Agustín Lozano de la Cruz.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Col. Penumbra # 3. Granada, 2012. 237 páginas.
Con ésta, su segunda novela, Lozano fue finalista del Premio Minotauro en su edición de 2011,
con una historia que navega hábilmente entre la novela negra, la de
espías, la aventura, el romance, la intriga sobrenatural o el realismo mágico,
consiguiendo un mestizaje a priori muy atractivo. Una historia sobre
vampirismo, que no «de vampiros», que retrotrae incluso a las obras pre
Stoker, a Polidori y otros autores «góticos», al origen del mito
despojado de toda la parafernalia añadida después, lleno de misterio y
amenaza, más hambriento de alimento psíquico que de la recurrente sangre. Con gran habilidad, el elemento fantástico es presentado e introducido dentro del texto con
deliberada ambigüedad, manteniéndolo siempre en el límite de la duda, sin permitir que se alcance una
certeza definitiva, jugando con el desconcierto de los protagonistas para
trasladarlo a los lectores. ¿Se puede fiar uno siempre de sus sentidos o hay ocasiones en que el deseo de ver, de escuchar, de palpar una cosa lleva al autoengaño?
Emm es una fotógrafa free lance que trabaja habitualmente para Vanity Fair y que se encuentra en la ciudad portuguesa de Sintra para realizar un reportaje siguiendo los pasos de Lord Byron. Allí su periplo va a cruzarse con el de Sam,
un localizador de exteriores para películas rodeado de un aura de
misterio irresistible para la joven. Algo surge entre ellos, sobre todo
cuando descubren compartir un profundo interés por los grandes autores
románticos como Keats, Byron o Mary y Percy Shelley. Cada uno cree ver en el otro un alma gemela y el idilio se antoja inevitable. Juntos emprenderán un viaje a Roma,
donde una serie de extraños e inexplicables acontecimientos, y el
convencimiento de que están siendo seguidos por un misterioso hombre al
que Emm dará la identidad de Harry Lime,
convertirá su romántica excursión en una desenfrenada huida que
desembocará, tras numerosas peripecias, en una nuevo viaje, esta vez a Madrid.
Lo que empezó como un simple juego, algo creado por ellos mismos para
llenar de emoción su relación, empieza a hacerse palpablemente real,
fundiendo lo auténtico y lo ficticio, haciéndoles incluso dudar sobre
ellos mismos y aquello que creían inamovible en sus vidas.
Narrado
en capítulos alternos por los dos protagonistas, el poder acceder a los
pensamientos de uno y otro permite al autor iluminar zonas que habrían
quedado en sombras vistas desde una sola óptica. Sin embargo, los
secretos que ambos se guardan para el otro y para sí mismos, permite a Lozano
hacer «trampas», sobre todo con Sam, pues se guarda en la manga datos
sobre su pasado vitalmente importantes para el desarrollo del relato,
presentándolos más adelante de manera ciertamente sorpresiva,
produciendo un giro que da un nuevo enfoque a toda la historia, aunque
sea de una manera un tanto incongruente con lo que nos habían contado de
ellos hasta entonces.
Desde
luego, la historia de Emm y Sam no va a ser un romance al uso. De hecho
difícilmente podría calificarse su relación como de «amor», dejando a
un lado la inicial atracción y su ardorosa entrega sexual, y más allá de la
proyección de los propios anhelos particulares que cada cual hace en el
otro. Ella va a ver en Sam la idealizada figura del prototípico
detective de sus lecturas de novela negra, y él va a encontrar en Emm la
personificación de los arquetipos de la novela gótica, sobre todo proto
vampírica, con la que tanto disfruta, llegando así ambos a difuminar la
barrera de la realidad en su intento de convertir al otro en el objeto
de sus deseos más allá de lo que en realidad son.
Así,
tras la pasión desatada de un primer momento la relación «avanza» entre
roces y discusiones que suelen arreglarse en la cama —o donde pille más
cerca, incluso el frío suelo de un cementerio—, sin un auténtico futuro
como pareja, sobre todo al estar todo basado en autoengaños, mentiras
por omisión y falsedades. Si ya de principio se están guardando en la
manga un buen número de detalles sobre sus propias vidas, es de suponer
que la relación está condenada de antemano, siendo el misterio lo que
les impulsa a permanecer unidos, mientras la amenaza les acecha y una
serie de sorprendentes revelaciones hacen crecer las dudas en sus mentes
—y en la de los lectores—. Estatuas que cobran vida, ángeles radiantes,
vampiros que se alimentan de almas y sentimientos, lamias en busca de
víctimas y dos personajes dispuestos a dejarse arrebatar por la aventura
hasta que la misma les arranca las riendas de las manos y convierte sus
vidas en una historia donde las fronteras entre lo real y lo imaginado
se difuminan, arrastrándolos en una espiral autoalimentada de sospechas y
descubrimientos fantásticos de la que es inevitable que salgan
cambiados, si es que consiguen salir...
La
novela se encuentra plagada de numerosos y muy heterogéneos homenajes y
referencias, sobre todo literarias, aunque también comiqueras y
cinematográficas. Desde Tintin hasta el El tercer hombre en un texto cargado de referencias a La fuerza de su mirada de Tim Powers.
El autor vuelca de forma ciertamente arriesgada todos sus gustos, referentes e
influencias: Borges, Rilke, Hergé, Byron, los Shelley, Chandler, Welles, Dylan
Thomas... salen al encuentro del lector en los diálogos y reflexiones de
las protagonistas, siendo una tarea añadida al disfrute del propio
relato el descubrir la gran cantidad de homenajes incluidos en el texto.
Con
un buen estilo, a veces se antoja sin embargo que el intento por
depurar al máximo cada frase lo que consigue es distanciar el texto del
lector, retardando la acción —con un ritmo, salvo en momentos muy
puntuales, realmente lento—, sumergiéndolo en párrafos muy largos y algo espersos que
habrían necesitado algo más de «respiración»; algo que choca, además, con un intento de diálogos de tono más coloquial.
La última sombra es,
en efecto, un juego de claroscuros, un lienzo donde se proyectan
imágenes cambiantes de las que nunca se puede estar seguro del todo.
Mientras huyen de la persecución a la que son sometidos el lector no
puede dejar de preguntarse si realmente existe tal persecución o si no
es sino un auto engaño de la mente de los protagonistas, un deseo
subconsciente de vivir la peligrosa aventura con la que siempre han
soñado. Un final ambiguo, lleno de cierta confusión, acorde a todo lo
que Lozano
ha ido narrando, termina sin embargo por despejar todas las dudas. Que
nadie busque un relato de vampiros al estilo fantasía urbana, la
historia de Emm y Sam, con toda su atmósfera onírica y literaria, es,
sin duda, algo diferente.
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