroico de que “todo cambia para permanecer igual” (no hay que olvidar que los orígenes del personaje lo situaban dentro del universo DC, como partenaire de la Criatura del Pantano), el mago inglés madura, cumple años y gana arrugas. Esto bien puede suponer un problema al escribirlo, como bien lo atestiguan las etapas de Azzarello o de Mina. Constantine es un personaje tan bien definido, tan carismático y reconocible en sus actitudes y gestos que trastear con su personalidad y motivaciones, o tratar de experimentar con él en otros ambientes conducen invariablemente a que los lectores fieles se sientan estafados.

La habilidad de Diggle es tener siempre presente esta máxima. Constantine es Constantine, y eso implica fuerzas sobrenaturales y demoníacas, sangre y asesinatos, Londres y sus suburbios sucios y abandonados. El guionista sabe que, aunque este no es un personaje con el que pueda hacer borrón y cuenta nueva e ignorar lo anteriormente escrito, sí puede reconducir tramas, ajustar argumentos y personajes para que la vuelta a casa de Constantine no parezca demasiado forzada.

Los lectores nos encontramos con unas aventuras de Constantine con regusto clásico, que -al menos a mi- me han recordado a las primeras etapas de Jamie Delano. Diggle se esfuerza en regresar a los orígenes del mago de Liverpool, a los pubs y antros más perversos de Londres, donde anteriores aventuras del personaje se convirtieron en clásicos, y en recuperar a secundarios un tanto olvidados, devolviéndoles la importancia que tenían en anteriores etapas. Especialmente a Chas, que vuelve para ser el ancla de Constantine con la realidad.

En estos tres tomos, que recopilan del 230 al 249 de la serie –dejando de lado el paréntesis de los números 245 y 246, guionizados por Jason Aaron– Constantine está decidido a dejar atrás sus últimos años de locura y alcoholismo. Resuelto a enfrentarse a los demonios –literales– que acechan en el manicomio en el que fue internado, su camino se cruza con los de un corrupto lord inglés, un sanguinario mago africano y un enemigo de su pasado que se encuentra mas unido a él de lo que puede imaginar.

Diggle consigue que John Constantine vuelva a ser el mago de la clase obrera, el personaje cínico, egoísta y autosuficiente al que los lectores estábamos acostumbrados, y se aleja de derroteros existencialistas. Si bien es cierto que abusa un poco al tratar de atar todos los cabos sueltos que otros autores habían abandonado alegremente, su intento de unificar la historia de Constantine y darle coherencia a su compleja vida es loable, y los resultados son totalmente disfrutables por cualquier lector habitual de Hellblazer, y sirven como buen enganche para los nuevos.



miércoles, 22 de septiembre de 2010

Reseña: Envuelta en la noche

Envuelta en la noche.
Cassandra Palmer 3.

Karen Chance.

Reseña de: Jamie M.

Pandora. Madrid, 2009. Título original: Embrace the Night. Traducción: Eva Iluminada Fernández Luzón. 346 páginas.

Una de cal y otra de arena. Tras la anterior entrega esperaba de esta algo más que el correcalles persiguiendo un McGuffin, con viajes temporales incluidos, en la que finalmente se convierte. Un correcalles lleno de intensidad, de escenas de acción y de alusiones y situaciones subidas de tono (al estilo de la condición que debía cumplirse para que Cassie se convirtiese en Pitia), pero ahora con otro objetivo sentimental (o con el mismo, según se mire). Envuelta en la noche es la culminación o el cierre de las líneas que la autora había venido desarrollando y planteando en las dos anteriores, sobre todo en La llamada de las sombras, cerrando muchas de las tramas que habían quedado abiertas y dando respuesta a algunas de las preguntas que quedaban pendientes.

Cassie Palmer finalmente se ha convertido en la pitia, pero, por supuesto, no es que por ello las cosas se le hayan vuelto sencillas. Su principal preocupación, dentro de las muchas que implican la asunción y aprendizaje de sus nuevos poderes y su situación en medio de fuerzas opuestas del mundo paranormal, será anular el hechizo que la une a Mircea, el geis, y que parece abocar a ambos a desastrosas consecuencias si no se deshacen de él. Para la tarea deberá encontrar el Códice Merlini, un libro de hechizos escrito por el propio Merlín y codiciado por muchas fuerzas del mundo sobrenatural. Siguiendo diversas pistas, Cassie saltará a diversos emplazamientos del planeta en diferentes épocas en una carrera contra un tanto caótica.

Para captar todos los matices de la narración es imprescindible el haber leído los dos libros anteriores, dado que la autora profundiza en su sociedad, pero dando muchas cosas por ya sabidas e incluso, como ya he comentado y dadas las posibilidades que le dan los viajes en el tiempo de la protagonista, llega a ofrecer una nueva visión de ciertas escenas de las otras entregas desde una nueva óptica. Cassie todavía está aprendiendo, muchas veces sobre la marcha en medio de peligrosas situaciones, los poderes que su nueva situación conlleva; está creciendo como persona y como ser mágico, desarrollando sus nuevos talentos, aunque tal vez no con la suficiente rapidez como para poder salir con bien de todos los entuertos en los que se ve envuelta, lo que sin duda dará mayor emoción a ciertas circunstancias de las que parece difícil que pueda salir.

