Richard Morgan.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alamut. Serie fantástica # 45. Madrid, 2012. Título original: The Steel Remains. Traducción: Manuel de los Reyes. 415 páginas.
A
pesar de tratarse de un autor reconocido y laureado internacionalmente,
hasta el momento tan solo habíamos disfrutado de dos de sus obras
traducidas al español —Carbono alterado [Minotauro], primera entrega de la trilogía dedicada a Takeshi Kovacs, y Leyes de mercado
[Gigamesh]—, sin que ninguna de sus editoriales respectivas se
decidiese en su momento a ofrecer nuevas novelas suyas —al parecer el
tema de los derechos del autor es caro y peliagudo de negociar—, así que
es de agradecer que Alamut se haya atrevido a ofrecer una nueva incursión en el universo literario de Morgan,
eligiendo para la ocasión la que es aparentemente su primera incursión,
después de un buen número de libros de ciencia ficción, en una muy
peculiar fantasía heroica.
Peculiar tanto por la caracterización amoral de sus «héroes» como por
la concepción del mundo —o mundos, no
en vano hay un agradecimiento, entre otros, a Moorcock sin duda pensando en su Multiverso— en que los mismos de van a mover y en la forma de «moverse» por ellos.
Partiendo
de ciertos lugares comunes de la fantasía, como puedan ser los
guerreros retirados de glorioso pasado y triste presente, el viaje del
héroe en una misión de búsqueda, o el retorno de antiguos poderes, es
cierto que Morgan, como dice la frase publicitaria de Joe Abercrombie, coge alguno de los tópicos del género, incluso del folclore
o los cuentos populares, y los hace astillas, como las viejas leyendas
de castillos evanescentes o de viajes al país de las hadas, donde pasar un día
significa haber perdido todo un año en su mundo, que toma prestadas de
una tradición más clásica para darles la vuelta con un nuevo
significado.
Adoptando como base alguno de los clichés más aceptados dentro de la Literatura Fantástica,
el lector pronto se da cuenta de que no se encuentra ante lo
«habitual»; sobre todo porque el autor, a través de una trama explícitamente violenta y sexual, con abundantes salpicaduras de sangre y
vísceras, y personajes brutales, soeces, malhablados, viciosos, adictos a
sustancias estupefacientes, carnales..., lleva el relato al extremo,
casi hasta el exceso, de la actual corriente o moda de una «fantasía
realista». Sus personajes «follan», no «hacen el amor»; sueltan
continuamente tacos; se dejan arrastrar por sus deseos; torturan y no
dudan en cometer acciones más que reprobables para conseguir sus
objetivos o mantenerse un día más con vida.
Tres son los protagonistas principales, uno que se come la mitad del libro, Ringil,
procedente de buena familia, veterano de guerra con grandes hazañas a
sus espaldas, despreciado por la sociedad de la que proviene por su
abierta homosexualidad, y que ahora vive retirado en el escenario de su
última victoria a costa de contar viejas «batallitas» de su gloria
pasada y de ayudar a los lugareños con aquellos problemas que requieren
del uso de su legendaria espada. Y otros dos, antiguos camaradas del
anterior, que van a ir alternándose con él los capítulos, Egar el Matagragones, líder del clan skaranak de los majak,
de vuelta a su tierra tras la guerra para encontrase añorando allí
los viejos tiempos a pesar del puesto que ha alcanzado; y Archeth,
la última de una raza de constructores de máquinas, viajeros de un
mundo subterráneo, dejada atrás en su marcha, y que ahora ejerce como
consejera del disoluto emperador Jhiral Khimran II.
Desde un primer momento, desde que Ringil descuelga su espada, la Críacuervos, del muro de la posada donde se aloja para ir a enfrentarse a unos mortívagos,
Morgan va a dejar claro los vericuetos por los que va a hacer
transcurrir la trama: «héroes» crepusculares y desencantados, peleas
sangrientas, seres sobrenaturales —¿o no tanto?— y cierto retorcido
romance traducido a revolcones ocasionales carnalmente explícitos a
través de tres líneas independientes obviamente llamadas a encontrarse
en el apoteosis final.
