martes, 6 de julio de 2010

Reseña: Lo mejor de Connie Willis I

Lo mejor de Connie Willis I.

Connie Willis.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Nova # 221.. Barcelona, 2008. Título original: The Winds of Marble Arch and Other Stories. Traducción: Pedro Jorge Romero. 363 páginas.

Desde la editorial se decidió en su momento publicar lo que era una sola recopilación de relatos de Connie Willis en dos volúmenes renombrados como Lo mejor de... Y si bien es cierto que el libro habría sido voluminoso y por tanto la división no es demasiado objetable per se, más se podría argumentar contra el tiempo pasado entre la edición del primero y el segundo ―prácticamente año y medio de diferencia― que, para aquellos como yo que prefieren leer los libros en su conjunto, ha hecho muy larga la espera. Por lo demás, antes de empezar con la reseña en sí, cabe reconocer que Willis es una autora que despierta tanto las más fervientes adhesiones como los más frontales rechazos, sin que aparentemente haya un punto medio, o se disfruta o se la odia; así que advierto de antemano que yo ―si se me permite obviar el fiasco de Tránsito― pertenezco al primer grupo, al de los que disfrutan enormemente de la producción de esta autora y que, por tanto, venía ya muy predispuesto a deleitarme también de esta recopilación ―además de que ya había leído varios de los relatos incluidos, editados en El espíritu de la Navidad y otras historias navideñas (La Factoría) o en El último de los winnebagos (Robel) [aunque este pertenece al Volumen II de esta edición] y lo cierto es que, con sus más y sus menos, ninguno me había dejado mal sabor― y no me equivocaba. En líneas generales, este primer volumen me ha transmitido, una sensación muy grata, con altibajos como suele suceder en cualquier antología, pero con un mayor número de aciertos que fallos.

Si algo caracteriza esta recopilación es la enorme variedad temática y de registro de la que hace alarde Willis, cambiando sin problema del humor al drama, del misterio a la sátira y del presente al futuro o al pasado sin que en momento alguno su escritura se resienta. Muchos de sus temas más queridos se encuentran aquí ampliamente representados en muy diversas formas, desde su amor por la Navidad, su peculiar forma de entender la religión, los viajes en el tiempo, el interés por el Blitz sobre Londres, las comedias románticas clásicas, un curioso ecologismo y defensa de los animales...

Precisamente, antes de entrar con los relatos, Willis ofrece “Una introducción para este libro o «Aquí están algunas de mis cosas favoritas»”, detallando un buen número de influencias que han marcado su forma de escribir tanto en cuanto a temática como a estilo: Shakespeare, las películas de comedia alocadas ―ya lo puede jurar, sí, pues es algo que ha convertido en una especie de firma o seña de identidad―, la ciencia ficción, su experiencia en los coros de iglesia y las bibliotecas públicas, entre otras muchas, que resulta muy revelador y de agradecer para conocer algo más a la autora.

En cuanto a los relatos en sí, el volumen se abre con Los vientos de Marble Arch, precisamente el cuento que da título a la recopilación original. En el metro de Londres unos extraños vientos salidos de ninguna parte y que aparentemente pocas personas pueden sentir, arrastran aromas que evocan otros tiempos. Mientras intenta encontrar entradas para un musical y su esposa Kathy solo piensa en ir de compras en taxi, Tom desea desentrañar el misterio que encierra el extraño fenómeno, preferentemente antes de que su matrimonio se vaya por el retrete. Es este una historia típica de Willis, con una trama de ritmo frenético, con el protagonista presionado por un tiempo límite, enfrentado a tareas varias de apariencia sencilla pero que tomadas en conjunto parecen imposibles de cumplir, metiéndose en callejones sin salida con pistas que no terminan de llevar a ningún sitio, intentando resolver un misterio de naturaleza desconcertante que elude su comprensión hasta que finalmente la solución es desvelada con un a sencillez pasmosa, no antes de haber pasado por un buen número de enredos. Una lectura terriblemente evocadora, llena de sentimiento, con un toque de humor endiablado y mucha nostalgia. El relato perfecto para empezar si lo que se deseaba era hacerlo fuerte y desde lo más alto, dejando un listón difícil de superar por las narraciones siguientes. Impresionante.

Sigue Luna azul con una trama donde se conjugan proyectos científicos, envidias profesionales, «zancadillas», un investigador que no podría ser más canalla, dos profesores fascinados por el lenguaje y cómo se genera, problemas de amor mezclado con el trabajo y sus impredecibles consecuencias ―y la que aquí ofrece Willis es realmente una historia de amor algo «diferente» y divertida―, carreras arriba y abajo y búsquedas desesperadas, mientras los castillos de naipes se desmoronan alrededor de los protagonistas... Una dulce ironía con un fondo levemente ecologista ―el tema de la recuperación de la capa de ozono subyace en todo el relato, pero como fondo para dar rienda suelta a otras de las pasiones de la autora―. Deliciosamente divertido, con la capacidad de poner nervioso ante lo bien construidos que se encuentran los personajes.