En su misión cuenta con el único apoyo de su antiguo enemigo, el mago de la guerra John Pritkin, el enigmático personaje que tiene un mayor interés y crecimiento en esta novela. Es esta una alianza de la que Cassie tiene serias dudas, dados los muchos secretos y objetivos propios que parece guardar el mago, además de sus anteriores intentos de matarla, por supuesto. Se establece una tensa relación entre los dos con un alto componente de sospechas, tensiones sexuales y dudas que les llevan a chocar en ciertas ocasiones. De hecho, ella en realidad en ningún momento está segura de en quién puede confiar, pues todos los que la rodean parecen interesados en conseguir algo de ella, o de la Pitia al fin y al cabo, sin dar pasos decisivos realmente para ayudarla a dominar sus nuevas habilidades. Cuando retazos del pasado del mago empiecen a aflorar, la cuestión de sus lealtades será puesta sobre la mesa y el enfrentamiento está servido. Los viajes en el tiempo de la protagonista le permite a la autora soslayar ciertas paradojas, planteando que algunos de los personajes se hayan conocido en el pasado, pero no hasta ese momento del presente, con lo que algunos se guardan más cartas y conocimientos que otros, listos para jugarlas en el momento más oportuno para sus propios intereses. Y todo ello en medio de la persecución a la que los someten tanto el Senado vampírico como el círculo de magos, inmersos en su particular guerra.

Mientras tanto, Cassie lucha desesperadamente por su independencia, aunque no puede negar el enorme atractivo que Mircea ejerce sobre ella. Su deseo será saber si esa atracción es algo natural o algo provocado por el hechizo. La acción se encuentra salpicada de un humor sarcástico, incluso corrosivo en ocasiones, que a veces parece un tanto fuera de lugar, porque aunque ayuda a rebajar la tensión también desluce ciertas escenas donde la seriedad hubiera dado la ambientación precisa.

Conforme se acercan a su objetivo parece claro que existen buenas razones para que el Códice fuera escondido y haya permanecido tanto tiempo desaparecido: los poderes que guarda en su interior depositados en las manos sobrenaturales equivocadas podrían acarrear consecuencias nefastas para humanos y paranormales. A pesar del mortal desastre que podría causar su reaparición, Cassie se empeña en encontrarlo para librarse del fatal destino que les une a Mircea y a ella. La presión sobre sus elecciones es enorme, pero ella no dudará en seguir sus instintos, aunque algunas veces demuestren estar terriblemente equivocados.

A pesar de que el libro ofrece una continuidad directa de los anteriores, incluido la citada revisión de alguna escena ya vista, lo cierto es que se hace algo más pesado, menos original, más repetitivo. Y aunque la acción no da respiro no parece suficiente como para hacer avanzar la serie sin altibajos. Los continuos quiebros y giros en la trama producen algunos momentos de confusión, a lo que los saltos en el tiempo no ayudan a clarificar.

Después de la anterior novela, Envuelta en la noche supone un pequeño bajón (y la traducción o corrección no es que ayude precisamente a su disfrute), sin grandes sorpresas y que tampoco amplia demasiados detalles del mundo de la protagonista, pero sigue manteniendo un buen número de características que la hacen atractiva y entretenida (y la de volver a “visitar” a la protagonista no es nada desdeñable). Resuelto el tema principal, con un final bastante cerrado, espero que próximas entregas levanten el vuelo con nuevas tramas en un mundo sin duda con muchas posibilidades. Se produce aquí un punto y aparte, un alto donde tomar un respiro, como si de una trilogía cerrada se hubiera tratado, y a partir de aquí se abre una nueva historia para la protagonista, con muchos parámetros de su vida cambiados. En un mundo lleno de crueles vampiros, magos sin piedad, hadas no preciamente encantadoras, fantasmas, gárgolas, demonios seductores, hechizos de poder inimaginable, enemigos implacables, enfrentamientos entre el Bien y el Mal (aunque tampoco se podría jurar quién se encuentra a cada lado de la línea)... sin duda, Cassie encontrará nuevos motivos para sumergirse en la aventura, aunque solo sea para poder dominar sus recientes habilidades como Pitia antes de que sus rivales consigan hacerse con su vida. Y nosotros que lo veamos.

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Reseña de otras obras de la autora:


El aliento de las tinieblas. Cassandra Palmer 1.

La llamada de las sombras. Cassandra palmer 2.

La hija de la medianoche. Dorina Basarab 1.


viernes, 17 de septiembre de 2010

Reseña: El bueno, el feo y la bruja

El bueno, el feo y la bruja.
Rachel Morgan 2.

