Las monarquías de Dios 2.
Paul Kearney.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alamut. Serie Fantástica. Madrid, 2010. Título original: The Heretic Kings. Traducción: Núria Gres. 299 páginas.
Segunda novela de las cinco que componen Las monarquías de Dios, comenzadas con El viaje de Hawkwood ―imprescindible haberla leído antes de hacer lo propio con ésta―, Los reyes heréticos es una obra de transición dentro de la serie sin renunciar en absoluto a su propia entidad e interés. La narración mantiene el ritmo y la emoción de la anterior ―e incluso lo incrementa― en la difícil tarea de recolocar a sus piezas en el sitio indicado al tiempo que ofrece una historia atractiva y con auténtica «enjundia». Después del enorme estallido que se producía en la entrega anterior, aquí se trata de ver cómo los fuegos empiezan a extenderse por todo el continente amenazando con arrasar a todos los reinos ramusianos, más centrados en lidiar con sus problemas internos que en preparar una defensa conjunta contra los merduk. Con nuevas revelaciones que seguro que tienen una vital importancia más adelante, la novela se dedica a posicionar a los actores en medio de una inestable situación bélica para la previsible «explosión» que amenaza el horizonte, donde acechan a la espera del deshielo los «infieles» y su ambicioso sultán mientras la alianza de los reinos se desmorona y se producen los primeros enfrentamientos internos.
El autor ha depurado sus descripciones respecto a la anterior, integrándolas mejor en la acción a través de los ojos de sus protagonistas y no tanto ―aunque todavía sucede en ocasiones puntuales― a través de la contemplación de un narrador distante y lejano. Se mantiene un interesante equilibrio entre la vertiente militar y la política de la historia. Las conspiraciones se suceden a varios niveles, tanto en los reinos heréticos como en el seno de la iglesia, con sus dirigentes más preocupados del poder terrenal, de crear un imperio bajo su mando, que de las preocupaciones espirituales de sus fieles. Y los que mantienen la fe corren el riesgo de ser acusados de herejes y arrojados a las piras con todos los practicantes de dweomer y aquellos que se oponen al nuevo orden.
Tal vez a la novela le falte algo de la escala épica de la primera. Aunque hay un par de escaramuzas, una marítima y otra terrestre, y una batalla urbana a mayor escala, sin duda no alcanzan la altura de la intensidad y la fuerza narrativa desplegada en la defensa del dique de Orman a la que se asistía en la anterior novela, pero sirven para que la emoción esté garantizada.
Se inicia para la ocasión una nueva trama, en este caso en torno a la cuestión religiosa, cuando el monje Albrec encuentre un manuscrito en las catacumbas bajo la biblioteca de Charibon cuyo contenido podría cambiar radicalmente la visión de la fe de los reinos rasmusianos y la historia de la propia Normannia. Junto a su compañero Avila tendrá que hacer frente a una conspiración de silencio que ha regido los destinos del mundo durante mucho tiempo.
En la vertiente político-militar, destaca la emergente figura de Corfe, el soldado que desertase de la caída de Aekir y que se verá inmerso sin desearlo en los juegos políticos de Torunna, enfrentándose tozudamente a las adversidades tratando de redimir de alguna manera su deserción mientras lucha por mitigar la pena por la pérdida de su esposa. Cargado de arrojo e ímpetu es un personaje que sale renovado de la novela y aspira a hacerse con una parte importante del protagonismo de futuras entregas. Desde luego las tropas bajo su mando darán, sin duda, mucho juego.
Hebrion, mientras tanto, se encuentra en una comprometida situación. Con el rey Abeleyn ausente, regresando del cónclave de los reyes, la iglesia inceptina, con el respaldo de sus caballeros militantes y de ciertos nobles con aspiraciones, se han hecho con el gobierno y emprendido la tarea de «limpiar» la ciudad. El equilibrio de poderes en ausencia del rey convertirá la ciudad en un auténtico polvorín que puede estallar en cualquier momento. Las intrigas palaciegas en pos de conseguir y mantener el gobierno hacen, como suele decirse, extraños compañeros de cama, y la traición y las felonías parecen garantizadas. Mientras la amenaza merduk permanece inactiva pero siempre presente en el futuro, los reyes heréticos deben concentrarse en sus propios problemas internos, destinando las tropas que deberían garantizar la protección de los reinos a sofocar las revueltas de sus tierras instigadas por ambiciosos nobles que se pliegan al edicto del nuevo prelado, Himerius, con la esperanza de recibir suculentas recompensas a cambio de su apoyo y fidelidad.
Con una estructura que divide en tres partes el libro, diferenciando a la perfección la acción situada en los reinos ramusianos y la situada en el nuevo continente occidental ―que ocupa el tercio central de la novela en vez de intercalar sus capítulos con el resto como sucediera en la anterior―, se antoja que mientras la expedición de Murad y Hawkwood tiene un carácter unitario, la de los reinos tiene demasiadas líneas abiertas, dispersando mucho más la atención. A largo de la tercera parte se van cerrando cada una de ellas con un cliffhanger que deja la emoción preparada para la lectura de la siguiente entrega. Muchas tramas que discurren por separado, uniendo a veces sus destinos o separándose para enfrentar diferentes misiones. Esta profusión hace que a veces alguna de las líneas se antoje meramente presencial, como el ejército fimbrio que se dirige al dique, que tan solo hace acto de presencia en un par de ocasiones apenas como trasfondo de otras tramas.
