Los vampiros de Morganville 2.
Rachel Caine.
Reseña de: Jamie M.
Versátil. Col. Juvenil. Barcelona, 2010. Título original: Dead Girl's Dance. The Morganville Vampires (Book Two). Traducción: Daniel Aldea Rossell. 297 páginas.
El libro anterior, La Mansión Glass, se había cerrado con un tenso cliffhanger que es el punto exacto donde se inicia El baile de las chicas muertas, dando entrada de paso a la trama que se ha de desarrollar a lo largo de la novela y donde el padre de Shane, el señor Colins, casi sin aparecer, va a tener una vital importancia. El problema ―y para los que no hayan leído la anterior esto es un spoiler como una casa― es que Michael acuchillado al final de la citada novela, ahora está muerto (o más muerto todavía), y le van a cortar la cabeza y ha enterrarlo en el patio trasero de la casa, así que la relación de los chicos con el grupo de moteros caza vampiros tiene pinta de que vaya ser precisamente cordial.
Confieso que al principio del libro me asusté un poco, pues por un momento parecía que la autora, tras un inicio bastante explosivo, intento de violación incluido, se iba a decantar más por la trama romántica, en la relación de atracción mutua entre Claire y Shane, en el intento de recuperar una apariencia de vida “normal” de Eve y la propia Claire o en la batalla interior de Shane cuya lealtad se debate entre el recuerdo de su familia muerta (y por tanto en el deseo de venganza que también impulsa a sus padre) y sus nuevos amigos (inocentes atrapados en una guerra que sin duda no es suya hasta que los obligan a tomar partido), llevando a un periodo más “reflexivo” que parece que va a ralentizar la acción. Pero no hay peligro, pues cuando Caine, planteada la nueva situación, coge el ritmo (aunque es cierto que le cuesta un tanto en esta ocasión) y se desencadena frenéticamente una historia que impide soltar el libro hasta la última página (además, como no es demasiado largo, la lectura dura un suspiro).
Cuando, además, Shane sea acusado de matar a Brandon (uno de los vampiros más poderosos de la ciudad y que ya apareciera en la anterior novela) y condenado a morir quemado, todo se va a precipitar. Pero, ¿podrán Claire y Eve detener al señor Collins y probar así la inocencia de su hijo a la vez que salvan sus propias vidas? Con el tiempo jugando en su contra, con la resolución de la trama concentrada en apenas un par de días, la cosa no es sencilla en absoluto. Y sus problemas personales no van a ayudar precisamente. Desde el mismo “juicio” de Shane se percibe un palpable sentimiento de urgencia que contagia de nerviosismo a los lectores. Hay que detener la caza de vampiros antes de que la misma cruce la línea de no retorno, e impedir así la ejecución del joven cualquiera sea el precio a pagar.
En El baile de las chicas muertas los lectores van a ir conociendo en mayor profundidad la sociedad vampírica de Morganville, su estructura y jerarquía, la ciudad en sí, de sus recovecos y callejones más oscuros y peligrosos, de sus principales figuras, incluso las que permanecen en la sombra, sus leyes y costumbres. Los protagonistas principales van adquiriendo mayor dimensión, un relieve del que quizá carecían en su presentación (toda la historia de la familia de Shane le da al joven una nueva imagen, una base y explicación para su forma de actuar). No sucede lo mismo, sin embargo, con los secundarios, que se muestran demasiado planos en la mayoría de las ocasiones (es el caso del padre de Shane y, sobre todo, del conjunto de los moteros, así como de alguno de los vampiros supuestamente importantes de la ciudad. Sirven de comparsas, pero en ningún momento se siente que tengan una auténtica entidad).
Especialmente trabajado está el personaje de Claire, retratando a la perfección la ambivalencia de sus personalidad, la de una muchacha llena de contradicciones como cualquier otra adolescente: por un lado es una joven super inteligente que se ha saltado varios cursos para ir directamente a la Universidad, pero por otro sigue siendo una chica de tan solo 16 años, que se siente insegura por su edad en un mundo de “mayores”, luchando siempre contra su timidez y contra la sensación de no estar en su sitio, incapaz de seguir los atinados consejos de los que la quieren (después de recomendarle por activa y por pasiva que se quede dentro de la Mansión Glass, donde está a salvo, ella decide que no, que debe “recuperar” su vida y acudir a sus clases, donde al fin y al cabo lo único que hace es soñar despierta con Shane, algo que podría haber hecho perfectamente sin ningún riesgo detrás de los muros de la casa, protegida por los suyos y por el decreto de Amelie) no para de meterse en problemas de los que otros tendrán que sacarla. Es demasiado impulsiva y aunque a veces esos impulsos terminan bien, consiguiendo alguna componenda especial para seguir con su vida, otras muchas la ponen en peligro sin necesidad, teniendo otros que cargar con las consecuencias o pagar un alto precio por su seguridad. Desde luego es bueno tener amigos como los de esta muchacha para salir al paso de según qué cosas.
Se presentan nuevos personajes, como Sam, un “tierno” vampiro que aportará su particular granito de arena a la trama y que puede llegar a dar mucho juego más adelante por su relación con Amelie; y otros antiguos ya no dudan en mostrar su auténtica cara, como Oliver en su enfrentamiento por el poder con “el fundador”. La irascible, malcriada, odiosa y despreciable Monica sigue haciendo de las suyas, buscando su venganza sin importarle nada ni nadie más que ella misma, metiéndose en líos, y causándolos, en su afán de hacer daño a sus víctimas (en este caso Claire, por supuesto).
Para ser una novela destinada principalmente a un público adolescente, de 16 años en adelante, se agradece la inclusión por dos veces y con un tratamiento perfectamente integrado en la narración, de un tema tan importante y de actualidad como el de la violación. Es remarcable sobre todo el reflejo del uso de la “droga de la violación”, tan tristemente célebre. Además de dar una tensión insospechada a la trama, sirve como aviso para las jóvenes lectoras que pueden sacar de aquí una importante lección.
Sin embargo, la resolución de la situación es algo insatisfactoria para un tema tan grave, pues los muchachos implicados se van aparentemente de rositas solo por alegar que son unos “mandados”. Deja en el lector una sensación de desasosiego, de que la autora tal vez no haya sabido lidiar bien con un tema tan importante por el bien de la trama, para no detenerla en un momento en que la acción ya está lanzada. Lo que queda claro es que no hay que ser un vampiro para ser un monstruo, y que muchas veces aquellos que parecen más inocentes pueden ser los que más oscuridad y maldad oculten en su interior; que todo el mundo es capaz de una acto ruin a pesar de actuar correctamente la mayor parte del tiempo, o que incluso los malvados son capaces de un acto que puede redimirlos. No es mala enseñanza para los adolescentes: la vida no es blanco o negro, sino una difuminada línea de gris en la que hay que posicionarse a uno u otro lado, eligiendo con cuidado.
La novela finaliza de una forma más satisfactoria que como lo hacía la anterior, sin un cliffhanger tan brusco, cerrando la línea principal, aunque dejando suficientes hilos pendientes como para mantener las dudas y el deseo de leer el siguiente libro, sobre todo por la decisión trascendental e irrevocable de uno de los protagonistas que podría cambiar perfectamente todas las bases sobre las que se asentaban hasta el momento las relaciones de los habitantes de la Mansión Glass. Y ahora, a esperar al tercero, donde las cosas ya nunca podrán volver a ser como habían sido.
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Reseña de otras obras de Rachel Caine:
La mansión Glass. Los vampiros de Morganville 1.