Kim Harrison.
Reseña de: Jamie M.
Pandora. Madrid, 2009. Título original: The Good, the Bad and the Undead. Traducción: Elena Castillo Maqueda. 379 páginas.
El mundo de Rachel Morgan es un mundo donde la investigación genética sobre algo tan inicuo como los tomates causó una mutación que provocó la muerte de millones de seres humanos y detuvo en seco cualquier estudio sobre terapias y aplicaciones médicas de los genes. Un mundo donde esta trágica circunstancia sacó a la luz la existencia de una sociedad de seres paranormales, los inframundanos, que convivían hasta entonces en secreto con la Humanidad: vampiros, cambiaformas, brujas, pixies, demonios... Un mundo que vive en un difícil equilibrio y donde el tener poderes especiales no garantiza en absoluto la tranquilidad; antes bien al contrario, si no eliges correctamente tu bando y deseas vivir tu vida con cierta independencia, parece que vas a enfrentarte a una tarea imposible.
Ha pasado apenas un mes desde que Rachel se librara de la recompensa ofrecida por su vida, como se narraba en Bruja mala nunca muere, y puede ahora centrarse en temas más mundanos como conseguir el pago del alquiler o reponer su vestuario y pertenencias perdidas con sus magros ingresos. Además, Rachel es una especialista en meterse en líos, aunque sea en contra de su voluntad. De esta manera el comienzo del libro, con la protagonista intentando rescatar el pez-mascota de un equipo de béisbol, raptado por un equipo rival, topando con que sus vigilantes son unos hombres-lobo con los que se verá obligada a enfrentarse y propiciando que tenga que pasarse el resto de la novela manteniendo en todo momento un ojo por encima de su hombro no sea que vuelvan a aparecer en el instante más inoportuno, es indicativo del frenesí de acción al que va a someterla Harrison, sin un momento de tregua al tiempo que imprime al relato unas pinceladas de humor realmente refrescantes.
Sí, las cosas no están resultando fáciles precisamente para la joven metida a caza recompensas, así que cuando recibe una oferta de colaboración como consultara con la AFI en un caso aparentemente sencillo no lo duda demasiado y se pone manos a la obra. El novio de la secretaria personal de Trent Kalamack (y quien haya leído el anterior libro ya sabrá que las relaciones entre Rachel y Trent no son precisamente amistosas), Sara Jane, un brujo por más señas, ha desaparecido y para evitar la espera de 72 horas que deben pasar para que la policía empiece a investigar le encargan a Rachel que indague un poco, para lo que deberá volver a la Universidad, un lugar del que no guarda precisamente un grato recuerdo. Sin embargo, aunque la orden recibida es la de investigar a cierta profesora, todos sus instintos y las pistas que va encontrando le gritan que Trent Kalamack es quien se encuentra realmente detrás de todo. Pero, bueno, su deseo de venganza tampoco es que tenga nada que ver en sus deseos de cargarle todas las culpas, ¿verdad? De hecho, la cosa no es tan simple y pronto descubrirá que parece que hay un asesino en serie que ya ha eliminado a unas cuantas brujas de líneas luminosas.
Mientras tanto, en la iglesia reconvertida en su vivienda y oficina, la tensa relación entre Rachel e Ivy va subiendo de temperatura, con la vampiresa intentando dominar ferreamente sus instintos, aunque actuando cada vez de forma más errática, como si le costase horrores controlar su ansia interior y Rachel poniendo todos sus esfuerzos en no provocarla todavía más. Pero, ¿existe un motivo oculto en el ofrecimiento de Ivy de compartir vivienda y trabajo? ¿O es una simple necesidad de compañía ahora que ambas han abandonado el respaldo de la agencia y deben vivir libradas a sus propias fuerzas, sin más respaldo que ellas mismas?
Rachel sigue siendo la mujer joven y demasiado impetuosa que se nos presentase en la anterior novela, actuando en ocasiones sin pensar realmente en las consecuencias de sus actos, moviéndose por instintos y motivaciones personales, sin pararse a reflexionar sobre lo que pueden llegar a ocasionar para aquellos que conviven con ella, lamentando a posteriori todo lo que acarrea para Ivy o para su novio humano, Nick, quien tampoco duda en buscarse más problemas empeñado en “tontear” con la magia negra y su conexión demoníaca.
La vida de la protagonista es un torbellino. Entre problemas personales y un deseo de venganza que muy bien puede obcecar su correcto raciocinio el caso se va a ir complicando cada vez más, lleno de capas de misterio y de descubrimientos sorprendentes, tanto sobre la verdadera naturaleza de Kalamack como sobre la resistencia de Ivy a sus secretos deseos vampíricos, como de los impulsos irreflexivos de la propia Rachel, mientras un demonio algo juguetón se inmiscuye intentando hacerse con los servicios y almas de Nick y Rachel, con algo de ayuda no tan inocente de éste, mientras un voluntarioso y algo estirado detective humano, Glenn, ejerce de “vigilante-acompañante” de la protagonista en sus investigaciones, dando lugar a ciertas tiranteces y situaciones entre divertidas y comprometidas..
Como buen segundo libro de una serie, Harrison se dedica a asentar y explorar los límites de su mundo, a dotarlo de profundidad y detallismo, a darle más “realidad”. Así, por ejemplo, conoceremos más de las costumbres de los pixies a través del siempre irascible Jenks (que cada vez que aparece sigue "robando" toda la escena, dando un contrapunto algo humorístico a la seriedad de Rachel). Harrison ha conseguido conjugar una hábil mezcla de razas sobrenaturales haciéndolas “convivir” abiertamente con humanos normales, mostrando un mundo de oscuridad y temor realmente bien plasmado y convincente, donde la amenaza oculta y latente es mucho más de lo que los inframundanos muestran al resto del mundo. Los Hollows, el lugar donde estos seres se reúnen, es como una especie de parque de atracciones terrorífico donde los humanos van a recibir su dosis de miedo y de escalofríos sin ponerse en un auténtico peligro. Pero más allá, adentrándose un poco en las cercanas sombras, hay toda una sociedad con oscuros impulsos y deseos que difícilmente pueden conseguir realizar sin trasgredir los tabúes de la sociedad humana. Un mundo aterrador que solo busca su propia satisfacción, el cumplimiento de sus ansias.
Las líneas y personajes van confluyendo, mientras se resuelven gran número de cuestiones. ¿Podrá Rachel llevar al capitán Edden hasta las pruebas que este necesita para resolver el caso? ¿Podrán Rachel y Nick librarse del acoso del demonio? ¿Es algo que Nick siquiera desee? ¿Podrá Rachel resistirse a la tentación del vampirismo que le ofrece su compañera de vivienda? ¿Y podrá vencer Ivy su ansia de sangre y seguir siendo una vampira “abstemia”? ¿Resistirá el obvio deseo que siente por su compañera de vivienda? ¿Descubrirán qué o quién es Trent Kalamack de verdad y qué relación guarda con Rachel, su familia y su pasado? ¿Sabrán así cuáles son sus motivaciones y objetivos, o qué es lo que está tan empeñado en ocultar? ¿Podrá Rachel lidiar con la creciente lista de enemigos mortales que va adquiriendo en el curso de sus investigaciones? ¿Se dejará llevar por el odio y si deseo de venganza o hará caso a la voz de la razón?...
Para rebajar algo de tensión entre tanto asesinato y enfrentamientos (y aunque muchos solo sean intercambios de pullas dialécticas también son agotadores tanto psíquica como físicamente para los implicados) en un mundo donde los tomates desataron una terrible plaga entre sus habitantes humanos es divertido asistir a la visita, llena también de tensión, a Pizza Piscary's, donde el desaparecido Dan, el novio de Sara Jane, trabajaba como repartidor y propiedad de un maestro vampiro de apariencia bonachona pero cuya ayuda puede salir muy cara. La presencia de Glenn, el detective humano, causa una incomodidad que nadie parece inclinado a remediar ante uno de los componentes ineludibles e imprescindibles de la pizza. Los “chistes” con los tomates se repiten a lo largo del texto, retratando quizá los extremos de ridiculez a los que somos capaces de llegar muchas veces con nuestras particulares fobias. Toda la línea paralela del pez-mascota hace aflorar las sonrisas en varias ocasiones.
La violencia, sin embargo, aflora cada vez más hasta el irónico final, despejando muchas de las dudas y misterios que se habían ido planteando a lo largo de la acción, pero creando otros que deberán ser resueltos en próximas entregas de la serie (y la relación Rachel-Trent no será la menor de ellas, precisamente). Ágil, rápida, amena, sangrienta, violenta, con un toque picante y unas dosis de auténtico gore, divertida, con una escritura sin florituras diseñada para hacer avanzar con fluidez el relato, con los suficientes giros inesperados como para mantener el interés del lector, El bueno, el feo y la bruja se lee en un suspiro y deja con ganas de más, y por suerte la serie continúa.
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Reseña de otras obras de la autora:

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Reseña: La mujer del viajero en el tiempo

La mujer del viajero en el tiempo.

Audrey Niffenegger.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

DeBOLS!LLO. Col. Best Seller. Barcelona, 2010 (6ª edición). Título original: The Time Traveller's Wife. Traducción: Silvia Alemany. 605 páginas.

Hace mucho tiempo que tenía en mente leerme esta novela, pero lo cierto es que nunca encontraba el momento hasta que el estreno de la película basada en el mismo ―película que, confieso, tampoco he visto― me decidió, por fin, a emprender la tarea. Este es uno de esos libros «de lectura obligatoria» de los que el boca a boca hace maravillas y consigue convertir en todo un éxito con todo lo que ello conlleva.

Henry DeTamble es un bibliotecario de Chicago que sufre un desorden genético de «crono desplazamiento», es un viajero en el tiempo, pero no de forma voluntaria, sino que sufre una mutación que le lanza al azar y de forma espontánea ―e inesperada―, sobre todo en momentos de tensión emocional, a otro momento de su vida, casi siempre a su pasado, pero en ocasiones también al futuro ―rebasando en ocasiones los límites de su propia vida, nacimiento y muerte, pero nunca demasiado―, dejando atrás sus ropas y todo lo que llevase encima, lo que implica un importante problema en el lugar al que llega, desnudo y sin referencias espacio-temporales, teniendo que recurrir muchas veces al robo para poder vestirse o alimentarse ―el dinero tampoco viaje con él, obviamente―. Pasado un periodo indeterminado vuelve al presente del que había partido, portando consigo nuevamente tan solo las lesiones que se haya producido en su periplo. Y uno de lo lugares que visita recurrentemente es un prado tras la casa donde vive cion su familia Clare Abshire, a quien conocerá cuando ella tiene seis años y él treinta y seis; una muchacha que no dudará en ayudarle primero, ocultando ropa y comida para él o dándole refugio en el sótano de la mansión cuando lo precise, enamorándose después, viaje a viaje ―unos viajes de los que tiene constancia porque un yo futuro de Henry le dictará una lista de sus posteriores visitas―, mientras espera encontrarse con él en el «tiempo real», donde él la conocerá por primera vez cuando ha cumplido los 28 y ella los 20.

¿Complicado? En absoluto. No estamos aquí ante una novela de ciencia ficción que se dedique a la especulación sobre el continuo espacio-temporal ―aunque paradojas hay unas cuantas― o sobre la genética implicada en el viaje, más allá del «estudio» de la «enfermedad» como mera excusa impulsora de la trama. No. Esta es una historia de amor ―o varias, según se mire― con unas buenas dosis de suspense y un toque de fantasía, y todo lo demás es un cuidado e inteligente escenario que añade dramatismo a una narración que hubiese sido terriblemente tópica de otra manera. Una historia de amor diferente, sin duda, pero como otras tantas plena de dolor, romanticismo, felicidad, risas, patetismo, tragedia, emoción, sexo y lágrimas.

La mujer del viajero en el tiempo alterna el punto de vista de los dos protagonistas, ambos en primera persona, con una labor de encaje de bolillos llena de artesanía para ir acoplando en su lugar cada escena en el momento justo para hacer que la historia, a pesar de los saltos adelante y atrás en el tiempo, avance constantemente hacia su desenlace «natural». La autora utiliza una estructura de capítulos bastante breves motivada por el recursivo uso del salto en el tiempo, ya que cuando la narración amenaza con alargarse Henry desaparece y se pasa a la siguiente escena; para situar al lector sin perderlo en el intento, cada uno de ellos indica primero la fecha y la edad que los dos protagonistas tienen en ese determinado momento. Una brevedad que por un lado dotan a la lectura de una agilidad encomiable, pero por otro debilitan su continuidad ―si tal cosa es posible en un libro en que por su propia trama la continuidad no existe― al producirse demasiadas pausas. La historia va saltando de Henry a Clare y viceversa, haciendo que el lector asista a los acontecimientos de una forma desordenada, pero no caótica, volviendo sobre ciertos hechos mucho más adelante de la novela para verlos desde la óptica de uno u otro ―según la cronología del tiempo real o del viaje hacia el pasado o el futuro―, variando la perspectiva o interpretación que se tenía de los mismos. Lo cierto es que la autora hace una muy satisfactoria labor a la hora de ir rellenando los huecos que van produciéndose en la narración, según sea Henry o Clare quien ofrezca su visión de la escena.

