Seraphina.
Rachel
Hartman.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Nocturna
ediciones. Col. Literatura Mágica. Madrid, 2015. Título original:
Seraphina. Traducción: Marta Torres Llopis. 545 páginas.
Novela ganadora del premio William C. Morris de 2013
—un galardón otorgado a la mejor obra de debut
dentro del género juvenil—, como se puede fácilmente deducir por la portada, es
una historia de dragones, aunque de una especie ciertamente singular, que
intenta evitar los tópicos más tradicionales. Los dragones de Hartman, como los de LeGuin en Terramar, pueden adquirir
forma humana, aunque su mente sigue siendo sin duda «draconiana», de manera que
no sienten emociones como los humanos, reprimiendo cualquier asomo de ellos que
pudieran empezar a experimentar; tampoco, un poco como consecuencia de lo
anterior, tienen nociones artísticas ni dan ningún valor, por ejemplo, al amor.
Navegando a través del contacto de dos tipos de mentalidades tan diferentes, Seraphina se presenta como una novela
juvenil que viene a explorar el agradecido tema del paso a la edad adulta, del
crecimiento y maduración interior, y de los sentimientos a flor de piel. Y lo hace con singular
sensibilidad, sin caer en tópicos —aunque explore algunos caminos ya
transitados en la fantasía, como el ya citado de los dragones que pueden
adquirir apariencia humana o los peligros de una corte llena de envidias e
intrigas palaciegas—. La autora ha creado un mundo rico en detalles, con unos
personajes que se adaptan a la perfección al escenario creado para ellos, una
suerte de Europa renacentista, en la que el choque de culturas, de formas de
entender el mundo, debe encontrar un punto de encuentro a riesgo de repetir los
errores del pasado con funestas consecuencias.