Montse de Paz.
Reseña de: Jamie M.
Minotauro. Premio Minotauro 2011. Barcelona, 2011. 255 páginas.
Bebiendo
de cierta tradición en torno a un futuro distópico en el que alguna
indeterminada catástrofe obliga a la Humanidad a vivir en ciudades o
entornos cerrados y rodeados supuestamente de un entorno hostil a la
vida al que está prohibido siquiera asomarse que nos retrotrae a títulos
como La fuga de Logan, La ciudad y las estrellas o incluso la más reciente La isla (aunque solo sea en su planteamiento inicial de hábitat aislado del exterior), Ciudad sin estrellas presenta una sociedad en la que los restos de la Humanidad superviviente de una hecatombe nuclear viven en las llamadas Zonas B, conectadas por una avanzada internet y más allá de las cuales se dice que no queda nada, un árido desierto radioactivo.
Esta veintena de Zonas B,
se complementan con varias Zonas N (donde se depositan los residuos
radiactivos), Zonas A (donde se acuartelan los ejércitos y se guardan
todas las armas) y las misteriosas Zonas Z (de las que salvo su
designación los lectores no vamos a volver a saber de ellas). Es una
buena sociedad, sin connotaciones especialmente negativas, y sus
habitantes son todo lo felices que se puede llegar a ser viviendo en un
mundo cerrado y sin salidas; la excepción la forman los misticoides y
los cazadores de antigüedades, individuos que propugnan que fuera de
las ciudades existe un mundo que redescubrir, que hablan de una
naturaleza hace mucho desaparecida, de Historia antigua de la que
aprender, de otra forma de vivir y de astros en el cielo nocturno.
En la Zona B llamada Ziénaga, el joven Perseo Stone,
hijo de una de esas misticoides, comienza a cuestionarse su idílica
existencia. Joven, apuesto, privilegiado programador de éxito, dueño
junto a sus tres inseparables amigos de su propio y rentable negocio en
la Red, habitual visitante de los prostíbulos y otros lugares de ocio...
siente sin embargo que algo falta en su vida y se pregunta si no habrá
algo allá fuera. En vez de permanecer en su nube cuestionándose la
versión oficial, decide ponerse manos a la obra y descubrir por su
cuenta si realmente el mundo del exterior se ha regenerado o no.
Descendiendo en un primer momento a los bajos fondos de Ziénaga, unos
lugares denominados boquetes, y atravesando sus barreras después, el joven desencadenará acontecimientos inesperados para todos los que le rodean.
Hay
en la novela un alegato por la libertad, denunciando una sociedad del
bienestar adormecedora, que con su “pan y circo” (drogas, alcohol,
burdeles, ocio virtual de cualquier tipo...) aparta el foco de las cosas
realmente importantes. Una sociedad que vive en un estado policial,
donde la disidencia, la deriva “misticoide”, es duramente castigada, y
donde los bajos fondos son tácitamente aceptados como una especie de
válvula de escape de pasiones que de otra manera pudieran volverse
contra lo establecido.
El
otro mensaje destacable de la novela es el evidente ecologismo, el amor a la
naturaleza “viva” y la defensa del planeta. En una sociedad gris, donde
jamás se ve el cielo, donde los árboles son meros mitos del pasado,
el simple brillo de las estrellas está llamado a iluminar con fuerza los
corazones.
La autora presenta en este entorno a un grupo de protagonistas donde encontrar una amplia panoplia de personalidades. Desde Perseo, que anhela lo que no conoce, y sus amigos programadores: Jason, Zack y Prince, muy diferentes entre sí, dándose el contrapunto los unos a los otros, complementándose y siempre unidos; pasando por Amanda,
la dueña del burdel de lujo al que son asiduos los muchachos y que a
pesar de aparentemente tenerlo todo, interiormente se encuentra vacía
buscando el amor que no le da su vida, y llegando a Tony Iron,
el marginal dueño de un bar en el boquete norte de Ziénaga, traficante
de drogas conchabado con la anterior para distribuirlas en el resto de
la ciudad . Y entre medio: la patética yonki Kelly,
víctima de esa sociedad del buenrollismo que la condena a prostituirse
por un poco de “polvo” y la esconde en las sombras del sumidero donde
terminan los desfavorecidos y los menos afortunados; los jefes de la
policía y del ejército, siempre enfrentados por la jurisdicción y por el
estatus; o los hackers asimilados por el sistema para luchar contra los
criminales que antaño ellos mismos fueron.
Si
por el tono de la escritura, por los protagonistas adolescentes y por
la trama algo ingenua, la novela es clasificable sin duda dentro de la
Literatura Juvenil (para jóvenes-adultos en todo caso), en esta
clasificación choca en cierta forma la inmersión de los personajes en el
sórdido mundo de la prostitución, tanto de lujo como la más miserable, y
la discipliente y relajada educación que reciben, no tanto
intelectualmente sino de forma ética.
Las figuras adultas, salvo cierto viejo hacker,
están retratadas como perdedores y borrachos, como fracasados
trabajadores sin futuro, como poco inteligentes funcionarios, como
resignados borregos que siguen las consignas sin cuestionarse lo que les
rodea y lo que les dicen desde las altas instancias, mientras solo la
juventud, o al menos parte de ella, se pregunta si eso es todo lo que
puede esperarse de la vida. Los cuatro protagonistas provienen de lo que
en la actualidad llamaríamos “familias desestructuradas”, donde falta
el padre, la madre o ambos, y donde en todo caso la atención paterno
filial y las figuras de autoridad brillan por su
ausencia. Es triste que, y solo tenemos que mirar en derredor, este
pueda ser perfectamente el futuro hacia el que nos dirigimos.
Si
algo sorprende de todas maneras es la asombrosa facilidad con que
suceden todas las cosas. Todo se desarrolla de una forma excesivamente
sencilla, a pesar de las dificultades a las que se enfrenten los
protagonistas y secundarios. A pesar de que se presentan extraordinarios
desafíos y aparentes pruebas imposibles, luego todo se desenvuelve casi
sin impedimentos, de forma demasiado simple, sin que se note o se
sienta en los protagonistas un auténtico esfuerzo. Falta cierta empatía e
implicación emocional.
Hay en Ciudad sin estrellas
una fábula ecológica, una reflexión sobre nuestro propio presente, unos
mimbres y unos planteamientos muy interesantes que, sin embargo, no
terminan de concretarse, dejando demasiado en el aire, como si se
tratase de una “introducción” a este mundo futuro que le resta unidad a
la novela. Queda algo coja, como si faltasen cosas por contar,
presentando líneas que luego no tienen la mayor importancia en el
devenir de la trama a pesar del peso que parecía iban a tener. El final,
aunque efectivamente termina, queda como en un “limbo”, indefinido, sin
resolver el destino, dejando la puerta abierta (muy abierta) y las
dudas instaladas en el lector. Es cierto que no necesita más, que el
final sin cerrar es una invitación a meditar sobre lo narrado y a que
cada cual saque sus propias conclusiones, pero deja una sensación de
algo inconcluso y el deseo de saber más. ¿Habrá continuación?