domingo, 18 de julio de 2010

Reseña: Nación

Nación.

Terry Pratchett.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Timun Mas. Barcelona, 2010. Título original: Nation. Traducción: Miguel Antón. 453 páginas.

Mau ha ido a la isla de los Muchachos a pasar su rito de iniciación a la madurez, dejando la infancia atrás y obteniendo su alma de hombre al regresar a la Nación, pero en el viaje de vuelta un maremoto arrasa con su hogar, con toda su gente, con todo lo que conocía, dejándolo solo y, tal y como él lo entiende, sin alma. Al mismo tiempo, la gigantesca ola ha embarrancado en otra parte de la isla una goleta británica, la Sweet Judy, cuyos únicos supervivientes serán Ermintrude ―quien luego será conocida como Daphne― y un loro medio loco y mal hablado. Tras la dura asunción de su situación, ambos deberán romper las barreras de la comunicación para iniciar sus vidas prácticamente desde cero. Con el paso de los días, algunos refugiados irán arribando a la isla y los dos jóvenes se enfrentarán a situaciones inéditas que les obligan a madurar a marchas forzadas y a hacer cosas que nunca hubieran soñado ni su cultura permitido ―una joven británica de buena cuna, bien educada, y heredera de la Corona Británica en grado lejano, ¿masticándole la comida a una anciana y desdentada «salvaje» o ayudando en un parto? Inimaginable―. Antes del suceso Daphne ni se hubiera planteado cuestionarse la rígida educación en la que ha crecido. Y Mau pronto descubrirá con desazón que, como único superviviente de los habitantes de la isla y a pesar de estar convencido de que ser alguien sin alma, debe asumir el manto del liderazgo y construir un futuro para su nuevo pueblo sin estar en absoluto preparado.

Cuando sucede una desgracia, un cataclismo, una pérdida irreparable siempre parece acudir a la mente ―sobre todo a la de aquellos que dicen no «creer»― la misma pregunta: ¿Cómo puede Dios permitir esto? ¿Cómo deja que una buena persona sea asesinada? ¿Cómo permite que un terremoto asole poblaciones enteras causando miles de muertos? Hablando con un amigo sacerdote sobre el reciente terremoto de Haití me dijo algo como que Dios ni permite ni provoca las catástrofes, es tan solo la naturaleza la que sigue su propio curso ajena a todo sufrimiento; Dios ni empuña la pistola ni desvía la bala; y todos los que piden explicaciones por su falta de acción, clamarían al cielo ―y nunca mejor dicho― si se dedicase a intervenir en las vidas de los humanos por su «puño opresor» director de nuestros destinos. La naturaleza, al igual que el ser humano, es libre, y no son los designios divinos sino los actos naturales los que causan las catástrofes. Algo así le sucede a Mau cuando el tsunami arrasa su isla y con ella a toda su gente; incapaz de explicarse lo sucedido, clamará a los dioses por su inmisericordia cuando ellos en ningún momento han causado la hecatombe, no tienen culpa alguna.

La acción de la novela discurre en una Tierra alternativa a la nuestra, similar en muchas cosas, pero sutilmente diferente en otras, durante el siglo XIX. En una isla, tan pequeña que ni siquiera merece aparecer en los mapas, situada en el Gran Oceáno Pelágico Meridional ―el equivalente a nuestra Polinesia―, Mau y Daphne y una serie de heterogéneos personajes que se les irán uniendo deben establecer una nueva sociedad partiendo de los restos de la catástrofe y de unas tradiciones que se les quedan pequeñas. Nada será fácil y habrá muchas piedras ―literalmente― en su camino.

Para los lectores habituales de Pratchett hay que remarcar lo obvio, esta no es una novela del Mundodisco, aunque se puedan rastrear en ella multitud de los temas a los que el autor acostumbra a dar salida en su famosa serie, planteando cuestiones de carácter filosófico o incluso metafísico con una sencillez y una eficacia pasmosas, que van permeando en la mente del lector casi sin que se de cuenta, inmerso en el relato de las aventuras de la pareja protagonista y sus acompañantes mientras disfruta de su particular humor, mucho más sutil en esta ocasión. Un humor caustico, presente sin duda, pero usado más como contrapunto a la tensión de las situaciones que en búsqueda de la carcajada por si misma. Y es que los temas tratados, como en las mejores comedias, son algo muy serio.

El enfrentamiento entre la tradición y el conocimiento ―que se demuestra que puede no ser tal―, o la duda de si es posible mantener la fe ante los nuevos descubrimientos de la ciencia. Hay quien ha visto aquí un ataque contra la religión en general ―algo habitual por otra parte en Pratchett, sobre todo contra la «religión organizada»―, sin embargo yo no lo veo en absoluto. Es cierto que Mau se cuestiona todo su sistema de creencias, que se enfrenta a los dioses que le hablan en su cabeza y le exigen que restituya sus ídolos, pero al final, la convivencia ciencia-creencias queda reflejada en esta frase tan reveladora como “(...) Imo [el dios principal de la Nación] nos había hecho lo bastante listos para darnos cuenta de que él no existía”, con la que Pratchett deja en manos de cada cual la decisión de creer o no, sin mojarse demasiado. El evidente cariño con el que trata al fanático chamán, que debe enfrentarse a las evidentes contradicciones de sus creencias y reencontrarse con sus dioses desde una nueva luz, de alguna manera hace evidente que Pratchett es mucho más tolerante de lo que le suponen algunos.

