Zombies. Antología de John Joseph Adams.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Minotauro. Barcelona, 2009. Título original: The Living Dead. Traducción: Patricia Nunes / Diana Falcón / Simon Saito / Bettina Blanch. 671 páginas.
A estas alturas, decir que el género de los zombies está de moda suena a perogrullada barata. Simplemente han invadido las estanterías de “terror” de las librerías y no hay editorial que no les dedique algún libro o, incluso, colección. Así, Minotauro, entre otras obras de esta temática ha publicado esta voluminosa antología de amplio y variado contenido. Nada más y nada menos que 31 relatos con algunos de los más famosos autores que ha dado el género fantástico y que abarcan desde 1970 hasta 2008, año de publicación original del volumen. Así la variedad de enfoques y estilos en torno al tema está garantizado. Se echan en falta, supongo que por cuestiones de derechos, algunos relatos aparecidos en el original y que aquí brillan por su ausencia, por ejemplo uno del reputado Clive Baker, pero tampoco es que pueda uno quejarse demasiado del contenido. Antes de enfrentarse a la lectura de los cuentos, el lector debe estar avisado que va a encontrarse con numerosas sorpresas si lo único que espera son historias de zombies a lo George Romero ―que también las hay, pero no son las únicas―, porque “gore”, matanzas, hordas de muertos vivientes descerebrados que buscan comerse a los vivos, haberlos haylos, pero no es lo mayoritario, ni, pienso, era el objetivo final que buscaba el recopilador. Hay que entender que el zombie, a día de hoy, se ha convertido en una metáfora de muchas cosas, que representan no solo un estado físico, sino también espiritual, un estado de la conciencia, nuestros propios miedos a la muerte y a lo que representa, una forma de expresar la inevitabilidad del destino y nuestros intentos a pesar de todo de luchar contra él. Los zombies son una parte de nuestra psique que todavía teme a las sombras y busca explicar ese temor mediante monstruos irracionales, pero muy cercanos. Y a través de todo ello, la mayoría de los autores lo que intentan es darle la vuelta al mito y ofrecer una mirada nueva sobre lo que no deja de ser, ni más ni menos, una auténtica fuerza de la naturaleza. Y yo, como lector, desde luego agradezco esa variedad temática y de estilos que, aunque también recomiendo dosificar la lectura de estos cuentos, evita la saturación que una mayor “unidad” hubiera sin duda provocado.
Sube el telón un peso pesado como Dan Simmons con uno de los mejores relatos de la antología: «La foto de la clase de este año» sobre una maestra de escuela que, de alguna manera, no se resigna a que el mundo cambie. En un mundo infestado de zombies, la Sra. Geiss no acepta que su magisterio se acabe y, seguramente como la manera más adecuada de mantener su cordura, continuará impartiendo sus lecciones a una clase que le presta más bien poca atención. La ternura que Simmons demuestra hacia esa maestra que se niega a rendirse cuando lo tiene todo en contra dota a la narración de una extraordinaria fuerza y de un valioso mensaje para los tiempos más difíciles.
Y cuando el lector ha sido atrapado por el anterior cuento, de pronto se topa con «Planes de emergencia zombie» de Kelly Link. Una historia más bien algo anticlimática tras la de Simmons y donde ni siquiera aparece físicamente ningún zombie. Escribiendo sobre una fiesta y una obsesión, esta es la historia de un misterioso cuadro y un niño durmiendo debajo de una cama, con un final que parece metido con calzador y que le da la vuelta a todo lo narrado sin darle mayor sentido.
Dentro de las muchas historias con un fuerte contenido político, abre el fuego (y nunca mejor dicho) «Muerte y sufragio» de Dale Bailey. Durante una campaña electoral estadounidense, en la que se pone sobre la mesa el debate sobre el derecho a portar armas, los muertos demostrarán que ellos también quieren decir algo al respecto. Unos zombies pacíficos, no violentos, que no dejan por ello de ser inquietantes. Una historia que habla de como las heridas del pasado siempre resurgen para perseguir nuestras conciencias.
Y siguiendo con la de cal y la de arena, «Flores» de David J. Schow, es un cuento innecesario, intrascendente, algo gore y sexual ―para que luego digan que el sexo y los zombies no casan, a lo largo de la antología hay unos cuantos intentos de combinarlos con mayor o menor acierto―. El autor habla de las perversiones y de los castigos que muchas veces llevan asociadas, con una mujer que se verá atrapada por el deseo de un hombre con fatídicas consecuencias y encontrará el camino para hacérselo pagar.