La acción del nuevo continente se revela mucho más compacta, al seguir tan solo el foco de los dirigentes de la expedición en su misión de exploración, sin llegar a separarse. La situación de los expedicionarios es agobiante, enfrentándose en adversas condiciones a lo desconocido que acecha en el interior de la húmeda jungla ante la que han desembarcado. Recordando más que nunca la llegada de los «conquistadores» al Nuevo Mundo de nuestra realidad, la descripción del deterioro físico de los soldados y «colonos» está realmente conseguida, sufriendo la asfixiante humedad y las lluvias torrenciales, con sus armaduras oxidándose, con las ropas pudriéndose y desintegrándose, con soldados enfermando por la ingesta de frutas desconocidas, por el miedo a los secretos del nuevo continente que pronto rebelará encontrarse habitado, pero no en la forma que podría suponerse... Es este tercio muy diferente al resto de la novela, más cohesionado ―solo hay una trama sobre la que mantener la atención―, lleno de misterio, de dudas e incertidumbres, de muerte y amenazas.
Es curioso como la quema de «herejes» y la participación dentro de la expedición de Hawkwood de un buen número de practicantes del dweomer ha hecho que el uso de la magia se limite casi en exclusiva a la parte de la novela que sitúa la acción en el nuevo continente, siendo la acción desarrollada en los reinos ramusianos prácticamente realista ―dentro del mundo ficticio creado por Kearney― salvo cuando irrumpe algún elemento fantástico como el pájaro de Golophin, la presencia de cambiantes en lugares inesperados, aunque no del todo insospechados, o la existencia de «familiares» en el entorno de ciertos personajes poderosos. Nada realmente «espectacular», sino muy sutil y por tanto más intrigante si cabe.
Como corresponde a una narración ficticia tan pegada a la realidad «histórica» en la que lejanamente se basa, la presencia femenina se muestra prácticamente testimonial, con tan solo tres o cuatros personajes femeninos en papeles que podrían considerarse secundarios y que, sin embargo, tienen una enorme importancia en el orden de las cosas, pudiendo cambiar con sus decisiones el destino de las naciones o, cuando menos, el de alguno de los implicados en sus derroteros. No se trata, en absoluto, de objetos del deseo masculino ―aunque de eso también haya algo―, sino de personajes que tratan de hacerse un hueco en un mundo de hombres. Odelia, la reina madre de Torunna, Heria, la esposa de Corfe con una breve aparición, Jemilla, la cortesana con muy altas aspiraciones y ciertas debilidades, Kersik, la indígena del nuevo continente de intrigante comportamiento y ocultos secretos e intenciones... son mujeres que buscan mantener su identidad dentro de un mundo que condena a las féminas casi a ser meros objetos decorativos o sexuales ―tal vez con la excepción precisamente de Kersik―. Kearney lidia a la perfección con esa limitación y dentro de las posibilidades que el marco le da, refleja a la perfección y verosimilitud la auténtica influencia que ejercerían las mujeres dentro de una sociedad como la retratada.
La brevedad, relativa, del texto hace que el autor vaya directo al grano, evitando las recurrentes escenas en este tipo de novelas de dilatados entrenamientos, preparativos, movimientos de tropas, caminatas, tiempos de sosiego y demás. Es sintomático el caso de Corfe que en tres pinceladas, no exentas en absoluto de un humor socarrón, pone en marcha su misión y se mete de cabeza en ella, sin apenas transición ni periodos muertos. Es de agradecer esa concreción que hace que la acción avance a marchas forzadas sin perder por ello ni un ápice de interés ni claridad. El autor hace gala de una especial precisión en su escritura, embutiendo en apenas 300 páginas gran cantidad de acontecimientos, y todos importantes, aunque dé la sensación de que no lleva a su resolución ninguno de ellos, dejándolo todo para más adelante. Para el lector es algo insatisfactorio ―por el deseo que le queda de saber más o por la situación complicada en que quedan varios de los protagonistas―, pues muchas de las líneas «terminan» justo en un punto álgido, en un momento de tensión, dando paso a otros temas y dejando todo preparado para la siguiente novela sin culminar realmente nada. Es por eso que la novela en ocasiones adquiere aún más carácter de transición hacia la siguiente.
Es por eso Los reyes heréticos un libro que se cierra con una sensación de anhelo insatisfecho por la propia estructura de la serie, que deja todo colgado para la siguiente entrega en su punto más álgido, sin cerrar ninguna trama sino todo lo contrario, abriendo caminos intrigantes que deberán ser resueltos en próximas entregas. Un libro apasionante que deja con ganas de más. Esperemos que Alamut no tarde demasiado con la tercera novela, la ya anunciada Las guerras de hierro ―ni con las siguientes tampoco―.
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Reseña de otras obras del autor:
El viaje de Hawkwood. Las monarquías de Dios 1.
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