La historia de un nuevo comienzo, de crear una civilización desde sus raíces en el aislamiento de una isla es hay un clásico de la Literatura, desde Defoe o Verne hasta William Golding y su descarnada visión de la crueldad de los niños. Pratchett apuesta de alguna manera por el poder liberador de la ciencia siempre que no encadene al ser humano, que respete sus orígenes, la razón como liberadora de ideas erróneas y no como justificadora de nuevas opresiones.

Como la mejor Literatura Satírica, Nación encierra una fiera crítica y una clara invitación a la reflexión, sobre la muerte, los prejuicios y sentimiento de superioridad de los supuestos seres «civilizados» ante el «buen salvaje» que a la postre tiene mucho que enseñarles, sobre el papel de las mujeres en la sociedad, sobre la intolerancia, el respeto al diferente, la identidad propia, el sentimiento de pertenencia a un lugar, sobre la construcción de una personalidad propia, libre de influencias, sobre las creencias, la responsabilidad de quien ejerce el mando, las tradiciones, sobre lo que significa crecer y madurar, la búsqueda del conocimiento y del sufrimiento que puede acarrear, sobre la fe, sobre la preponderancia de unos hombres sobre otros, la injusticia, el amor y la amistad, sobre el colonialismo y la justificación para robar a otros sus tierras y sus culturas, sobre lo que hace que un territorio sea una nación y lo que eso significa, si es que realmente significa algo, su pertenencia a ella más allá del hecho de haber nacido en determinado lugar, sobre la imprescindible necesidad de la comunicación, de entenderse los unos a los otros poniendo cada uno de su parte, sobre la honestidad con uno mismo y con los demás, sobre el compartir...

Se plantea así la construcción de una nueva sociedad básicamente justa, sin referentes previos, o más bien haciendo una amalgama de algunos de ellos y desechando los que parecen haber quedado obsoletos. Ambos, Mau y Daphne, deberán abandonar formas de pensar anquilosadas por sus respectivas tradiciones, lo que le dicen los Ancestros de la isla a él y la rígida educación que su abuela ha impuesto en ella. Los dos jóvenes han perdido todo el marco cultural en el que habían crecido y en el que se sentían seguros, ahora todo es nuevo y deben ir inventando soluciones según surgen los problemas. Los dos deben descubrir las fuerzas que guardan en su interior, a pesar de todas sus dudas, y enfrentarse al futuro con decisión a pesar de todas las incertidumbres.

A Mau le cuesta entender qué ha causado el maremoto, y se cuestiona lo que significa en el entorno de las creencias ―de esos Ancestros que no paran de hablarle presionándole para que cumpla sus órdenes y que él siente que le han fallado― en el que siempre se ha movido. En un nuevo escenario debe plantearse si se aferra a las costumbres ancestrales de su pueblo o si ya no está atado a ellas ahora que todos han desaparecido. Daphne debe descubrirse a sí misma, liberándose del estrecho corsé que la rígida sociedad británica ―la occidental de aquella época, en todo caso― impone a las mujeres, diciéndoles cómo deben actuar y pensar, imponiendo en su mente unas férreas cadenas muy difíciles de romper. Ambos deben luchar contra todo lo que han conocido, todo lo que se les ha inculcado, para construir algo nuevo, utilizando siempre los mimbres disponibles, pero dándoles una nueva orientación. Es una historia de crecimiento y maduración, de descubrimiento personal y de las difícil decisiones que deben tomarse para hacerse cargo da la propia vida, sin dejarse influenciar por nada ni por nadie.

A pesar de que el sentido de humor de Pratchett está en todo momento presente, Nación no es un libro básicamente humorístico. Hay una gran tristeza encerrada en sus páginas, no solo en ese trágico comienzo donde Mau debe enfrentarse a la extinción de toda su tribu en una escena tremenda por su dura carga poética, sino en la certeza de que todos los refugiados tienen una historia de dolor similar al suyo.

Ningún lector habitual de Pratchett puede sorprenderse de la cantidad de mensajes que encierra y de la reflexión a la que invita su lectura. Esta novela ofrece una muestra del autor en su vena más incisiva y humana, un autor ―aquejado de una rara variante de Alzheimer― poseedor todavía de una afilada mente que utiliza para azotar conciencias y hacer pensar de la mejor manera posible, a través de un entrañable y emocionante relato, donde el dolor y la alegría se suceden como en la vida misma, comunicando el mensaje de una manera tan agradable, suave e inadvertida que el lector tan solo al pasar la última página se da cuenta de la auténtica profundidad de la narración. Dos jóvenes enfrentados a la catástrofe, que en vez de dejarse vencer por las circunstancias, se enfrentarán al destino para descubrir el auténtico significado del valor, de la entrega desinteresada, del compañerismo, de la naturaleza del liderazgo y de la lealtad inquebrantable, del valor de las creencias y del no renunciar nunca a la esperanza por muy negro que se presente el futuro, de la amistad y de los sueños, de la capacidad redentora de la ciencia cuando es búsqueda de conocimiento y no una excusa para sojuzgar a los demás... Un libro muy entretenido de leer, divertido y estremecedor por momentos, y que invita a seguir reflexionando una vez terminado. Recomendable para todo tipo de lectores, desde la adolescencia a la plena madurez, que ha sido convertido en un musical ―que traiciona algo su espíritu, según las críticas― y que marca un importante punto de inflexión en la producción literaria de Pratchett, quien ―sin abandonar del todo su típico humor― ofrece una obra mucho más «seria» de lo habitual en su Mundodisco, donde, no obstante, muchas de estas ideas ya habían sido ensayadas, pero que con este ropaje quizá ganen en profundidad. Decir que me ha gustado mucho es quedarse corto. Magnífica novela.

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