Sin embargo, una vez superada la novedad de la estructura narrativa, lo cierto es que la novela se centra de una forma demasiado monótona en lo cotidiano de la vida en común de ambos, sus citas, sus desayunos, comidas y cenas, sus relaciones sexuales, sus salidas con las amistades, su asistencia a conciertos, sus visitas a la familia, sus consultas médicas..., desdeñando situaciones que podrían haber sido de mucho más interés dada la peculiaridad del viaje en el tiempo: muchas de las «aventuras» de Henry llegando desnudo a su desconocido lugar de destino y metiéndose en líos por ello, se muestran esbozadas, pero sin llegar nunca a profundizar en alguna de ellas realmente. Toda la posible diversión ―y hay que reconocer que la situación es, cuando menos, embarazosa―, la emoción, la aventura... quedan eclipsados por la vida en pareja y su difícil relación. Está claro que lo que la autora quería ofrecer era una desgarradora historia de amor y es lo que el lector va a obtener, ni más ni menos. Desdeñando así las posibilidades más aventureras del tema, la autora se centra en estudiar las relaciones que se establecen entre los protagonistas, primero entre ellos dos como pareja, pero también de ambos con sus familias, sus padres, sus amigos, sus antiguos amantes ―los de Henry en todo caso―, sus trabajos y la lucha para sacar adelante su relación como cualquier pareja enamorada ―aunque con alguna dificultad añadida, sin duda―.

Hay además un terrible sentimiento de inevitabilidad en todo el relato; Henry no «conoce» a Clare cuando por primera vez ella se lanza a sus brazos en la Biblioteca Newberry, pero de todos modos parece que por decreto tengan que enamorarse. Por mucho que ella tenga referencias del Henry futuro, él muy bien podría haber elegido no creerla o enamorarse de otra ―de hecho, en ese momento mantiene otra relación―, pero en ningún momento parece que esa opción sea siquiera contemplada. En otra línea, Henry viaja numerosas veces a un mismo tiempo y lugar, lo que le permite por ejemplo, observar desde muchos ángulos distintos el accidente en que muriera su madre marcando trágicamente la vida de su padre, destrozado por la ausencia de su esposa. Impotente de cambiar nada, temeroso incluso de hacerlo por si no vuelve a su propio tiempo y lugar sino algún mundo sutilmente diferente, le es imposible resistirse a recrearse en el dolor de la pérdida, al tiempo que otros viajes le compensan con visiones de la vida anterior de sus padres, cuando todavía eran ambos felices. Cobra así especial importancia a lo lkargo de la novela la cuestión del libre albedrío y el determinismo. ¿Está el destino escrito en piedra o se puede escapar del mismo de alguna manera?

El libro, para mí, empieza a hacer agua en el tratamiento de los personajes. Los mejores amigos de la pareja, Gómez y Charisse, están muy desdibujados, con actuaciones en ocasiones contradictorias, e incluso absurdas. El personaje de Henry termina por hacerse absolutamente odioso: egoísta, borracho, pendenciero, violento, utilizando a las personas... Y el de Clare, con toda su ternura, no refleja sino el carácter de una niña malcriada y un tanto caprichosa. Sin duda, ambos se enfrentan a situaciones extremas y duras, pero ello no les justifica para actuar de la forma que lo hacen en muchos momentos de la narración.

Otros detalles que lastran la lectura son, por ejemplo, que el periodo en que la pareja intenta por todos los medios tener un hijo, supuestamente de gran dolor y tragedia, se hace excesivamente repetitivo y finalmente tedioso, rebajando la evidente angustia y tristeza que cualquiera puede imaginar en esas circunstancias hasta convertirla en algo cotidiano, sin fuerza, muy lejos del dramatismo que debería trasmitir. O que el tratamiento del amor como sentimiento sea demasiado extremo y nadie en el libro parezca ser capaz de recuperarse de una relación fallida o truncada; siendo el caso paradigmático el de la ex-novia de Henry, Ingrid, ejemplo perfecto del patetismo en que la autora sumerge muchas veces a sus personajes. Está claro que toda la trama está enfocada hacia lo lacrimógeno, hacia ese final entre dulce y amargo que busca romper los corazones, empezando por todas las penalidades y adversidades que supera la pareja protagonista para lograr que su historia de amor se sostenga.

Desde luego, La mujer del viajero en el tiempo me ha parecido una obra de extraordinaria labor artesanal para una historia de amor que me ha dejado más bien frío. Quizá es que me esperaba, después de tantas recomendaciones, otra cosa, pero lo cierto es que me ha defraudado en buena parte, no por su sorprendente estructura o su tema, sino por el tratamiento de sus personajes y por la simpleza final de su historia. Quizá es que no era el libro para mí; después de todo los elogios han sido casi generalizados y ya lleva un buen montón de ediciones en diferentes formatos, ha sido traducido a cantidad de idiomas diferentes y ha sido trasladado a la gran pantalla; su éxito no puede negarse, pero lo mismo podría decirse de El código DaVinci y no me pillarán con él en las manos. Sin duda, La mujer del viajero en el tiempo es una novela original e inteligente, pero no ha conseguido atraparme, es más, me ha aburrido por momentos.


domingo, 5 de septiembre de 2010

Reseña: El rey de Katoren

El rey de Katoren.