«El tercer cadáver» de Nina Kiriki Hoffman. Es una interesante historia desde el punto de vista de una mujer zombie, resucitada por una maldición: una joven que se ha escapado de su casa y se ve inmersa en el mundo de la prostitución, encontrará tras su violenta muerte la manera de obtener el descanso y la venganza. Un relato fuerte, sobre asesinos en serie sin conciencia; sobre una mujer, una prostituta, que lo ha perdido todo en la vida, incluso la identidad, y se ha quedado atada a su verdugo; y sobre como todavía quedan personas honestas y buenas en el mundo, capaces de tragarse el miedo y hacer lo correcto. Solo aparece un muerto viviente, pero demuestra que incluso estos pueden tener más humanidad que muchos vivos.
«Los muertos» de Michael Swanwick plantea un mundo donde los zombies no son sino una mercancía, una mano de obra barata, un simple negocio. En este caso la metáfora sirve para poner bajo los focos a hombres, y mujeres, de negocios sin alma, y reflexionar sobre el poco valor de una vida entre los desposeídos. Impactante.
«El niño muerto» de Darrell Schweitzer, enfrenta a un niño a su rito de paso a la madurez. Encerrado en una simple caja un niño zombie servirá como objeto para todas las perrerías que se les ocurren a los matones del pueblo... A ellos se acercará un muchacho que por no sufrir sus maltratos querrá formar parte de los abusones; una historia sobre las decisiones que se toman bajo presión y que pueden decantar una vida hacia el bien o el mal con terribles consecuencias. Es uno de los varios cuentos de la antología que deja cierto poso de nostalgía. Interesante.
«El zombie de Malthusian», de Jeffrey Ford es la entrañable historia de un anciano científico loco que trabajaba para el gobierno y habría creado el agente definitivo: un zombie (aunque partiendo de un humano vivo) que se regenera y cumple todas las órdenes. Ya anciano, intentará recuperar lo perdido aun a costa de la amistad en una historia con un cierto regusto a Poe. Curiosa.
«Cosas bellas» de Susan Palwick es otro ejemplo de la aplicación del fenómeno zombie en la política, en este caso con gente que desea sacar réditos de la tragedia de un atentado kamikaze ―en plan 11-S― aprovechándose de sus víctimas para obtener apoyo. Un alegato para dedicar nuestras vidas a lo auténticamente importante, a las cosas bella, y dejar a un lado la palabrería. Ni fú ni fá.
«El Síndrome de Estocolmo» de David Tallerman presenta otro tema recurrente en la antología: la insensibilidad ante la atrocidad que significa la existencia de hordas de zombies asesinos y que tan extrapolable es a ciertos hechos de nuestra realidad cotidiana; el como parece que el mejor recurso para sobrevivir es la insensibilidad, la falta de empatía y compasión con el resto de supervivientes. El protagonista, encerrado en una casa asiste al asalto de la casa de los vecinos, los únicos otros vivos de los alrededores, sin hacer nada y proyectando sus recuerdos de su hijo muerto sobre uno de los asaltantes. Triste.
«Bobby Conroy regresa de entre los muertos» de Joe Hill. El breve renacer de un romance antiguo durante el rodaje de Amanecer de los muertos de George Romero. Un homenaje en toda regla y con mucho estilo al padre de una forma de entender a los no muertos como resucitados sin alma ávidos de carne humano. Y, al fin y al cabo, otra de las historias de un libro sobre zombies donde no aparecen zombies.
En «Los que buscan el perdón» de Laurell K. Hamilton el lector asiste a una primigenia historia de Anita Blake, resucitadora de muertos, una profesión peligrosa donde la confianza con el cliente debe ser total, sin engaños, a riesgo de inesperadas consecuencias. Narración inicial que daría lugar a la larga saga de la protagonista y donde todavía mantenía cierto nivel.
«Hermosa como la noche» de Norman Partridge. Un editor de revistas porno trata de poner a salvo a sus chicas en una isla privada paradisíaca, pero las cosas no se desarrollan como tenía pensado. Unos zombies algo distintos, pero con mucha hambre de carne. Curioso, sobre todo en el desarrollo psicológico y algo paranoico del protagonista superviviente, pero poca sustancia en realidad.
«La pradera» de Brian Evenson es un cuento, cuando menos, muy extraño; situado no se sabe demasiado bien dónde, un viaje de exploración ¿en el Nuevo Mundo? se topa con una especie migración de zombies que les plantea muchos interrogantes y aboca la expedición a un final incierto. Prescindible, aunque intrigante.
«Todo es mejor con zombies», de Hannah Wolf Bowen propone un nuevo giro al rito de pasaje a la madurez entre dos jóvenes amigos de toda la vida que van a separarse y que ven en la búsqueda de zombies en los territorios de su infancia una forma de retener una parte de su adolescencia y amistad. No hay zombies como tales, pero la historia es encantadora y retrata muy bien ese sentimiento de nostalgia por un presente que se escapa de entre las manos y pronto solo será recuerdos.