Con Igual que aquellas que solíamos tener el lector se encuentra con el primero de los relatos de tema navideño, tan querido por la autora. El deseo de unas Navidades blancas llevado al extremo para desesperación de muchos de los implicados y deleite de todos los demás. El colapso se cierne sobre el mundo occidental cuando se acerca la Nochebuena y no cesa de nevar, amenazando con destruir muchos de los planes preparados para esas fechas y todos los sueños que los mismos conllevan. Pero como no puede ser de otra manera, de entre el caos surgirá una luz. No es de sus mejores cuentos navideños, pero consigue transmitir un sentimiento de dulzura, de cariño y de una fuerte añoranza de tiempos perdidos en la infancia. Como nota curiosa, cabe comentar que incluso fue convertido en telefilme con el título de Snow Wonder para la televisión norteamericana.

Le sigue Daisy, al sol. El dolor del crecimiento unido al dolor de crecer en un lugar cerrado, lejos de un anhelado sol, que se ha convertido en una amenaza devastadora. Los recuerdos de los tiempos en que se era feliz, aunque también había sufrimiento. El enfrentarse a los propios miedos mientras todo alrededor parece derrumbarse y descubrir que lo que se teme a veces puede ser muy parecido a lo que se ama. Un desesperado grito silencioso que finalmente muere acallado por la resignación. Se trata de un relato un tanto críptico, con un toque poético muy acertado invitando a la reflexión mediante las sensaciones. Bonito, de una belleza cruel, quizá excesivamente pesimista, con un alto grado de inútil desesperación.

En Una carta de los Cleary Willis se adentra en un mundo postapocalíptico, donde la amenaza todavía se respira a cada paso que uno se aleja de la seguridad del refugio, una joven de catorce años que se negará, contra toda opinión, a dejar morir la esperanza en un relato con un toque muy crepuscular y triste sobre la lucha por sobrevivir después de las bombas. La autora despliega todo su buen hacer para provocar la empatía en torno a esa muchacha que se niega a rendirse mientras los que la rodean se dejan llevar por el desánimo y el pesimismo, y encuentra, tiempo después, la respuesta a un enigma que tal vez solo ella quería resolver.

En Carta de Navidad una familia se enfrenta a la «tradición» de hacer balance cuando el año termina. Pero cuando todo es demasiado bonito para ser real, y cuando la familia se convierte en un incordio compitiendo para ver quién ha conseguido mayores logros y cuyos vástagos han sido más «perfectos», Willis ofrece una sátira sobre los boletines familiares ―al parecer típicos en los EE.UU.― en los que parece obligado que el año que termina tenga que haber estado lleno de cosas interesantes, aunque haya que inventárselas. Una mirada entre ácida, irónica y tierna a las Navidades y a las relaciones familiares, y a lo que intentamos hacer para dejar contento a todo el mundo, aunque sepamos perfectamente que se trata de una misión imposible. Y si todo el mundo empieza a comportarse mejor, ¿podría haber una razón «externa» para ello? Quizá el relato sea algo largo para el mensaje, pero en cuanto la protagonista se ve inmersa en todos los enredos el lector ya no puede soltarlo hasta su desenlace. Invita a reflexionar sobre algunos de nuestros propios comportamientos, aunque quizá algunas de las cosas aquí retratadas nos queden algo lejos por mentalidad y acervo cultural. A pesar de la diversión, lo cierto es que no está a la altura de otros de sus cuentos navideños.

Y así se llega a Brigada de incendios. Uno de los más famosos y premiados relatos de la autora, situado durante el Blitz sobre Londres, al que un estudiante del futuro es enviado, con la preparación equivocada, a documentarse y colaborar en la defensa de la catedral de San Pablo durante los bombardeos alemanes. Terriblemente emotiva, da cuenta de todo aquello que se perdió en la II Guerra Mundial y que jamás podrá ser recuperado, reflejando todo el horror y la solidaridad, la valentía y el sacrificio ante la barbarie. Un relato que destila amor por la Historia en cada una de sus palabras, un homenaje a los hombres y mujeres que lucharon casi contra esperanza contra la sinrazón destructora. La triste y apenas resignada aceptación de que por mucho esfuerzo que pongamos hay ciertas cosas que no se pueden salvar. Sin duda se merece todos los premios conseguidos. Una joya.

En Directos a Portales el lector se encuentra con el particular homenaje de la autora al escritor Jack Williamson y a toda una forma de escribir y entender la ciencia ficción, quizá con el relato que más lejano pilla al lector español, a medias por lo poco publicado y conocido en España de Williamson, y por el desapego de un tema que pilla como muy lejano visto desde nuestra óptica. Resulta entretenido gracias al humor que destila y emociona por el cariño que destila hacia el autor; al tiempo que es interesante por el misterio que envuelve a esos felices turistas que viajan a Portales, una pequeña ciudad de Nuevo México sin aparentes lugares de interés, y la divertida confusión que arrastra un viajante al que un viaje de negocios ha dejado varado en el lugar un día antes de su cita y sin nada que hacer. Se antoja, sin embargo, como uno de los más flojos relatos de la antología.

