Victoria Álvarez.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Versátil. Barcelona, 2012. 347 páginas.
Para su segunda novela, tras Hojas de dedalera, Victoria Álvarez ha elegido el sugerente escenario de la Venecia de 1908,
retratando con vívida imaginación una ciudad de los canales bastante
diferente de la masificada urbe que conocemos hoy en día, sobre todo
porque la acción se sitúa principalmente en el distrito de Santa Croce,
uno de los barrios menos turístico y más depauperados de la misma. Un
lugar en cierta forma sombrío, decadente, que va a contagiar su
oscuridad al propio relato. Un relato cargado de misterio y suspense,
con una trágica historia de amor como hilo conductor, y un horror
inimaginable por descubrir. Una novela que contiene un reconocido y
obvio tributo a Mary Shelley y su Frankestein,
y su búsqueda de perpetuar la vida más allá de la muerte, pero también
al resto de los poetas románticos o a las grandes obras de Shakespeare.
Una interesante mezcla de gótico-fantástico, misterio, romanticismo,
intriga y proto ciencia ficción en la que hay que dejarse llevar
cadenciosamente, aceptando, como en el caso del moderno Prometeo, que el «monstruo» puede revivir desde una perspectiva cientifista que deja la magia como explicación aparcada a un lado.
Narrado
en una tercera persona omnisciente, el libro se caracteriza por una
prosa que llena de realismo el relato, reflejando a la perfección la
época y a ciudad, con personajes muy humanos —dentro del ámbito en que
se están moviendo—, perfectamente retratados e individualizados, bien
definidos, que evolucionan a lo largo de la historia, que maduran y se
transforman debido a lo que van viviendo.
Mario Corsini a sus veintisiete años regenta, junto a su un tanto díscolo hermano menor Andrea,
una sencilla juguetería que sale adelante con mucho trabajo y
dedicación por su parte. El mundo parece mostrarle su peor cara cuando
recibe la demoledora noticia de que un juguetero recién llegado a
Venecia va a abrir un nuevo establecimiento justo en la orilla de
enfrente del suyo, al otro lado del canal. El talentoso e imaginativo Gian Carlo Montalbano y su hija, diestra con las herramientas aunque un tanto fría y distante con las personas, Silvana, inaugurarán La Grotta della Fenice
ofreciendo una serie de productos sorprendentes: juguetes y muñecas
mecánicas de extraordinaria perfección, autómatas tan realistas que
parecen de carne y hueso, que pronto fascinarán tanto a los turistas de
paso como a la sociedad más pudiente de la ciudad.
Conforme Mario
va descubriendo alguno de los secretos de sus nuevos vecinos, empieza
también a crecer una compleja historia de amor, mientras el misterio que
se va desvelando con parsimonia llena de palpable tensión todo el
relato. Las eternas
es una novela de misterio, donde el romanticismo tiene gran importancia
pero no es el centro de la narración, sino uno de sus motores. Es vital
la relación que se establece entre Mario y los Montalbano, padre e
hija, sobre todo por la sospecha de que sus muñecas autómatas son más de
lo que parecen —y lo que parecen es demasiado perfecto— y la curiosidad
del joven juguetero le va a llevar a descubrir algunos secretos que
apenas podrá creer. Unos secretos que pondrán, sino lo habían hecho ya,
en peligro un buen número de vidas.
Álvarez tiene el acierto, después de haberlo anticipado demasiado claramente en el prólogo, de no estirar el secreto de la identidad de la niña que allí aparece, al tiempo que va dejando caer con acierto, sin prisas ni dilaciones, las pistas que van a conducir a la dramática conclusión del misterio. Por un instante parece que el relato va a perder fuerza y estancarse en un plano meramente romántico justo coincidiendo con la aparición del personaje de Gina, pero no hay peligro pues se trata de un temor infundado. Sentadas las bases para la nueva trama, el buen hacer de la autora sabe darle un nuevo enfoque al drama, introduciendo nuevos e interesantes giros, acelerando las revelaciones y cerrando el círculo con precisión de relojero. No hay que engañarse, esta no es una novela de acción —ni falta que hace—, algo de lo que adolece prácticamente hasta sus páginas finales, ni siquiera de terror a pesar de ciertas situaciones aterradoras, pero lo cierto es que la trabajada historia de un amor floreciente e imposible y todas las misteriosas e intrigantes circunstancias que lo rodean y moldean se encuentran llenas de tenebrosa tensión.
La
autora construye la trama ladrillo a ladrillo, detalle a detalle, gesto
a gesto, con pequeñas pinceladas cargadas de emotividad, tomándose su
tiempo y dilatándose cuando es necesario. Es esta una historia «triste»,
melancólica y llena de situaciones trágicas, de pérdidas reflejadas con
descarnada aunque muy humana crudeza, de reacciones perfectamente
comprensibles en personajes que viven situaciones que se les antojan
imposibles de asimilar. Una trágica historia de amistad y de entrega, de
pérdida y sacrificio, llena de resonancias shakesperianas, rodeada de
misterio e intriga, de engranajes, ruedas y tornillos, de cientifismo
casi alquímico... y que incluye una franca y doble declaración de
admiración por la Literatura y por esa Venecia
tan literaria en la que se integran sus protagonistas: por sus artesanos, por sus rincones sorprendentes y
sorpresivos, sus recovecos e iglesias, sus canales y gondoleros, por los
vecinos comadres tan bien retratados y la belleza de su carnaval, por
el arte que aparece en cualquier esquina, por el cristal de Murano, la
isla-cementerio de San Michele, por sus palacios y viejas casonas decrépitas..., que
Álvarez consigue transmitir de forma muy emotiva y vívida a sus lectores a través
de la propia historia.
La palpable fascinación por los engranajes de los artefactos de relojería o de las muñecas mecánicas, no llega a convertir la narración en steampunk, porque en ningún momento aparecen máquinas de vapor, pero es un género que bordea muy de cerca en la ambientación y descripciones de los especiales juguetes de La Grotta della Fenice, en el preciso uso de las herramientas y en la cuestión sugerida de si los autómatas, perfectas copias de un ser humano, de existir podrían tener alma. Como en Frankenstein, flota aquí la pregunta de la verdadera naturaleza del monstruo y de aquellos que, siendo humanos, llevan dentro de sí profundos abismos de maldad —y lo peor, o lo mejor, es que Álvarez tiene la habilidad de hacer perfectamente comprensibles, en su locura, los motivos que les llevan a hacer lo que hacen, por muy repudiable que sea—.
Una
lectura delicada y emotiva, tensa y nostálgica, narrada con buena
factura y voz firme, con dominio de los recursos y del pausado tempo
narrativo, dosificando las sorpresas y sin forzar los giros para que la
historia fluya de forma natural. Cabe decir que Las eternas
es una novela autoconclusiva, aunque con un final que deja en manos de
sus lectores decidir lo que viene después; un final no exactamente
abierto, porque en realidad todo ha terminado, pero que sí deja tras un
velo ciertas cuestiones al albur de la imaginación de cada uno.
Estupendo reseña, ciertamente. Enhorabuena. Victoria Álvarez escribe un texto en mi blog ¡A los libros! sobre por qué leer 'Las eternas'. Os paso el enlace por si os interesa leerlo.
ResponderEliminarhttp://danielheredia.com/por-que-leer-la-novela-las-eternas/
Saludos.
Daniel Heredia
Muchas gracias por los elogios a la reseña y por el enlace a las certeras e interesantes palabras de Victoria sobre su novela; creo que hay ahí unas cuantas claves sobre cómo afrontar la lectura de "Las eternas".
ResponderEliminarSaludos