Los hijos de Húrin. J.R.R. Tolkien.
Minotauro. Barcelona, 2007. Título original: The Tale of the Children of Húrin.. Traducción: Estela Gutiérrez. 280 páginas.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Antes que nada hay que reconocer que Los hijos de Húrin no es un bocado para todos los paladares, quien se adentre en sus páginas al amparo de la simple lectura de El Señor de los Anillos o de la visión de las películas basadas en él, buscando algo similar, es muy posible que se vea decepcionado. Los hijos de Húrin no es una novela al uso, sino una crónica al estilo de las historias incluidas en el Silmarillion, y ese es un detalle muy importante sobre todo en la forma de la narración, aunque a veces la diferencia pueda resultar difícil de apreciar. Tiene además el handicap de que para cualquier tolkieniano de pro no cuenta nada “nuevo”, sino que amplía en alguna manera una historia ya conocida y difundida tanto en el Silmarillion como en los libros de la Historia de la Tierra Media. Aún así no es de extrañar el éxito del libro; había un enorme número de lectores esperando una obra, más o menos nueva, del puño de J.R.R. Tolkien y no de los refritos que ha ido publicando su hijo Christopher a lo largo de los años. Y además se trata de uno de los relatos más bellos, junto al de Beren y Lúthien, surgidos de la pluma del profesor de Oxford.
Los hijos de Húrin es la historia trágica hasta el desgarro, triste hasta las lágrimas, de la maldición que Morgoth impone sobre el derrotado Húrin y toda su estirpe. En medio de la eterna guerra entre el bien y el mal que se desarrolla a través de las edades en la Tierra Media, asistimos aquí a uno de sus puntos álgidos, al momento de la gran alianza entre elfos y hombres contra la oscuridad, y la terrible derrota en la Nirnaeth Arnoediad, la Batalla de las Lágrimas Innumerables. En los años que seguirán tendrá lugar la historia de Túrin y de Niënor, los hijos de Húrin, y sus numerosos y bastante desgraciados avatares a lo largo de sus vidas. Se centra sobre todo en la figura de Túrin, en los largos años separado de su familia mientras se enfrenta de diversas formas a Morgoth, siempre con la sombra de la maldición planeando sobre sus acciones y condicionando, para mal, todo lo que emprende, hasta el extremo de tener que separarse de todos los que quiere o verlos ir muriendo de forma trágica. A lo largo de las muchas personalidades que irá adquiriendo, todas sus acciones parecen abocadas al fracaso y a la tristeza, hasta que parece alcanzar el amor y la felicidad… aparentemente, porque al final todo ha de terminar en lágrimas, igual que empezó.
Es una historia inmensamente bella, de una belleza nacida de la pena y la desgracia, como una tragedia griega o shakesperiana (ni siquiera Romeo y Julieta tiene un final tan amargo); con batallas, peleas, confusiones, traiciones, búsquedas desesperadas, pasiones imposibles, amistades imperecederas destinadas a la muerte, amores que trascienden los parámetros del amor y tras todo ello el poderoso telón de la guerra sin tregua contra el Mal que Morgoth planea extender por toda la Tierra Media.
Como ya digo, todo está narrado en forma de crónica, no de una novela al uso, y para algunos lectores esto puede resultar algo tedioso, buscando un discurrir más fluido, más lleno de acción o de diálogos; pero si uno se deja llevar por la magia evocadora de las palabras, por el tono cadencioso, por la imaginería fantástica de lo que se está relatando, es imposible no dejarse arrebatar por la fuerza de la narración y trasportarse a un mundo donde es posible vernos reflejados en alguna manera.
Tolkien odiaba las alegorías, eso es cierto, y sin embargo imbuyó a sus obras de un poderoso mensaje de esperanza entre la desesperanza. En la eterna lucha contra la Oscuridad, que parece abocada al fracaso dada las fuerzas del enemigo, incluso en las más crueles circunstancias brilla una luz que permite que los hombres de corazón recto mantengan sus ilusiones. En lo más oscuro de la noche brilla una luz, parece decir; aunque no todas las historias de amor, ni siquiera una de las más bellas como fuera la de Níniel y Turambar, estén destinadas a la felicidad, siempre dejarán en los corazones de los que la conocieron un recuerdo imperecedero destinado a perdurar más allá de las vidas de sus protagonistas. Ante todas las adversidades siempre habrá alguien dispuesto a enfrentarse a los designios del Mal, por duras que sean las consecuencias.
Es este un libro que se lee en un suspiro (en verdad la narración dura hasta la página 226, el resto son apéndices y tablas) y que se cierra con un nudo en el estómago, con una emoción triste, y sé de más de uno que no se ha privado de dejar caer una lagrimita. No me extraña, la verdad, a mí también me emociona ese final, ese reencuentro donde la maldición se cierra con toda su carga trágica, donde expira con una última maldad.
Sobre la edición, además de hacer referencia a las hermosísimas ilustraciones de Alan Lee (a mí casi me han gustado más las en blanco y negro que las láminas en color, aunque estas también sean impresionantes), cabe decir que al principio hubo bastantes quejas por unas cuantas erratas y bailes de nombres, sobre todo en las tablas genealógicas, pero que Minotauro se puso las pilas bastante rápido y que en la cuarta impresión (abril de 2007, el mismo mes de la primera edición) ya estaban corregidas. Quedaba algún otro pequeño detalle (como poner Mîn en vez de Mîm, en el nombre del enano mezquino), pero lo más importante ya estaba arreglado. Es una cosa que, siendo muy de agradecer y que demuestra una rapidez de reflejos encomiable, no deja de reflejar un mal endémico en el mundo editorial español: la prisa por querer ofrecer el libro hace que se cometan errores fácilmente subsanables. Está muy bien y es de aplaudir el que se haya corregido, pero mejor sería que no se hubieran cometido los fallos; ¿acaso los compradores de la primera edición no tienen derecho a tener un libro en perfectas condiciones? Pienso que sí.
Los hijos de Húrin es un libro que no dejará indiferente, te gustará hasta la pasión o no podrás terminarlo, por mi parte yo ya lo amo, pero claro, yo ya caí rendido a los pies de J.R.R. Tolkien hace muchos, muchos años, así que ya estaba predispuesto a dejarme conquistar de nuevo sin demasiada resistencia.