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lunes, 28 de febrero de 2011

Reseña: Cristal embrujado

Cristal embrujado.

Diana Wynne Jones.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Literatura Mágica. Madrid, 2011. Título original: Enchanted Glass. Traducción: Gema Moraleda. 333 páginas.

Con una sencillez apabullante, Diana Wynne Jones ofrece una deliciosa historia sobre la responsabilidad, la amistad, el honor, el caos, el amor y la justicia, con ciertas reminiscencias shakesperianas, sobre todo a la obra El sueño de una noche de verano, con un humor amable y un dominio del tempo narrativo encomiable. Situando la acción en una peculiar zona rural de la actual Gran Bretaña y partiendo de una trama realmente sencilla, un mago que debe aprender a cuidar y proteger un área delimitada, una zona donde el mundo «normal» y el mundo mágico se funden, la autora ofrece una comedia de enredo y de costumbres atractiva y simpática con un toque de magia marca de la casa. Así lo importante de la historia pasan a ser los personajes, a cada cual más excéntrico, y ahí la autora demuestra una maestría, un buen gusto y un dominio cautivadores, consiguiendo que el lector pase las páginas con una sonrisa imperecedera en el rostro.

Cuando el «profesor» Andrew Hope hereda Melstone House a la muerte de su abuelo, el mago Jocelyn Brandon, no sabe que con ella adquiere toda un «Área de Responsabilidad» de la que deberá cuidar. Decidido a escribir un libro, deja su carrera académica y se «retira» a su propiedad armado ―cree― de tiempo libre y de un ordenador nuevo, pero la continua afluencia de personas que empiezan a girar entorno a él, reclamando buena parte de su atención, le impedirá llevar a cabo su sueño. Primero tendrá que lidiar con la señora Stock, el ama de llaves, decidida a devolver los muebles del salón, incluido el voluminoso piano, a sus posiciones ancestrales desde la nueva disposición decidida por Andrew; una mujer que vengará todas las supuestas «afrentas» a las que imagina es continuamente sometida con una larga sucesión de cenas a base de coliflor con queso. Luego está el señor Stock ―sin relación familiar con la anterior―, el malhumorado jardinero más interesado en cultivar las hortalizas más vistosas y grandes posibles para ganar el concurso de la feria anual del pueblo, independientemente de que sean totalmente incomestibles, y que se empeña en llenar la mesa de la cocina de todas las «sobras» de sus cultivos que no alcanzan la excelencia deseada; unas sobras que terminan todas las noches en lo alto del tejadillo del cobertizo habiendo desaparecido al día siguiente sin que nadie tenga muy claro quién o qué se las lleva. Ambos intentarán «colocar» a sus pupilos al servicio del profesor, y así entrarán en escena el limitado intelectualmente pero al mismo tiempo habilidoso Shaun, y la brillante, metomentodo, hermosa y dominante Stashe.

Y en medio de tal batiburrillo, llegará a la casa el segundo protagonista «principal», Aidan Cain, un huérfano de doce años que se presenta en Melstone House buscando al abuelo de Andrew, viejo conocido de su abuela recién fallecida. El niño, solo y asustado, viene huyendo del peligro de unos implacables perseguidores haciendo gala de interesantes dotes mágicas y  será acogido bajo el ala protectora de Andrew y el resto de personajes que pululan por Melstone House. Todo un acierto de la autora es hacer de Aidan, obviando una afinidad mágica que le permite darse cuenta de cuándo algún hechizo o magia está teniendo lugar de una peculiar forma, un niño perfectamente normal, con ganas de hacer amigos, de jugar al fútbol y de sentirse querido y seguro.

Cuando Andrew y Aidan empiecen a explorar los límites del Área de Responsabilidad, se van a dar de bruces con las malas artes de su vecino, el señor O. Brown, que parece empeñado en invadir las tierras del profesor, sobre todo cierto bosquecillo, con la excusa de protegerse del acoso de sus dos esposas y de aquellos que él llama «homólogos». Ambos, niño y adulto,  van a emprender un fascinante viaje de auto descubrimiento sin salir de los estrechos límites del condado, apoyándose el uno al otro, a través del cual Andrew recuperará el recuerdo de los veranos de su infancia con su abuelo y el muchacho aprenderá a disfrutar de la libertad y la confianza en si mismo que no ha conocido nunca antes ―a pesar del gran amor de su abuela―. Si quieren desvelar el misterio de los acosadores del muchacho y de las razones para su implacable persecución, deben aprender a compenetrarse, a trabajar juntos, y solo así podrán superar el enorme obstáculo que les tiene reservado su futuro y vencer la amenaza que pende sobre todo su mundo y todas las personas que les rodean. Pero ¿quién es en realidad Aidan para tener semejante cantidad de enemigos en su contra? ¿Cuáles son las intenciones reales del señor Brown? ¿Cuál es la vital tarea que el mago Jocelyn Brandon no pudo entregar a su nieto antes de morir? ¿Podrá Andrew hacerse con sus poderes mágicos a tiempo de salir airoso de lo que se  les avecina? ¿y qué significado tiene la vidriera de la puerta de la cocina con paneles de diferentes colores, una vidriera muy especial, que parece mostrar distintas imágenes dependiendo del cristal a través del que se mire?

El humor, blanco y amable, es continuo, como las pequeñas mezquindades y enfrentamientos de la señora Stock y del señor Stock, como el «juego» que se traen con los muebles y las hortalizas, como la peculiar forma de predicción de Stashe, como el entrañable retrato de la pequeña falta de inteligencia de Shaun, como los actos de cierto perro con una cualidad algo especial... Cristal embrujado es literatura juvenil con cierto sabor arcaico, dulce y sin problemas, sin ambigüedades ni lados oscuros. No hurta la muerte, ni temas quizá escabrosos para los adolescentes ―como el de la paternidad desconocida de Aidan―, pero sin duda se aleja de otras truculencias más de moda actualmente.

Un libro rápido ―de hecho hay algunos detalles que se sienten excesivamente acelerados; pero qué se le va a hacer si incluso el amor es mágico―, ágil, amable, sincero, refrescante, inteligente, ligero, divertido, emocionante..., recomendable para cualquier amante de la Fantasía por encima de los doce o catorce años. Peca, quizá, de un final demasiado precipitado que deja en el lector ciertas dudas sobre la naturaleza de la magia y de su uso. Y a pesar de lo que le gusta a Jones escribir libros pertenecientes a series, cabe decir que el presente es totalmente independiente, aunque no puedo dejar de asegurar que, sin duda, no me importaría en absoluto que la autora, si la edad se lo permite, escribiera algún tipo de continuación para saber más cosas de estos personajes. Tan solo puedo añadir que, a pesar de ciertos momentos absolutamente previsibles, a pesar de su «sencillez», a pesar de un cierto toque absurdo que no será del gusto de todo el mundo... he disfrutado de su lectura como un niño. Quiero más.

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Reseña de otras obras de la autora:

  

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