Antonio Simón.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo Ajec. Col. Albemuth # 29. Granada, 2010. 185 páginas.
En esta novela corta el lector se va a encontrar con una fábula moral de gran calado muy oportuna de cara a nuestra sociedad y nuestro presente, que habla sobre la soledad, los abandonados, la falta de solidaridad y el interés por el planeta y el ecologismo. Me ha sorprendido muy gratamente, tanto por su escritura como por la temática y la forma de tratarla; aunque yo mismo no sea muy partidario de la teoría de Gaia, ―de la que de alguna forma bebe esta narración― se hace imposible no estar de acuerdo con el mensaje que trasmite el libro, un mensaje que es entregado de una forma amena y reflexiva mediante un relato ciertamente interesante que se lee en un suspiro. Con la longitud ideal, no necesita más páginas, ni menos, el juego que el autor propone a sus lectores es entrar en un futuro cercano donde los telépatas existen y donde el amor por el prójimo, la mera cercanía, adquiere la máxima importancia, mientras la indiferencia puede llegar a enfermar a los olvidados y desfavorecidos. Y es que la falta de atención, el ser alguien invisible para la sociedad puede llegar a enfermar. Ni siquiera hay que pensar mal de alguien, basta simplemente con no reparar en las personas, con dejarlas pasar desapercibidas ante nuestros apresurados y deshumanizados ojos, o encerrarse en el egoísmo de la satisfacción propia, en la apatía y el desinterés, sin tener en cuenta a los demás, a sus deseos o derechos. Ponerse por encima de quienes hay alrededor olvidándose de que uno no se encuentra solo en el mundo y que hay que respetar lo ajeno.
Rosaura es una niña de diez años que se encuentra viviendo en una especie de hospicio-hospital donde parece que va mejorando de una extraña dolencia y donde le dicen que su «aura» se va recuperando. Sin embargo, «fuera» ―nombre que la niña da al exterior del hospital, el ancho mundo del que proviene aunque no guarde demasiados recuerdos de una vida anterior― las cosas parecen estar poniéndose bastante feas, y un inexplicable impulso de abandonar la seguridad de aquellos muros la llevará a salir en busca de una posible cura definitiva para la enfermedad que la aqueja no solo a ella sino a una importante parte de la humanidad. Guiada por una serie de sueños premonitorios que le permitirán evitar diversos peligros y encauzar su camino en la dirección correcta, irá a la búsqueda de Óskar Bogusky, el científico descubridor de la enfermedad y en cuyo laboratorio espera encontrar la cura definitiva y con ella la esperanza que durante tanto tiempo le ha sido negada. Por supuesto la aventura no será nada sencilla, los obstáculos jalonarán su camino y diversos y peligrosos individuos intentarán impedir su misión. También contará con ayuda, claro, pero ¿será suficiente como para conseguir que todo el mundo deje de mirarse su propio ombligo y se relacione con los demás?
En esta época tan individualista, con tantas personas abandonadas, solitarias, desfavorecidas, es de agradecer el lanzar una mirada a nuestro alrededor y «ver» realmente a las personas que nos rodean. Es un tema candente, cada vez más en nuestros días, donde lo habitual es que cada cual mire por lo suyo sin preocuparse realmente por aquellas gentes que no afectan directamente a su vida, haciéndolas invisibles.
