El apagón 2.
Connie Willis.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Ediciones B. Col.
Nova. Barcelona, 2013. Título original: All Clear. Traducción:
Paula Vicens. 627 páginas.
Como ya comentaba en la
reseña de El apagón, no se trata de dos novelas
distintas, secuela la una de la otra, sino de una sola obra divida
artificialmente por su amplia extensión en dos
volúmenes. Y como tal es muy agradable, e interesante, ponerse a
leerlas ambas de un tirón, a pesar de la suma de más de 1200
páginas que supone —serían más, teniendo en cuenta que para
la presente se ha disminuido el tamaño de letra respecto a la
anterior—. Incluso sería muy recomendable leerlos sin interrupción, pues la
gran cantidad de detalles mínimos que sólo alcanzan su verdadera
importancia cientos de páginas después hacen muy conveniente tener
fresco en la memoria todo los sucesos anteriores —o
cronológicamente posteriores, pero narrados previamente, que ésto
va de viajes en el tiempo después de todo—, sin dejar pasar un
largo periodo entre un volumen y otro. El apagón no
tiene sentido sin Cese de alerta y, de hecho, donde la lectura
del primero en solitario podría dejar un regusto de insatisfacción,
la del segundo conlleva todas las recompensas que se podían esperar
de una obra de Willis, pues el primero no es sino la necesaria
puesta a punto para disfrutar del segundo, donde todo cobra sentido.
Deben ser leídos juntos, como la obra unitaria que son. A la vez,
dicha unidad dificulta explayarse demasiado en una reseña exclusiva
para Cese de alerta, pues mucho de lo dicho en la de El
apagón sería aplicable para esta, lo que la llevaría a ser
tan redundante como algunos de los pasajes acusados de tal «pecado»
en el libro.
Y es que, al ser
continuación directa de la primera parte, sin transiciones ni
recapitulaciones, baste decir que Polly, Merope
—Eileen— y Mike siguen «varados» en el Londres
de 1940, sufriendo los efectos del Blitz junto a
toda la población civil británica, mientras buscan una forma de
regresar a su tiempo. El tono general de nervioso desenfreno se
mantiene, la búsqueda frenética de posibles soluciones se sobrepone
a la desesperanza que causa el miedo a haber modificado el devenir de
la Historia. Las casualidades y los desencuentros siguen moviendo la
acción, motivando una sensación de desasosiego e inevitabilidad
realmente frustrante. La comedia alocada vuelve a hacer acto de
presencia en medio del tenso drama y los diferentes hilos siguen el
habitual esquema de la autora de rompecabezas con piezas dispersas
que se mezclan, se entrecruzan sin encontrarse y se confunden para
dar resultados engañosos. Básicamente es una historia de misterio
con un toque de enredo, donde los supuestos observadores objetivos no
son capaces de mantenerse al margen y limitarse a observar. Su mera
presencia afecta a los «contemporaneos» que van conociendo, por
mucho que intenten lo contrario; y cada movimiento suyo tiene unas
ramificaciones que no pueden controlar. Cada gesto tiene una
respuesta, y el mundo cambia en una cascada de acción y reacción.
Willis juega con
el efecto de volver a narrar ciertas escenas vistas anteriormente
desde el punto de vista de alguno de los otros protagonistas,
matizando lo narrado y dándole una nueva interpretación. Las líneas
separadas empiezan a converger y muchas cosas comienzan a cobrar
sentido, incluida la presencia de algunos personajes que no parecían
tener mayor importancia en la primera entrega y que aquí se desvelan
vitales. Por eso, en todo caso no es arriesgado afirmar que Cese
de alerta es un volumen cuya lectura resulta, por diversas
causas y la de un final perfectamente cerrado no es la de menos, mucho más satisfactoria que la de El apagón.
El tono del «estudio»
del heroísmo de las personas anónimas, que era el objetivo inicial
de los historiadores, va dando paso cada vez más al dilema de los
posibles cambios en el tiempo causados por la actuación de los
viajeros del Oxford de 2060. La autora, manteniendo en todo
momento la duda, parece apostar por un universo determinista, pero
sin cerrarse ninguna puerta. ¿Es posible modificar los hechos del
pasado? ¿Es la línea temporal capaz de repararse a sí misma? ¿Y
si se cambia el presente histórico significa la desaparición del
futuro al que había dado lugar y del que venían los individuos que
motivaron los cambios? Las dudas surgen cada vez con más fuerza y la
carrera contra el reloj que desgrana las horas de forma inmisericorde
es cada vez más desesperada.
A pesar de que la autora
sigue con su característica «redundancia», repitiendo y volviendo
una y otra vez sobre ciertas consideraciones y argumentos, lo cierto
es que al incluir mayor abundancia de nuevos elementos en el relato
aumenta el interés y la emoción. Willis ofrece una mayor cantidad
de escenarios «temporales», ampliando las líneas que ya había
ofrecido en pequeña escala y que se acercan hacia el final de la
guerra en torno a las incursiones en 1944, con la amenaza de las V1 y
V2, los preparativos del Desembarco de Normandía o el Día de la
Victoria —e incluso a los actos conmemorativos de su
cincuentenario—, aumentando también el interés.
Introduce menciones a
diversos personajes históricos, como Alan Turing, el general
Patton o la escritora de misterio —a quien Willis rinde aquí
una elogiosa admiración— Agatha Christie; y el hilo
conector con novelas anteriores se traduce en la presencia, además
del profesor Dunworthy, del estudiante Colin Templar —quien
además de hacerlo brevemente en El apagón ya
apareciera, por ejemplo, en El Día del Juicio Final—
embarcado en una misión aparentemente imposible con muy pocos
«clavos» a los que agarrarse. Pero el fuerte de la narración
siguen siendo los individuos anónimos, las personas normales y
corrientes que con su heroísmo silencioso contribuyeron a hacer un
poco más sobrellevable una época tan dura.
Nadie es una isla, nadie
vive sin influenciar en pequeña o gran medida a los que le rodean.
Los pequeños detalles son lo que a la postre cuentan, marcando el
devenir de la Historia; los actos de coraje y valor de las gentes
anónimas son los que marcan en realidad la diferencia; la amistad y
la lealtad, la entrega a los demás en los momentos más difíciles
de forma altruista y desinteresada, el amor incondicional que
atraviesa incluso el tiempo… es lo que Willis parece apreciar sobre
cualquier otra consideración.
El apagón / Cese de
alerta es una obra hermosa, emotiva e inspiradora, que sabe
encontrar la belleza y la bondad incluso en las circunstancia más
horribles. Una obra que da pena terminar pues se ha tomado realmente
cariño a sus personajes. Seguramente, una poda en su número de
páginas no habría sido nada desdeñable —incluso posiblemente
hubiera sido aconsejable—, pero leídas ambas entregas de corrido,
como una sola, tampoco se hacen pesadas ni aburridas. Es Willis
en toda su expresión, para lo bueno y lo malo; tal vez no vuele a la
misma altura que sus obras cumbres, pero no decepciona sabiendo lo
que se va a encontrar.
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Reseña de otras obras de la autora:
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