Ls sigue «Parto en casa» de Stephen King. Poco se puede añadir sobre este autor. Una comunidad isleña en el habitual estado de Maine que se creía a salvo de la amenaza, ve como la misma llega hasta sus vidas al tiempo que una residente hace frente en solitario a su embarazo. Como es norma, un buen trabajo de personajes con una gran carga psicológica y una escritura, aunque a veces se pierda en los vericuetos, agradable y adecuada a la historia que nos está narrando. Un acierto.
Con «Las chispas ascienden hacia el cielo», de Lisa Morton, el lector se encuentra ante el peor y más demagógico y maniqueo relato de toda la antología. Una nueva incursión en terreno político, sobre el candente tema del aborto, en el que la autora toma abiertamente partido con unos argumentos que se caen por su propio peso. Una narrración que es mero vehículo para su mensaje. La verdad es que sobra.
A cambio «Hombre de burdel», de George R.R. Martin es un cuento imprescindible. El autor de moda por su Canción de Hielo y Fuego, ofrece en este relato, publicado originalmente en 1976, una historia de ciencia ficción con unos zombies “distintos”, ciertamente originales, que en realidad de lo que trata es de los sentimientos humanos, de la soledad y el amor. En un mundo con un ambiente francamente hostil al ser humano, los muertos vivientes son utilizados como fuerza de trabajo en las minas del planeta y como esclavas sexuales en los burdeles donde los mineros vivos se desahogan de un trabajo agotador y deshumanizante. El joven Trager luchará para mantener intacta su personalidad, encontrar el amor y no sucumbir ante la desesperanza y los deseos más básicos. A través de varios mundos, el joven irá madurando, enfrentándose a la dura realidad de la vida y a los reveses sentimentales. Una historia realmente triste, muy bien escrita y con un final demoledor que pone un nudo en la garganta. De nuevo: imprescindible.
El lejano Oeste se acerca al lector en «El camino del muerto», de Joe Lansdale. Utilizando al descreído personaje de una de sus novelas, el reverendo Jebediah Rains, el autor ofrece una historia en la que realmente juega con la capacidad aterradora del zombie, en este caso el cuerpo resucitado de un asesino llamado Gimlet que habita en un viejo cementerio y en los terrenos que lo rodean. Con una tensión muy bien llevada, con una ambigüedad moral que dota de gran profundidad al protagonista y con una historia que realmente atrapa, el lector se encuentra ante un relato “diferente”, lo cual siempre es de agradecer.
En «El muchacho con cara de calavera», de David Barr Kirtley, el autor escribe desde el punto de vista de un muerto viviente, Jack, que conserva la inteligencia y que trata de aferrarse a su vida pasada. Mientras tanto, su amigo Dustin, fallecido en el mismo accidente, se pone al frente de un ejército de zombies descerebrados con el objetivo de acabar con los vivos... Aunque al final, el verdadero campo de batalla será la competición por una antigua novia. Interesante.
«La era de la aflicción», de Nancy Killpatrick: La última mujer viva sobre la Tierra, al menos hasta donde ella sabe, se enfrenta a las tareas cotidianas del día a día rodeada de la presencia siempre palpable de los zombies. Un interesante descenso por la espiral que lleva a la soledad y a la desesperación, y a la pregunta de si realmente merece la pena mantener la vida cuando no queda nada más. Triste y nostálgico, muy simple, pero agradable de leer.
Y se llega así a otro de los supuestos “pesos pesados” de la antología: «Amanecer amargo», de Neil Gaiman. El amigo Gaiman factura un relato francamente bien escrito, interesante, subyugante por momentos, pero que se pasa de simbólico. Utilizando una vez más su gusto por los mitos y el folklore, el autor utiliza esta vez el de las “niñas del café” de Haití para dar rienda suelta a su particular iconografía, en este caso en la siempre misteriosa Nueva Orleans, con particulares referencias al vudú y al polvo de zombie. En esta historia donde un hombre que viaja sin destino se apropia de la identidad de un profesor que iba a dar una conferencia en un congreso y la da él en su lugar, ocasión que le dará la oportunidad de intimar con unas misteriosas hermanas (o al menos con una de ellas), quizá la clave de todo el simbolismo con el que Gaiman ahoga la narración se encuentre en la primera línea del cuento: «Desde todos los puntos de vista, yo estaba muerto». Demasiado críptico.