Jan Terlouw.

Reseña de: Amandil

SM. Col. El barco de vapor, serie roja. Madrid, 1983. Título original: Koning Van Katoren. Traducción: Guillermo Solana Alonso. 205 páginas.

Cuando el viejo rey de Katoren muere sin descendencia el reino se ve sumido en un caos político del que logra salir cuando el poder queda dominado por un grupo de seis Ministros, cuya función será, además de preservar el orden, encontrar el modo de elegir a un nuevo monarca. Pero el tiempo pasa y, al no ser capaces de discernir la manera idónea de llevar a cabo esa labor, los Ministros terminan por posponer permanentemente el tema de la sucesión. Pasados diecisiete años desde la muerte del Rey, un humilde servidor de palacio, Gervasio, recibe como regalo por sus cincuenta años trabajando (antes para el monarca y después para los nuevos gobernantes) la posibilidad de pedir un favor a los poderoso magistrados.

Y pide que los Ministros reciban a su sobrino, Stach, quien nació el mismo día que murió el viejo Rey y que quedó huérfano por una serie de infaustas desdichas ¿Qué problema puede haber en ello? Uno muy simple: el joven muchacho les pregunta qué tiene que hacer para ser el nuevo Monarca. Los gobernantes, pillados por sorpresa y sabedores de que la prensa del país está al tanto de la entrevista, deciden imponerle siete pruebas. Si supera las siete de manera satisfactoria será el Rey de Katoren.

Bajo esa premisa, tan sencilla como reiterada (la ejecución de trabajos heroicos se remonta al mitológico Hércules), Jan Terlouw escribió en 1971 una de las obras clásicas de la literatura juvenil europea cuyo mensaje y múltiples lecturas quedan anclados en los problemas y realidades que son parte intrínseca de la sociedad occidental. El rey de Katoren, más allá de su mero valor como relato de aventuras tópico (joven héroe a la búsqueda de su maravilloso destino), es una obra alegórica y moral que pretende mostrar al lector realidades sangrantes y dolorosas que nos rodean a diario y de las que, en ocasiones, no somos plenamente conscientes. Por lo tanto, la obra trasciende desde sus primeras líneas lo meramente narrativo, el nivel del "cuento", para adentrarse de un modo brusco y, por momentos, excesivamente explícito, en aquellos aspectos que el autor piensa que deben ser denunciados y corregidos en nuestra sociedad.

El abuso del poder, la corrupción institucional, la hipocresía moral, el fanatismo religioso, el individualismo atroz, el belicismo, la sumisión, el autoengaño, la capacidad acomodaticia ante situaciones injustas y sangrantes, son temas que quedan expuestos ante el lector por medio de los personajes (los Ministros, los Taras, los Pastores) o de las dificultades que entrañan cada una de las pruebas. Pero, como toda alegoría con intenciones moralizantes, el protagonista superará los obstáculos y mostrará el camino correcto para enderezar aquellos abusos que se encuentre a su paso. Son exaltados, de ese modo, valores positivos como la confianza, la democracia, la honradez, el autosacrificio y el respeto, que serán los que, aplicados en la resolución de los trabajos, permitirán a Stach avanzar hacia su destino.

Las siete pruebas con las que los Ministros tratarán de evitar el objetivo del protagonista son las siguientes:

Las aves de Decibelio trasladan al joven pretendiente hasta una ciudad acosada por unas espantosas aves marinas cuyos gritos son capaces de dejar sordo a una persona en segundos. Los habitantes han logrado acostumbrarse gracias a unas orejeras que les permiten hacer su vida pero que, a la postre, serán las causantes de que no hayan sido capaces de solucionar el problema por sí mismos.

Palenque es un localidad que debe hacer frente a un gigantesco árbol cuyos frutos son granadas explosivas que, al caer, explotan hiriendo a la gente y destruyendo los edificios más cercanos ¿Tendrá algo que ver que la única industria de la ciudad produzca armamento día y noche? De ser así, los habitantes del lugar se negarán a hacer nada en contra de su fábrica ya que es el único medio de vida que tienen a su alcance y, además, ¡Katoren necesita las armas por si hay guerra con el país vecino!

Humoacre nos lleva ante un lugar permanentemente sumido en las brumas y las tinieblas sulfurosas que provoca una hidra de siete cabezas al que nadie ha podido destruir. Los habitantes de la ciudad, ante la falta de sol y aire puro, se dedican a trabajar sin cesar encerrados en sus negocios y casas, trasladándose en veloces cabinas contaminadoras que les aíslan del fétido olor y sobrellevando el riesgo de tener un dragón en las proximidades.

Las iglesias ambulantes de Ecúmene son doce enormes templos cuya particularidad es que se mueven constantemente por la ciudad, arrasando cualquier cosa a su paso cuando escapan al control de sus conductores, "los pastores de iglesias", y abandonan sus rutas predeterminadas conocidas como "los caminos de la fe". Cada iglesia, a su vez, tiene un nombre distinto y representa un culto particular, que las convierte en rivales de todas las demás.

El salto desde Santa Eloísa, o la "prueba cuatro bis", implica que Stach debe saltar desde lo más alto de la torre de la iglesia dónde murió su padre. Es una prueba suicida, absurda e imposible de resolver... a priori.

Pituita, una ciudad triste, enfrenta a Stach con la terrible plaga de narizotas que asola la ciudad. La gente, al ser picada por los mosquitos de las ciénagas cercanas ve como sus narices crecen hasta adoptar formas espantosas. Contra ello sólo parece funcionar la sabiduría de los Taras, los "médicos", capaces de fabricar los ungüentos precisos para curar la enfermedad. Pero su trabajo es muy caro y toda la población de Pituita vive en la pobreza como consecuencia del pago por sus servicios.

