Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Bibliópolis. Col.
Bibliópolis fantástica # 71. Madrid, 2013. Título original: A case
of Conscience. Traducción: Carlos Gardini. 175 páginas.
Editada originalmente en
1958, Un caso de conciencia es, sin duda y todavía hoy
en día, un libro controvertido, ya que la obra plantea un dilema
moral y teológico presente aun en la actualidad, mostrando por
un lado el enfrentamiento entre ciencia y religión desde una óptica
católica vista por un agnóstico, y por otro la ética asociada a
ciertas actuaciones independientemente de las convicciones sobre la
naturaleza del universo personales de cada cual. Blish no
toma, o no quiere tomar, partido, dejando el tema «abierto» para
que cada cuál saque sus propias consecuencias, aunque su juicio
parece evidente. Con una fuerte carga filosófica, la novela fuerza
al lector a enfrentarse a sus propias creencias, religiosas o
cientifistas, y a examinarlas bajo nuevos parámetros. La trama, de
inicio, se podría enclavar de alguna manera en la estantería de
«primer contacto», ya que versa sobre la forma de relacionarse de
los humanos con la primera especie inteligente que han encontrado en
el cosmos; una forma de relacionarse que va a retratar la naturaleza
humana de forma harto realista a la par que desencantada.
Año 2049. El
sacerdote jesuita y científico especializado en biología, Ramón
Ruiz-Sánchez, nunca ha encontrado nada que rechace su idea de
que fe y ciencia son totalmente compatibles. Sin embargo sus
convicciones van a verse seriamente comprometidas cuando deba cumplir
con su tarea en el planeta Litia. Miembro de un comité de
cuatro personas —un físico, Cleaver; un geólogo, Agronski;
un químico, Michelis; y el propio jesuita— que deben
evaluar las líneas de actuación de la Tierra en el lugar,
decidiendo si se ha de abrir al contacto y comercio humano o debe
permanecer en un cierto grado de aislamiento.
El planeta se muestra como un lugar paradisíaco, aunque no exento de peligros para los humanos; un particular Edén habitado por una raza de alienígenas que conforman una sociedad «perfecta», lógica al extremo, libres de impulsos pecaminosos, pero también de cualquier tendencia religiosa —aunque siguen firmes códigos éticos nunca escritos—, le va a llevar a reevaluar sus pensamientos y a plantearse posibilidades que él mismo considera heréticas —aunque ciertos «saltos en el vacío» de sus razonamientos teológicos que llevan a sus, como poco, sorprendentes conclusiones, sean un tanto difíciles de asimilar o entender por el lector, habiendo otras muchas posibilidades que ni se plantea—. El ciclo vital de los litianos, exponente directo de la teoría de la evolución, parece golpear duramente la doctrina asumida por de Ruiz-Sánchez, mostrándolos como seres «puros», evolutivos, y básicamente ausentes de conciencia y alma.
La novela se divide en dos partes, teniendo lugar la primera en el planeta Litia —correspondiendo a una novela corta anterior, publicada en 1953— con el padre Ramón Ruiz-Sánchez como principal protagonista, y con la controversia sobre el «origen» de los litianos en un primer plano; y la segunda en la Tierra, con un añadido que de alguna manera cambia el fondo de la cuestión planteada, y donde el jesuita pasa a un segundo plano. La primera parte contiene casi todo el dilema teológico, mientras la segunda deriva fuertemente hacia la distopía y la sátira social.
En la primera parte es curioso constatar ciertos paralelismos con la muy posterior película Avatar, de James Cameron, entre el alienígena «puro», sin mácula, inocente, y el terrestre que llega a un nuevo planeta y busca arramblar con las riquezas sin contar con la opinión de los pobladores del mismo —incluso existe cierto árbol de gran importancia dentro de la historia—. El capitalismo más devastador, defendido por uno de los miembros del comité de evaluación, frente al «noble salvaje», aunque en este caso tenga un importante desarrollo, eso sí en comunión con la naturaleza y con un racional aprovechamiento de los recursos. El planeta Litia, pobre en minerales férricos, ha forzado a sus habitantes a desarrollar un «progreso tecnológico» muy diferente del de la Tierra, mucho más en comunión con su mundo, sin sobreexplotación ni residuos contaminantes.
