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sábado, 20 de julio de 2013

Reseña: Joyland

Joyland.

Stephen King.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Random. Barcelona, 2013. Título original: Joyland. Traducción: José Óscar Hernández Sendín. 301 páginas.

Cuando se tiene por primera vez entre las manos podría parecer de alguna manera que este es un libro «menor» entre la voluminosa producción de Stephen King, pero se puede asegurar sin temor que tan sólo lo es en páginas, ya que no en cuanto a la historia que contiene. El autor demuestra una vez más su maestría a la hora de utilizar todas las claves que le permiten «tocar la fibra» sentimental del lector, sumergiéndolo en un relato, supuestamente criminal, cargado de intensidad y emoción. Un relato que en realidad versa sobre el «rito de paso» a la mayoría de edad del protagonista. El momento de dejar atrás cualquier retazo de la adolescencia y aceptar una madurez y una responsabilidad nuevas, de la difícil tarea de desprenderse de las viejas ataduras para encarar nuevos retos. Joyland es una novela muy en la línea nostálgica de su obra El cuerpo —historia en que se basó el guión de la película Stand By Me—, aunque con algún toque fantástico y una ambientación que enseguida trae a la mente al primer Bradbury y las ferias de octubre de la infancia. Un libro que parece evidente provocará muy diferentes sentimientos y reacciones en los lectores de diferentes edades y, por lo tanto, vivencias, según lo que vayan buscando en el mismo.

Devin Jones tenía 21 años en el verano del 1973, un verano y posterior otoño que marcarían por siempre su vida. Con el corazón roto, tras una amarga ruptura con la que fuera su novia durante dos años en la universidad y de la que sigue enamorado —es ella la que le deja sin haberle demostrado nunca un verdadero afecto—, busca mantener cuerpo y mente ocupados cuando empieza a trabajar como Asistente Feliz —o sea, chico para todo— en Joyland, un pequeño parque de atracciones de Carolina del Norte, más cercano a las ferias y carnavales itinerantes que a las grandes instalaciones corporativas como Disneyland. Entonces, nada le hace pensar que ese será también el principio de su dolorosa recuperación. Se hace evidente que «Jonesy» ha entregado su amor a la chica equivocada, una joven que no le merece, pero eso es algo que no se le puede decir a quien está enamorado. Y que antes de ser consciente de la ruptura, Madame Fortuna le avise sobre futuros acontecimientos tampoco es un apoyo precisamente.

Deprimido y abandonado ni siquiera es consciente de que la curación va a venir a través de su ayuda a los demás, de la entrega en su trabajo, de la camaradería de sus compañeros y de la búsqueda por ver el fantasma de una joven que dicen encanta el castillo de la Casa Embrujada. Y es que en el parque tuvo lugar, cuatro años antes, un terrible crimen, todavía sin resolver, que dota al lugar de todo el misterio de una feria encantada, ya que algunos trabajadores dicen haber visto al espíritu de la muchacha asesinada apareciéndose en la atracción. King sabe jugar a la perfección con el horror y la tristeza de un crimen cometido en un sitio donde va uno a divertirse y en el que inesperadamente se encuentra la muerte.

Narradas en primera persona, desde la óptica de su «yo» actual de 60 años, las memorias de Devin que conforman el relato tienen dos partes significativas. Una primera más amable, coincidente con el verano y su dedicación al trabajo en Joyland, con la rememoranza entre rabiosa y triste de cómo le rompen el corazón, la confesión de sus anhelos y sueños juveniles, sus quejas contra el mundo, y la forja de los lazos de una auténtica amistad, matizado todo por el conocimiento que el paso del tiempo le ha otorgado con un tono suave y nostálgico, añorante, divertido y lleno de cariño. Y una segunda, más dramática, internándose en el otoño, con su frío y sus lluvias trayendo el cierre por fin de temporada del Parque de Atracciones, donde el misterio del asesinato va cobrando mayor importancia, dotando a la narración de un cierto tono lúgubre, fantasmagórico, misterioso y romántico a un tiempo, con un desenlace más que tormentoso. No es, no obstante, una historia llamada, pese a su fantasma, a crear miedo en el espectador, pero sí a causar escalofríos. Con un tono reflexivo, íntimo e introspectivo, pausado, como una balada triste y nostálgica con el sabor de los años que quedan atrás, King habla directamente a las emociones de los lectores, llevándolos de la sonrisa a la lágrima pasando por el escalofrío de anticipación, unidas por un hilo muy fino la tristeza y la alegría.

