Fernando Cámara.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
NGCficción! Col. Terror # 1. Madrid, 2010. 191 páginas.
Dani y Eva son un matrimonio español que todavía permanecen enamoradas tras años de convivencia y que han decidido celebrar su aniversario realizando un viaje a París dejando a sus hijos en casa; una nueva luna de miel, una oportunidad de redescubrirse, de recuperar viejas sensaciones y celebrar su amor. Sin embargo, a lo largo de tres días y, sobre todo, dos noches y pico su sueño parisino pronto ha de trocarse en pesadilla, sumergiéndolos en un universo de locura donde lo más inocente esconde una cruel amenaza, haciéndoles enfrentarse en medio de la irrealidad de la situación a aquellos secretos que incluso se ocultan a sí mismos. Desde la llegada al hotel, donde la habitación que les dan parece estar todavía ocupada, hasta los primeros paseos por las calles parisinas, con la presencia palpable de misteriosos personajes como la cambiante novia abandonada, el mago Mandrake en todo momento intuido aunque nunca presentado en primer plano y que domina los secretos de la hipnosis, el ilusionismo y el manejo de las marionetas, o ese ciclista que no cesa de aparecer ante su mirada de forma inopinada, la recepcionista con su inexplicada cicatriz o la limpiadora de rostro avejentado y cuerpo de infarto, los estudiantes revolucionarios o los mendigos que «vigilan» su deambular... una atmósfera de irreal amenaza se apodera del viaje.
Junto a todo ello destacan los escenarios, habitaciones fantasmales que parecen cambiar de visita en visita, pasillos ominosos, guardarropas interminables, maniquís en inquietantes exposiciones y la propia ciudad, con su recodos tantas veces retratados en el cine y la literatura y que de pronto adquieren una nueva dimensión, mucho más oscura del habitual retrato de la Ciudad de la Luz. Y es que precisamente, proviniendo el autor de donde proviene, las referencias cinematográficas son continuas e inevitables, desde las más evidentes hasta las más crípticas y el juego de guiños que se establece entre el autor y el lector es realmente otro de los atractivos de la novela, aunque algunos ―como esos maniquís que se mueven cuando nadie los mira y que recuerdan a ciertos «ángeles» del Doctor Who― se antoja quizá que rebasan el «homenaje» y entran de lleno en la polémica «intertextualidad».
Poco a poco, la pareja protagonista van a ir perdiendo sus propias referencias para adentrarse en un mundo con reglas nuevas, absurdas en muchos casos, inexplicables en otros, pero siempre inquietantes. El mapa de París ha cambiado, sus calles parecen moverse, el hotel en que se alojan no está siempre en su sitio; los vagabundos en sus esquinas son figuras ominosas y amenazantes que ocultan terribles secretos bajo sus andrajosas mantas; los paseantes se pierden siempre en barrios de mala fama, bajo la roja luz de los prostíbulos y su comercio de carne. La noche extiende sus sombras hasta el borde de la luz de las farolas y ni siquiera en el refugio de su habitación puede la pareja sentirse a salvo. El acierto de Cámara es la creación de la atmósfera general del relato, una tensión creciente que se ve interrumpida por breves momentos de descanso, de aparente felicidad que tan solo augura nuevas profundidades de desdichas; una sensación opresiva, de catástrofe inminente, de cruel inevitabilidad ante el desastre que se intuye cercano en el futuro.
Utiliza para ello el autor una prosa casi telegráfica, con frases breves, sin apenas sitio para las descripciones, directa, muy visual, tensa, a veces atropellada y acelerada, entrecortada, como las ráfagas de una réflex. Fotograma tras fotograma, clic, clic, imagen, imagen. Muy escueta, ágil y rápida, casi minimalista. Mezclando acción y reflexión, los recuerdos de lo que han dejado en España con los planes futuros, los anhelos con los desengaños, cambiando de protagonista cuando la escena lo requiere, con los diálogos integrados en los textos, sin guiones de apertura ―un recurso ya utilizado por McCarthy en La carretera― fundiendo lo que sucede y lo que se dice, un disparo más del obturador. Y mientras los protagonistas buscan impotentes una explicación para las cosas imposibles que les están sucediendo ―y el autor ofrece tentativamente varias para que sea el lector el que elija la que más le satisfaga o, incluso, se invente la que desee―, la historia adquiere una crescendo de tensión conforme las proporciones de los sucesos van adquiriendo una dimensión inesperada.
Página a página el lector no puede evitar contagiarse del desasosiego de Dani y Eva, compartir sus dudas y sus miedos, ante una situación que no terminan en momento alguno de entender. Son una pareja totalmente normal de turistas prototipo, con sus carencias y defectos, con sus formas de compenetrarse después de años de matrimonio, con el cariño adquirido por el roce, llenando cada uno los huecos del otro, perfectamente complementarios y muy humanos en el retrato que de ellos hace el autor. No pueden explicarse que les esté sucediendo todo aquello que están viviendo precisamente a ellos, que nunca han sacado un pie del tiesto, y se aferran a las cosas más mundanas para intentar no perder su asidero al mundo: las medicinas para la acidez, una figurita de Mazinguer Z, los billetes del avión...
Necróparis no es una novela de terror al uso, sino más bien una obra de tensión al estilo Hitchcock o Polanski con un toque kafkiano ―y es que aquí se encuentran muchos más elementos «fantásticos» que en las películas de aquellos―, donde prima la incertidumbre sobre el susto jugando con la psique de los protagonistas, con sus incertidumbres, temores y miedos para llevarlos hasta el límite y forzarlos a cruzarlo; con un París travestido que cambia por la noche, que se transforma en el monstruo de la película, que oculta sus tenebrosos secretos en una onírica atmósfera de misterio creando un temor en protagonistas y lectores de cara a lo que ha de venir. Donde los conocidos monumentos y atracciones se pervierten conforme la luz del día se retira y avanza el crepúsculo, y pasan de la diversión a la amenaza, donde todo el supuesto romanticismo de la capital francesa se troca en visceral repulsión, en frenética huida hacia adelante para tratar por todos los medios de volver a la «realidad» cotidiana lejos de la grotesca pesadilla en que el viaje ha convertido sus vidas.
Y mientras la locura se apodera del mundo el final se cierne con su batería de preguntas que tan solo el lector podrá contestarse a sí mismo. Las posibilidades son varias y ningún camino parece descartado. Adentrarse en las páginas de Necróparis es sumergirse en el mundo de la paranoia y la demencia, unas sensaciones de las que es difícil desprenderse al pasar la última página. Es inevitable mirar de otra manera a los transeúntes que se cruzan por la calle, a las novias que aparecen en lugares inesperados, a los ciclistas que se cruzan en las aceras... El desasosiego y la inquietud se instalan dentro del lector mientras dura la breve aventura ―son apenas 190 páginas que se leen en un inquieto visto y no visto― y permanece ahí una vez terminada. Además, como viene siendo habitual en los primeros títulos de esta muy joven editorial, la presentación del libro es muy agradable y atrayente, y acompaña en todo momento gratamente la experiencia lectora. Una buena elección para presentar su colección de Terror.
Mil gracias, Santiago, por compartir este viaje. Y "sufrirlo" tal cual yo lo he "vivido".
ResponderEliminarNo, Fernando, mil gracias a ti (y a Pily B.) por compartirlo con nosotros ;-)
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