El inaccesible Pantar, sitúa la acción en la hermosa y próspera ciudad montañosa de Equilibrio. Sin embargo, la aparente bonanza que vive el lugar se ve empañado por las visitas que, cada noche, un mago hace a un hogar aleatorio de la ciudad. Si los habitantes de la casa no le entregan lo que consideren más valioso, el viejo Pantar entra en la casa y lo coge por si mismo, sea un recuerdo, joyas, una mascota o cosas peores.

El Bosque de los Jueces, la última de las pruebas, enfrenta al protagonista con una amenaza que anida en una tradición, todo aquél que se siente en el viejo trono de piedra morirá si no es el Rey o si no le ponen ahí seis personas de superior origen. Pero es sólo una superstición infantil, ¿no?

El rey de Katoren, és una lectura amena y sencilla que puede convertirse fácilmente en una obra introductoria al género alegórico. Enfrenta al lector a una serie de problemas que, en realidad, es fácil percibir a nuestro alrededor, aportando la solución correcta que Stach encontrará aplicando el sentido común y la ética correcta. Estamos, por lo tanto, ante un obra que entretendrá a los más jóvenes y les dará que pensar, descubriéndoles que la parte amarga de la vida, pese a todo, también se puede derrotar.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Reseña: El año del Diluvio

El Año del Diluvio.

Margaret Atwood.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Bruguera. Barcelona, 2010. Título original: The Year of the Flood. Traducción: Javier Guerrero. 585 páginas.

Tras el final «abierto» de Oryx y Crake la autora parecía tenerlo fácil para escribir una posible continuación partiendo del punto donde dejara aquella novela; pero Atwood ha decidido internarse por otro camino, ofreciendo una nueva visión ―o visiones― paralela a los sucesos allí narrados. Si en la anterior se centraba en los Complejos de las grandes corporaciones, donde los privilegiados vivían protegidos tras altos muros, y en los pasos que llevarían directamente a la catástrofe, en esta ocasión ha preferido centrarse en dos mujeres supervivientes, Ren y Toby, pertenecientes a los Jardineros de Dios, una secta religioso-ecologista ya citada en el anterior libro, habitantes de las degradadas «plebillas» ―donde vive la plebe, los delincuentes, los desahuciados, los trabajadores del sexo, los que se oponen a las grandes corporaciones, los violentos, los fanáticos religiosos, los pandilleros, los desfavorecidos, los indigentes...― y reflejar desde una nueva óptica femenina los sucesos previos a la plaga que casi extinguiría a la Humanidad, dotando de paso a ese mundo futuro de una humanidad y profundidad que no había desarrollado en Oryx y Crake.

La acción comienza en el año 25 de una cuenta sin especificar, el Año del Diluvio ―como se irá viendo a lo largo del libro, cada año tiene su propio nombre―, y haciéndose eco de una de las características de la novela, no existe ninguna explicación ―hasta mucho más tarde― de las causas o de lo que ese diluvio ha sido, aunque es algo obvio para el que haya leído su obra anterior. A través de largos flash backs el lector irá asistiendo a la vida de las dos mujeres en los años anteriores a la catástrofe, mientras la autora se recrea en ese mundo de un futuro indeterminado de enormes corporaciones, miseria generalizada, dura supervivencia y fanatismo religioso que muchas veces oculta otra realidad bien distinta ―los Jardineros de Dios son una especie de secta cristiano-ecologista-hippy con una filosofía pacifista de la vida que intenta reconciliar el desarrollo científico con la sostenibilidad y la religión arguyendo que no son en absoluto incompatibles, pero que acepta en sus filas a cualquier inadaptado que se digne a fingir que sigue sus principios, independientemente de si tiene fe en sus creencias o no―. Unos cultivos en lo alto de varias azoteas, El Jardín del Edén en el Tejado, y unos precarios alojamientos en edificios «ocupados» se convierten así en una especie de refugio frente al mundo hostil que los rodea, a salvo de las bandas y bandidos de las plebillas, para aquellos que sean capaces de vivir su austera vida de privaciones a cambio de la precaria seguridad y amistad que el conjunto da a sus miembros. Cada uno de las 14 secciones en que está dividido el libro, cada una con diverso número de capítulos, se abre con una sermón de Adán Uno, el «líder» de los Jardineros y con un himno de su particular cancionero ―cuyas canciones, explica la propia Atwood, tienen su música y pueden ser escuchadas en su propio CD o visitando la página www.yearoftheflood.com―, permitiéndole así mostrar al lector de forma directa, y no exenta de cierta ironía, el espíritu de las enseñanzas de la secta.

A pesar del carácter pacifista de los Jardineros lo cierto es que esta es una historia llena de violencia física y psicológica, de esa violencia que va erosionando el alma hasta que parece que la insensibilidad es el único sentimiento que le queda a uno, salvo, quizá, la lealtad entre los desesperanzados. Desde la tercera persona de Toby, encerrada en un lujoso spa llamado AnooYoo, luchando por mantener un paupérrimo huerto frente a la voracidad de los cerdos transgénicos, y de la primera persona de Ren, encerrada en una cámara de descontaminación de un local de alterne, el Scales and Tails, donde ejercía entre otras cosas de bailarina del trapecio, lo importante es conocer las circunstancias que las han llevado allí, tan lejos del mundo de la secta en que se conocieron. Superada la catástrofe, ninguna puede permanecer en el lugar en que se encuentra, así que deberán planear con cuidado sus próximos movimientos. Pero ¿cuáles pueden ser? ¿Qué pueden hacer? ¿Ha sobrevivido alguno de sus amigos? ¿Deberían ir en su búsqueda? ¿O deberían ceder al desánimo y abandonar la lucha por mantenerse con vida un día más?

