Rafael Hidalgo Navarro.
Ilustraciones de: Elia Fernández Mazariegos.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Editorial Monte Carmelo. Col. Didaskalos literatura. Burgos, 2013. 206 páginas.
Nos
encontramos ante un libro de literatura infantil - juvenil con el sabor
de los cuentos de antaño, con toda su refrescante ingenuidad y su buena
dosis de moraleja. Una novela de iniciación, llena de valores morales,
donde el autor peca, quizá, de importarle más el mensaje que quiere
contar que la forma de transmitirlo. El libro avanza a través de un
proceso de superación por el que Mabel va
a tener que ir avanzando a través de diversas pruebas, a cada cuál más difícil,
recuperando cuatro llaves ocultas desde hace siglos, corriendo diversas
aventuras mediante las que irá aprendiendo lecciones morales de cada una
de sus peripecias. Las principales armas de la princesa ante las
adversidades van a ser la inteligencia y la entrega desinteresada,
dejando a un lado la violencia que le sale al paso y yendo siempre con
la verdad por delante para enfrentar todos los engaños que puedan
distraerla de su objetivo.
Situando
la trama en una Europa medieval imaginaria, cuando comienza la novela han pasado tres siglos desde que, aprovechando la situación convulsa del colindante y
belicoso reino de Rugesbia, Atanasio I de Íncaput
sustrajera a sus vecinos cierto tesoro de vital importancia y, asustado
por su terrible poder bélico, ordenara guardarlo en una impenetrable
cámara blindada protegida bajo cuatro llaves irrepetibles. Llaves que
fueron desperdigadas y ocultadas en inaccesibles lugares para que nadie
pudiera hacerse de nuevo con el peligroso «tesoro». Ha pasado el tiempo y
la situación ha cambiado de forma radical. Ahora, el rey Sajón III de los rugesbintos ha lanzado un ultimátum a su homólogo de Íncaput, Nicasio XIV: O le entrega «en doce lunas llenas» el tesoro robado o tomará su reino a sangre y fuego.
Todos los caballeros al servicio de Nicasio parten en busca de las llaves y todos fracasan, momento en que da comienzo este relato. A Íncaput solo le queda una desesperada esperanza, la joven príncesa Mabel,
a sus doce años, puede ser la única capaz de evitar la aniquilación de
su tierra y la muerte de sus futuros súbditos. Con la sola compañía de Félix,
un humilde jardinero —los jardineros deben ser buenos «escuderos» y
compañeros en gestas imposibles, según se deduce de ciertos libros—,
partirá a la búsqueda de las llaves siguiendo las pocas pistas que Códex el bibliotecario puede aportarles sobre la localización de las mismas.
Estructurada
en torno al recurrente viaje iniciático, Mabel y su compañero, sin más
arma que su ingenio, deberán ir superando prueba tras prueba de muy
diversa índole, colocando su vida en peligro siempre con el bien ajeno,
el bien de los habitantes del reino, en mente. Plantea a la perfección Hidalgo
la noción de servicio o servidumbre como entrega y sacrificio
desinteresados en favor del prójimo, sin buscar beneficio propio: El
esfuerzo de superación, de no rendirse ante las dificultades, de aceptar
sobre uno mismo con generosidad las cargas de los demás y tratar de
llegar a buen puerto a pesar de todos los obstáculos. Y es que, parece
decir, es más importante intentarlo a pesar de la posibilidad del
fracaso —que ya es un triunfo—, que la inacción por la que al final no
se consigue nada.
Dosifica
con acierto el recurso del humor, con el convencimiento que con las
pinceladas justas sirve para relajar la tensión sin convertir el relato
ni en una comedia ni en una parodia. La figura del secretario real y sus
tendencias «voladoras» o, principalmente, cierta heroica carga de otro
de los personajes contra el enemigo todavía me hacen sonreir mientras las
recuerdo.
Dentro
del elemento fantástico que supone la existencia de países inexistentes
en un mundo que a la postre es el nuestro —con evidentes referencias a
santos y localizaciones reales—, Íncaput se convierte en ese lugar
«ideal» donde se reúnen todas las circunstancias necesarias para llevar a
buen puerto el relato. La novela no pertenece, por tanto, al género
histórico a pesar de desarrollarse en una suerte de Edad Media, aunque
sí podría considerarse parte de una fantasía histórica entroncada con
antiguas crónicas y leyendas.
Pero,
a pesar de la presencia de una malvada bruja en el relato, muy en la
línea por otra parte de ciertas obras clásicas como la Eneida,
la magia no hace acto de presencia en momento alguno de la narración;
haciendo que todo deba explicarse de forma coherente con el mundo
físico. Y surge aquí uno de los pocos problemas de la narración: la negación
del recurso mágico, muy lícita por otra parte, hace que se exija al texto una
veracidad todavía mayor, un esfuerzo extra en pos de la credibilidad de
las situaciones y peripecias en que los protagonistas se ven envueltos;
algo en lo que la narración falla en momentos puntuales resueltos de
manera un tanto simplista o poco razonada, o directamente de forma
imposible ante la «realidad» que pretende reflejar —y a la explicación
del inverosímil porqué de que ciertas antorchas no arden me remito—.
Algo, como decía al principio, que se debe seguramente a que el autor
está más centrado en su mensaje, salvando ciertas situaciones
refugiándose en la ingenuidad infantil poco dada al análisis de su
público objetivo, y que sólo «molestará» a quienes estén continuamente
cuestionándoselo todo.
Hidalgo
utiliza un tono narrativo muy coloquial, cercano a cierta tradición
oral, muy adecuado para ser leído a los niños antes de irse a dormir,
con recursos muy del género como las interpelaciones directas al lector
que sirven para mantener la atención de los más jóvenes. Acompañado,
además, de cierta inclinación didáctica y ejemplarizante donde los
buenos son buenos y los malos malos, sin crear confusión en las mentes
más tiernas ni dar lugar a interpretaciones capciosas.
Con una maquetación un tanto discutible, el texto viene acompañado por los expresivos dibujos a todo color de Elia Fernández Mazariegos,
por desgracia algo desaprovechados por la decisión —es de suponer que
para mantener los costes editoriales sin excesos— de condenarlos al
pliego central del volumen en vez de intercalarlos en los capítulos a
que cada uno de ellos hace referencia, haciendo que si se quieren
disfrutar haya que avanzar adelante o atrás, interrumpiendo la lectura y
buscando en cada ocasión la página pertinente, algo que si bien no
resulta muy costoso si que es un tanto molesto cuando estás inmerso en
la historia.
Mabel, la princesa de Íncaput
es una novela infantil - juvenil muy adecuada para los niños, que quizá
se antoja un tanto ingenua para los lectores adultos más dados a
analizar en profundidad la pausabilidad de lo que se está narrando
—aunque al fin y al cabo, tampoco es que ese vaya a ser su público
principal—, pero que tiene un mensaje de crecimiento y superación muy
adecuado para las mentes en desarrollo. Un mensaje que, de ser aplicado,
seguro que hacía del mundo un lugar mejor, más amable y agradable. Una
fábula moral que hace del ejemplo su mayor virtud, sin caer en la
predicación directa, que divierte y entretiene, e invita, como buen
«cuento», a la reflexión.
A mi me encantó :D
ResponderEliminarHola Denna.
ResponderEliminarEste es un libro (y un autor) que, por desgracia, no ha tenido la difusión que se merecía, porque para la edad a la que va destinado está muy bien.
Saludos