Como un reflejo de los muchos ejemplos que podrían encontrarse en nuestra propia Historia, el afán de explotación de un bien valioso para los humanos se pone por encima del bienestar, de la propiedad y los intereses de la población, quienes se van a ver desplazados ante su «incapacidad» de defender lo suyo. Chocan una visión más mercantilista frente a una más espiritual. Una dicotomía entre el casi perpetuo estado bélico —o pre bélico en todo caso— de la Humanidad, frente a una civilización alienígena sin guerras, crímenes ni otro tipo de violencia.
En la segunda parte se produce una importante deriva en la trama, cambiando el foco y el objetivo, incluso, casi, el género. Si de entrada el lector se encontraba con una novela clásica de primer contacto —más o menos—, la segunda plantea una auténtica distopía, con una Humanidad que oculta su perpetuo temor ante la amenaza nuclear bajo una apariencia de divertida decadencia entre los dirigentes y una discriminación brutal de los ciudadanos productivos en una contradicción que no puede llevar sino a un estallido social que tan solo espera el detonador adecuado. Es realmente curioso ver como Blish ya anticipaba el poder de la televisión como medio de dominación de las masas, tanto para adormecerlas como para enardecerlas.
La novela, sobre todo su segunda mitad, es hija de la Guerra Fría y el temor a la amenaza nuclear. El futuro que describe para la Tierra, con la Humanidad viviendo en mega refugios subterráneos bajo la supervisión de un gobierno mundial bajo el amparo de las Naciones Unidas, sería difícil de imaginar en la actualidad. Este escenario distópico y la fascinante creación del pueblo litiano, una civilización alienígena realmente diferente pero muy consistente, son tal vez los puntos más relevantes de la narración para el lector actual. Existe cierta ironía, viendo el mundo que nos rodea, en que los litianos no tengan religión, ni política, ni ocio, ni leyes, ni ejércitos o cualquier tipo de organización jerárquica... y, sin embargo, sean una sociedad que funciona, y mucho mejor que la nuestra.
El «problema» de la
novela, vista desde nuestro presente y nuestra cultura, es,
obviamente, el tema que afecta a la religión, central en la trama
por otra parte. En un prólogo escrito a posteriori de la novela
corta «original», es cierto que Blish, un tanto tramposamente, se
lava las manos de cualquier controversia religiosa excusándose en su
agnosticismo y en su intención de «escribir sobre un hombre, no
sobre un cuerpo doctrinario», algo que sería perfectamente
aceptable si no fuera porque, como sacerdote, ese «cuerpo
doctrinario» es parte fundamental, inseparable e indisoluble, de la
personalidad de ese «hombre». Además, cabe decir que,
teológicamente, la novela se ha quedado bastante obsoleta; es más,
que casi nació obsoleta.
Blish confunde, a
favor de la tesis necesaria para que la trama se desarrolle como él
desea, católico con creacionista, cuando la teoría de
la evolución fue aceptada hace mucho tiempo dentro de la Iglesia de
Roma, siendo una de las pocas corrientes cristianas que la integran
en sus enseñanzas. Ya Pío XII, en su encíclica Humani
generis, publicada en 1950 —tres años antes, pues, de la
novela corta original—, dejaba claro el mensaje: el cuerpo humano
tiene su origen en la materia viva que existe antes que él —por la
evolución de las especies—, pero el alma espiritual es creada
inmediatamente por Dios: “animas enim a Deo immediate creari
catholica fides nos retinere iubet”. Algo que entra en franca
contradicción con lo que Blish pone en boca de su jesuita.
Lo mismo podría
señalarse para las directrices a seguir en un posible contacto con
una inteligencia extraterrestre, caída o no; o para la definición
del «alma» —algo que Blish niega de inicio a sus alienígenas—
que según la Iglesia es creada para cada individuo y aquí se
presenta como algo «comunitario»... Da la impresión de que el
autor, a pesar de citar fuentes de valor reconocido, no hubiera hecho
a fondo sus «deberes», quedándose, seguramente de forma
intencionada, con una sesgada parte en lugar de con el todo.
Aún así, Un caso de
conciencia sigue siendo una novela que debe leerse, no sólo como
parte de una labor bibliológica por su interés como receptora del
premio Hugo, sino por la vigencia de gran parte de los temas que
plantea, controversia incluida, y por la presentación de una especie
alienígena francamente fascinante. Es cierto que la segunda parte
presenta un cierto «bajón» respecto a la primera, pero las
reflexiones que suscita tampoco son desdeñables. Aunque tan sólo
sea para rebatirla se trata de una novela que mueve las neuronas y
las conciencias. No es poco.
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