Ciclo de Drímar 1.
Rodolfo Martínez.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Sportula. Gijón, 2010. 247 páginas.
Con este volumen inicia el autor la recopilación ordenada de su producción situada en su «universo» de Drímar, dentro de su «aventura» editorial para la que ha creado Sportula. Drimar se encuentra en una Tierra ficticia, en una realidad paralela escindida de la nuestra en la década de los 80 del siglo pasado, que el autor desarrolló como telón de fondo de un buen número de obras de sus inicios como escritor. Como si una especie de “Historias del futuro” se tratara, pero de un futuro que no se corresponde con el nuestro, Martínez creó toda una completa y muy interesante cronología de hechos destacados en la que fue situando la acción de un buen puñado de relatos, rellenando los huecos pertinentes de diversos puntos importantes, claves para el desarrollo de la sociedad surgida de una hecatombe nuclear, y de su expansión y reconstrucción del mundo.
El carpintero y la lluvia recoge tres de esos relatos ―dos novelas cortas y un cuento― y unos cuantos apéndices que apoyan la narración y la complementan a la perfección (la cronología de Drimar, por ejemplo, es casi un relato en sí misma; al tiempo que su lectura hace desear que al autor hubiera profundizado más en algunos de los hechos reseñados). Son obras de un autor todavía «en construcción», que se encuentra experimentando con su estilo y con los límites que le impone el marco narrativo, profundamente valientes y arriesgados ―sobre todo el primero, Un agujero por el que se cuela la lluvia, que aúna la dificultad temática a la estilística en una apuesta un tanto extravagante y compleja―.
Es así Un agujero por donde se cuela la lluvia un ejercicio literario de alto riesgo, donde el autor mezcla los narradores y sus puntos de vista, utilizando indistintamente la primera y tercera persona, fundiéndolos todos en párrafos que hasta que uno se acostumbra van de lo farragoso a lo confuso. Es difícil hacerse con la narración, introducirse a fondo en el relato; hace falta mucha concentración y tranquilidad. Se mezclan en la misma frase diferentes sujetos sin discontinuidad, narrando diferentes hechos, enredando pensamientos y acciones. El lector se encuentra con que una frase de un personaje se ve interrumpida por la de otro y tiene que ir a buscar su continuación una línea o dos más adelante. En muchas ocasiones se debe volver atrás, repasando lo leído para encajar todo en su sitio, para ver en cada momento cuál es el narrador, siempre cambiante, y dónde se encuentra el marco de referencia.
En una estación orbital situada en el punto L3 orbitando en torno a la Tierra se lleva a cabo, entre otras labores, un estudio sobre la psicología humana. Al lugar arriba un joven autista con graves deficiencias físicas que sin planteárselo desatará terribles y luctuosos hechos. En lo que aparenta ser una olla a presión sin válvula de escape y a punto de explotar, cualquier pequeño detalle puede ser el detonante de una tragedia. La narración navega procelosamente entre un marasmo de relaciones inestables, de egos frágiles, de personalidades desequilibradas, de envidias encubiertas, de odios declarados, de dolorosa indiferencia, de sentimientos heridos...
Un agujero por donde se cuela la lluvia es, sin duda, una lectura exigente, dura en muchas ocasiones, críptica en grado sumo en otras, y que defraudará muy posiblemente a quienes busquen una narración más convencional. La verdad es que cuesta entrar en el juego estilístico del autor y un final «abierto» ―por decirlo de alguna manera― y en cierta forma frustrante tras lo arduo de haber llegado hasta alllí no ayuda precisamente a su disfrute. Sin embargo, si el lector consigue hacerse con la estructura y esencia interna, con el mensaje básico, profundiza en los personajes y conecta con sus ansias y pensamientos, se libra de prejuicios, salta sin red hasta otro planeta y vuelve a L3, va a conseguir algunos de las claves para interpretar y entender hechos que le serán narrados en otros relatos de este particular futuro.