Al centrarse en esta ocasión en las plebillas, alejándose de los centros de investigación, el contenido de especulación científica es mucho menor que en Oryx y Crake ―aunque siga presente todo el tema de la manipulación genética y la creación de nuevas especies animales―, dedicándose más en esta ocasión en la especulación social y las consecuencias sobre el vulgo de todos los descubrimientos y aplicaciones tecnológicas en un mundo cada vez más violento, desesperanzado, degradado y explotado, y donde el motor de todas las relaciones humanas parece ser el sexo. Como ya sucediera en la anterior, El año del Diluvio es una oscura parábola que ataca a la sociedad de consumo y la sobre-explotación del planeta, al capitalismo, al desigual reparto de la riqueza y de los recursos, a la violencia en todas las relaciones y a la intolerancia..., defendiendo la solidaridad, la entrega desinteresada, la lealtad frente a la adversidad... Con un tono de apariencia más optimista y amable que el de su anterior novela, el golpe que propina a la mente del lector es más demoledor si cabe al imaginar lo que la catástrofe hace a personas que en absoluto han participado en sus causas, espectadores inocentes cuyas vidas se han torcido y a los que el futuro les guarda un último revés como «víctimas colaterales».

Lástima que en esta especie de alegato Atwood se pase un tanto de extremista y la supuesta sátira ―que no ciencia ficción según ella misma― caiga a veces en la parodia ―el santoral de los Jardineros es bastante risible al elevar a los altares a los grandes gurús de la ecología―. Uno se pregunta si el caso de la cadena de hamburgueserías «SecretBurguers», donde nadie sabe exactamente qué tipo de proteína animal o de qué procedencia contienen sus productos y cuyo lema es precisamente “¿A quién no le gustan los secretos?” es un intento intencionado de humor irónico o una sobrada innecesaria y exagerada. O si el fenómeno de los «painballers», un programa donde los criminales condenados a muerte pueden elegir participar en una especie de competición de «paintball» mortal televisado en directo, con dos equipos enfrentados con la pequeña esperanza de sobrevivir a los combates y redimir así su condena, no será una nada velada crítica a tanto reality show y a ciertas políticas de reinserción social. O si el spa AnooYoo, donde las mujeres de los acaudalados van a «renovar» sus cuerpos con gran lujo, no será un desaire a tanto culto a la belleza y al hedonismo imperante hoy en día. En todo caso, la sutileza brilla por su ausencia.

El año del Diluvio tiene, además, el serio hándicap de precisar que el lector se haya leído Oryx y Crake para poder alcanzar toda su dimensión y comprensión. Se puede leer independientemente, no hay duda, y será también una lectura entretenida y con muchas sorpresas que ya no puede esperar el lector de la anterior ―al fin y al cabo ya conoce todo lo que ha sucedido y los motivos por los que ha sucedido―, pero se escaparán muchas, pero que muchas de las referencias y guiños que la novela encierra. Con una narrativa perfecta en su pulcritud, que va dejando caer cada pieza del puzzle en el momento exacto, se antoja sin embargo que la historia no está a la misma altura que la de Oryx y Crake; es menos emocionante, menos intrigante, plantea menos reflexiones, aunque sin duda se trata de un ideal complemento de la misma, una doble visión del mundo que podría estar esperándonos a la vuelta de la esquina si no ponemos freno al despilfarro y al esquilmamiento de las materias primas o si no dejamos de jugar a ser dioses con nosotros mismos y todo lo que nos rodea. Desde la óptica inevitable de quien ha leído ambas obras, se antoja también que la autora abusa de alguna manera de las «casualidades» que llevan a que tantos personajes de mundos al fin y al cabo prácticamente antagónicos como el de los Complejos y las plebillas estén tan relacionados, entrando y saliendo de sus vidas ―e influyendo en ellas― de manera demasiado recurrente, aunque es cierto que pausible por lo bien que los ha hecho encajar. Así, el lector puede descubrir, entre otros, a un tal Glenn en tratos con los Jardineros, a un novio llamado Jimmy, a una artista conceptual llamada Amanda, o a unos extraños humanos de colores variados observados desde lejos por una de las protagonistas.

La novela es, pues, una especulación distópica sobre el lugar donde puede llevarnos el uso abusivo de las tecnologías disponibles hoy mismo ―o a punto de estarlo― sin los debidos controles y cortapisas, y un aviso de lo que el ser humano puede hacerse a sí mismo. Avasalla en algunos momentos con su descripción del sexo, casi siempre como algo sórdido y feo, disfuncional, más un negocio que una entrega de amor ―Toby se une a los Jardineros huyendo de un depredador sexual que busca la sumisión de las mujeres mediante el ejercicio de la violencia y el maltrato, y Ren es una bailarina exótica en lo que no es sino un burdel con todo lo que ello conlleva. Ambas mujeres son fiel reflejo de la sociedad que Atwood pretenda retratar, una sociedad que permite que las mujeres sean vistas más como objetos o mercancias que como auténticas personas―, pero consiguiendo implicar emocionalmente en lo narrado, tan cercano y lejano a un tiempo de nuestra propia realidad.

El final, de nuevo en la encrucijada, avanza un poco más allá de lo que lo hiciera en Oryx y Crake, resolviendo de alguna manera las preguntas que quedaban en el aire justo al terminar aquella, pero planteando nuevas cuestiones que quedan en el aire a la espera, o no, de ser contestadas. Dos novelas que son dos caras de la misma historia, esperemos que no premonitoria precisamente. Si te gustó aquella, bien puedes darle una oportunidad a ésta.


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Reseña de otras obras de Margaret Atwood:

Oryx y Crake.