jueves, 8 de abril de 2021

Reseña: La Casa de Cadenas

La Casa de Cadenas.
Malaz: el libro de los caídos 4.

Steven Erikson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nova. Barcelona, 2018. Título original: House of Chains. Traducción: Marta García Martínez. Revisión de la traducción: Alexander Páez. Ilustración de cubierta: Sam Burley. 944 páginas.

[Esta reseña es una versión revisada y corregida de la subida a Sagacomic el 27 de diciembre de 2011 correspondiente a la lectura de la edición de La Factoría].

Cuarta entrega del Libro de los Caídos de Malaz, dentro del corpus general, y obviando un tanto la larga «introducción» con una historia que presenta a un personaje en particular, La Casa de las Cadenas se antoja como un imprescindible y muy completo libro de transición, utilizado para atar cabos y tomar aire ante lo que se barrunta que viene a continuación. Da la impresión de que Erikson está soltando «lastre», limpiando la casa, y preparándolo todo para lo que ha de llegar. Muchas de las cuestiones que habían quedado en el aire anteriormente comienzan a obtener respuesta, muchos misterios empiezan a desvelarse y muchos personajes empiezan a adquirir su verdadera dimensión. De modo un tanto frustrante, sin embargo, muchas de estas revelaciones tan solo sirven para arrojar más sombras sobre el futuro desarrollo de la trama, para acumular dudas y adquirir nuevas preguntas. Y, sí, es muy recomendable haberse leído los anteriores libros antes de hacer lo propio con esta entrega e, incluso, con esta reseña.

Contrariamente a lo acostumbrado en entregas anteriores, la primera parte del libro, como si de una auténtica novela corta y casi independiente se tratara, ofrece una historia dedicada, de forma exclusiva y lineal, a un solo personaje protagonista —con muchos e interesantes secundarios, por supuesto. En el montañoso norte de Genabackis y algunos años antes de los acontecimientos actuales, un guerrero de la tribu uryd de los  teblor, raza que ha permanecido aislada durante años en el altiplano Laederon, desciende a las llanuras del sur comandando a otros dos de su raza con sangrientos objetivos en lo que se va a convertir en un largo viaje de autoconocimiento. Las aventuras del caudillo teblor Karsa Orlong se convierten así en un extenso prólogo que enlaza certeramente con ciertos sucesos relatados previamente. La profunda y muy coherente evolución del personaje a lo largo de las muchas páginas del volumen es un claro ejemplo de la buena caracterización que, tomándose su tiempo, eso sí, el autor va aplicando a sus creaciones. Y es que una vez más queda claro que todo se encuentra conectado y Erikson va demostrando que no deja hilo suelto en su tapiz —ay, ese barco que no deja de aparecer, completando cada vez un poquito más su triste historia.

Después, engarzando directamente con el final de Las puertas de la casa de la muerte, tras la Cadena de perros, la consejera Tavore ha sido enviada a Siete Ciudades para acabar con el Torbellino, con la vidente Sha’ik y con todos sus seguidores acantonados en el corazón del sagrado desierto de Raraku, donde se gestan numerosos complots y traiciones. A partir de esta segunda parte el relato se abre a la habitual multitud de protagonistas, subtramas e historias periféricas con un montón de enfoques y puntos de vista, haciéndose tan «coral» como habían sido las tres anteriores entregas. Viejos conocidos como Felisin, Heboric, Apsalar, Azafrán, Tavore, el capitán Keneb, ciertos abrasapuentes supervivientes o parte de los implicados —en ambos bandos— en la Cadena de perros —Korbolo Dom, Temul, Menos y Nada, Leoman de los Mayales...— se unen a «nuevos» personajes como el propio Karsa Orlong, Onrack o Trull Sengar, quienes, visto el cierre del libro, a nadie sorprenderá que tengan un importante papel en el futuro de la serie, y a un buen número de ascendientes que, como Cotillion y Tronosombrío, empiezan a mostrar sus cartas.
Después de un comienzo sin respiro, la novela se abre a unos acontecimientos con un ritmo más pausado del habitual y mucha menos acción bélica. Resulta evidente que se trata del volumen menos «épico», aunque no menos complejo, de los cuatro publicados hasta el momento. En muchos estadios de la narración da la sensación de que todos los personajes se encuentran en tránsito de un sitio para otro, viéndose inmersos en diversas situaciones a cual más complicada, pero sin llegar realmente a puerto. Los protagonistas viajan, se encuentran y se separan, se enfrentan, se alían y se enemistan, luchan, combaten, asesinan o reciben tentativas de asesinatos, hacen complicados planes..., pero, aunque las revelaciones no cesen y la acción sea continua, hasta casi el final no se siente que la trama general haya dado un gran paso hacia adelante. El camino en esta ocasión casi merece más la pena que el destino. Hay una batalla que se antoja inevitable esperando en el futuro, tras la larga travesía del desierto. Raraku, tumba de tantos ejércitos a lo largo de miles de años, parece que volverá a beber la sangre a raudales, y las maniobras de cada actor de este drama, cada uno buscando sus propios intereses y tirando de muy diferentes lealtades —o sin ninguna lealtad en absoluto— van a marcar un devenir de la situación realmente sorprendente y trágica. Hay tronos en juego y muchos puestos en la baraja todavía por decidir.

