Russell Whitfield.
Reseña de: Jamie M.
La Factoría. Col. Bonus # 4. Madrid, 2010. Título original: Gladiatrix. Traducción: Almudena Romay Cousido. 348 páginas.
Gladiadora no es esta tanto una Novela Histórica sino una novela que utiliza la excusa de un particular momento y suceso histórico para ofrecer al lector un relato de aventuras, de puro entretenimiento, con mucha sangre, mucho odio, algo de amor, bastantes referencias sexuales (hetero y homo) y algo de politiqueo, que se sirve del marco y escenario más que ceñirse a ellos.
Según explica el autor en una nota al final del libro, la inspiración le vino de una estela encontrada en Halicarnaso donde se veía a dos gladiadoras de las que solo se llegó a saber sus nombres, Amazona y Aquilia, y com una inscripción que es mejor no desvelar ahora para no chafar el final de la novela. Whitfield tomó prestados esos nombres para “reconstruir” su historia, la narración de las experiencias y del camino que ambas recorrieron para llegar a merecer ese monumento conmemorativo.
La protagonista, Lisandra, quien llegaría a ser conocida en la arena de los combates por el sobrenombre de Aquilia (la forma femenina de Aquiles), es una sacerdotisa de Atenea en una peculiar orden espartana que la ha educado desde su infancia en el agogé en el uso de las armas y en la vida marcial; única superviviente de un naufragio que la deja exhausta en la playa, es encontrada allí por los agentes de Lucio Balbo, dueño de una escuela de luchadoras. Según las leyes romanas, la mujer pasa a ser de su propiedad y es llevada al ludus (escuela de preparación de gladiadores, gladiadoras en este caso) que dirige. Para su asombro, la espartana se convierte en un valioso activo, dado su dominio de las tácticas guerreras y de las armas; sin embargo, pronto descubrirá que el orgullo de Lisandra, su forma de pensar que le impide aceptar su esclavitud y adaptarse a las nuevas circunstancias de su vida, amenaza con romper su espíritu y convertirla en un cascarón vacío, carne propiciatoria para el sacrificio en el circo. Decidido a proteger su propiedad e inversión (se nos explica que el entrenamiento y la manutención conllevan muchos gastos), la dejará en manos de un sacerdote de Atenea quien intentará cambiar su forma de interpretar las nuevas circunstancias de su vida y reconciliarla con la idea de su futuro en la arena.
La novela, como no podía ser de otra manera, está llena de acción, desde el entrenamiento en el ludus a los combates en el circo; unos enfrentamientos, narrados con una escritura casi cinematográfica ―la obra debe bastante, sin duda, a la referencia que enseguida le viene uno a la cabeza: la película Gladiator― que se suceden con realista, y sangrienta, brutalidad. Fuera de la arena, la tensión crecerá entre los diversos “actores” implicados, por un lado cuando Lisandra encuentre inesperadamente el amor en brazos de otra gladiadora del ludus, un hecho que producirá enormes fricciones con otras mujeres implicadas, y por otro cuando uno de los cuidadores se encapriche de ella y la someta a terribles tropelías que el autor describe sin hurtar nada en absoluto al lector.
A lo largo de la narración Whitfield comete una serie de anacronismos, sobre todo en el lenguaje, que sin ser terriblemente molestos, sin duda hubieran sido fácilmente subsanables. Cosas como llamar continuamente al futuro emperador Trajano como el “español” (sí se ha documentado para otras cosas, salpicando el texto de nombres antiguos de armas, formas de lucha y lugares, creo que no habría sido tan difícil no haber fallado en esto) impiden que el lector se sumerja de forma del todo satisfactoria en ese mundo antiguo que se nos está describiendo con excesiva modernidad. Introducir un buen número de términos en latín (sobre todo en cuanto a las armas y técnicas usadas por las gladiadoras) solo da idea de una somera búsqueda de referencias que incluso se antojan algo pedantes.
Aparte de la posible existencia histórica de las dos gladiadoras involucradas en la acción, los dos únicos personajes conuna existencia histórica documentada que llegan a aparecer de forma secundaria son el gobernador romano de Asia, Julio Sexto Frontino y el mencionado todavía senador Marco Ulpino Trajano, de visita en la región y en honor de quien se organizan unos fastuosos juegos donde se enfrentarán las protagonistas. El resto de personajes y sus vidas, incluidas las trayectorias vitales de las dos gladiadoras, se debe a la libre imaginación e interpretación de Whitfield, que da rienda suelta a su prosa para ofrecer a los lectores una truculenta y sangrienta historia de superación personal, de amores, celos, rivalidades, venganzas, traiciones, combates, muertes, ambiciones, sueños imposibles y vistorias pírricas. La novela cumple sobradamente con su objetivo de entretener, sin destacar demasiado, sin plantear grandes cuestiones, sino ofreciendo un honesto relato de aventuras sin más problema, un retrato de las pasiones de las mujeres que se ven obligadas a enfrentarse a la muerte en el circo y a su forma de entender la vida que les ha tocado en suerte.
Lisandra es un personaje que está siempre en el filo de hacerse realmente repulsivo (su creencia en su absoluta superioridad moral, mental y física sobre las mujeres ―y hombres― que la rodean por su rígida y marcial crianza y educación, sus desplantes y desaires a todo bicho viviente, su absoluta falta de tacto ante los problemas y sufrimientos de las demás, la frialdad de sus sentimientos, su palpable arrogancia, su evidente incapacidad para empatizar con el resto de esclavas... y sin embargo tiene momentos ciertamente entrañables cuando las dudas se adueñan de su mente, cuando se apiada de la pequeña esclava del ludus, cuando se enamora contra todo lo que le dice su razón, cuando se demuestra que actúa con absoluto convencimiento y sinceridad, sin dobleces ni malicia ninguna. Una imagen totalmente ambivalente que consigue dotar de cierto relieve al personaje del que carecen otros de los protagonistas, mucho más planos.