El autor utiliza en Don variados recursos para, como buena fábula, conseguir su objetivo: Rosaura y sus sueños premonitorios; una secreta sociedad de telépatas; el investigador Óskar Bogusky y su descubrimientos de la enfermedad ―casi la plaga― que azota el mundo y de cierto objeto que se convertirá en el MacGuffin a perseguir; los misteriosos villanos que buscan su bien personal sin importarles absolutamente nada todos los demás; el uso de los nombres que Rosaura va dando a los secundarios, identificándolos enseguida con una característica física: el sicario llamado «Sombrero», el chófer «Patillas»...; la elección de una gran empresa como malvado de la función: «Vórtice», el holding más poderoso del planeta ―definido como “el ojo del huracán”, el lugar de tranquilidad en medio de la tormenta―, que personaliza la política empresarial de búsqueda deshumanizada de beneficios sin preocuparse de las posibles nefastas consecuencias, sin mirar el futuro ni el bien del planeta y las fuerzas, algo reticentes que se le oponen personalizadas en ese territorio de «entrañas» ―los espíritus de Hea― con su fascinada atracción por los seres humanos, y la propia Hea, enfadada y sin embargo amorosa, intentando dar una última oportunidad a la humanidad a pesar de todo, pero sin involucrarse en exceso; o la presencia «comodín» de Paracelso ―personaje intrigante y fascinante a un tiempo―, una especie de elemental de la naturaleza que ayudará a Rosaura en diversas ocasiones. Y ahí está también el objeto que todos persiguen: la Esfera Hermética, un invento de Bugosky que puede convertirse en la salvación o la condenación de la Tierra y la raza humana. Capaz de llenarse de buenas intenciones o de Pensacero, la indiferencia hecha intangible sustancia, contraria al pensamiento positivo.
Pero esta no es una historia «moralizante» per se, sino que todo el mensaje se destila de la propia aventura de Rosaura, de todo lo que le sucede en su camino, perfectamente integrado en una interesante narración en parte detectivesca en parte de misterio, en un viaje contrarreloj que puede terminar con el fin del mundo. Simón escribe con acierto, con una prosa contenida pero muy agradable, sencilla, algo parca en ocasiones, descriptiva cuando es necesaria y tierna cuando la acción lo requiere, aunque quizá le falte un punto de tensión para llegar a emocionar de verdad. Tal vez profundiza poco en la psicología de sus personajes, en sus personalidades o motivaciones; tal vez es que la narración no lo necesita, ya que al fin y al cabo es casi tan solo un hermoso cuento de hadas que no precisa de más páginas que las que ya tiene. Tal y como está se lee de forma rápida y fluida, aunando evasión y reflexión, hablando de la necesidad que tienen las personas de sentirse queridas, de la amistad, de la necesidad de un hogar al que pertenecer, de la calidez de una mirada de reconocimiento...
Sin embargo, se hace un poco difícil de aceptar, en uno de los pocos fallos que se pueden achacar al autor, ciertas actuaciones de Rosaura y su resolución, como que una niña de diez años vaya a una estación de autobuses, pida un billete para el primero que salga sin importar su destino y que sin preguntarle dónde están sus padres o si va con alguien se lo vendan sin más ni más; o cuando se pone a esperar durante horas ante la puerta de una mansión y el guarda de la misma lo permita sin más ni más, sin cuestionarse qué es lo que está haciendo allí una niña tan pequeña. Son cosas que rompen bastante la suspensión de incredulidad. Bien es cierto que durante todo el relato Rosaura va dando muestras de tener una personalidad algo arrolladora y una madurez muy por encima de lo que se presupone por su edad, supuestamente por haber crecido sola en las calles; sin embargo eso no justifica actuaciones absolutamente inverosímiles. Del mismo modo los “malos” están bastante acartonados, con unas actuaciones demasiado rígidas que parecen directamente sacadas del «manual del perfecto malvado» y de la «opereta» de turno.
A pesar de ello, en Don el lector se va a encontrar con una historia en general satisfactoria, que invita a la reflexión, a mirar con otros ojos al mundo que nos rodea, a las personas con las que compartimos nuestras vidas sin fijarnos apenas en ellas, a ser más amables con los que tenemos cerca; una historia que, a pesar de situarse en un futuro cercano, de la presencia de un científico y su laboratorio y de cierta parafernalia, no puede situarse dentro del género de la ciencia ficción, sino de la pura fantasía. La especie de epílogo está un tanto traído por los pelos, siendo quizá demasiado almibarado, pero se le puede perdonar por todo lo anterior. Es un libro que sorprende y al que por su brevedad puede merecer la pena darle una oportunidad.
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