El autor sabe dosificar el misterio, planteando dudas, lanzando pistas, siguiendo con detalle la investigación de varios asesinatos, pero sin perder de vista que lo importante no es el crimen, no es conocer la identidad del asesino, ni siquiera saber si existe un fantasma o no..., lo importante son las vivencias y relaciones que va estableciendo el protagonista con el resto de personajes, auténtico corazón de la novela:

El paseo por la playa de camino a Joyland donde verá todas las mañanas a Mike y a su madre Annie en el malecón de su casa, el uno sentado en su silla de ruedas, la otra sin apartar el gesto adusto del libro que esté leyendo, hasta que termine conociendo e involucrándose en su conmovedora historia. Las pequeñas anécdotas del día a día en el parque y sus peculiaridades, con la entrañable figura y la admirable filosofía del señor Easterbrook, dueño a la sazón del lugar o el conocimiento del Habla, el argot propio de feriante del parque, que irán inculcándole gentes como Fred Dean o Lane Hardy, al cargo entre otras atracciones de la Carolina Spin, la gran noria del lugar. La pasión que le invade cada vez que «viste las pieles». Las conversaciones con su casera, la señora Shoplaw, y su co inquilina, la bibliotecaria señorita Ackerley. La amistad incipiente con otros novatos como Erin Cook y Tom Kennedy que perdurará el resto de sus vidas. Los tropiezos y decepciones, los pequeños éxitos que son más satisfactorios si se han logrado para los demás...

Como unas memorias al uso, hay también aquí gran cantidad de relatos secundarios, de destinos entrecruzados, de personas que tocan el corazón de Devin para salir de escena y ser recordados con añoranza por su «yo» mayor. La historia no sigue una narración exactamente lineal, sino que desde la trama principal de 1973 salta adelante y atrás en el tiempo, reflejando momentos ciertamente tristes y duros, tanto cuando trae al frente recuerdos de los eventos que lo llevaron allí, como cuando avanza el destino posterior, muy posiblemente trágico, de alguno de los personajes que van dejando su poso en la vida del joven en aquel verano. Y es la naturalidad y honestidad con la que King trata a todos sus personajes y sus existencias, el gran realismo y humanidad en sus formas de actuar, las que realmente consiguen emocionar.

Joyland es un libro de aprendizaje y de aceptación, de nostalgia, lleno de vida, de revelaciones, de dulzura... Que trata sobre el descubrimiento de cómo una vida puede afectar y cambiar la de todas aquellas personas con las que entra en contacto, simplemente con el amor por las cosas sencillas, por las palabras amables, por los gestos de amistad, por el vuelo de una cometa y por aferrarse a los sueños. Es una historia de misterio, de fantasmas, de crimen, de madurez y de amor, con una apariencia simple y un fondo muy profundo. Un relato tranquilo, relajado incluso, hasta llegar al movido final. Un final que, contrariamente a lo que suele decirse de los finales del autor, es plenamente coherente y satisfactorio —y quien no se esperarse el leve toque sobrenatural debía estar distraído buena parte del libro—, y triste como la vida misma. Se lee en un suspiro y se deja con un pálpito de emoción. Y es que uno nunca volverá a vivir lo que vivió de joven.

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Reseña de otras obras del autor:

    La Cúpula.

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