Cuando
Ringil reciba el encargo de localizar a una prima lejana vendida como
esclava y empiece a investigar por el método de patear cuanto avispero
se encuentre en su camino viendo que nadie parece desear realmente su éxito, pronto va a ser consciente del rumor del
retorno de los dwenda, una antiquísima raza expulsada por los kiriath
—la gente de Archeth—, y a la que las leyendas dotan de características
abiertamente paranormales: evanescentes, más rápidos, más ágiles, algo
dementes y con unos «poderes» muy superiores a cualquiera que pudieran
tener los humanos. Y el retorno de uno solo de ellos, sin la
contrapartida de los otros para hacer frente a su amenaza, podría ser
sin duda la peor de las noticias.
Precisamente
de las referencias a estos dos pueblos, de las cosas que se dice eran
capaces de hacer, de las máquinas utilizadas y dejadas atrás por los
ingenieros kiriath, de los planos paralelos en que moran los dwenda,
y de la forma de viajar entre ellos de ambas razas, de las menciones
de una antigua luna convertida en un anillo en torno al planeta, del uso
de cierta jerga con reminiscencias técnicas o de la descripción de
ciertas armaduras, surge la duda de si en verdad Morgan ha facturado una obra de fantasía o una de ciencia ficción
camuflada en un mundo atrasado. ¿Teoría cuántica o magia? ¿Razas
sobrenaturales o experimentación genética? Pero que nadie se asuste,
pues se trataría evidentemente de una ciencia ficción «de incógnito» que
en ningún momento toma el primer plano, dejando el protagonismo a las
luchas con armas blancas, a la presencia de dioses y otros seres
«fantásticos» y a una estructura socio-política de corte medieval en el
mundo en que se desenvuelve la narración.
Se
desarrolla así el relato de una tensa búsqueda, mera excusa en realidad, con la condena
implícita del tema de la esclavitud en su plasmación, plena de
violencia, tanto física como psíquica, que da rienda suelta a las más
bajas pasiones de los implicados. Una misión llena de combates y enfrentamientos, de intrigas y
conspiraciones políticas, tensiones familiares, peleas y diálogos llenos
de «palabras gruesas» que no desentonarían demasiado en una película de
Quentin Tarantino.
Un relato donde queda patentemente reflejado tanto el rechazo social
ante la tendencia sexual del protagonista y de Archeth, tendencia no
solo repudiada, sino castigada muy duramente por la ley, como a la
abierta promiscuidad de Egar. Un rechazo impulsado sobre todo por la
ingerencia del poder religioso en el poder terrenal, ejemplarizado sobre
todo en el funcionamiento del Imperio, pero también en el difícil
equilibrio establecido entre los líderes de los clanes majak y el chamán
encargado de interpretar para ellos el mundo de los espíritus. La
religión y la superstición utilizadas como arma para sojuzgar a un
pueblo; el fanatismo, el odio a los que profesan creencias distintas, a
los extranjeros, como forma de crear una unidad frente al enemigo o como
distracción de los problemas internos.
Discutible
sería la necesidad de abrumar al lector con escenas de contenido
abiertamente pornográfico —gay y hetero—, de forma que se antoja un
tanto gratuita e innecesaria, no por mojegatería ni cuestiones
homófobas, que novelas del género protagonizadas por homosexuales ya
existen unas cuantas como para escandalizarse ahora, sino porque lo
explícito de las descripciones no solo no aporta nada imprescindible,
sino que corta la acción de forma excesivamente abrupta y saturante, más
adecuada quizá en una novela romántico-calenturienta que en una de «fantasía» épica.