Ilustración de Sam Burley
La esencia de la serie, y en este volumen es algo a tener muy en cuanta, se encuentra en que su lectura requiere prestar en todo momento mucha atención a los pequeños detalles que van sumándose como diminutas teselas a un gran mosaico. Hay que estar muy atento, tanto en la lectura del propio libro como teniendo fresco el recuerdo de la de los anteriores, a breves apariciones cargadas de significado, a frases sueltas que vuelven para desvelar grandes secretos, a personajes enigmáticos de esporádica presencia, a la multitud de representantes de razas exóticas y poderosas que empiezan a pulular cada cual con su particular objetivo... No son novelas para leer a ratos perdidos ya que requieren una especial implicación. Pero todo el esfuerzo merece la pena cuando las piezas van encajando en el inmenso puzzle que Erikson está construyendo aunque el dibujo todavía se muestre difuminado a ojos del lector.

Es parte de la propia idiosincrasia de la serie el no mostrar demasiado, el sugerir más que confirmar, el guardarse secretos con los que poder negociar y sorprender posteriormente; tal y como el autor no duda en poner en la propia narración en mente de uno de sus personajes: “Era, reflexionó con humor amargo, la naturaleza de todos los implicados en aquel juego ocultar todo lo posible de sí mismos a los demás, a los aliados además de a los enemigos, dado que tales apelativos tenían la costumbre de cambiar sin avisar”. Tal es también, en efecto, la naturaleza de los libros de Malaz, tramas en las que sumergirse buceando en busca de una revelación que de respuesta a tantas preguntas encontrándose sin embargo con sorpresas que no se estaban buscando.

Ilustración de Marc Simonetti
La novela, imprescindible dentro de la historia general, y memorable aunque ya tan solo fuera por la creación del personaje de Karsa Orlong, es tan intrincada de seguir como las anteriores, más que nada por el número de saltos entre protagonistas, y por las muchas acciones y referencias sin explicación. El atractivo batiburrillo en que se ha convertido todo el tema del uso de la magia y sus derivados sigue mostrándose tan inescrutable y complejo como viene siendo habitual, pero ya se da por bueno, como uno más de los misterios de la trama, y se disfruta sin más de sus espectaculares efectos sin intentar comprender los orígenes —mucho se ha explicado en efecto, pero muchos son también los flecos—. Sin duda un sistema coherente subyace bajo las sendas y las casas de la baraja, pero parece que uno de sus atractivos va a ser el irlo descubriendo muy poco a poco y sobre la marcha.

Hay que remarcar la habilidad del autor para, en una obra que muchos calificarían de mero entretenimiento fantástico, introducir temas candentes y dolorosos en los que reflejar males de nuestra sociedad actual: la discriminación y abuso por razón del sexo, la terrible ablación genital y la dominación mediante el dolor de las víctimas, la esclavitud, el racismo… Lacras que, retratadas dentro de la trama de la novela de la manera más natural, integrada, fluida y nada demagógica, invitan a reflexionar a la vez que se disfruta de una gran aventura. Y sí, de lo bien caracterizados que se encuentran, de lo bien construidos en sus motivaciones y actos, y de lo terriblemente «humanos» que resultan, resulta inevitable odiar visceralmente a alguno de los personajes, al igual que antes fue inevitable amar a algunos de ellos.

El complejo tapiz que se va tejiendo ante los ojos de los lectores adquiere cada vez un mayor colorido, aunque la imagen general esté todavía lejos de mostrarse. La cuenta de los caídos sigue aumentando ya que, a pesar de un final casi anticlimático y menos espectacular que los anteriores, la ración de muertos es también considerable en esta ocasión. La lectura de La casa de cadenas, frustrante en ocasiones, enigmática en todo momento, si por algo destaca es por la conexión que el autor ha conseguido establecer entre cada libro como parte de una historia mucho mayor que sus partes. Para leer, y disfrutar, con paciencia y con mucha, mucha atención a los detalles.

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