Jeff Vandermeer.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Colmena Ediciones. Madrid, 2017. Título original: Borne. Traducción: Jaime Valero Martínez. 407 páginas.
La ciencia ficción, epígrafe weird, de Vandermeer, siempre bordeando, o sumergida de pleno, en lo extraño o lo surrealista, llama a tantas adhesiones como rechazos. No es una ciencia ficción canónica que pueda contentar a todo el mundo. De hecho, en muchas ocasiones, como en su trilogía de Southern Reach, incluso podría llegar a cuestionarse su pertenencia al género, por su mayor cercanía a la pura fantasía. No es el caso de Borne, que participa de todas las señas de identidad de la ficción postapocalíptica con una escenografía de devastación plena, revestida a su vez de una serie de elementos extraños y chocantes, pero absolutamente circunscritos a una pervertida investigación biotecnológica humana. ¿Es pues ciencia ficción? Me atrevería a decir que sí. Buena ciencia ficción además, con la que ciertamente he disfrutado. Y, sin embargo, retrayéndome a las primeras frases de esta reseña, no me atrevería a recomendarle la novela a cualquier lector, ni siquiera a cualquier aficionado del género. Las mismas cosas que me han atraído profundamente del texto, es muy posible que sean las que echen atrás a otros. La locura, ese toque onírico, la desmesura… Osos del tamaño de edificios que además pueden volar, escarabajos nemotécnicos, gusanos de diagnóstico médico, niños mutados con ojos de avispa y otros cambios inquietantes, zorros evanescentes, peces con rostro de mujer y, por supuesto, Borne «...un híbrido entre una anémona marina y un calamar; un jarrón liso, recorrido por ondas de color…» que crecerá para convertirse en mucho más. Una historia de soledad y amistad, de otredad, incomunicación, manipulación genética y ecológica, adaptación, violencia, familia, sacrificio, empatía y reconciliación.