China Miéville.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Primer libro publicado originalmente en la carrera literaria de China Miéville, nos llega traducido en español tras la publicación en nuestro país de la serie de Nueva Crobuzón. Es, por tanto, inevitable la comparación con la monumental, compleja y mucho más ambiciosa La estación de la Calle Perdido, y, lamentablemente, El Rey Rata sale perdiendo por mucho en la comparación, pues siendo una obra novel se encuentra bastantes peldaños de calidad por debajo de aquella.
De hecho, hay momentos en que (leído a posteriori, desde luego) El Rey Rata parece antojarse una especie de ensayo para lo que habría de venir después, sobre todo en la imagen algo claustrofóbica de ese Londres oculto y subterráneo en el que se mueven a su antojo los protagonistas y que anticipa de alguna manera la construcción de Nueva Crobuzón.
La trama es relativamente simple. Saúl Garamond vuelve a casa y tras una noche de sueños inquietos, descubre que alguien ha asesinado a su padre y le ha colgado a él el muerto. Encerrado en una celda de la comisaría a la que le han llevado, recibirá una visita inesperada y no permitida que le abrirá los ojos a su verdadera herencia. Y a partir de ahí su vida dará un auténtico vuelco, introduciéndose en un mundo insospechado, donde el Rey Rata y otros personajes míticos y muy peculiares extienden sus redes de poder; un mundo subterráneo, aunque también aéreo, oculto al común de los londinenses que no se percatan de su existencia, que parecen apartar los ojos cuando se cruzan con alguna de sus manifestaciones; un mundo que crece en las sombras y en los rincones, y donde se está desarrollando un cruel enfrentamiento, que dura ya muchos años y que involucrará a Saúl en toda su cruenta crudeza.
Es esta una novela emparentada de alguna forma con el universo literario de Neil Gaiman, con ese Londres oculto que se superpone al Londres real, con esas cloacas y catacumbas por las que se arrastran los protagonistas, con esos dioses arquetípicos (incluido un sorprendente Anansi) que caminan en secreto entre los humanos, con esas referencias a ciertos cuentos clásicos transformados en su versión más oscura y cruel para la ocasión, con esos personajes que deben sumergirse en medio de todo ello sin saber muy bien qué es lo que les espera y descubriendo un mundo sobrenatural que convive con el nuestro y de alguna manera influye en los destinos de quienes inadvertidamente entran en la esfera de su influencia…
Con unos buenos mimbres se nota a ratos en exceso que se trata de una primera novela, con algunos momentos muertos o algo tediosos (el exceso de explicaciones sobre el jungle y el drum’n’bass llegan a cansar al tiempo que no aportan nada una vez sentadas las bases de lo que vana a influir en la trama. No dudo que al autor le apasione ese estilo de música, pero su traslado al papel es, cuando menos, algo torpe, sin trasmitir esa supuesta pasión) y con situaciones un tanto mal resueltas, excesivamente apresuradas, y con unos personajes muy desaprovechados (caso paradigmático es el del inspector Crowley) que parecían destinados a tener gran importancia y cuya participación en la trama termina diluyéndose sin mucha explicación. El Rey Rata apunta por momentos, sobre todo en la imaginería de los decorados, en las descripciones de esa ciudad sumergida en la ciudad real, muchas de las buenas maneras que luego se confirmarían en La estación de la Calle Perdido, pero no deja de resultar algo fallida.
Destaca Miéville en la creación de ambientes, en hacer reales las sensaciones de esa existencia paralela, evidentemente fantástica, pero que salta a la mente del lector con una fuerza palpable, sobre todo en el proceso de transformación y adaptación por el que debe pasar Saúl hasta aceptar su nueva existencia. El regodeo, el efectismo de las descripciones con el que Miéville retrata su descenso al mundo de las ratas, cuando le hace revolcarse en la más abyecta porquería, comiendo los restos podridos y llenos de gusanos de las basuras o nadando entre las heces de las alcantarillas, se trasmite de forma magistral al lector, convirtiéndose en no apta, desde luego, para estómagos débiles. Es desde luego, en toda esa imaginería, en el despliegue efectivo de las descripciones de un mundo fascinante, en el fiel reflejo de los sentimientos que se van sucediendo, en la recreación de lo que se oculta tras cada esquina o cada recodo o cada ventana, más que en la trama en sí, donde El Rey Rata se desvela como una lectura realmente interesante, pues lo que es la historia en sí se ve venir desde muy pronto sin que existan apenas sorpresas o revelaciones inesperadas.
Novela entretenida, es en el uso de las palabras, de las sensaciones que provoca en el espectador donde se encuentra su fuerza. Para el que no haya recorrido las calles de Nueva Crobuzón puede ser esta una buena introducción a lo que Miéville ofrece después; siendo, no obstante, poco más que un agradable tentempié para los que ya habían disfrutado de los anteriores libros del autor publicados en español, a la espera de la edición en nuestro idioma del ya anunciado Un Lun Dun, que, aunque de temática aparentemente más juvenil, viene avalado por muy buenas críticas. Seguiremos a la espera.