Concentrado en la trama lo cierto es que Morgan
no se prodiga precisamente en la «construcción» del mundo, quizá para no entorpecer el ritmo, describiendo únicamente lo necesario para hacer avanzar a sus personajes; va dejando
caer lo imprescindible, pintando un mundo con Historia
—y ahí queda todo el tema de la guerra contra los lagartos y otras
referencias a acontecimientos pasados—, pero sin entrar en mayores
profundidades ni excesivos detalles descriptivos. No hay un mapa al uso —ni falta que hace—,
ni un prolijo trasfondo, lo que a veces es un motivo de frustración
ante el deseo de saber más de los hechos que llevaron a la actual
situación y que no terminan de esclarecerse meridianamente. En el aire
queda la duda de quién tiene la razón en un conflicto largamente
larvado, de quienes son los buenos y quienes los villanos en un relato
que finalmente versa principalmente sobre la venganza y la supervivencia
del más fuerte —o en todo caso de aquel que más empeño pone, trampas
incluidas, en imponerse a su contrario a cualquier precio—.
Sólo el acero,
a pesar de su carácter autoconclusivo, que hace que su lectura pueda
considerarse satisfactoriamente independiente, inaugura una serie, Land Fit for Heroes, que continúa con The Cold commands
y de la que ya está anunciada una tercera entrega. La novela termina de
forma cerrada, pero con ciertos detalles dejados caer en el epílogo y
algunas preguntas sobre el pasado y el destino de los «héroes» que abren
la puerta a esas continuaciones. Es este un mundo crepuscular, que vio
grandes glorias, grandes poderes, de los que apenas quedan restos y
leyendas, un mundo donde los soldados que volvieron a casa vieron como
eran dejados de lado, obteniendo solo desprecio en lugar de
agradecimiento y teniendo que malvivir en las calles, un mundo de
continuos enfrentamientos, sucio, carnal y violento, lleno de una
soterrada decepción por lo que pudo haber sido y no se hizo realidad. Un
mundo del que, afortunadamente, parece que queda mucho por contar.
Esperemos que Alamut esté allí para ofrecérnoslo.
He leído las dos novelas publicadas hasa ahora en castellano de Morgan. Ninguna de las dos me convenció.
ResponderEliminarParece que, a priori, esta tampoco me va a convencer.
Buena reseña
Saludos desde El tintero.
Sin duda hemos pasado de una fantasía 'limpia', donde a menudo se rozaba la mojigatería y no había un término más alto que otro, todos los personajes de impecable actuar dentro de su tendencia buenos/malos, a otra más realista, dura y directa, de la que supongo este libro (que espero leerme este año) sería un buen ejemplo.
ResponderEliminarSagas como Canción y Geralt han demostrado que esta vertiente gusta... ahora bien, imagino que hay unos límites y a muchos no les agradará leeer en una novela de fantasía según qué situaciones...
Saludos.
Hola Earendilion.
ResponderEliminarA mí "Carbono alterado" me gustó bastante y "Leyes de mercado" no tanto. Pero si a ti no te gustaron ninguna de las dos es muy posible que, aún a pesar del evidente cambio temático, esta tampoco sea de tu agrado, pues se mantienen muchas de las constantes del autor, sip.
Hola Jolan.
Es cierto lo del cambio de tendencia en el enfoque de la fantasía hacia algo más "sucio" que lo nque fue habitual hasta finales del siglo pasado. Lo que sucede es que Morgan lo lleva hasta el extremo y hay momentos que pueden llegar a considerarse hasta desagradables para algunos lectores.
Según me parece a mí, la novela merece la pena, la verdad, pero puede herir algunas "sensibilidades"
Saludos
Hola, coincido con Yago en la de "Carbono Alterado", no he llegado a leer otras obras suyas, pero esa me pareció que tenía una trama bastante interesante, le leí en versión original y la verdad es que disfruté con la lectura...
ResponderEliminarSaludos!
Pues de "Carbono alterado" hay un par de continuaciones que no llegaron a ser publicadas en nuestro país (cosa que no debería ser ningún obstáculo si la primera la leiste en versión original).
ResponderEliminarSaludos