La vida en el ludus se encuentra descrita con detallado realismo, con crudeza y simpatía a un tiempo. Recrea la vida de las gladiadoras en su mundo cerrado y aislado del exterior, no solo los duros entrenamientos, sino también sus momentos de asueto y relajación, las rivalidades (de combate, de procedencia de nacimiento, de jerarquía...) y las relaciones y enemistades. Los personajes secundarios sirven para dar un somero trasfondo a la historia, dándole mayor profundidad, a pesar de que en muchos casos sus personalidades no pasen del esbozo. Desde el propio Lucio Balbo, siempre preocupado por sus “inversiones” al tiempo que busca complacer siempre a sus patrone; los entrenadores, el cruel Nastasen, capaz de las mayores depravaciones, y su contrapunto en el soñador Cativolco, que aspira a comprar su propia libertad y se enamora de quien no debe; la sanguinaria y orgullosa Sorina, princesa de una tribu bárbara de los dacios, que sueña con vengarse de los romanos opresores sea cual sea el coste que deba pagar hasta que se de cuenta que tal vez este sea demasiado alto; el sacerdote de Atenea, Telémaco, que busca el equilibrio entre recuperar la mente de Lisandra, sabiendo que la está enviando a su posible muerte en la arena al tiempo que ve como su presencia en el empobrecido templo atrae las tan necesarias donaciones de los feligreses; la teutona Hildreth, con su débil comprensión del lenguaje y su relación de amistad-competencia con la protagonista y que da la única pincelada de humor en todo el relato... Todos ellos son descritos con claroscuros, todos (o casi, que hay un par que no, como el númida Nastasen) tienen buenas justificaciones para hacer lo que hacen, aunque se trate de algo a priori inmoral o negativo. No hay en la novela lo que se dice personajes “buenos”, ninguno destaca por su especial bondad (quizá la pequeña asistenta esclava Varia, personificación de la inocencia), pero la mayoría tienen su rayito de luz, sus esperanzas y motivaciones positivas aunque luego se tuerzan y se traduzcan en algo fallido. Al fin y al cabo, el destino de la mayoría es matar o morir en el coliseo, un destino no muy inspirador para mover a hacer amistades o a las buenas obras.
Gladiadora, destacando sobre todo la violencia de entrenamientos y combates en la arena, tiene un poco de todo, desde la historia de amor sáfico entre la protagonista y la hermosa Eirianwen, hasta los movimientos políticos de los dirigentes imperiales, el odio, la venganza, la sangre, la tragedia... sin dar apenas tiempo para la reflexión. La novela tan solo busca el entretenimiento y quizá por ello queda un tanto frío, un tanto mecánico en cuanto a sus resortes narrativos. La implicación emocional es distante, al no identificarse realmente con ninguno de los personajes y vista la distancia y lejanía de las referencias históricas, el lector no siente realmente como suyas las desgracias que les suceden a cada uno de ellos. Incluso la cruda descripción de una violación está narrada con una especie de distanciamiento, con una fría racionalización que le despoja de su auténtica carga emocional, causando rechazo, sí, pero sin horrorizar tanto como debiera. Tal vez por esa distancia inevitable ante la lejanía de las referencias culturales del pasado y la actualidad, el autor haya “modernizado” el lenguaje de los personajes, con expresiones demasiado de hoy en día, que sin duda chocan provenientes de las bocas de los implicados, a pesar del ambiente cuartelario imperante en el ludus.
Desconozco si el autor estará preparando una continuación, pero a mí el hecho de que durante buena parte de la novela, el ludus y sus gladiadoras se estén entrenando para un singular combate a gran escala, un espectáculo cuya preparación ocupa buena parte de la trama y que finalmente no tiene lugar, me ha dejado, cuando menos, desconcertado y perplejo. El epílogo que apunta en una nueva dirección, con los problemas de Roma en Dacia (y recordemos que el emperador Trajano destacía posteriormente por su campaña contra los dacios), totalmente distinta a la esperada, ha ayudado mucho a esa sensación, abriendo un camino muy distinto para la posible secuela, que también podría tener su interés, pero que no es, desde luego, para lo que aparentemente Whitfield había estado preparando al lector. En todo caso habrá que esperar a saber siquiera si esa continuación va a ser escrita para descubrir por dónde podría discurrir su acción. La respuesta solo se encuentra en manos del autor.
Tenía bastante curiosidad por este libro pero creo que me has quitado las ganas. Personajes planos, abuso de latinismos, estructura algo ambigua respecto a si es uno o más libros... vamos casi que de momento me lo sigo pensando.
ResponderEliminarBuenas,
ResponderEliminarlos personajes, más que planos son "fríos", como distantes.
Y de los latinismos no es que haya demasiados (más que nada lo del "ludus", los nombres de las distintas armas,algunos utensilios comunes y alguna cosa más), pero es que rompen la narración al estar mezclado con un lenguaje, sobre todo en los diálogos, demasiado moderno.
Y yo estoy convencido de que, a pesar de que el libro termina con un clímax adecuado, habrá una continuación o segunda parte, lo que sucede es que después de estar preparando al lector para una cosa, parece que los tiros irán en una direción totalmente opuesta :-(
El libro no está mal y entretener entretiene, pero se le podría haber pedido mucho más.
Entra en la web oficial del autor, ahí te pone, en portada, que sí, que está trabajando en la secuela.
ResponderEliminarMuchas gracias por la información. Desde luego, todos los indicios apuntaban a esa posibilidad.
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