Para desengrasar un tanto, pero disparando con bala, Ruido sería ―y lo sigue siendo― una hilarante historia si no fuera por lo de real que tiene aplicada a la sociedad «correctamente política del buen rollismo» que estamos creando y en la que ya estamos de alguna manera viviendo. El intento de representar una obra de Shakespeare en un instituto estadounidense se convierte en un auténtico quebradero de cabeza cuando los padres, la dirección del instituto y un buen número de estamentos y organizaciones deciden eliminar líneas que consideran que resultan o podrían resultar ofensivas de las obras del bardo. Una auténtica declaración de principios sobre el uso interesado de la cultura, sobre el empobrecimiento de los planes de estudios ―en este caso de EE.UU., pero perfectamente aplicable a nuestro país―, sobre el absurdo de intentar interpretar el pasado según los parámetros de nuestro presente, y un canto a favor de la tolerancia y contra los prejuicios. Es a través de esta visión entre entristecida e irónica, sin duda muy divertida, como el mensaje llega mucho mejor a sus destinatarios. Lástima que muchos jefes de estudio no vayan a leer nunca algo parecido en sus vidas, al menos podrían reflexionar sobre ello. Interesante, entretenida e enriquecedora. Una maravilla.

Todas mis queridas hijas. El golpe demoledor del volumen. Con un estilo algo distinto al habitual, haciendo que los personajes hablen con una mezcla de argot y jerga inventado, y con una temática que no suele tratar la autora, esta es una historia diferente del resto de las que ocupan la antología, que empieza de una manera aparentemente inocente, creando unas ideas preconcebidas hasta que suelta el mazazo y deja al lector con un sentimiento de desolación realmente apabullante. La historia de lo que son capaces algunos jóvenes de un internado del futuro para conseguir sexo ―o para evitarlo― y de una estudiante de apariencia díscola, una oveja negra de comportamiento provocativo, amante de las fiestas y la juerga, inconformista y rebelde, que conforme avanza la narración va desvelando una terrible y emotiva historia hasta que el final del relato deja absolutamente descolocado al lector. Imprescindible, sin duda, a la par que da un toque diferente a la producción de la autora.

En A finales del Cretácico Willis ofrece una nueva historia en la línea de Ruido, aunque con un resultado algo inferior. Las mezquinas luchas de poder en los claustros de una universidad, en concreto dentro del departamento de paleontología, establecen un curioso paralelismo con la supervivencia de los dinosaurios que se dedican a estudiar y la situación de los profesores y sus movimientos para conseguir atención. Las envidias y luchas internas de los ámbitos académicos resultan en uno de los relatos más anodinos del volumen; simpático y enrevesado como es marca de la autora, pero poco trascendental. Es una lástima, por mor de la división de la editorial, haber empezado muy fuerte y acabar aquí con un anticlímax.

Este primer volumen es, no obstante, en su conjunto una buena demostración del firme pulso narrativo de Connie Willis, dando muestra de su enorme variedad de recursos y temáticas, con una escritura que bebe y rezuma «Literatura», con cuentos como maquinarias perfectamente engrasadas y con cada engranaje en su sitio, cada pieza encajando con su pareja, cada detalle sutil planeado de antemano, haciendo sencillo lo complicado sin perderse en ningún momento ni dar gato por libre, dando rienda suelta a un popurri de conocimientos diversos aplicados con estricta pulcritud a cada historia concreta, sin estridencias ni excesos pedagógicos, sino con un fino humor ―un humor muy deudor de películas como La fiera de mi niña o Historias de Filadelfia, nacido de las situaciones planteadas y no del chiste o el «gag»―, una enorme compasión y un gran cariño por sus personajes y la humanidad en general, un profundo interés por la Historia y por las personas que la vivieron, una implícita fascinación por el lenguaje, sus usos y evoluciones, una facilidad pasmosa para la comedia de enredo, un gusto certero por la ironía, un toque evocador de nostalgia, un sabor especial a Navidades pasadas y mucho amor en cada palabra. Uno termina preguntándose cómo es posible que cuentos tan opuestos como Brigada de incendios, Ruido o Todas mis queridas hijas provengan de la misma mente. Willis, vistos los rechazos que provoca su obra, muy posiblemente no sea una autora para todos los lectores, pero a mí me ha hecho disfrutar en cada relato. Menos mal que aún me queda Lo mejor de Connie Willis II. A ello me pongo.

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Otras reseñas de obras de la autora:


Lo mejor de Connie Willis II.


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