«Con las tetas a la tumba», de Catherine Cheek es una boutade divertida y simpática sobre una mujer casada con un millonario que tras morir vuelve de la tumba con las únicas preocupaciones de saber quién la ha traído de vuelta y de mantener firmes sus tetas de silicona. Es una especie de comedia con final triste. Está bien para descargar tensiones acumuladas por lecturas anteriores.
En «Tan muertos como yo», de Adam-Troy Castro, el lector encuentra una especie de guía de auto ayuda para sobrevivir en el mundo zombie con un único consejo realmente descorazonador: si quieres seguir vivo finge estar muerto, no muestres emociones, no sientas nada, deja de ser humano. Además de estar “temáticamente” repetido, sobra.
«Zora y la zombie», de Andy Duncan: Por segunda vez en el volumen (la primera fue en el cuento de Gaiman) se hace referencia a la autora Zora Neale Hurston y al mito de las “niñas del café” (entre otros). En este caso Zora, desplazada hasta Haití para documentarse, establece una extraña relación con Felicia, una mujer que aparece tras 30 años desaparecida y a la que todos parecen considerar una zombie, y para lo que tendrá que sumergirse en los misterios del vudú. Lo cierto es que no va mucho más allá del particular homenaje de un autor hacia una escritora admirada. Se deja leer, pero tampoco es ninguna maravilla.
«Calcuta, el señor de los nervios», de Poppy Z. Brite es la demostración palpable de que por mucha fama que tenga una autora, la misma no es sinónimo de acierto. Una historia mala, totalmente prescindible, sin una trama real, más allá de la guía de viajes (algo truculenta) por las calles de Calcuta y la referencia a la diosa Kali como patrona de vivos y muertos. Se deja leer y ofrece imágenes realmente impactantes, pero le falta alma.
Una nueva utilización del fenómeno zombie como metáfora de otros temas que nos afectan en nuestro día a día lo encuentra el lector en «Seguidos», de Will McIntosh. Los muertos vivientes se convierten aquí en la voz de la conciencia de los que abusan del planeta y de sus congéneres, de los que contaminan, de los que derrochan. Una conciencia social con un mensaje un tanto ecologista y, sobre todo, solidario, que sin embargo se pierde en un final excesivamente difuso. Buena historia, no obstante.
«La música del zombie», de Harlan Ellison y Robert Silverberg: En la historia más antigua del volumen, los dos maestros de la ciencia ficción crean un relato que intenta dar una explicación tecnológica a la resurrección de los fallecidos. En este caso, la reanimación periódica de un insigne compositor y concertista para que pueda seguir ofreciendo su obra al público sirve como reflexión para lo que significa la pérdida del “alma, de los sentimientos que acompañan al hecho de estar vivos. Todo un acierto.
«La representación de la pasión», de Nancy Holder parece ser una parábola sobre el cumplimiento de las promesas realizadas. Curioso, pero indiferente. Quizá haya que haber visto la representación a la que hace referencia para pillarle la gracia al tema, porque yo no lo he conseguido. Obviable.
«Casi el último relato de casi el último hombre», de Scott Edelman es un ejercicio meta literario sobre el tema de la aparición de los zombies y el modo de sobrevivir que tiene un escritor encerrado en una biblioteca sin volverse loco. Una sucesión de historias de lo que podría hacer o podría ocurrir, que no empieza a suceder realmente hasta que el protagonista cuenta su verdadera historia.
Y para cerrar el volumen, «Así declina el día», de John Langan, pone sobre las tablas una obra teatral en la que el “Director de escena” irá dando paso a las distintas historias y monólogos sobre cómo los habitantes de una pequeña ciudad residencial se enfrentan a la existencia de los zombies en su devenir diario hasta que, a través de un crescendo de amenaza y peligro, llega el estallido final. Un perfecto broche para poner cierre a la antología.
Quien solo busque sangre y vísceras puede salir defraudado de esta lectura, pero quien busque algo más, diferentes visiones, algo de introspección y reflexión, comedia y drama, seguramente obtendrá grandes satisfacciones de este volumen. Zombies en solitario y en manadas, e incluso historias en la que ni siquiera aparecen. Muertos vivientes muy físicos y otros que tan solo son simbólicos, metáforas de los muchos problemas que afectan al ser humano. No muertos agresivos y otros que casi parecen pacifistas. Enfoques que apuntan al horror sobrenatural más clásico y otros con un enfoque más de comedia o de drama, político o social. Ciencia ficción, terror, relato costumbrista, fantasía, romance... Una enorme variedad, que seguro no dejará indiferente al lector, con historias buenas, muy buenas, y algunas francamente horribles, pero con un nivel medio más que notable y con algunas propuestas sobresalientes y que demuestran que no solo en lo gore cabe el mito de los zombies. Interesante en general.