La carretera es, aparentemente, el más sencillo y lineal de los tres relatos, además del más breve. Una exploración de una carretera interminable que recorre sin fin un planeta inhóspito e inhabitable llamado Bluyeiuey que cambia de «ambiente» de forma aleatoria ―puede pasar de un instante al siguiente, sin aviso previo, de una atmósfera perfectamente respirable a otra de metano, matando a los exploradores sin la preparación adecuada que se atrevan a enfrentar su misterio― y cuyas particulares circunstancias bloquean la comunicación órbita–superficie, impidiendo el seguimiento de aquellos que bajan al planeta. Debido a ello, y a la poca rentabilidad real de la exploración, las corporaciones que todavía buscan un beneficio del planeta, envían allí a la escoria de la Humanidad, criminales convictos que buscan redimir sus culpas arriesgando sus vidas en el intento. Uno de ellos, superviviente más allá del periodo promedio, avanza por la carretera hacia su futuro a la vez que elucubra sobre las causas que le han llevado hasta allí, mientras desentraña algunas de las claves para haber sobrevivido durante tanto tiempo en un ambiente claramente hostil, y no solo por el planeta en sí, sino también por el tipo de individuos que comparten sus exploraciones.
El lector asiste aquí a un retrato de la soledad en un ambiente adverso, mostrando lo que la ausencia prolongada de compañía ―humana o de cualquier tipo― puede hacerle a la mente, a los procesos cognitivos y a la estabilidad psíquica, sobre todo cuando el sujeto narrador ya partía de un cierto desequilibrio. El reflejo de esa búsqueda de lo ignoto simplemente por descubrir sus secretos que tantas veces mueve a los seres humanos o cómo las corporaciones no dudan en sacrificar las vidas de sus equipos exploradores tan solo con la escasa esperanza de la mínima posibilidad de descubrir qué se encuentra tras las puertas que en ocasiones aparecen en los extraños desvíos de la carretera.
La tercera historia, El alfabeto del carpintero, enlaza casi directamente con el anterior relato, ya que la acción recoge la experiencia de dos supervivientes de un pelotón militar que en una acción evasiva en el espacio, cayeron y quedaron varados en la superficie de Bluyeiuey, sobreviviendo contra toda esperanza a las terribles condiciones a las que fueron sometidos tan solo para descubrir tiempo después que sus vidas no han vuelto a funcionar como deberían y que llevan unas secuelas que quizá no se puedan ver a simple vista, pero que lastran su existencia con una carga difícilmente soportable de acarrear.
Es esta una historia de amor un tanto extraña, de una búsqueda de significados cuando es muy posible que los mismos ni siquiera existan, de cómo reaccionan los seres humanos ante lo incomprensible, ante aquello que los supera y no pueden explicar, del dolor de la pérdida y de la culpabilidad inherente al haber sobrevivido cuando todas las opciones estaban en contra y tantos otros no lo consiguieron. De la irrupción de lo inexplicable, por imposible, en la vida de los supervivientes y las reacciones ante ello de los implicados.
El tema que acecha en el fondo de los tres relatos es el de la locura en sus muchas y diversas variantes, un intento de diseccionar en cierta forma lo oculto de la psique humana, de sus recovecos más íntimos y secretos donde las sombras toman forma y traicionan los verdaderos sentimientos. Magníficamente trabajados, con perfectos retratos de sus protagonistas, los relatos ya muestran los derroteros por donde habría de discurrir la carrera literaria de Rodolfo Martínez en esos sus primeros años de publicación ―incluida su tan característica «cruzada» ateista―. La unión del fondo musical, casi una banda sonora propia, de los tres relatos es una costante realmente interesante; desde los estudios de Laoché Hernández al nombre del fascinante planeta o al de cierta droga utilizada para evadir la realidad, Martínez da rienda suelta a sus propios gustos musicales en un curioso juego de empatía con el lector cercano a su generación.
Completan el volumen una serie de apéndices de interés variable, en el que destaca, como ya he señalado, la propia cronología del mundo de Drímar, y que sirven de apoyo a la narrado anteriormente y a lo que todavía queda por venir. Es esta una interesante oportunidad de recuperar unas obras que actualmente eran inencontrables y que forman parte de la particular historia de la ciencia ficción patria con un autor que ya es parte de su historia. Recomendable, pero con matices, dado que la complicación, sobre todo estilística, del primer relato puede echar para atrás a ciertos lectores más acomodaticios o que no estén buscando quebraderos de cabeza sino una lectura más ligera. No decepciona, pero no cabe duda de que el lector debe poner mucho de su parte para culminar la tarea.
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Reseña de otras obras de Rodolfo Martínez:
Sherlock Holmes y la Boca del Infierno.
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